Si todo discurso arranca de un presupuesto, un postulado indemostrable e indemostrando, en aquel encerrado como embrión en yema y yema en huevo, sea pues, de este que ahora se inaugura, prenatal axioma el siguiente: QUE EL HOMBRE POSEE NATURALEZA DESCENDITIVA. Entiendo y gloso: el omne es actuado por fuerza no humana, por ansia, o amor, u oculta intención, que se alatebra en músculo o nervio, que él no escoge, ni entiende; que él desama y desquiere, que le apremia, de él se sirve, lo invade y gobierna; la cual tenga por nombre potestad o voluntad descenditiva.
Descender, es de hacer notar en primera instancia, es operación expedita; al ejecutarla, no temerás el toparte con impedimentos, obstáculos, denegaciones, repulsas gravitacionales: ni deberás hocicarte el camino con los vibrátiles ollares cerebrales; que el entero universo está tan solercialmente estructurado como para hacer, de todos los posibles movimientos, a este solo acuciante y abierto, cautivador, alegrador mejor dicho, natural, naturalmente rápido de cada vez más rapidísima rapidez; onde se sibila por el aire, tendente a hipotético blanco, o teológico, o inférnico, supernamente ínfimo, sobre el que, convergiendo nuestra naturaleza flaca y difusa, como invertido abanico de rectas se monopolariza en gráfico perspectivo.
Nótese que esta vocación descenditiva se ejemplifica en nuestro cuerpo, fusiforme hacia los pies, como es propio de artefactos de excavación, cuales son los topos de los talones, con los que a nosotros mismos nos excavamos la tumba en la amiga arcilla; en barrena nos retorcemos del ombligo para abajo, con ese breve y autónomo tarugo del miembro y, más allá, el dedo gordo trufado tienta la tierra terrena en la que mora la trufa del diablo, y abre en ella arañazo de abismo.
Desde el pináculo, desde la gárgola de tu cabeza de hueso, amigo, copropietaria mía de genitales, cómplice mío en destilaciones de orina, hermano en excremento; y tú también, presupuesto al que fatigosamente me adecuó, modelo de calavera, mi nada rechinante y obtusa, mi coaborto, afable litopedio; desde la ínfima cima asómate, abandónate a tu precipicio. Sé fiel a tu descenso, homo. Amigo.