El sol había alcanzado el cenit cuando Patch aparcó la moto delante de la granja. Me apeé con una sonrisa tonta en los labios y una sensación cálida en cada centímetro de la piel. «La perfección».
No era lo bastante ingenua para creer que duraría, pero eso de vivir el momento tenía sus ventajas. Ya había decidido que sólo me enfrentaría más adelante al hecho de mi nueva sangre Nefilim de pura raza —y a todas las consecuencias que seguramente lo acompañarían, incluso el modo en que se manifestaría mi transformación— como también al de tener que dirigir el ejército de Hank.
Ahora mismo, tenía todo cuanto podía pedir. La lista no era larga, pero sí muy satisfactoria, empezando por volver a tener al amor de mi vida entre los brazos.
—Anoche lo pasé muy bien —le dije a Patch, desprendí la correa del casco y se lo tendí—. Estoy oficialmente enamorada de tus sábanas.
—¿Acaso es lo único de lo que estás enamorada?
—No. También del colchón.
Una sonrisa se asomó a la mirada de Patch.
—Mi cama siempre estará encantada de recibirte.
No habíamos dormido con una raya de Prohibido Cruzar en el centro de la cama, porque no habíamos dormido juntos, y punto. Yo ocupé la cama, y Patch, el sofá. Sabía que él quería más, pero también quería que yo supiera lo que estaba haciendo. Dijo que podía esperar, y le creí.
—Si me das la mano, te cogeré el brazo —le advertí—. A lo mejor deberías preocuparte: podría confiscarte la cama.
—Me consideraría un hombre afortunado.
—El único inconveniente de tu estudio es la cantidad preocupantemente baja de artículos de tocador. No hay bálsamo para el cabello, brillo de labios ni protector solar —dije, indicando la puerta de entrada con el pulgar—. He de cepillarme los dientes y darme una ducha.
Patch sonrió.
—Pues ésa sí que es una invitación.
Me puse de puntillas y le di un beso.
—Cuando haya acabado, habrá llegado el día D. Iré a casa de Vee a recoger a mamá y les diré la verdad a ambas. Hank ha muerto y ha llegado la hora de contarlo todo.
No tenía muchas ganas de mantener esa conversación, pero ya había esperado bastante. No había dejado de decirme a mí misma que estaba protegiendo a Vee y a mamá, pero recurrí a las mentiras para que no descubrieran la verdad, las obligué a permanecer a oscuras porque temía que no pudieran enfrentarse a la realidad. Incluso yo misma sabía que el argumento no se sostenía.
Abrí la puerta principal y dejé las llaves en la fuente, pero no pude dar ni tres pasos antes de que Patch me cogiera del brazo. Bastó con mirarlo para saber que algo iba mal.
Antes de que Patch pudiera protegerme con su cuerpo, Scott salió de la cocina, hizo un gesto con la mano y dos Nefilim más aparecieron en el pasillo. Ambos parecían tener la misma edad que Scott. Eran altos, musculosos y de rasgos duros. Me contemplaron con curiosidad evidente.
—Scott —dije, esquivé a Patch, corrí hacia Scott y lo abracé—. ¿Qué pasó? ¿Cómo lograste escapar?
—Dadas las circunstancias, se decidió que resultaría más eficaz en la primera línea de fuego que encerrado. Nora, te presento a Dante Matterazzi y a Tono Grantham —dijo—. Ambos son tenientes en el ejército de la Mano Negra.
Patch se acercó a nosotros.
—¿Has traído a estos hombres a la casa de Nora? —preguntó, y la mirada que le lanzó a Scott expresaba sus ganas de hacer un trato que le permitiera matar a un segundo Nefil en escasas horas.
—Tranquilo, tío. Son amigos. Puedes confiar en ellos —dijo Scott.
Patch soltó una carcajada amenazadora.
—Una noticia tranquilizadora, dado que proviene de un conocido mentiroso.
Scott apretó las mandíbulas.
—¿Estás seguro de que quieres jugar a este juego? Tú también tienes un montón de secretos vergonzosos que ocultar.
«¡Vaya!»
—Hank está muerto —le dije a Scott, porque no tenía motivo para suavizar mis palabras y tampoco quería darle otra oportunidad a Patch y a Scott para intercambiar insultos provocados por la testosterona.
Scott asintió.
—Por eso me soltaron. El ejército es un pandemónium. Nadie sabe qué hacer. Casi ha llegado el Jeshván y la Mano Negra tenía planeado desencadenar la guerra, pero sus hombres están inquietos. Han perdido a su jefe, están entrando en pánico.
Procuré reflexionar sobre esa información y de repente se me ocurrió una idea.
—Te soltaron porque sabían dónde encontrarme a mí, la descendiente de Hank —aventuré, echando un desconfiado vistazo a Dante y al otro Nefil, Tono, ¿verdad? Puede que Scott confiara en ellos, pero yo aún no estaba segura.
—Lo dicho: estos hombres están limpios. Ya te han jurado lealtad. Hemos de conseguir el apoyo del mayor número posible de Nefilim antes de que todo se desmorone. Lo último que necesitamos ahora mismo es un golpe de Estado.
Me sentí mareada. En realidad, un golpe de Estado parecía una idea bastante atractiva. ¿Así que otro quería ocupar mi puesto? Pues, encantada.
Uno de los Nefilim dio un paso adelante.
—Soy Dante —me informó. Con más de uno noventa de estatura y tez morena, su apostura latina hacía honor a su nombre—. Antes de morir, la Mano Negra me informó de que aceptabas hacerte cargo del papel de líder tras su muerte.
Tragué saliva, porque no había pensado que el momento llegaría con tanta rapidez. Sabía lo que debía hacer, pero había esperado disponer de más tiempo. Decir que había temido la llegada de este momento sería quedarse corto.
Los miré a la cara, uno por uno.
—Sí, juré que encabezaría el ejército de Hank. He aquí lo que sucederá: no habrá guerra. Regresa junto a los hombres y diles que se desbanden. Todos los Nefilim que han prestado un juramento de lealtad están sujetos a una ley que ningún ejército, por más poderoso que sea, puede derrocar. Entrar en combate en este momento sería un suicidio. Los ángeles caídos planean represalias y nuestra única esperanza es hacerles comprender que no lucharemos contra ellos. No de esta forma. Se ha acabado… puedes decirles a tus hombres que es una orden.
Dante sonrió, pero su expresión era dura.
—Preferiría no hablar de esto en presencia de un ángel caído —dijo, mirando a Patch—. ¿Nos concedes un minuto?
—Creo que es inútil pedirle a Patch que se marche —dije—. Pienso contarle todo.
Al ver la expresión enfadada de Dante, añadí:
—Cuando presté juramento ante Hank, no mencioné separarme de Patch. Así que ya lo sabes: tu nueva líder Nefil sale con un ángel caído.
«Que empiece el cotilleo».
Dante asintió con gesto brusco, pero no parecía nada conforme.
—Entonces dejemos algo claro: esto no ha acabado. Puede que esté atascado, pero no acabado. La Mano Negra montó una revolución y darla por terminada no bastará para que pase la tormenta.
—La tormenta no me preocupa. Lo que me preocupa es toda la raza Nefilim. Intento pensar en lo que más les conviene a todos.
Scott, Dante y Tono intercambiaron una mirada en silencio. Por fin Dante pareció tomar la palabra en nombre de los tres.
—En ese caso, tenemos un problema mayor, porque los Nefilim creen que lo que más les conviene es rebelarse.
—¿Cuántos Nefilim opinan eso? —preguntó Patch.
—Miles. Los suficientes para llenar una ciudad —respondió Dante, mirándome—. Si no los conduces a la libertad, habrás roto tu juramento. En otras palabras, Nora, te estás jugando la cabeza.
Miré fijamente a Patch.
«No cedas —oí su voz tranquila en la cabeza—. Diles que no habrá guerra y que eso no es negociable».
—Juré que encabezaría el ejército de Hank —le dije a Dante—. Nunca prometí conducirlos a la libertad.
—Si no les declaras la guerra a los ángeles caídos, te enemistarás instantáneamente con miles de Nefilim —replicó.
«Y si la declaro —pensé—, es como si declarara la guerra a los arcángeles». Habían permitido que Hank muriera porque Patch les prometió que yo sofocaría la rebelión.
Volví a dirigir la atención a Patch y supe que ambos compartíamos la misma idea espeluznante: de un modo u otro, habría guerra.
Ahora lo único que tenía que hacer era elegir a mi adversario.