Capítulo 3

El picaro y la dama

En cuanto Owen llegó a la armería, se quitó la capa y el chaleco de cuero y tuvo el alivio de ver que la herida era insignificante, peor en la imaginación que en la realidad. Sanaría pronto. Gaspare entró en aquel momento y le ayudó a limpiar y vendar la herida; después le sirvió una copa de aguardiente.

—Por tu orgullo.

—Di mucho más de lo que recibí de eso estoy seguro. El hombre fue imprudente al atacarme. Es un enclenque.

—Te advertimos que no te acercaras a la bella Jocelyn —le recordó Gaspare—. Está hechizado por ella. Dicen que Gante la hizo traer a la corte para mantener a lord March en su trabajo. Siempre estaba yéndose al norte a verla.

—A decir verdad, no es tan maravillosa como para justificar tan celosa devoción.

—Me alegra oírtelo decir, capitán. Había pensado que la pérdida de un ojo te había hecho perder el buen gusto respecto de las damas.

Owen arrojó lo que le quedaba de aguardiente a la cara de Gaspare.

Riéndose, fue hacia la cámara de Bertold, donde guardaba la pomada que usaba para mantener su cicatriz suave y fresca y se aplicó una dosis abundante. Después se recostó en el jergón y debió de dormitar, pues recuperó la conciencia al sentir que colocaban suavemente su cabeza sobre un regazo sedoso.

* * * * *

La boquita de pimpollo de lady Jocelyn hizo un mohín de preocupación antes de dilatarse en una sonrisa. Los acerados ojos se habían ablandado considerablemente.

—Capitán Archer, ¡me alivia tanto veros despierto! ¿Dónde os hirió?

Su escote era peligrosamente bajo y él podía ver agitarse sus pechos al respirar. Estaba excitada. Owen entendió de pronto con toda claridad cómo funcionaba aquel matrimonio. Ella tramaba intrigas, March la rescataba, Jocelyn lo besaba y lo dejaba bien arropado en la cama, y después se iba de puntillas a visitar al cebo herido. ¡Por todos los santos del cielo! Owen deseó estar en cualquier otra parte del mundo y no allí, en la habitación de Bertold, sin peligro de que los interrumpieran, a solas con aquella mujer que probablemente se volvería bastante desagradable cuando descubriera que él no la deseaba. Y todo habría sido en vano si no la interrogaba sobre Fitzwilliam.

—No es una herida seria, aunque no sé si podría decir lo mismo de la boca de vuestro esposo.

—Le será difícil comer durante unos días, pero se curará —dijo ella.

—No entiendo por qué se ofendió tanto, si bien no ayudó el hecho de que yo no pudiera decirle por qué quería una audiencia con vos.

—Sí. El viejo amigo…

—Sir Oswald Fitzwilliam.

—¿Ozzie? —Se llevó una mano al blanco pecho—. ¿Os ha dicho algo?

—Más bien me han dicho algo sobre él, señora. Fitzwilliam está muerto. —Ella abrió los ojos de par en par. Owen se sentó y le cogió las manos—. Perdonad la sorpresa que os he causado con la noticia, pero no encontré una manera más suave de decíroslo.

—Ozzie… —murmuró la mujer, sacudiendo la cabeza—. Pero si yo lo vi… ¿Quién lo mató?

Una vez más daban por supuesto que Fitzwilliam había sido asesinado, que uno de sus innumerables enemigos le había ajustado las cuentas. Owen empezaba a desesperar de deshacer la maraña de la vida de aquel hombre para descubrir al asesino.

—Decís que lo visteis. ¿Cuándo fue la última vez? ¿En Navidad? ¿Quizás os visitó cuando iba camino de York?

—Era un viejo amigo —dijo ella apartando la mirada.

—¿Un amigo de la familia? ¿Quizá lord March le había dado un mensaje para que os lo transmitiera?

—Sí. Por supuesto. ¿Qué habíais pensado?

—Entonces ¿pude haberme evitado un cardenal y una herida hablándole a vuestro marido de Fitzwilliam?

El gesto de ella fue de alarma.

—Oh, no. No, os agradezco muchísimo que no lo hayáis mencionado. Es… —Se llevó una mano llena de hoyuelos a la boca. Los ojos le brillaban bajo la tenue luz que entraba por la ventana—. Os estoy muy agradecida —repitió, inclinándose hacia él.

—Lady Jocelyn, preferiría que me manifestarais vuestra gratitud de otro modo.

Ella apartó las manos, como si él estuviera demasiado caliente para tocarlo y lo miró sin hablar.

—Quiero información. Fitzwilliam fue a veros en Navidad. ¿De qué hablasteis? ¿Por qué motivo iba a hacer penitencia a la abadía de Santa María?

Ella guardó silencio.

—Sé que erais amantes —insistió Owen.

Lady Jocelyn contuvo el aliento e hizo ademán de levantarse. Él le puso una mano sobre el hombro para dejar bien claro que no le permitiría irse. El pecho de la mujer se agitaba. Una parte de Owen encontraba divertido el haber desperdiciado una oportunidad tan buena de pasar una tarde de placer. Pero estaba disgustado con todo el asunto y quería concluirlo lo antes posible.

—No os haré daño, lady Jocelyn. Sólo quiero saber en qué andaba Fitzwilliam justo antes de morir. A quién puede haber visto en York. Decidme lo que sabéis y os dejaré marchar.

—¿Y si no os digo nada? —replicó ella con tono burlón.

Seguía considerando todo el asunto como un juego, un coqueteo.

Para ella la vida era una serie de coqueteos, supuso Owen. Le disgustaba aquella clase de mujer. Vanidosa y tonta. No eran buenas para nadie.

—Preferiría no tener que amenazaros, mi bella Jocelyn.

Por el rubor que le cubría la cara, Owen supo que estaba en lo cierto, que ella encontraba excitante la situación y que se sentiría decepcionada cuando él la despidiera sin siquiera un beso. Y juzgó imprudente decepcionarla. Así que se inclinó hacia ella y besó ligeramente la boca de pimpollo de rosa.

—Sois la más adorable. Pero no os quiero comprometer.

Ella inclinó la cabeza con abandono.

—Capitán Archer…

—Los elogios que os hacía Fitzwilliam se quedaban muy cortos…

La risa de ella lo sorprendió.

—¿Elogios, Fitzwilliam? Sois mal mentiroso, aunque encantador. Realmente encantador.

No era tan tonta, advirtió Owen, y no supo qué decir.

—Yo…

—Obviamente, a Ozzie lo mataron, y a vos os envió su tutor, ese cuervo carroñero, a descubrir quién se atrevió a derramar sangre de Thoresby, por muy teñida de sangre común que estuviera.

Owen se sentía aturdido. Los ojos acerados deberían haberlo prevenido.

—Exacto en todos los puntos, mi señora. Vuestro ingenio me deja sin palabras.

—Os diré lo que sé, con una condición —propuso ella.

—¿Cuál?

—Os iréis de aquí mañana sin interrogar a nadie más.

—¿Y cómo me haréis cumplir esa condición? —inquirió Owen.

—Mi marido se ocupará de que os hieran seriamente.

—¡Ah! Me acusaréis y él lanzará a sus hombres contra mí.

—Exactamente.

¿Cómo podía haberse equivocado tanto sobre ella? Un grave error de cálculo. Ahora le habría gustado que fuera tan tonta como la había imaginado.

—¿Por qué os preocupa tanto? —preguntó él.

—No quiero ser motivo de escándalo ahora que estoy al servicio de la duquesa de Lancaster. Es un honor pertenecer a su cortejo. Y para Jamie… es decir, para lord March, lo es todo.

—Pero provocaríais un escándalo si cumplierais vuestra amenaza…

—Yo sería la víctima, capitán Archer. Una mujer asediada por un soldado es algo muy común. Nadie lo pone en duda.

—El lord canciller podría dudarlo —objetó Owen.

—Estoy segura de que Juan Thoresby no os eligió por vuestra virtud. ¿Por qué iba a dudar de que trataríais de aprovecharos de mí cuando vine a vuestro cuarto a ver si os habían curado las heridas?

—Vuestra presencia aquí podría considerarse una imprudencia.

—La gente me considera una imprudente —replicó ella encogiéndose de hombros—. No me molesta. Me conviene. Me permite disponer del elemento sorpresa.

—Ya veo. Bueno, no tengo nada que ganar causando un escándalo, así que estáis a salvo conmigo.

Ella se alisó la falda.

—Yo estaba embarazada —empezó a explicar—. Jamie estaba furioso. Después de esperar dos años, me quedaba embarazada en el momento más inoportuno. La duquesa habría insistido en que me quedara en el norte y yo no habría comenzado a cobrar un estipendio hasta después del parto. Jamie fue a ver a Ozzie y le dijo que el hijo probablemente era de él. Ozzie fue al norte y me llevó a una comadrona que, por dinero, me liberó de recurrir más tarde a sus servicios.

—¿Era hijo de Fitzwilliam?

—No estoy segura.

—¿Qué elemento usó lord March para amenazarlo?

Lady Jocelyn pareció ofendida.

—No tuvo necesidad de amenazar. Ozzie me amaba. Habría hecho cualquier cosa por mí. Supuso que el hijo era suyo y, puesto que yo no quería tenerlo, quiso ayudarme a librarme de él. De un modo seguro.

—¿Lord March no quiere un heredero? —se extrañó Owen.

—Ya habrá tiempo para herederos. Por el momento sólo quiere asegurar su posición con el nuevo duque.

—Mientras vos aseguráis la vuestra con la duquesa —señaló Owen.

—Por supuesto. Son cosas que van paralelas.

—Por supuesto. Esa comadrona, ¿dónde vive?

—Saliendo de York, sobre el río. Magda Digby, la Mujer del Río. Una criatura horrible en una choza hedionda. Pero se portó bien conmigo. Como veis, no quedé mal después de la experiencia.

—¿Y la peregrinación de Fitzwilliam a York?

Ella arrugó la naricita al responder:

—Tuvo una lamentable relación con una doncella de cocina aquí. La duquesa se enteró y lo envió allí a arrepentirse.

—¿Qué sucedió con la doncella?

—Se la casará con uno de los criados.

—¿Se llama Alice?

La mujer lo miró con extrañeza.

—¿Estáis enterado?

—Uno de mis… de los arqueros de Bertold pensaba casarse con ella antes de que se interpusiera Fitzwilliam.

—Se lo diré a la duquesa… una vez que os hayáis marchado. ¿Hay algo más que queráis saber?

—¿Tenía enemigos en York?

—Un hombre con el espíritu de Ozzie —dijo ella con una risita— tiene enemigos en todas partes.