Empecé a tranquilizarme cuando cobré conciencia del abrazo protector de Patch. Estábamos sentados en el suelo de su habitación y yo me apoyaba contra él. Me mecía con suavidad, murmurando palabras de consuelo.
—Así que es verdad —dije—, que maté a Chauncey. Maté a un Nefil, un inmortal. Maté a alguien. De un modo indirecto, pero lo maté.
—Tu sacrificio debería haber servido para matar a Hank.
Asentí en silencio.
—Vi como se lo decías al arcángel. Lo vi todo. Utilizaste a Gabe, Jeremiah y Dominic para vaciar el almacén y hablar a solas con ella.
—Sí.
—¿Gabe encontró a Hank y lo obligó a jurarle lealtad?
—No. Lo hubiera hecho, pero yo llegué primero. No le dije toda la verdad a Gabe, dejé que creyera que le entregaría a Hank. Pero, cumpliendo con mis órdenes, Dabria aguardaba ante el almacén. En cuanto Hank apareció, ella lo atrapó. Cuando volví aquí y descubrí que no estabas, creí que Hank te había cogido. Llamé a Dabria y le dije que me trajera a Hank para interrogarlo. Lo siento —se disculpó—. La llevé conmigo porque lo que le ocurra me es indiferente. Ella es de usar y tirar. Tú, no.
—No estoy enfadada —dije. Lo que me preocupaba era mucho más importante que Dabria—. Los arcángeles, ¿votaron? ¿Qué le sucederá a Hank?
—Querían hablar conmigo antes de votar. Dado todo lo ocurrido, no se fían de mí. Les dije que si me dejaban matar a Hank ya no tendrían que seguir preocupándose por la hechicería diabólica. También les recordé que si Hank muere, tú te convertirás en la líder de su ejército Nefilim. Les prometí que tú impedirías la guerra.
—Haré lo que sea necesario —dije, asintiendo con impaciencia—. Quiero que Hank desaparezca. El voto ¿fue unánime?
—Ellos quieren que se resuelva este lío. Me han dado luz verde con respecto a Hank. El plazo expira al amanecer. —Fue entonces cuando noté la pistola apoyada en el suelo junto a su pierna.
—Te prometí que no te privaría de ese momento y, si aún lo deseas, nunca más volveré a mencionar el tema, pero no puedo permitir que actúes a ciegas. Es irreversible y nunca olvidarás la muerte de Hank. Yo lo mataré, Nora, lo haré si me dejas. Ésa es la opción; tú eliges y te apoyaré decidas lo que decidas, pero quiero que estés preparada.
No me amilané, y recogí la pistola.
—Quiero verlo. Quiero mirarlo a la cara y ver cómo se arrepiente cuando comprenda a dónde lo han llevado sus elecciones.
Sólo pasó un segundo antes de que Patch aceptara mi decisión con una inclinación de cabeza. Me condujo al pasillo secreto, cuya única iluminación provenía de las antorchas oscilantes. Las llamas iluminaban los primeros metros pero no pude ver más allá en la oscuridad asfixiante.
Seguí a Patch a lo largo del pasillo que descendía poco a poco. Al final apareció una puerta, Patch tiró de una argolla de hierro y se abrió.
En el interior, Hank estaba preparado y trató de abalanzarse sobre Patch, pero las esposas se lo impidieron. Soltando una risita demencial, dijo:
—No te saldrás con la tuya, no te engañes. —En sus ojos brillaba la satisfacción y el odio.
—¿Como tú cuando pensaste que podías engañar a los arcángeles? —contestó Patch en tono neutro.
Hank frunció el ceño y sólo entonces vio la pistola que yo llevaba en la mano.
—¿Qué significa esto? —preguntó en tono estremecedor.
Alcé la pistola y le apunté a Hank; disfruté al ver su confusión y luego su disgusto.
—Que alguien me diga qué está pasando —pidió Hank.
—Se te ha acabado el tiempo —le dijo Patch.
—Hemos alcanzado nuestro propio acuerdo con los arcángeles —aclaré.
—¿Qué acuerdo? —preguntó Hank, y sus palabras rezumaban ira.
—Ya no eres inmortal. Al final, la muerte llama a tu puerta —repliqué, apuntándole al pecho.
Hank soltó una carcajada breve y escéptica, pero el destello temeroso de su mirada me dijo que me creía.
—Me pregunto cómo será tu existencia en el otro mundo —murmuré—. Me pregunto si ahora mismo te cuestionas la vida que has construido. Me pregunto si te cuestionas cada una de tus decisiones e intentas descubrir por qué todo salió mal. ¿Recuerdas las innumerables personas a las que has utilizado y lastimado? ¿Recuerdas cada uno de sus nombres? ¿Ves el rostro de mamá? Espero que sí. Espero que su rostro te persiga siempre. La eternidad dura mucho tiempo, Hank.
Hank tironeó de las cadenas con tanta violencia que temí que se rompieran.
—Quiero que recuerdes mi nombre, Hank. Quiero que recuerdes que hice lo que tú deberías haber hecho conmigo: tenerme un poco de compasión.
De pronto su expresión salvaje y vengativa se tornó pensativa. Era un hombre astuto, pero no estaba segura de que hubiera adivinado mis intenciones.
—No encabezaré tu rebelión Nefilim —le dije—, porque no morirás. En verdad, vivirás unos cuantos años más. Es verdad que no vivirás en el Ritz, a menos que Patch convierta esta celda en una habitación de lujo.
Arqueé las cejas, solicitando el comentario de Patch.
«¿Qué estás haciendo, Ángel?», murmuró su voz en mi cerebro.
Para mi gran sorpresa, la capacidad de dirigirme a él mentalmente era algo natural. Algo hizo clic en mi cerebro y encaucé las palabras mediante un poder mental.
«No lo mataré. Y tú tampoco, así que olvídalo».
«¿Y los arcángeles? Teníamos un trato».
«Esto no está bien. No deberíamos matarlo. Creí que eso era lo que yo quería, pero tenías razón: si lo mato, jamás lo olvidaré. Nunca lograré borrarlo de mi memoria y no es eso lo que deseo. Quiero pasar página. Esto es lo correcto». Y aunque me lo callé, sabía que los arcángeles nos estaban usando para hacer su propio trabajo sucio. Y yo estaba harta de ensuciarme las manos.
Que Patch no me discutiera fue una sorpresa. Se enfrentó a Hank.
—Prefiero que sea fría, húmeda y estrecha. Además la insonorizaré. Así, por más que grites durante días, lo único que te acompañará será tu sufrimiento.
«Gracias», le dije a Patch, procurando hablar con sinceridad.
Una sonrisa maliciosa le curvó los labios.
«La muerte era un fin demasiado bueno para él. Así resultará más divertido».
Me hubiera reído si el asunto no fuera tan serio.
—Éste es el resultado de creerle a Dabria —le dije a Hank—. No es una profetisa, es una psicópata. Aprende de tus errores.
Le di la oportunidad de pronunciar unas últimas palabras pero, tal como había sospechado, se quedó mudo. Había albergado la esperanza de que tratara de disculparse, pero no me resultaba imprescindible. En cambio, se limitó a lanzarme una leve y extraña sonrisa expectante. Me inquietó un poco, pero supongo que ésa era su intención.
El silencio reinaba en la pequeña celda. La tensión ambiental se disipó; dejé de pensar en Hank y noté que Patch estaba a mi lado, y que la incertidumbre había dado paso al alivio.
Estaba exhausta y un temblor me recorría las manos, luego empezaron a temblarme las rodillas y las piernas. Me invadió el cansancio y la sensación de mareo. Las paredes de la celda, el aire viciado e incluso Hank se desvanecieron. Lo único que me mantenía en pie era Patch.
Sin aviso previo, me arrojé en sus brazos y la intensidad de su beso me presionó contra la pared. El alivio lo hizo estremecer; me aferré a su camisa y lo atraje hacia mí: necesitaba su proximidad como nunca. Sus labios saborearon los míos. Su beso no era el de un experto: un anhelo ardiente nos unía en la fresca oscuridad de la celda.
—Salgamos de aquí —me murmuró al oído.
Estaba a punto de asentir cuando vi llamas por el rabillo del ojo. Primero creí que una de las antorchas había caído al suelo, pero las llamas danzaban en la mano de Hank con un fantasmagórico resplandor azul. Tardé un momento en comprender lo que mis ojos se negaban a dar crédito.
Lo entendí poco a poco: Hank sostenía una bola de fuego azul en una mano y en la otra la pluma negra de Patch. Dos objetos completamente diferentes: uno claro y el otro oscuro, aproximándose el uno al otro de modo inexorable. Una voluta de humo surgió de la punta de la pluma.
No había tiempo para soltar un grito de advertencia. No había tiempo para nada. En esa milésima de segundo alcé la pistola y apreté el gatillo.
El disparo arrojó a Hank contra la pared, con los brazos extendidos y la boca abierta.
Después se quedó inmóvil.