Capítulo

33

Patch no se molestó en cavar una tumba. Aún era de noche, faltaban un par de horas para el amanecer, así que arrastró el cadáver hasta la costa, un poco más allá de las puertas del Delphic, y lo empujó por el acantilado. El cuerpo desapareció entre las olas.

—¿Qué le ocurrirá? —pregunté, acurrucándome junto a Patch. El viento glacial me azotaba, me helaba la piel, pero el verdadero frío era interior y me calaba hasta los huesos.

—La marea lo arrastrará mar adentro y será pasto de los tiburones.

Negué con la cabeza: no había comprendido mi pregunta.

—¿Qué le ocurrirá a su alma? —No podía dejar de preguntarme si lo que le había dicho a Hank era verdad. ¿Sufriría durante cada instante el resto de su vida? Reprimí mi remordimiento: no quise matar a Hank, pero no me había dejado otra opción.

Patch guardó silencio, pero noté que me abrazaba más estrechamente. Entonces me tocó los brazos y dijo:

—Estás helada. Regresemos al estudio.

—¿Qué ocurrirá ahora? —insistí—. He matado a Hank. Debo encabezar a sus hombres, pero ¿qué haré con ellos?

—Pensaremos algo —dijo Patch—. Idearemos un plan y yo estaré a tu lado hasta que logremos ponerlo en práctica.

—¿De verdad crees que será tan sencillo?

Patch soltó un bufido divertido.

—Si optara por la solución sencilla, me encadenaría junto a Rixon en el infierno. Ambos podríamos disfrutar de las llamas.

Contemplé las olas que se estrellaban contra las rocas.

—Cuando hiciste el trato con los arcángeles, ¿no les inquietó la idea de que podrías hablar? Esto los hará quedar mal. Sólo tendrías que difundir el rumor de que la hechicería diabólica es aprovechable: bastaría para desencadenar un frenético mercado negro entre los Nefilim y los ángeles caídos.

—Juré que no hablaría. Eso formaba parte del trato.

—¿Podrías haber pedido algo a cambio de tu silencio? —pregunté en voz baja.

Patch se puso tenso y noté que él había adivinado lo que estaba pensando.

—¿Acaso importa? —preguntó en tono indiferente.

Claro que importaba. Ahora que Hank había muerto, las brumas que afectaban mi memoria se disolvían como las nubes bajo el sol. No recordaba secuencias completas, pero sí imágenes. Destellos y atisbos que se volvían cada vez más claros. El poder y el control que Hank había ejercido sobre mí se esfumaban junto con su vida y empecé a recordar lo que Patch y yo habíamos pasado juntos. Los desafíos a la lealtad y a la confianza mutua. Sabía qué lo hacía reír, qué lo enfurecía. Conocía sus más profundos deseos. Lo veía con claridad, con una claridad impresionante…

—¿Podrías haberles pedido que te convirtieran en humano?

Noté que respiraba lentamente, y cuando habló lo hizo con sinceridad.

—La respuesta breve a esa pregunta es sí, podría haberlo hecho.

Las lágrimas me nublaron la vista. Me sentí abrumada por mi egoísmo, aunque racionalmente sabía que yo no había tomado la decisión por él. Sin embargo, Patch la había tomado por mí y la culpa me azotaba al igual que las olas agitadas del mar a nuestros pies.

Al ver mi reacción, Patch sacudió la cabeza.

—No, escúchame. La respuesta larga a esa pregunta es que, cuando te conocí, todo en mí cambió. Lo que deseaba hace cuatro meses ya no es lo que deseo ahora. ¿Deseaba tener un cuerpo humano? Sí, intensamente. ¿Es mi prioridad principal? No —dijo, contemplándome con expresión grave—. Renuncié a algo que deseaba por algo que necesitaba. Y te necesito a ti, Ángel, más de lo que nunca comprenderás. Ahora eres inmortal, y yo también. Eso es importante.

—Patch… —empecé a decir. Tenía el corazón en un puño.

Sus labios me rozaron la oreja, una presión suave como un aleteo.

—Te quiero —dijo, en tono franco y afectuoso—. Me hiciste recordar a quien solía ser. Hiciste que recuperara el deseo de ser aquel hombre. Ahora mismo, mientras te abrazo, creo que juntos llevamos las de ganar. Soy tuyo, si me aceptas.

Y así, sin más, olvidé que estaba empapada, tiritando y a punto de ser la próxima cabecilla de una sociedad Nefilim con la cual no quería tener nada que ver. Patch me amaba. Todo lo demás carecía de importancia.

—Yo también te quiero —dije.

Él inclinó la cabeza y soltó un suave gemido.

—Te amaba mucho antes de que tú me amaras a mí. Es lo único en lo que te supero, y te lo recordaré cada vez que se presente la oportunidad.

Sus labios sobre mi cuello adoptaron una sonrisa maliciosa.

—Larguémonos de aquí. Te llevaré a mi casa, esta vez para siempre. Tenemos asuntos pendientes que tratar y creo que es hora de que hagamos algo.

Una idea me rondaba y vacilé. El sexo era algo muy importante. No estaba segura de estar preparada para complicarme la vida —ni nuestra relación— con ese tema, y ése sólo era la principal de una larga lista de posibles consecuencias. Si un ángel caído que se acostaba con un humano creaba un Nefil —un ser que nunca debió habitar la Tierra—, ¿qué ocurría cuando un ángel caído se acostaba con un Nefil? Basándome en lo que había observado del vínculo glacial entre los ángeles y los Nefilim, quizás aún no había ocurrido, pero ello sólo me hacía desconfiar todavía más de las consecuencias.

Si bien durante los últimos meses me había contentado con considerar que los arcángeles eran los malos de la película, albergaba ciertas dudas. ¿Había un motivo por el cual los ángeles no debían enamorarse de los mortales, o en mi caso, de un Nefil? ¿Se trataba de una norma arcaica con el objetivo de separar nuestras razas… o de una salvaguarda para evitar que la naturaleza y el destino se vieran afectados? En cierta oportunidad, Patch dijo que la raza Nefilim sólo existía porque los ángeles caídos querían vengarse por haber sido expulsados del cielo. Para vengarse de los arcángeles que los expulsaron, sedujeron a los humanos a los que antes debían proteger.

Y lograron vengarse, sí señor, además de desencadenar una guerra subterránea que había hecho estragos durante siglos: a un lado, los ángeles caídos, al otro los Nefilim, y los peones humanos atrapados en el medio. Aunque me daba miedo pensarlo, Patch había prometido que la guerra acabaría con la aniquilación de una raza entera. Aún estaba por verse cuál de ellas.

Y todo porque un ángel caído acabó en el lecho equivocado.

—Aún no —dije.

Patch arqueó una ceja oscura.

—¿Aún no nos largamos o aún no te largas conmigo?

—Tengo algunas preguntas —dije, lanzándole una mirada elocuente.

Él esbozó una sonrisa, pero ésta no ocultó cierta incertidumbre.

—Debería haber adivinado que sólo te quedabas conmigo para obtener respuestas.

—Bueno, sí, y tus besos. ¿Alguna vez te han dicho que besas maravillosamente?

—La única persona cuya opinión me importa está aquí —dijo, levantándome la barbilla y mirándome a los ojos—. No tenemos que regresar a mi casa, Ángel. Puedo llevarte a la tuya, si eso es lo que quieres. O, si prefieres dormir en mi estudio, podrás hacerlo al otro lado de la cama y trazaremos una línea de Prohibido Cruzar en el medio. Acepto. No me gustará, pero acepto.

Conmovida por su sinceridad, puse un dedo bajo su camisa, procurando hacer un gesto que demostrara mi gratitud. Rocé su piel bronceada y el deseo me abrasó. ¿Por qué él hacía que me fuera tan fácil sucumbir a deseos ardientes y devoradores, y olvidara la sensatez?

—Por si todavía no lo has adivinado —dije, y mi voz adoptó un tono ferviente y sonoro—, yo también te necesito.

—¿Es un sí? —preguntó, y me rozó los cabellos, extendiéndolos por encima de mis hombros y contemplándome con intensidad—. Por favor, que sea un sí —añadió en tono áspero—. Quédate conmigo esta noche. Aunque más no sea, deja que te abrace. Que te proteja.

Mi única respuesta fue entrelazar mis dedos con los suyos y atraerlo hacia mí. Le devolví el beso con descaro impenitente, codicioso e insensato, sintiendo cómo su toque me aflojaba las articulaciones, me derretía en lugares cuya existencia ignoraba. Cómo me desmoronaba beso a beso y me hacía perder el control y me arrojaba a un caldero de pasión oscura y provocadora en el que sólo estábamos él y yo. Hasta que nuestros cuerpos fueron sólo uno.