Glosa a las ratas de alcantarilla
que las ratas de alcantarilla nos sean de sangre pariente yo lo tengo por cierto: tienen bigotes, cuerpo y ánimo hediondos, son similarísimas las unas a las otras por la mesticia del cuerpo a la vez adiposo y feroz, y la predilección estercoliza. Asiduas a las cloacas, connaisseurs de mierdas y hábiles en el envejecimiento artificial de los orines, poseen el intenso y empalagoso patriotismo de los albañales, proveen de su buen estiércol cotidiano a las pequeñas familias dentudas, uñosas y dilectas, votan a las derechas, tienen vocación gregaria, doméstica, religiosa, como demuestra su canibalesco deslizarse en la cámara mortuoria del empíreo. Plantándose en los penetrales del paraíso, mezclaron su hediondez —que ellas llaman honesto sudor de la frente— con los inciensos en laida mezcolanza, amasaron de pelos y deyecciones las trémulas cuerdas de las arpas celestes, enlodaron de los restos de sus alimentos hasta los tronos de los querubines gotisféricos; y por fin colmaron aquel divino y antihistórico lugar de un hedor de muerta cloaca. Por lo tanto —desmontado el paraíso, colgando ya solo las cuerdas de las nubes erráticas, y fingiendo raros bastidores de mediocre cartón consuntos fragmentos de Sacras Esferas— no habrá de qué asombrarse si en la cámara ardiente del diosmuerto, lívida y abscura, se han deslizado las tías infames, las sórdidas ratas de alcantarilla, para hacer festín de sebo; y, acaso, esa incisión violácea y desvaída sobre el Gran Calcañar, y las huellas de dientes sobre la Nariz, y entre Muslo y Coxis — ¿resultaría digno de asombro que se hayan lanzado a todo pasto sobre el tío totémico?
(rememoro una Mamá católica, rata de alcantarilla de imitación, bajo sospecha de haberse comido a maridos y fetos; ante las joviales alusiones de los consanguíneos se escudaba con hilaridad de vibrisas; hembra paradigmática: amaba nocturnar por las cloacas, y defecaba de pie, leyendo semanarios ilustrados).