18

—¿Ángela? Ven a mi despacho.

Ángela pensó que la manera en que requería su presencia era típica de él: tan breve que resultaba brusca y sin el más mínimo atisbo de cortesía. Cuando entró, estaba recostado cómodamente sobre el respaldo de su silla de oficina, con los pies apoyados en una esquina del escritorio. Tenía delante las dos fotografías que ella le había entregado.

—¿Has descubierto algo? —preguntó.

—Bueno, sí y no.

En opinión de Ángela aquella forma de responder también era típica de Baverstock. Era un experto reputado en dar respuestas rebuscadas a preguntas sencillas.

—En cristiano, si no te importa —dijo mientras tomaba asiento en la silla que se encontraba al otro lado del escritorio.

—De acuerdo. Tal y como sospechabas, el texto está en arameo, lo que ya de por sí resulta bastante inusual. Como deberías saber —Ángela se indignó con aquel comentario tan poco disimulado que sugería que no tenía ni idea—, el uso de este tipo de tablillas disminuyó notablemente en el siglo vi antes de Cristo, simplemente porque resultaba mucho más sencillo escribir el arameo sobre papiro o pergamino con caracteres cursivos, que hacerlo sobre arcilla con signos individuales. Pero el texto presenta una característica que yo consideraría todavía más inusual, y es que nos encontramos ante un galimatías.

—¡Por el amor de Dios, Tony! Te he pedido que hablaras en cristiano.

—Estoy hablando en cristiano. La estúpida que sacó las imágenes (porque doy por hecho que detrás de la cámara había una mujer) era un auténtico desastre como fotógrafa. De alguna manera se las arregló para tomar dos instantáneas de la superficie de la tablilla sin conseguir que ni siquiera media línea de todo el texto estuviera enfocada. Resulta imposible traducir toda la tablilla y, por lo que he podido descifrar, opino que sería una pérdida de tiempo.

—¿A qué te refieres?

—La inscripción parece consistir en una serie de palabras en arameo cuyo significado individual está perfectamente claro pero que, si intentas juntarlas, carecen absolutamente de sentido. —Baverstock apuntó con el dedo a la segunda de las seis líneas de caracteres que conformaban el texto, y añadió—: Esta es la única línea de la inscripción que se puede considerar medianamente legible y, aun así, hay una palabra que no está clara. Mira, este término, 'anbí’ib, significa «cuatro», algo bastante sencillo. La palabra siguiente significa «de» y tres de las que la preceden se traducen como «tablillas», «cogió» y «representar», de manera que la frase se leería «representar cogió». Luego vendría otra palabra y, a continuación, «cuatro de». A eso me refería cuando he dicho que era un galimatías. Las palabras tienen sentido, pero la frase no. Es casi como si estuviéramos ante los deberes de un niño, una lista de palabras seleccionadas al azar.

—Entonces, según tú, ¿se trata de eso?

Baverstock sacudió la cabeza.

—Yo no he dicho tal cosa. He visto muchos textos escritos en arameo y, en mi opinión, teniendo en cuenta los trazos cortos y precisos de las letras, fue escrito por la mano de un adulto. Me atrevería a aventurar que se trata de un hombre. No olvides que en aquel periodo las mujeres normalmente eran analfabetas como, por lo demás, muchas de las mujeres de hoy en día —añadió con mordacidad.

—Tony… —le advirtió Ángela.

—Era solo una broma —se justificó Baverstock, aunque ella sabía que siempre había algo de intención en sus incisivos comentarios sobre las mujeres. En su opinión era arrogante y prepotente, pero básicamente inofensivo. Un misógino encubierto que a duras penas conseguía ocultar el hecho de que le molestaran las mujeres triunfadoras y, especialmente, las mujeres triunfadoras que tenían la poca consideración de aunar cerebro y belleza. Ángela recordaba un par de veces en las que le había intentado tocar las narices, aunque en ambas ocasiones ella había sabido ponerlo en su sitio.

Ángela sabía que no era hermosa en el sentido clásico de la palabra, pero su pelo rubio, sus ojos de color avellana y eso labios que Bronson solía describir como «afortunados» la convertían en una mujer muy atractiva. La mayoría de los hombres se quedaban impresionados cuando la conocían y, por lo general, esta impresión dejaba huella y ella sabía de sobra que este era el motivo por el cual Baverstock la detestaba desde el día en que se conocieron.

—¿De qué fechas estamos hablando? —preguntó.

—Está escrito en arameo antiguo, una variedad propia del periodo que va desde el 1100 antes de Cristo hasta el 200 después de Cristo.

—¡Vamos, Tony! Eso son más de mil años. ¿No puedes concretar un poco más?

Baverstock negó con la cabeza.

—¿Sabes algo de arameo? —preguntó.

—No mucho —admitió Ángela—. Me ocupo de objetos de cerámica y alfarería. Soy capaz de reconocer la mayoría de las lenguas arcaicas y traducir algunas palabras, pero la única que domino es el latín.

—De acuerdo. Entonces déjame darte una breve lección. El arameo se originó alrededor del año 1200 antes de Cristo, cuando unas gentes que más tarde serían conocidas como los arameos se establecieron en Aram, una región situada en la parte septentrional de Mesopotamia y Siria. Aparentemente deriva del fenicio y, de la misma manera, se leía de derecha a izquierda. El fenicio carecía de caracteres que representaran los sonidos vocálicos, pero los arameos comenzaron a usar algunas letras que sí lo hacían, principalmente las conocidas como alef, he, vav e iod.

»Los primeros escritos en el idioma conocido como arameo empezaron a aparecer unos doscientos años más tarde y, más o menos a mediados del siglo vil antes de Cristo, pasó a convertirse en la lengua oficial de Asiría. Aproximadamente en el siglo V antes de Cristo, después de la conquista de Mesopotamia por parte del rey persa Darío I, los administradores del llamado imperio aqueménida empezaron a usar el arameo en todas las comunicaciones oficiales escritas dentro de su territorio. Los expertos aún no se han puesto de acuerdo en si se trataba de una política imperial o si el arameo fue adoptado como lengua franca por pura comodidad.

—¿El imperio aqueménida? ¿Puedes recordarme algo de él?

—Pensé que incluso tú lo conocerías —dijo Baverstock ligeramente irritado—. Se prolongó desde el año 560 hasta el 330 antes de Cristo y fue el primero de los varios imperios persas que gobernaron la mayor parte del territorio que hoy conocemos como Irán. Desde el punto de vista de territorios ocupados, fue el más extenso imperio precristiano, y abarcaba cerca de cinco mil kilómetros cuadrados en tres continentes diferentes. Las regiones subyugadas por los persas incluirían Afganistán, Asia Menor, Egipto, Irán, Iraq, Israel, Jordania, Líbano, Pakistán, Arabia Saudita, Siria, Tracia…

»Lo más importante es que, alrededor del 500 antes de Cristo, el idioma pasó a ser conocido como arameo imperial o aqueménido y que, al adquirir un estatus oficial, sufrió muy pocas variaciones durante los siguientes siete siglos. El único modo de averiguar dónde y cuándo se escribió un texto escrito en esta variante del arameo es identificar los préstamos.

—¿Y qué serían?

—Palabras que describen objetos, lugares, opiniones o conceptos que no tenían un equivalente exacto en arameo y que se tomaban prestadas del idioma local para asegurar la claridad o la precisión de un determinado pasaje.

—¿Y no has encontrado ninguno en el texto que has leído? —preguntó Ángela.

—En esa media docena de palabras, no. Podría aventurarme a decir que la tablilla data de una época bastante tardía, probablemente posterior al inicio del primer milenio antes de Cristo, pero no puedo ser más específico.

—¿Eso es todo?

—Sabes perfectamente que odio especular, Ángela. —Baverstock hizo una pausa de unos segundos y observó de nuevo las fotografías de la tablilla—. ¿No tienes una foto con una calidad mejor? —preguntó—. Y a propósito, ¿de dónde ha salido esta tablilla?

Algo en la manera de preguntar de Baverstock puso a Ángela sobre aviso. Ella negó con la cabeza.

—Que yo sepa, son las únicas imágenes que existen —dijo—. Y no tengo ni idea de dónde se encontró. Simplemente me han mandado las fotos para que las examinara.

Baverstock resopló.

—Si surgiera alguna otra, no dudes en venir a verme. Con una imagen más nítida de la inscripción, es posible que pudiera concretar un poco más su origen. Pese a todo —añadió—, existe la posibilidad de que provenga de Judea.

—¿Por qué?

Baverstock señaló la palabra en arameo de la segunda línea que no había traducido.

—Estas fotografías son prácticamente inservibles —dijo—, pero es posible que esta palabra sea Ir-Tzadok.

—¿Y qué significa?

—Nada en sí misma, pero podría ser la primera parte del nombre propio Ir-Tzadok B’Succaca. Es el nombre en arameo antiguo de un asentamiento en la costa noroeste del mar Muerto. Hoy en día se tiende a utilizar su nombre en árabe, que significa «dos lunas».

Baverstock hizo una pausa y miró a Ángela.

—¿Qumrán? —sugirió ésta.

—¡Vaya! Lo has pillado a la primera. Khirbet Qumrán, si queremos usar su nombre completo. Khirbet significa «una ruina». El término proviene del hebreo horbah y se puede encontrar por toda Judea acompañando a muchos topónimos.

—Muchas gracias por la aclaración, pero conozco perfectamente el significado de khirbet. ¿Así que piensas que proviene de Qumrán?

—No —respondió Baverstock sacudiendo la cabeza—. No te puedo garantizar que lo esté leyendo correctamente y, aunque así fuera, la palabra no es concluyente. Podría formar parte de una frase diferente y, en caso de que efectivamente estemos hablando de Qumrán, es posible que se trate de una mera referencia a la comunidad.

—Que se estableció allí… ¿cuándo? ¿En el primer siglo antes de Cristo?

—Un poco antes. Aproximadamente a finales del segundo, y permaneció allí hasta el año 70 después de Cristo, coincidiendo con la caída de Jerusalén. Esta es la razón principal por la que creo que la tablilla fue escrita en un periodo tardío. Si la palabra Ir-Tzadok forma parte del topónimo Ir-Tzadok B Succaca, lo más probable es que se escribiera mientras los yishiyim, la tribu comúnmente conocida como los esenios, habitaba en Qumrán. Por eso te he sugerido tal fecha.

—De manera que la tablilla simplemente hace referencia a Qumrán, pero no la escribieron los esenios.

—Yo no he dicho eso. Solo he apuntado que la inscripción, posiblemente, se refiera a Qumrán y que la tablilla, probablemente, no fuera escrita por los esenios.

—¿Y hay alguna otra palabra que hayas podido traducir?

—Sí. Mira —dijo Baverstock señalando con el dedo la última línea del texto—. Este término podría equivaler a «codo» o «codos», pero no pondría la mano en el fuego. Y creo que este otro podría significar «lugar».

—¿Y sigues sin saber para qué se escribió la tablilla?

—Estoy prácticamente seguro de que no tiene ningún valor. En cuanto a su finalidad, lo más probable es que se utilizara en un contexto escolar. Creo que se trata de una herramienta didáctica y que se utilizaba para mostrar a los niños cómo se escribían determinadas palabras. No pasa de ser una curiosidad carente de interés fuera del ámbito académico.

—De acuerdo, Tony —dijo Ángela poniéndose en pie—. Es la misma conclusión a la que había llegado yo. Solo quería que me lo confirmaras.

Una vez se hubo marchado, Baverstock se quedó sentado unos minutos. Esperaba haber hecho lo correcto dándole a Ángela Lewis una traducción bastante fiel de algunos fragmentos del texto arameo que había conseguido entender. En realidad, había logrado descifrar otra media docena de palabras, pero decidió que era mejor reservarse el significado. Hubiera podido no decirle nada en absoluto, pero no quería que saliera corriendo a buscar otro traductor que pudiera interesarse en las posibles implicaciones de algunas de las palabras de la tablilla.

A partir de ese momento, si decidía profundizar en el tema, solo podía dirigirse a Qumrán, y estaba bastante seguro de que allí no encontraría absolutamente nada.

Unas dos horas después Baverstock llamó a la puerta del despacho de Ángela Lewis. Tal y como esperaba, no contestó nadie, pues era más o menos la hora en la que ella salía a comer. Volvió a golpear con los nudillos, abrió la puerta y entró.

Pasó los siguientes quince minutos llevando a cabo un rápido pero exhaustivo registro, revisando todos los cajones y armarios, pero no encontró lo que buscaba. Tenía la esperanza de que la tablilla de barro estuviera en poder de Ángela, pero lo único que halló fueron otras dos fotografías de la reliquia, así que decidió adueñarse de ellas. Antes de marcharse quiso comprobar su correo electrónico, pero el salvapantallas estaba protegido por una contraseña, por lo que no pudo acceder a su PC.

Supuso que todavía existía la posibilidad de que Ángela tuviera la tablilla, tal vez en su apartamento. Había llegado el momento, pensó mientras caminaba de nuevo hacia su despacho, de hacer otra llamada.