(docens loquitur)
Así pues, no inadecuadamente podríamos definir la levitación descenditiva, vulgarmente cabeza abajo, como una precipitosa entropía; o lo que es lo mismo, una cada vez más amplia razón de muerte resulta subsumida, escogida, catalogada, evidenciada, resulta, digámoslo así, traída a la vida; en otras palabras, sacamos a la luz las tinieblas. Vedlo: en esta pizarra yo escribo muerte. Trazo una línea horizontal: eso es, se bifurca; marco este punto con una tiza roja: trazo hacia abajo, así, la levitación des-cen-di-ti-vaa… Tiza verde, por favor. Gracias. Esto que estoy dibujando, por pura obstinación didascàlica, es el éxtasis ascendente: pero se acabó, el ascensor ya no funciona. (Nosotros, para alcanzar los pisos más altos, daremos la vuelta al rascacielos). ¡Silencio! Así pues, lo veis: quien se mueve desde este punto —flechita blanca—, en esta dirección, tiene un pasado equivalente, en este contexto, a: una genealogía de estímulos descenditivos que, inadvertidos durante ene generaciones, se vuelven conscientes y de multiplicada eficacia en un punto equis del recorrido. Llegados a este punto, lo levitacional, después de haber vivido unos tiempos de cada vez más agresivas hipótesis, tuvo que operar una selección, ¡silencio!, esa que vuestro libro llama «selección mitológica». ¡Grandes palabrejas, eh, el nuestro! ¡Así, ya se sabe, hay malestar, los jóvenes se desorientan! Pues bien, en esta página se enumeran los síntomas: la levitación, se dice, empieza a manifestarse mediante señales mínimas, una tosca y vergonzosa impaciencia vespertina, un singulto entre digestivo y moral en medio del sopor, ansia y rabia por un no recordado sueño, un gesto de ira a causa de un bolo, una pelota colorada, un subitáneo, pasional amor por un murciélago… ¡Es disgustoso, es estúpido, elusivo! Yo, yo escribiré un texto claro, competente, ordenado, con tres caracteres tipográficos, gráficos, curvas, ejemplos, ejercicios… ¡No este texto impuesto al encargado en virtud de una absurda, acaso deshonesta uniformidad didáctica! ¡Silencio! Nada de murciélagos, ni airones, pajarracos de alas hipergrandísimas… Cuentos chinos que ofuscan la mente… Nada de pelotas multicolores, carillones tal vez, campanas de plata, o tal vez sillas estilo imperio memoriosas de (en voz baja) culos infinitos, consuntos primero, difuntos después… (rápidamente) nada de singultos debidos a no recordadas angustias oníricas, sino un subitáneo gritar de los diez (levanta la voz) de los veinte dedos, y el estrabismo de los testículos… (en voz baja, para sí) eludes, das vueltas a la noria, tú sudas… (en voz alta) ¡Silencio! La materia es compleja, es oscura, está la ira del páncreas, cada mañana el buen creyente halla en sus heces restos de ateísmo… Hay quien respeta las instituciones, la bandera, las fuerzas armadas, pero qué gresca cada noche, en torno a la insurrección de las nalgas… ¡No os riáis! ¡No os riáis! ¡Comportaos como ADULTOS!
Traedme tizas, cinco, siete, nueve, eso es, nueve tizas de colores… Pongo la pizarra en el suelo: ahora me tumbo, aplasto la gruesa tripa contra el pavimento, es necesario que esté desnudo, me desvisto… Yo soy un honrado docente, quiero ser claro, clarísimo. Todos aquí a mi alrededor, os lo ruego; atención.
Descoso con las manos la herida de la frente, desde el cuero cabelludo al intersticio de las cejas; enrollo la piel; extraigo la bóveda craneal; tac, otro tac, desenganchada. Dejo que se deslice por el brazo, como una canica. ¡Ahora cae al suelooo! No, no me detengáis, no me toquéis: ruedo. Si es necesario, me colaré en las alcantarillas. Yo, yo, nadie más, escribiré el texto claro, eficaz, didácticamente puesto al día… y vosotros lo comprenderéis y no costará mucho, porque poseo el don de la concisión. Pero ahora, ahora estamos en la fase de la bibliografía… ¡Diosmío! ¡Es DEPLORABLE! ¡Ver cómo las amarillas, incompetentes ratas de alcantarilla irrumpen en el aula, durante la clase! ¡Los dientes, los dientes en las sienes! ¡Sirvientes! ¡Bedeles! ¡Esta escuela está… DESORDENADÍSIMAAAA! ¡Silencio! ¡Comportaos como adultos!