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—¿Y bien? ¿Cuál es el veredicto? —preguntó Chris Bronson cuando reconoció la voz de Ángela.

—La tablilla de barro, casi con toda probabilidad, data del inicio del primer milenio y su valor es prácticamente nulo —explicó Ángela—. Pero esa no es la razón por la que te he llamado.

Bronson percibió en su voz que algo no iba bien.

—¿Qué pasa?

Ángela inspiró profundamente.

—Este mediodía, cuando volvía de comer, descubrí que alguien había estado husmeando en mi despacho.

—¿Estás segura?

—Completamente. No es que me lo encontrara todo revuelto, ni mucho menos, pero estoy segura de que habían movido algunos papeles y otras cosas que tenía sobre la mesa. Además, faltaban dos fotografías de las que me enviaste, la pantalla del ordenador estaba encendida y el salvapantallas se había puesto en marcha.

—¿Y qué significa eso?

—Se acciona después de cinco minutos de inactividad y permanece encendida durante quince minutos. Después, la imagen desaparece. Yo estuve fuera de la oficina algo más de una hora.

—Eso significa que alguien estuvo usando tu ordenador entre cinco y veinte minutos antes de que regresaras. ¿Qué tipo de cosas guardas en él? ¿Alguna información confidencial?

—No, que yo recuerde —respondió Ángela—. Pero el salvapantallas está protegido por una contraseña, así que, quienquiera que fuese, no tuvo acceso. —Seguidamente hizo una pausa y, cuando volvió a hablar, Bronson detectó la tensión en su voz—. Pero eso no es todo.

—¿Ha pasado algo más?

—Esta tarde tenía unas cuantas cosas que hacer, así que salí del museo poco después de la hora de la comida. Unos minutos después, cuando estaba en mi apartamento, oí un ruido al otro lado de la puerta. Cuando miré por la mirilla había dos hombres en el pasillo. Uno de ellos sujetaba una palanqueta o algo similar y el otro llevaba una pistola.

—¡Dios mío, Ángela! ¿Estás bien? ¿Llamaste a la policía? ¿Dónde estás ahora?

—Sí, la llamé. Supongo que, con un poco de suerte, a lo largo de esta semana mandarán un agente, pero yo no estaba dispuesta a quedarme allí a esperar a que aparezca. Salí corriendo por la puerta de atrás y bajé por la escalera de incendios. Ahora mismo me dirijo a Heathrow.

—¿Adónde vas? —inquirió Bronson.

—A Casablanca. Cuando llegue al aeropuerto te llamaré para darte los datos del vuelo. Por lo visto hace escala en París, así que llegaré bastante tarde. Vendrás a recogerme, ¿verdad?

—Por supuesto, pero ¿por qué…?

—Soy como tú, Chris. No creo en las coincidencias. Hay algo peligroso en esa tablilla, o tal vez en lo que está escrito en ella. Primero mi oficina, luego mi apartamento. Quiero quitarme de en medio hasta que averigüemos lo que está sucediendo. Y me sentiré mucho más segura contigo que aquí sola, en Londres.

—Gracias. —Por un momento Bronson se quedó sin palabras—. Llámame en cuanto sepas algo más del vuelo. Estaré esperándote en Casablanca. Sabes de sobra que siempre te estaré esperando.