Exégesis del angustiástico
Me gusta fantasear con el angustiástico o catalevitante como puntilloso degustador de espásticas delicias, gastrónomo del universal fallecimiento; experto en reconocer vendimias de agonías, y añadas de desesperación, ya que, sépase, puede morirse uno de gran buqué, o como vinillo de escasos grados, aguado y desvaído; ante estos despliega el universo golosa extensión de desesperadoras gollerías y luctuosos manjares blancos: captan las cultas papilas la adobada delicia de un alma deshecha, que aún se demora en la vida y ya de ella se aparta; para él la pourriture noble macera mostos de tenebroso éxtasis, aspirantes al decoro de vítreo ataúd vertical; y, como can de trufa, él sabe localizar, inférnica gollería, el tubérculo que simula la calavera del niño, el hueso que remeda la ternura vegetal.
De otra forma: este es fontanero, relojero, herrero herrador, mecánico de la máquina herrumbrosa y engranante, escabrosa y dentada ab aeterno; y donde otro, horripilado, rehuiría la estridente ira de las poleas afanosas, y ese trompicar de los nocturnos, solitarios cilindros, y la grasidad metálica, de ínfima gastronomía, que lustra y alisa su tosca pero atroz geometría; él hunde allí las manos impávidas, con solercia de antigua asiduidad manipula y palpa el ciego artefacto, y en cierto modo mima y blandea ese estrambótico organamiento de ficticios músculos y nervios desmañados y tristes, ni tan siquiera efímeros, como lo es nuestro cuerpo. Con la prensil y humilde fantasía del artesano entiende la de él farragosa coherencia, su tartamudez elocuente, su funcional parálisis; y la ordinaria yuxtaposición de sus extrínsecos, desconfiados elementos le encrespa en las entrañas una partícipe compasión, ya que la maquinísima exuda y gime una fatiga enorme y desesperada; y cuál sea de todo eso el sentido ella no puede entenderlo, pues de sí misma sabe solo que es máquina, ineficiente y viva; de ahí la aflicción torva y quejosa, los paranoicos plañidos, ese moler de muñones suyo con protervos arranques de los dientes dilacerados y tetánicos, pero del angustiástico respetan las manos lentas y atentas, sabiendo que él sólo, si es que a alguien le resulta posible, podrá explicar a la máquina laringotomizada, en una noche de lubrificante petroleosis y lámparas escudadas, entre sombras precarias de torretas ahorcadas, dínamos agonizantes desde hace siglos, y óxido de tornillos retorcidos como gusanos seccionados, podrá, digo, facilitar pormenores, tejer glosa no inadecuada del propósito y tema del gran tormento.
Y es semejante técnico quien con nonio y vernier hace estima de gránulos y ángulos: con gracia de pinzas flexibles captura, detiene —las incide con el diminuto diente de leche diamantino— las microangustias, los mínimos glomérulos de nada; y piloto maquinoso, con salomónicos tiradores, dirección, aceleración, deceleración, variamente motorizando, dando un barrido, tirando de espitas, refrenando mediante contraespitas, propulsando con pirobalística sanguinosa, moviendo, en fin, la catalevitación hacia su meta natural; y astronauta, en fin, bajo cuyas nalgas rechina la astronave como deformado neumático sobre la curva del espacio-tiempo, hasta que, por racional demencia, por pacífico riesgo, por inconsolable leticia, rectilíneo arranca en la hipernada de la risueña muerte, iluminada e iluminante.