(Glosa: la imagen, acaso algo sensacional, del ángel desgarrado por el subitáneo arranque de la máquina definitivamente adulta, sugiere una subhipótesis: que aquellos vespertilios ingeniosamente vejados en los subterráneos de los suburbios no sean otra cosa que ángeles espías, enviados a causar averías en la máquina y que esta, reconociéndolos, reduce a merecida impotencia; esto explicaría el alto poder nutritivo de los inmundos animalejos, y a la vez el gastronómico amor que por ellos nutren los angustiásticos, quienes de tal forma conseguirían una suerte de comunión negativa, una blasfema participación en la carne divina, según las avezaduras del canibalismo místico).
Insistiendo sobre la máquina carnal: si esta fabulosa hipótesis es razonable, ¿qué podrá ser ese punto geométrico donde tuvo su arranque la autoconstrucción y crecimiento del Hades? ¿Será pues el punto central del Hades, punto negativo en el que se refirma el universo negativo? Pero, entonces, ¿habrá otro punto que se haya arrogado el signo +? ¿Es el geométrico punto del Hades el tribuno que berrea y demagoga para desgarrar con su vozarrón la paz deshonesta, fascistoide, de los cielos? ¿Acaso el Hades, renunciando a la noble pero vana oposición de sus «noes» ideológicos subleva sus bocas y esófagos de fiera inmortal hacia la deglución de los cielos, y llegará entonces el hedor universal de los jugos gástricos que empiezan a ceñir los astros y las estrellas fijas, a hacer pulpa de los muslos del Centauro, de las mamas de Virgo?
Una reprueba iluminadora del desorden del cosmos nos la da el hombre de los cuentos de hadas; tamaña confusión, vanamente contrastada por las artes del traspunte, muestra hasta qué extremo de pendenciera sarracina se han degradado las estructuras del universo. Y nos preguntamos: ¿quién es el traspunte? ¿Es el planificador aludido en el precedente documento, o denuncia su frenesí más bien la voluntad de sabotear? ¿Quién es el Lobo que amorosamente desgarró la garganta de nuestro hermafrodita? ¿Era este también un conjurado, un clandestino opositor al régimen celeste; o nada más que una víctima inconsciente, constreñido por el horror de su propia condición a hallar una vía de salida, el patán a quien la esposa violada por el señorón transforma en revolucionario, en bandido, «aquel que se pone del lado equivocado»? ¿O, tal vez, no habrá sido precisamente el traspunte quien exasperara la absurdidad de un cometido odioso, para hacer que explotase en el alma de nuestro honesto Turandot la maraña de las contradicciones, dando con ello audacia al vil, ingenio al inepto, ánimo al haragán, proeza al arrapiezo? Y ahora, ¿qué espera este hallar en el Hades?
Tal vez sea tan ingenuo como para esperar invenir allí un catálogo ordenado de los cuentos de hadas, hecho de manera que, compulsándolo, le sea posible comprender qué papeles aprehendían para él menos irrazonables traspuntes. Puede acaso esperar que en el Hades, con el juicioso auxilio de sus consanguíneos en angustia, pueda discurrir acomodadamente acerca de sus homicidios y lujurias e infamias, y reconducir todo ello a la esencial inocencia de su alma.
Podría ser que la ineficiencia del traspunte, y la desmaña del espectáculo, hayan de ser explicados de distinta manera; según cierta hipótesis, aquellos comicastros podrían ser suplentes de comicastros arcaicos, hábiles en su momento para aguijonear la diversión de los dioses, pero más tarde contra ellos rebeldes, contra su odioso dominio; por lo cual, inexpertos e inducidos, han puesto en escena un espectáculo vilísimo, al que los inmortales asisten para la sola delicia de su propio sadismo; y acaso otra cosa no sean los ángeles amotinados más que los tránsfugas bufones, de quienes se dice, precisamente, que les había provocado náuseas el proporcionar regocijo al Altísimo. O puede ser también que estos deservicios se deriven del fallecimiento de Dios; de ahí que una pandilla de jerarcas feroces arramblen con todos los bibelots celestes, causando una general decadencia estilística del universo, y, al fin, una total confusión en la estructura que solo ellos están malamente en condiciones de sustentar; en tal caso, el Hades podría ser una suerte de clandestino gobierno de emergencia, que se apresta a ocupar el lugar de la divinidad muerta, o ineficiente, o acanallada.
Se había barajado también, poco antes, que el hedor que ha ocupado el lugar de la arcaica melodía de las esferas, podría dimanar de la materia astral corroída por los ácidos digestivos del Hades; y habíamos dejado a medias la explica. No falta, en efecto, quien piense que el Hades podría ser una suerte de animalazo, un dislate de grandor, en el que poco a poco va entrando el mundo, reduciéndose a bolo alimenticio; que la fiera, con mandíbulas infinitas, pacientemente abrasa sus anchos y tiernos belfos con las galaxias que engulle como forraje; que mastica, empasta y ensaliva, y degusta con glotonería, como llenas de literaturas y divinidad; y lava y corroe con sus íntimos jugos, eficaces y solemnes; y, al fin, defeca en bloques de admirables heces que fecundan la noval universal, donde surgirán otros astros y constelaciones, con objeto de que la mansa alimaña los engulla, asimile, defeque.
Agazapados en sus mucosas laberínticas, vemos descender por el esófago los pendencieros universos: pero con tanta lentitud que los milenios marcan las pulsaciones del elástico agujero de los alimentos; y los espasmos del nobilísimo píloro escanden los ciclos de la historia. Animal grande y potente, caudado, membrudo, masticador, evacuador, noble y oscuro, medida medidora de cualquier cosa, que cosas y dioses licúa, deshace y homogeneiza en mierda, sin ira o interior grosería, de modo que esa sea mierda litúrgica y abstracta: teomierda.
O bien que el universo esté formado a modo de intestino, y que el Hades no sea más que el punto terminal: el culo, según algunos, la mierda, según otros; si bien parece más razonable pensar que sea el agujero del culo, como lugar abstracto y fatal a la vez. Difícil parece, en efecto, creer que sea este el culo, ya que en tal caso no dejaría de formar parte del universo, y se desvanecería esa función opositora que le es propia; mejor entonces conjeturarlo como excremento, extrínseco y a la vez salto cualitativo indigno, innoble, escandaloso, dotado por lo tanto de las cualidades idóneas para dar vida a un «no» cósmico.
La idea de que el Hades sea un excremento nos retrotrae a otra, ya trasparentada teoría: que sea un quid que no exista; en el firmamento sólido, el agujero; activo orificio, como ese otro, absurdo, que se dibuja en el centro del agua en movimiento, que parece como si fuera a engullirse ríos y mares, si bien es en puridad un no existir. Por ese desgarrón de la nada iría poco a poco disipándose irreparablemente la orgullosa consistencia de las cosas; el Hades como lavabo, por cuyo agujero oloroso de cloaca todo el universo pasa, abstracto intestino que todo lo tritura y diluye, por donde verás ondear incluso las vestiduras del irritadísimo creador yéndose a pique.
En tal caso, en la nada del Hades se concentrarían no solo todas las cosas, sino otrosí las no cosas; y el universo habría de pensarse más bien como encandilado desde siempre en el Hades, que lo proveería de distancias y ausencias, y de cualquier otra forma de negativa. Pero, en tal caso, ¿sería cosa distinta al Hades?
En fin, afrontando el mismo problema en otro sentido, ¿cómo se concluirá la levitación descenditiva? ¿De qué manera debemos pensar el Hades, con objeto de que resulte idóneo para dar satisfacción a la exigente angustia de los hadesdestinados? ¿Qué calidades y guisas tendrá la leticia a ellos proporcionada por aquel lugar geométrico, animal, máquina, excremento, no ser, agujero?
A tal propósito, podría plantearse la siguiente hipótesis: