Capítulo

4

Arrugué el papel y lo arrojé contra la pared, aterrada y frustrada. Me acerqué a la ventana y comprobé que estaba cerrada. Me faltaba coraje para asomarme a la ventana, pero hice campana con las manos y escudriñé las sombras que se extendían a través del césped como largos y delgados puñales. No tenía ni idea de quién podía haber dejado la nota, pero estaba segura de una cosa: había cerrado con llave antes de salir. Y más temprano, antes de remontar las escaleras para irnos a la cama, había observado a mi madre comprobando cada ventana y cada puerta al menos tres veces.

Así que, ¿cómo logró entrar el intruso?

¿Y qué significaba el mensaje? Era críptico y cruel. ¿Una broma retorcida? De momento, era la mejor explicación que se me ocurría.

Recorrí el pasillo y empujé la puerta de la habitación de mamá, sólo lo suficiente para asomarme.

—¿Mamá?

Ella se incorporó en la oscuridad.

—¿Nora? ¿Qué ha pasado? ¿Has tenido una pesadilla? —Una pausa—. ¿Has recordado algo?

Encendí la lámpara de la mesilla de noche; de repente la oscuridad y lo que no podía ver me dieron miedo.

—Encontré una nota en mi habitación, donde ponía que no me engañara y creyera que estaba a salvo.

La luz repentina la hizo parpadear y vi como asimilaba mis palabras. De pronto estaba completamente despierta.

—¿Dónde encontraste la nota? —preguntó.

—Yo… —Su reacción ante la verdad me ponía nerviosa. En retrospectiva, había sido una pésima idea. ¿Salir a hurtadillas? ¿Tras ser secuestrada? Pero sentir miedo ante la posibilidad de un segundo secuestro era difícil, dado que ni siquiera recordaba el primero. Y acudir al cementerio fue necesario, para mi propia cordura. El color negro me condujo hasta allí. Estúpido, inexplicable pero, no obstante, cierto.

»Estaba debajo de mi almohada, no debo haberlo notado antes de acostarme —mentí—. Sólo oí el crujido del papel cuando me moví mientras dormía.

Ella se puso el albornoz y corrió a mi habitación.

—¿Dónde está la nota? Quiero leerla. He de informar de ello al detective Basso de inmediato. —Ya estaba marcando el número en su móvil. Lo marcó de memoria y se me ocurrió que debían de haber trabajado en estrecha colaboración durante las semanas en las que estuve desaparecida.

—¿Alguien más tiene la llave de la casa? —pregunté.

Mamá alzó un dedo, indicándome que esperara. «Mensaje de voz», articuló para que le leyera los labios.

—Soy Blythe —le dijo al servicio de mensajes del detective Basso—. Llámeme en cuanto reciba este mensaje. Esta noche Nora ha encontrado una nota en su habitación. —Me lanzó una rápida mirada—. Puede que sea de la persona que la raptó. Las puertas han estado cerradas con llave toda la noche, así que deben de haber dejado la nota bajo su almohada antes de que regresáramos a casa.

»Volverá a llamar pronto —me dijo, colgando—. Le daré la nota al oficial que está fuera. Quizá quiera registrar la casa. ¿Dónde está la nota?

Señalé la bola arrugada en un rincón, pero no fui a recogerla. No quería volver a ver el mensaje. ¿Era una broma… o una amenaza? «Sólo por que estás en casa no significa que estés a salvo». El tono sugería una amenaza.

Mamá alisó el papel contra la pared.

—Aquí no pone nada, Nora.

—¿Qué? —Me acerqué para echar un vistazo. Tenía razón, la escritura había desaparecido. Di la vuelta a la hoja apresuradamente, pero el otro lado también estaba en blanco.

»Estaba allí —dije, confundida—. Estaba allí mismo.

—A lo mejor te lo imaginaste. Una proyección de un sueño —dijo mamá en tono suave, abrazándome y frotándome la espalda, pero el gesto no me consoló. ¿Sería posible que de algún modo hubiese inventado el mensaje? ¿Debido a qué? ¿Paranoia? ¿Un ataque de pánico?

—No lo imaginé. —Pero no estaba muy segura.

—No pasa nada —murmuró ella—. El doctor Howlett dijo que esto podría ocurrir.

—¿Qué podría ocurrir?

—Dijo que era muy posible que oyeras cosas que no son reales…

—¿Como qué?

—Como voces y otros sonidos —contestó, contemplándome con expresión tranquila—. No dijo nada sobre ver cosas que no son reales, pero todo es posible, Nora. Tu cuerpo intenta recuperarse, está sometido a un gran estrés y hemos de tener paciencia.

—¿Dijo que quizá tendría alucinaciones?

—Chitón —ordenó en voz baja, y me cogió la cara con las manos—. Puede que estas cosas tengan que ocurrir antes de que consigas recuperarte. Tu cerebro se esfuerza por curarse y hemos de darle tiempo, como a cualquier otra lesión. Lo superaremos juntas.

Se me humedecieron los ojos, pero me negaba a llorar. ¿Por qué yo? Entre todos esos millones de personas allí fuera, ¿por qué a mí? ¿Quién me hizo esto? Mi cerebro giraba en círculo, procurando señalar a alguien con el dedo, pero no disponía de un rostro, de una voz. No tenía la más mínima idea.

—¿Estás asustada? —susurró mamá.

—Estoy enfadada —dije, apartando la mirada.

Me arrastré hasta la cama y me dormí con rapidez sorprendente. Atrapado en ese lugar borroso y desordenado entre la consciencia y el sueño, mi cerebro vagaba a lo largo de un túnel largo y oscuro que se volvía más estrecho a cada paso. Dormir, dormir profundamente y, dada la noche que había pasado, lo necesitaba.

En el extremo del túnel apareció una puerta y se abrió desde dentro. La luz del interior proyectaba un tenue resplandor e iluminaba un rostro tan conocido que casi caí de espaldas. Sus cabellos negros se rizaban en torno a sus orejas, húmedos tras una ducha reciente. Una piel bronceada por el sol, lisa y tersa, cubría un cuerpo alto y delgado, al menos quince centímetros más alto que el mío. De sus caderas colgaban unos tejanos, pero el pecho estaba desnudo e iba descalzo; llevaba una toalla por encima del hombro. Nuestras miradas se cruzaron y sus ojos negros se clavaron en los míos con expresión sorprendida… que inmediatamente se convirtió en desconfiada.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó en voz baja.

«Patch —pensé, y los latidos de mi corazón se aceleraron—. Es Patch».

No recordaba por qué lo conocía, pero lo conocía. El puente en mi cabeza seguía tan roto como siempre, pero al ver a Patch pequeños trozos se unieron, recuerdos que me pusieron nerviosa. De repente recordé estar sentada a su lado en la clase de biología; después, estar pegada a él mientras me enseñaba a jugar al billar. Otro recuerdo muy intenso, sus labios rozando los míos.

Había ido en busca de respuestas, y me condujeron hasta aquí. Hasta Patch. Había encontrado un modo de eludir la amnesia. Esto no se limitaba a ser un sueño: era un pasadizo subconsciente hasta Patch, sea quien fuera él. Entonces comprendí la sensación intensa que me invadía y que jamás alcanzaba la satisfacción. En un nivel profundo e inapreciable por mi cerebro necesitaba a Patch. Y por la razón que fuere: destino, suerte, fuerza de voluntad —o por motivos que nunca comprendería— lo había encontrado.

Pese al choque sufrido, fui capaz de hablar.

—Dímelo tú.

Él asomó la cabeza a través de la puerta y recorrió el túnel con la mirada.

—Esto es un sueño. Lo comprendes, ¿verdad?

—En ese caso, ¿quién temes que me haya seguido?

—No puedes estar aquí.

—Al parecer, he descubierto un modo de comunicarme contigo —dije en tono tenso y glacial—. Supongo que lo único que puedo decir es que esperé un recibimiento más alegre. Tú tienes todas las respuestas, ¿verdad?

Se cubrió la boca con los dedos, sin despegar la mirada de mi rostro.

—Tengo la esperanza de mantenerte con vida.

Mi cerebro se detuvo, incapaz de comprender lo suficiente del sueño para descifrar un mensaje más profundo. La única idea que me martillaba la cabeza era: «Lo he encontrado. Después de todo este tiempo, he encontrado a Patch. Y en vez de sentir la misma excitación que yo, lo único que siente es… una indiferencia helada».

—¿Por qué no logro recordar nada? —pregunté, tragándome el nudo que tenía en la garganta—. ¿Por qué no recuerdo cómo o cuándo… o por qué te fuiste? —Porque estaba segura de que eso fue lo que pasó: se había ido. De lo contrario, ahora estaríamos juntos—. ¿Por qué no trataste de encontrarme? ¿Qué me ocurrió? ¿Qué nos pasó a nosotros dos?

Patch se llevó las manos a la nuca y cerró los ojos. Permaneció inmóvil, a excepción del temblor que le recorría la piel.

—¿Por qué me abandonaste? —dije en tono ahogado.

—¿De verdad crees que te abandoné? —exclamó, poniéndose derecho.

La pregunta sólo hizo aumentar el nudo que tenía en la garganta.

—¿Qué se suponía que debía creer? Desapareciste durante meses y ahora, cuando por fin te encuentro, casi no puedes mirarme directamente a los ojos.

—Hice lo único que podía hacer. Renuncié a ti para salvarte la vida. —Apretaba y aflojaba las mandíbulas—. No fue una decisión fácil, pero fue la correcta.

—¿Renunciaste a mí, así, sin más? ¿Cuánto tardaste en tomar la decisión? ¿Tres segundos?

Al recordarlo, su mirada se volvió glacial.

—Sí, ése era el tiempo del que disponía, más o menos.

Más trozos se unieron entre sí.

—¿Alguien te obligó a abandonarme? ¿Es eso lo que me estás diciendo?

Patch guardó silencio, pero yo había obtenido mi respuesta.

—¿Quién te obligó a marcharte? ¿Quién te daba tanto miedo? El Patch que yo conocía no huía de nadie. —El dolor que estallaba en mi pecho me hizo alzar la voz—. Hubiera luchado por ti, Patch. ¡Yo hubiera luchado!

—Y hubieses perdido. Estábamos rodeados. Él amenazó con matarte y hubiera cumplido esa amenaza. Te había atrapado, y eso significa que también me había atrapado a mí.

—¿Él? ¿Quién es él?

La respuesta fue otro silencio crispado.

—¿Acaso intentaste encontrarme? ¿O te resultó fácil renunciar a mí? —pregunté con voz entrecortada.

Patch se quitó la toalla del hombro y la arrojó a un lado. Su mirada destellaba ira, alzaba y bajaba los hombros, pero sentí que su cólera no se dirigía contra mí.

—No debes permanecer aquí —dijo en tono brusco—. Debes dejar de buscarme. Has de centrarte en tu propia vida y hacerte a la idea tanto como puedas. No por mí —añadió, como si adivinara mis próximas y resentidas palabras—, sino por ti. He hecho todo lo posible por mantenerlo alejado de ti, y seguiré haciéndolo… pero necesito tu ayuda.

—¿Como yo necesito la tuya? —repliqué—. Te necesito ahora, Patch. Necesito que vuelvas. Estoy perdida y asustada. ¿Sabes que no logro recordar nada? Claro que lo sabes —dije en tono amargo y empezando a comprender—. Por eso no has ido en mi busca. Sabes que no puedo recordarte y eso te saca de un problema. Nunca creí que elegirías lo más fácil. Bueno, yo no te he olvidado, Patch. Te veo por todas partes, tengo recuerdos del color negro: el color de tus ojos, de tu pelo. Siento tu roce, recuerdo cómo me abrazabas… —no pude continuar, embargada por la emoción.

—Es mejor que permanezcas en la ignorancia —dijo Patch en tono rotundo—. Es la peor explicación que te he dado, pero por tu propia seguridad, hay cosas que no debes saber.

Solté una carcajada angustiada.

—¿Así que se acabó?

Patch se acercó y, justo cuando creí que me abrazaría, se detuvo. Respiré hondo, intentando contener las lágrimas. Él apoyó un codo en la jamba de la puerta, justo por encima de mi oreja. Su aroma era irresistiblemente familiar: olía a jabón y especias, y la fragancia embriagadora me produjo una oleada de recuerdos tan agradables que sólo hicieron que el momento presente fuera aún más atroz. Me invadió el deseo de tocarlo, de deslizar los dedos por su piel, de sentirme segura entre sus brazos. Quería que me besara el cuello, que sus susurros me cosquillearan la oreja mientras murmuraba palabras que sólo me pertenecían a mí. Lo quería cerca de mí, muy cerca y que no me soltara.

—Esto no ha acabado —dije—. Después de todo lo que hemos vivido juntos, no tienes derecho de pasar de mí. No te perdonaré tan fácilmente. —No estaba segura si se trataba de una amenaza, de mi último intento de desafiarlo o de unas palabras irracionales que salían de mi corazón partido.

—Quiero protegerte —dijo Patch en voz baja.

Estaba tan cerca de mí, fuerte, cálido y poderoso. No podía escapar de él, ni ahora ni nunca. Siempre estaría allí, consumiendo todos mis pensamientos, el único dueño de mi corazón. Un poder que no podía controlar, por no hablar de escapar de él, me atraía hacia él.

—Pero no lo hiciste.

Me cogió la barbilla con gran ternura.

—¿De verdad crees eso?

Traté de zafarme, pero no con la suficiente insistencia. No podía resistirme a su toque, ni en el pasado, ni ahora ni nunca.

—No sé qué pensar. Lo comprendes, ¿verdad?

—Mi historia es larga, y en gran parte no es buena. No puedo borrarla, pero estoy decidido a no cometer otro error. No, dado lo que está en juego, dado que se trata de ti. Todo esto responde a un plan, pero llevará tiempo.

Esta vez me estrechó entre sus brazos, me quitó el cabello de la frente y entonces algo se quebró dentro de mí. Las lágrimas calientes se derramaron por mis mejillas.

—Si te pierdo a ti, lo pierdo todo.

—¿De quién tienes tanto miedo? —volví a preguntar.

Patch apoyó las manos en mis hombros y la frente contra la mía.

—Eres mía, Ángel. Y no dejaré que nada cambie eso. Tienes razón: esto no ha acabado. Sólo es el principio y nada de lo que nos espera será fácil —dijo, lanzando un suspiro cansino.

»No recordarás este sueño, y no regresarás aquí. No sé cómo me encontraste, pero he de asegurarme de que no vuelvas a hacerlo. Borraré tu recuerdo de este sueño. Por tu propia seguridad, es la última vez que me verás.

Sentí una punzada de miedo. Me aparté mirando el rostro de Patch, y la decisión que vi en él me horrorizó. Abrí la boca para protestar…

Y el sueño se derrumbó en torno a mí, como si fuera de arena.