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—Le presento a Hafez Aziz —dijo Talabani en inglés—. Es el hombre que presenció el accidente. Solo habla tamazight, así que tendré que hacerle de traductor.

Bronson se encontraba en otra sala de interrogatorios en la comisaría de Rabat. Al otro lado de la mesa había un marroquí pequeño y delgado que llevaba unos vaqueros desgastados y una camisa blanca.

Durante los siguientes minutos, Jalal Talabani tradujo frase por frase lo que Aziz iba diciendo y, al acabar, Bronson se dio cuenta de que no sabía nada que no supiera antes. Aziz había repetido punto por punto la misma historia que le había contado Talabani anteriormente, y sus palabras parecían las de un hombre honesto.

Contó que había visto el Renault aproximarse a la curva a toda velocidad y que, al tomarla, se había desviado y había chocado contra unas rocas que estaban en el margen de la carretera. A continuación salió disparado por los aires, volcó por encima del borde, y desapareció de su vista. Entonces detuvo el coche justo en el lugar del accidente, llamó a la policía y bajó como pudo al wadi para ayudar a los ocupantes aunque, desgraciadamente, era demasiado tarde.

Había una sola cosa que Bronson hubiera querido preguntar a Aziz, pero mantuvo la boca cerrada y se limitó a agradecerle que hubiera ido a la comisaría.

Cuando el marroquí abandonó la sala de interrogatorios, Bronson se giró hacia Talibani.

—Le estoy muy agradecido por su ayuda —le dijo— y también por haber organizado esta entrevista. Creo haber visto prácticamente todo lo que necesitaba. Solo me falta echar una ojeada a las maletas y a las cosas que recuperaron del interior del coche. Me parece recordar que habían preparado un inventario.

Talabani asintió con la cabeza y se puso en pie.

—Espere aquí. Mandaré que se lo traigan —dijo mientras abandonaba la sala.

Veinte minutos después, Bronson tuvo que reconocer que el marroquí tenía razón. No había nada en el equipaje de los O’Connor que pudiera ser considerado, en algún modo, inusual. No es que esperara hallar algo fuera de lo común, sino solo que necesitaba hacer una última comprobación. De hecho, la única cosa que llamaba la atención del inventario no era lo que aparecía en él, sino lo que no aparecía. Había un objeto que estaba convencido de encontrar (la cámara de fotos de los O’Connor), y que, simplemente, no estaba.

—Una cosa más, Jalal —dijo—. Cuando recuperaron el coche, ¿no encontrarían, por casualidad, una antigua tablilla de barro?

El marroquí pareció desconcertado.

—¿Una tablilla de barro? —preguntó—. No. No que yo recuerde. ¿Por qué?

—Es solo algo que había oído. Pero no importa. Gracias por todo. Si necesito algo más, me pondré en contacto con usted.

Lo último que le quedaba por hacer era entrevistarse a la mañana siguiente con la hija de los O’Connor y su esposo en el hotel en que se alojaban. Dobló el papel en el que habían imprimido el inventario, se lo metió en el bolsillo y miró el reloj. Con un poco de suerte, al acabar la entrevista cogería un avión en Casablanca y estaría en casa a última hora de la tarde.

Aquella tarde, cuando Jalal Talabani salió de la comisaría de policía, no siguió su rutina habitual que consistía en caminar hasta el aparcamiento, coger su coche y dirigirse a su casa en las afueras de la ciudad. En vez de eso, se acercó a un bar no muy lejos de allí, comió algo y se tomó una copa. A continuación se adentró en las calles adyacentes y comenzó a caminar cambiando el ritmo con frecuencia y deteniéndose de vez en cuando para comprobar que no le seguían. Cuando estuvo completamente seguro de que nadie lo observaba, se acercó a un teléfono público y marcó un número que conocía de memoria.

—Tengo cierta información que podría serle de utilidad.

—¿Y bien?

—Hay un policía británico, aquí en Rabat, que está investigando la muerte de los O’Connor. También está interesado en encontrar una vieja tablilla de barro. ¿Sabe algo de eso?

—Es posible —respondió la voz masculina al otro lado del teléfono—. ¿Dónde se aloja?

Talabani le dio el nombre del hotel de Bronson.

—Gracias. Me ocuparé de él —dijo el hombre justo antes de concluir la llamada.