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—¿Eso es todo? —preguntó David Philips mientras observaba una imagen en la pantalla del portátil de su mujer. Estaban sentados uno junto al otro en el dormitorio que hacía las veces de estudio, en su modesta casa adosada de Canterbury.

Kirsty asintió. Tenía los ojos enrojecidos y las lágrimas habían llenado sus suaves mejillas de pequeños surcos.

—Pues no parece gran cosa. ¿Estás segura de que es esto lo que tu madre cogió?

Su esposa volvió a asentir con la cabeza, pero esta vez reunió las fuerzas suficientes para hablar.

—Este es el objeto que encontró en el zoco. El que se le cayó a aquel hombre.

—Pues a mí me parece un pedazo de arcilla sacado de algunos escombros.

—Mira, David, solo puedo decirte lo que ella me contó. Esto es lo que se cayó del bolsillo de aquel hombre cuando pasó corriendo por delante de ellos.

Philips apartó la vista del ordenador, se apoyó sobre el respaldo y se quedó pensativo unos segundos. A continuación, introdujo un CD en blanco en la unidad de disco, e hizo clic un par de veces.

—¿Qué haces? —le preguntó Kirsty.

—Solo hay una manera de averiguar qué es esta tablilla —respondió Philips—. Le pasaré la foto a Richard y le contaré lo que ha sucedido. Puede escribir un artículo e investigar por nosotros.

—¿Estás seguro de que es una buena idea, David? Mañana salimos para Rabat y todavía no he hecho las maletas.

—Lo llamaré ahora mismo —insistió Philips—. Tardo solo diez minutos en acercarle el CD a su oficina. Aprovecharé para comprar algo para la comida y, mientras, tú puedes empezar a decidir lo que tenemos que llevarnos a Marruecos. Estaremos solo dos días, ¿crees que podríamos arreglarnos con un par de bolsas de mano?

Kirsty se secó los ojos con un pañuelo de papel y su marido la rodeó con sus brazos.

—Cariño —dijo éste— estaré fuera solo veinte minutos. Después comeremos, haremos las maletas y mañana, cuando lleguemos a Rabat, lo solucionaremos todo. Y te lo repito una vez más, si prefieres quedarte en casa, no tengo ningún inconveniente en ir solo. Sé lo difícil que es todo esto para ti.

—No —dijo Kirsty sacudiendo la cabeza—. No quiero que me dejes sola. Tampoco me apetece ir a Marruecos, pero tengo que hacerlo. —A continuación hizo una pausa y sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas—. Es solo que aún no me hago a la idea de que ya no están y de que no volveré a verlos jamás. ¡En su correo mamá parecía tan feliz y entusiasmada con lo que había encontrado! Y ahora, mira lo que les ha pasado. ¿Cómo es posible que todo se haya echado a perder en tan poco tiempo?