«El misterio de la tablilla desaparecida» era el titular del breve artículo que aparecía en la página trece del Daily Mal Bronson pudo leerlo gracias a Dickie Byrd y a uno de los faxes de la comisaría de policía de Maidstone. Bajo el encabezamiento, el periodista preguntaba: «¿Fueron asesinados dos jubilados para recuperar un objeto de un valor incalculable?».
El reportaje no dejaba de ser un refrito de lo que había aparecido en la edición de tarde del periódico de Canterbury con un único añadido, que Bronson estuvo seguro que había sido incorporado con toda intención, y que pretendía dar al texto una importancia que no merecía. Hacia el final del artículo, cuando el redactor analizaba el valor de la tablilla de barro, afirmaba que un «experto del museo Británico* no había querido hacer declaraciones, y se las arreglaba para insinuar que aquello resultaba bastante intrigante, como si el «experto» supiera exactamente de qué tablilla se trataba pero que, por alguna razón, se hubiera negado a divulgar la información.
Bueno, eso era algo que Bronson podía comprobar inmediatamente, y además le servía como excusa para hablar con, Ángela. Agarró su teléfono móvil y marcó el número directo de su ex esposa en el museo Británico, donde trabajaba como conservadora de objetos de cerámica. Ángela contestó casi inmediatamente.
—Soy yo —dijo Bronson—. Mira, siento mucho lo de la otra noche. No tenía ninguna gana de venir a patearme Marruecos, pero no tuve elección.
—Lo sé, Chris. No pasa nada. Ya me explicaste lo que pasó.
—Bueno, aun así, quería decírtelo. Una cosa, ¿estás ocupada?
Ángela soltó una carcajada.
—Sabes que siempre estoy ocupada. Son las once y media de la mañana, llevo casi tres horas y media trabajando, y acabo de recibir otras tres cajas de piezas de cerámica que en este momento están esparcidas por toda mi mesa. Ni siquiera he tenido tiempo de tomarme un café, así que, si me llamas solo para pasar el rato, olvídate. ¿O es que de verdad necesitas algo?
—Pues sí. Necesito que me contestes a una pregunta. Esta mañana ha aparecido un artículo en la página trece del Daily Mail que habla de una tablilla de barro. ¿Lo has visto?
—Por extraño que parezca, sí. Lo he leído de camino al trabajo. Es gracioso, porque yo soy la supuesta experta que el periodista había contactado. Llamó al museo ayer por la tarde y me pasaron la llamada a mi despacho. En realidad, las tablillas de barro no son de mi competencia, pero supongo que la centralita pensó que «cerámicas» era lo más similar. Bueno, el caso es que había salido un segundo a tomar un café y cuando volví el periodista había colgado. Así que es cierto, no hice ningún comentario, pero solo porque no me dio oportunidad. Típico de la maldita prensa.
—Imaginaba que habría sido más o menos así —dijo Bronson—. Pero la pregunta es: ¿crees posible que el artículo no vaya descaminado? ¿Puede ser que la tablilla de barro sea realmente tan valiosa?
—Es muy improbable. Ese tipo de tablillas se pueden comprar por nada. Bueno, no exactamente, pero sabes a lo que me refiero. Se encuentran en cualquier sitio, a veces en fragmentos, pero también es bastante frecuente encontrarlas enteras. Se estima que debe de haber cerca de medio millón de ellas almacenadas en los depósitos de museos de todo el mundo y que todavía no han sido estudiadas o desairadas, en algunos casos, ni siquiera les han echado un vistazo. Te aseguro que abundan por todas partes. Los pueblos antiguos solían usarlas como documentos a corto plazo, y en ellas se escribía de todo, desde detalles sobre una propiedad privada, a recetas de cocina, incluyendo cualquier cosa que se te pueda pasar por la mente. Las hay con inscripciones en latín, griego, copto, hebreo y arameo, pero la mayoría son cuneiformes.
—¿Qué significa exactamente?
—Es una antigua forma de expresión escrita. Los caracteres cuneiformes tienen forma de cuña y ese tipo de escritura es particularmente fácil de imprimir sobre la arcilla húmeda con la ayuda de una púa. En realidad, las tablillas de barro son meras curiosidades que nos ayudan a entender mejor la vida diaria del periodo en que se realizaron. Obviamente, tienen cierto valor, pero normalmente las únicas personas interesadas en ellas son los académicos o el persona] de los museos.
—De acuerdo —dijo Bronson—, pero aquí, en Marruecos, han asesinado a dos personas, y no solo ha desaparecido la tablilla de barro que sabemos que la mujer cogió en el zoco, sino también su cámara de fotos. Para colmo, ayer me recorrí las calles Rabat huyendo de unos matones que…
—¿Cómo? ¿Te refieres a unos marroquíes?
—No tengo ni idea —admitió Bronson—. No me quedé a preguntarles qué querían pero, si es cierto que la tablilla en sí no tiene ningún valor, tal vez lo que importa es lo que está escrito en ella. ¿Tú qué piensas?
Ángela permaneció en silencio durante unos segundos.
—Todo puede ser, pero es extremadamente improbable, teniendo en cuenta el periodo histórico en el que fueron escritas. La mayoría de ellas tienen entre dos y cinco mil años de antigüedad. Sin embargo, lo que mellas contado es realmente preocupante, Chris. Si estás en lo cierto y la inscripción tiene algún valor, cualquiera que la haya visto podría estar en peligro.
—Tengo una media docena de imágenes de ella, pero no tengo ni la menor idea de lo que pone. Ni siquiera sé en qué idioma está el texto.
—Bueno, ahí yo puedo hacer algo para ayudarte. Mándame un correo al museo con alguna foto, y se las enseñaré a uno de nuestros especialistas en lenguas arcaicas. Al menos así sabremos lo que dice y comprobaremos si tus suposiciones son acertadas.
—Buena idea. —Aquello era exactamente lo que Bronson esperaba que dijera—. Lo haré ahora mismo. Echa un vistazo al correo electrónico dentro de cinco minutos.