Capítulo

28

—Hank organizó el choque —dije en voz baja—. Al principio creí que el choque había desbaratado su plan, pero nada fue accidental. Les ordenó a sus hombres que nos embistieran y me hizo creer que eran ángeles caídos. ¡Y fui lo bastante estúpida para creerle!

Patch arrastró el cuerpo del Nefil y lo dejó detrás de un seto, para impedir que lo vieran desde la calle.

—Así no llamará la atención antes de que se despierte —me explicó—. ¿Te vio con claridad?

—No, lo cogí por sorpresa —respondí, asustada—. Pero ¿por qué Hank consideró necesario organizar el choque? Todo el asunto parece vano. Su coche quedó totalmente destrozado, él sufrió una paliza… no lo comprendo.

—No pienso perderte de vista hasta que logremos descifrarlo —dijo Patch—. Entra y dile a Vee que no necesitas que te acompañe a casa en coche. Te recogeré ante la puerta en cinco minutos.

Me restregué los brazos, tenía la piel de gallina.

—Ven conmigo. No quiero estar sola. ¿Y si dentro hubiera más hombres de Hank?

Patch soltó un gruñido.

—Si Vee nos ve juntos, las cosas se liarán. Dile que alguien ofreció llevarte a casa y que la llamarás más tarde. Me quedaré junto a la puerta, sin perderte de vista.

—No se lo tragará. Se ha vuelto mucho más cautelosa que antes. —Rápidamente ideé la única solución posible—. Regresaré a casa con ella y, cuando se haya marchado, me reuniré contigo calle arriba. Hank estará allí, así que no aparques demasiado cerca.

Patch me abrazó y me besó.

—Ten cuidado.

En el interior del Devil’s Handbag un murmullo airado recorría el público. La gente arrojaba servilletas arrugadas y pajitas de plástico al escenario. Un grupo situado al otro lado de la pista cantaba «Serpentine es una mierda, Serpentine es una mierda». Me abrí paso a los codazos hasta alcanzar a Vee.

—¿Qué pasa?

—Scott se largó. Salió corriendo. El grupo no puede tocar sin él.

Sentí un retortijón en las tripas.

—¿Se largó? ¿Por qué?

—Se lo habría preguntado si le hubiese dado alcance. Saltó del escenario y echó a correr hacia las puertas; al principio todos creyeron que se trataba de una broma.

—Hemos de salir de aquí —le dije a Vee—. La gente no tardará en ponerse violenta.

—Amén —dijo Vee, se bajó del taburete y se dirigió hacia las puertas a toda prisa.

Cuando llegamos a la granja, Vee aparcó el Neon en el camino de entrada.

—¿Qué mosca le habrá picado a Scott? —preguntó.

Estaba tentada de mentirle, pero me había hartado de andar con rodeos con Vee.

—Creo que tiene problemas —dije.

—¿Qué clase de problemas?

—Creo que cometió ciertos errores y molestó a quienes no debía.

Vee parecía desconcertada.

—¿A quienes no debía? ¿Quiénes son esas personas?

—Personas muy malas, Vee.

Ésa fue toda la explicación necesaria y Vee puso la marcha atrás.

—Bien, ¿qué hacemos aquí sentadas? Scott está allí fuera y necesita nuestra ayuda.

—No podemos ayudarle. Los que lo buscan no tienen cargos de conciencia. No se lo pensarían dos veces antes de hacernos daño. Pero hay alguien que sí puede ayudarle, y con un poco de suerte ayudará a Scott a salir de la ciudad esta noche y ponerse a salvo.

—¿Scott debe abandonar la ciudad?

—Aquí corre peligro. Estoy segura de que los hombres que lo están buscando esperan que intente escapar, pero Patch sabrá cómo engañarlos…

—¡Un momento! ¿Acaso has recurrido a la ayuda de ese chiflado para que ayude a Scott? —exclamó Vee, alzando la voz y lanzándome una mirada de reproche—. ¿Tu madre sabe que te has vuelto a liar con él? ¿No se te ocurrió que quizá deberías haberme informado de ello? No he dejado de mentir sobre él, fingiendo que nunca existió, ¿mientras tú volvías a liarte con él a mis espaldas?

Al comprobar que lo confesaba sin rastros de remordimiento me enfadé.

—¿Así que por fin estás dispuesta a decir la verdad sobre Patch?

—¿La verdad? ¿La verdad? Mentí porque a diferencia de ese cretino, me importa lo que te ocurre. Está mal de la cabeza. Cuando apareció, tu vida cambió. Y la mía también, dicho sea de paso. Prefiero enfrentarme a una panda de presidiarios que a Patch en una calle desierta. Sabe aprovecharse de la gente y, al parecer, ha vuelto a las andadas.

Estaba tan disgustada que no lograba pensar con claridad.

—Si lo vieras como lo veo yo…

—¡Si eso ocurriera, puedes apostar a que me arrancaría los ojos!

Traté de tranquilizarme. Aunque estaba enfadada, podía ser razonable.

—Mentiste, Vee. Me miraste a la cara y me mentiste. Puede que mi madre me mienta, pero nunca hubiera creído que tú lo harías. —Abrí la puerta del coche—. ¿Cómo pensabas explicármelo cuando recuperara la memoria? —añadí de pronto.

—Esperaba que no la recuperaras. —Vee alzó las manos—. Ya está: lo dije. Estabas mejor sin ella, si eso suponía olvidarte de ese friki. No piensas con claridad cuando estás con él. Es como si vieras el uno por ciento de él que tal vez sea positivo ¡y no te percatas del otro noventa y nueve por ciento que consiste en pura maldad psicópata!

Me quedé boquiabierta.

—¿Algo más? —pregunté bruscamente.

—No. Eso resume lo que pienso al respecto con bastante precisión.

Me bajé del coche y di un portazo.

Vee bajó la ventanilla y se asomó.

—Llámame cuando recuperes el sentido común, tienes mi número —gritó. Después pisó el acelerador y desapareció en la oscuridad.

Permanecí entre las sombras, tratando de tranquilizarme. Al recordar las respuestas imprecisas de Vee cuando regresé a casa del hospital con la memoria destrozada, monté en cólera. Había confiado en ella. Había contado con que me diría lo que yo no lograba descifrar. Y lo peor de todo es que había colaborado con mi madre. Ambas aprovecharon mi amnesia para alejarme de la verdad. Y, por culpa de ellas, tardé mucho más en encontrar a Patch.

Estaba tan furiosa que casi olvidé que le había dicho a Patch que nos reuniríamos calle abajo. Refrené el enfado y me alejé de la granja, tratando de verlo en la oscuridad. Cuando su figura apareció lentamente en medio de las sombras ya no me sentía tan traicionada, pero aún no estaba dispuesta a llamar a Vee y perdonarla.

Patch estaba sentado a horcajadas en una moto Harley-Davidson negra aparcada junto a la calle. Al verlo, noté un cambio: algo peligroso y seductor vibraba en el aire y me detuve abruptamente. Tenía el corazón en un puño, como si él lo oprimiera con las manos y me sometiera secretamente a su voluntad. Bañado por la luz de la luna, parecía un delincuente.

Cuando me acerqué me tendió un casco.

—¿Dónde está el Tahoe? —pregunté.

—Tuve que abandonarlo, había demasiadas personas que sabían que lo conduzco, incluso los hombres de Hank. Lo aparqué en un prado; ahora lo ocupa un sin techo llamado Chambers.

Pese a mi estado de ánimo, solté una carcajada.

Patch arqueó las cejas.

—Necesitaba reír, después de la noche que he pasado —dije.

Patch me besó y luego me ajustó la correa del casco bajo la barbilla.

—Me alegro de haberte hecho reír. Monta, Ángel. Te llevaré a mi casa.

A pesar de estar profundamente bajo tierra, cuando llegamos hacía calor en el estudio de Patch y me pregunté si las tuberías de vapor que pasaban por debajo del Delphic servían para calentarlo. También había un hogar, y Patch encendió los leños. Cogió mi abrigo y lo colgó en un armario junto al vestíbulo.

—¿Tienes hambre? —preguntó.

Ahora fui yo quien arqueó las cejas.

—¿Compraste comida? ¿Para mí? —Me había dicho que los ángeles no poseían el sentido del sabor y que no necesitaban alimentarse, así que comprar comida resultaba innecesario.

—Hay una tienda de productos orgánicos junto a la salida de la carretera. No recuerdo la última vez que fui a comprar comida —dijo, sonriendo—. Quizá me haya pasado.

Entré en la cocina, llena de electrodomésticos de acero inoxidable, encimeras de granito negro y armarios de nogal: todo muy masculino y elegante. Abrí la nevera: a un lado había botellas de agua, espinacas y rúcula, setas, raíz de jengibre, queso Gorgonzola y feta, mantequilla de cacahuete y leche. Al otro, salchichas de Frankfurt, embutidos, Coca-Cola, postres de chocolate y nata montada. Traté de imaginarme a Patch empujando un carrito de la compra a lo largo de un pasillo y cogiendo lo que le agradaba, y tuve que esforzarme por contener la risa.

Cogí un postre y se lo ofrecí a Patch, pero él negó con la cabeza, se sentó en uno de los taburetes y apoyó el codo en la encimera con aire pensativo.

—¿Recuerdas algo más sobre el choque, antes de desmayarte?

Encontré una cuchara en un cajón y tomé un bocado de postre.

—No —dije, frunciendo el ceño—. Pero quizás esto sirva: el choque ocurrió justo antes de mediodía, y al principio creí que sólo había perdido el conocimiento durante unos minutos, pero cuando desperté en el hospital era de noche. Eso significa que faltan unas seis horas… ¿qué ocurrió durante esas seis horas faltantes? ¿Estuve con Hank? ¿Estuve tumbada en el hospital, inconsciente?

La preocupación se asomó a la mirada de Patch.

—Sé que esto no te gustará, pero si lográsemos que Dabria se aproxime a Hank, tal vez averigüe algo. No puede meterse dentro de su pasado, pero si todavía conserva una parte de sus poderes y logra ver su futuro, quizá descubramos qué está tramando, porque lo que pase en su futuro depende de su pasado. Pero conseguir que Dabria se acerque a él no será fácil. Hank actúa con mucha cautela. Cuando sale, al menos dos docenas de sus hombres forman una barrera impenetrable en torno a él. Incluso cuando está en tu casa, sus hombres están fuera vigilando las puertas, recorriendo los prados y patrullando la calle.

No lo sabía, y sólo hacía que me sintiera aún más violentada.

—Hablando de Dabria, esta noche estaba en el Devil’s Handbag —dije, tratando de parecer indiferente—. Fue lo bastante amable como para presentarse.

Observé a Patch detenidamente. No sabía qué reacción esperaba: la reconocería cuando la viera. Dicho sea en su honor, y para mi propia frustración, no demostró ningún interés.

—Dijo que habían puesto precio a la cabeza de Hank y ofrecido una recompensa —continué—. Diez millones de dólares para el primer ángel caído que logre atraparlo. Dijo que hay personas que no querrían ver a Hank encabezando una rebelión Nefilim y, aunque no entró en detalles, creo que sé quiénes son. No me sorprendería que allí fuera hubiese unos cuantos Nefilim que no quieren que Hank se haga con el poder, que preferirían verlo encerrado. —Hice una pausa para darle mayor peso a mis palabras—. Nefilim que están planeando un golpe de Estado.

—Diez millones parece una buena suma —comentó Patch, una vez más sin demostrar sus verdaderos sentimientos.

—¿Piensas traicionarme, Patch?

Él no dijo nada durante un buen rato, y cuando habló lo hizo en tono desdeñoso.

—Comprendes que eso es lo que Dabria quiere, ¿verdad? Te siguió al Devil’s Handbag esta noche con una única intención: convencerte de que quiero traicionarte. ¿Te dijo que perdí mi fortuna jugando y que diez millones son una tentación insuperable? No, según tu expresión, veo que no es eso. Tal vez te dijo que tengo mujeres ocultas en todos los rincones del planeta y pienso utilizar el dinero para seguir atrayéndolas. Lo que más le gusta es provocar tus celos y por eso apuesto a que todavía no he dado en el clavo, pero me estoy acercando.

Alcé la barbilla, fingiendo rebeldía para disimular mi inseguridad.

—Dijo que te has creado muchos enemigos y que planeas untarlos.

Patch soltó una carcajada.

—No negaré que la lista de mis enemigos es larga. ¿Crees que puedo untarlos a todos con diez millones? Quizá sí, quizá no. No se trata de eso. Hace siglos que me mantengo un paso por delante de mis enemigos y no pienso cambiar de táctica. La cabeza de Hank en bandeja significa más para mí una recompensa, y cuando descubrí que tú compartes mi deseo, eso sólo sirvió para aumentar mi decisión de encontrar el modo de matarlo, aunque sea un Nefilim.

No sabía qué contestar. Patch tenía razón: Hank no merecía pasar el resto de su vida en alguna prisión remota. Había destruido mi vida y mi familia, y cualquier cosa que no fuera la muerte era un castigo demasiado benigno.

Patch se llevó un dedo a los labios, silenciándome. Un momento después llamaron a la puerta.

Intercambiamos una mirada y oí la voz mental de Patch: «No espero a nadie. Ve a la habitación y cierra la puerta».

Asentí, indicando que comprendía. Atravesé el estudio en silencio y me encerré en la habitación de Patch. A través de la puerta oí la carcajada abrupta de Patch y sus palabras amenazadoras.

—¿Qué estás haciendo?

—¿Soy inoportuna? —contestó una voz apagada. Femenina y extrañamente familiar.

—Tú lo has dicho.

—Es importante.

Me sentí invadida por el temor y la cólera al identificar al visitante: Dabria se había presentado sin aviso previo.

—Tengo algo para ti —dijo ella en tono demasiado llano, demasiado seductor.

«Apuesto a que sí», pensé cínicamente. Estaba tentada de salir y darle una cálida bienvenida, pero me contuve. Quizás estaría más dispuesta a hablar si ignoraba que yo estaba escuchando. Entre mi orgullo y la posibilidad de obtener información, ganó esta última.

—Tuvimos suerte. Esta noche, hace un rato, la Mano Negra se puso en contacto conmigo —prosiguió Dabria—. Quería reunirse conmigo, estaba dispuesto a pagar un montón de dinero y yo consentí.

—Quería que le leyeras el futuro —afirmó Patch.

—Por segunda vez en dos días. Tenemos un Nefil muy minucioso entre manos. Minucioso, pero no tan cauteloso como en el pasado. Comete pequeños errores. En esta ocasión, no se molestó en acudir acompañado de sus guardaespaldas. Dijo que no quería que nadie escuchara nuestra conversación. Me dijo que le leyera el futuro por segunda vez, para asegurarse de que ambas versiones encajaban. Simulé que no me ofendía, pero tú sabes que me disgusta que me cuestionen.

—¿Qué le dijiste?

—Normalmente, mis visiones son un secreto entre la profetisa y el cliente, pero quizás esté dispuesta a hacer un trato —dijo, en tono coqueto—. ¿Qué me ofreces?

—¿Profetisa?

—Tiene cierto caché, ¿no te parece?

—¿Cuánto? —preguntó Patch.

—El primero que menciona un precio pierde: tú me lo enseñaste.

Me pareció que Patch ponía los ojos en blanco.

—Diez mil.

—Quince.

—Doce. No desafíes a la suerte.

—Siempre es divertido hacer negocios contigo, Jev. Como en los viejos tiempos. Formábamos un gran equipo.

Entonces la que puso los ojos en blanco fui yo.

—Habla —dijo Patch.

—Preví la muerte de Hank y se lo dije sin ambages. No pude darle detalles, pero le dije que pronto habría un Nefil menos en este mundo. Empiezo a creer que la palabra «inmortal» es poco adecuada. Primero Chauncey y ahora Hank.

—¿Cómo reaccionó? —fue todo lo que dijo Patch.

—No reaccionó. Se marchó en silencio.

—¿Algo más?

—Has de saber que posee el collar de un arcángel. Lo percibí.

Me pregunté si eso significaba que Marcie había conseguido robarme el collar de Patch. La había invitado a casa para que me ayudara a elegir la bisutería a juego con mi vestido, pero lo más curioso es que no había aceptado. Claro que Hank era perfectamente capaz de darle su llave y decirle que husmeara en mi habitación cuando yo no estuviera.

—No conocerás a algún antiguo arcángel que ha perdido su collar, ¿verdad? —preguntó Dabria.

—Mañana te transferiré el dinero —fue la respuesta de Patch.

—¿Para qué quiere el collar Hank? Al salir, oí que le dijo a su chófer que lo llevara al almacén. ¿Qué hay en el almacén? —insistió ella.

—La profetisa eres tú —contestó él con sorna.

La risa tintineante de Dabria resonó en el estudio; luego se volvió juguetona.

—A lo mejor debería echarle un vistazo a tu futuro. Quizá se cruce con el mío.

Entonces me puse de pie y salí de la habitación sonriendo.

—Hola, Dabria. ¡Qué sorpresa más agradable!

Ella se volvió, y al verme su expresión se volvió furibunda.

Estiré los brazos por encima de la cabeza.

—Estaba durmiendo la siesta cuando el agradable sonido de tu voz me despertó.

Patch sonrió.

—Conoces a mi novia, ¿verdad, Dabria?

—Oh sí, nos conocemos —dije en tono alegre—. Por suerte, he vivido para contarlo.

Dabria abrió la boca y luego la cerró. Sus mejillas se habían cubierto de rubor.

—Por lo visto, Hank se ha hecho con el collar de un arcángel —me dijo Patch.

—Curioso, ¿no?

—Ahora hemos de averiguar qué pretende hacer con él.

—Cogeré mi abrigo.

—Tú te quedas aquí, Ángel —dijo Patch en un tono que me desagradó. No solía manifestar sus sentimientos, pero su voz denotaba firmeza combinada con… preocupación.

—¿Te encargarás de este asunto a solas?

—En primer lugar —dijo Patch—, Hank no debe vernos juntos. En segundo, no me gusta la idea de meterte en un asunto que podría ponerse feo. Si necesitas un motivo más: te quiero. Éste es un territorio desconocido para mí, pero necesito saber que cuando acabe la noche, tú estarás aquí esperándome.

Parpadeé. Patch nunca me había hablado con tanto afecto, pero no podía olvidarme del asunto.

—Lo prometiste —dije.

—Y cumpliré con lo prometido —contestó, se puso su cazadora de motorista, se acercó a mí y apoyó su cabeza en la mía.

«Ni se te ocurra dar un paso fuera de la puerta, Ángel. Regresaré en cuanto pueda. No puedo dejar que Hank le ponga el collar al arcángel sin averiguar qué quiere. Allí fuera serías una presa fácil. Ya tiene la única cosa que quería: no le demos dos. Hemos de acabar con esto de una vez por todas».

—Prométeme que te quedarás aquí, donde sé que estás a salvo —dijo en voz alta—. La alternativa es que le ordene a Dabria que permanezca aquí y haga de perro guardián —añadió, alzando las cejas como si me preguntara: «¿Qué has decidido?»

Dabria y yo intercambiamos una mirada disgustada.

—Vuelve pronto —dije.