Capítulo

24

Cuando Patch se marchó, decidí que era hora de dejar de jugar a ser princesa y me puse mi ropa normal. Acababa de ponerme la camisa cuando noté que me faltaba algo: mi bolso.

Miré debajo del banco de terciopelo, pero no estaba. Aunque estaba casi segura de no haberlo colgado de un gancho, miré debajo del vestido rojo. Me puse los zapatos, aparté la cortina y corrí al centro de la tienda, donde descubrí a Marcie examinando sostenes con relleno.

—¿Has visto mi bolso?

Ella se detuvo lo bastante para decir:

—Te lo llevaste al probador.

—¿Era una alforja de cuero color marrón? —preguntó una vendedora.

—¡Sí!

—Acabo de ver a un hombre saliendo de la tienda con el bolso. Entró sin decir una palabra y supuse que era tu padre —dijo, se llevó una mano a la cabeza y frunció el ceño—. De hecho, habría jurado que lo era… pero a lo mejor me lo imaginé. Fue un momento muy extraño.

«Un truco mental», pensé.

—Tenía cabello gris y llevaba un jersey a rombos…

—¿Hacia dónde fue? —la interrumpí.

—Salió por la puerta principal y se dirigió al parking.

Eché a correr, Marcie me pisaba los talones.

—¿Crees que es buena idea? —jadeó—. ¿Y si tuviera un arma? ¿Y si fuera un desequilibrado?

—¿Qué clase de hombre roba un bolso por debajo de la puerta de un probador? —pregunté.

—A lo mejor estaba desesperado. Tal vez necesitaba dinero.

—¡Entonces debería haber robado tu bolso!

—Todo el mundo sabe que Silk Garden es una tienda de lujo —razonó Marcie—. Puede que creyera que con cualquier bolso conseguido ahí se haría con mucho dinero.

Lo que no podía decirle era que lo más probable es que fuera un Nefilim o un ángel caído. Y mi instinto me decía que estaba motivado por algo más importante que un puñado de billetes.

Alcanzamos el parking en el momento en que un coche negro salía de un hueco. El resplandor de los faros impedía ver detrás del parabrisas. El motor rugió y el coche aceleró hacia nosotras.

Marcie me cogió de la manga.

—¡Muévete, so idiota!

Haciendo chirriar los neumáticos, el coche pasó junto a nosotras, salió a la calle, se saltó el semáforo en rojo, apagó los faros y desapareció en la oscuridad.

—¿Viste qué marca era? —preguntó Marcie.

—Un Audi A6. Vi algunos números de la matrícula.

Marcie me echó un vistazo.

—No está mal, ojos de tigre.

—¿No está mal? —exclamé, lanzándole una mirada furibunda—. ¡Se ha largado con mi bolso! ¿No te parece un poco extraño que un tío que conduce un Audi necesite robar bolsos? ¿El mío, en particular? —Y, además, ¿por qué un inmortal querría hacerse con mi bolso?

—¿Era de diseño?

—¡No, de la tienda Target!

Marcie se encogió de hombros.

—Bien, fue muy excitante. ¿Y ahora, qué? ¿Lo olvidamos y volvemos a ir de compras?

—Voy a llamar a la policía.

Treinta minutos después un coche de policía se detuvo ante Silk Garden y el detective Basso se apeó. De pronto deseé haber aceptado el consejo de Marcie de olvidar el asunto. La noche iba de mal en peor.

Marcie y yo estábamos en el interior de la tienda, junto a las ventanas, y el detective Basso se acercó. Al verme al principio pareció sorprendido y cuando se cubrió la boca, me pareció que ocultaba una sonrisa.

—Alguien me robó el bolso —dije.

—Dime qué ocurrió.

—Entré en el probador para probarme vestidos para la fiesta del instituto. Cuando terminé, noté que mi bolso no estaba en el suelo donde lo había dejado. Salí y la vendedora me dijo que había visto a un hombre que se lo llevaba.

—Tenía cabello gris y llevaba un jersey a rombos —añadió la vendedora.

—¿Llevabas tarjetas de crédito en la cartera? —preguntó Basso.

—No.

—¿Efectivo?

—No.

—¿El valor total del objeto?

—Setenta y cinco dólares. —El bolso sólo había costado veinte, pero hacer una cola de dos horas para conseguir un nuevo permiso de conducir debía de valer al menos cincuenta.

—Presentaré un informe, pero no hay mucho más que pueda hacer. En el mejor de los casos, el tipo se deshará del bolso y alguien lo llevará a la comisaría. En el peor, te compras un bolso nuevo.

Marcie me cogió del brazo.

—Mira el lado positivo —dijo, palmeándome la mano—. Perdiste un bolso barato pero te harás con un vestido de lujo.

Me tendió una bolsa con el logotipo de Silk Garden que contenía un vestido.

—Ya está pagado. Puedes agradecérmelo más adelante.

Eché un vistazo al interior de la bolsa: contenía el vestido rojo cuidadosamente colgado de una percha.

Estaba en mi habitación, devorando un trozo de tarta de chocolate y contemplando con furia el vestido rojo colgado de la puerta del armario. Todavía no me lo había probado pero estaba convencida de que me parecería a Jessica en la película ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, pero sin sus pechos XXL.

Me lavé los dientes y la cara, y me apliqué crema de contorno de ojos. Le di las buenas noches a mamá, me dirigí a mi habitación, me puse un monísimo pijama de franela de Victoria’s Secret y apagué la luz.

Tal como Patch me había aconsejado, traté de dormir y no pensar en nada. Él había dicho que podía introducirse en mis sueños, pero tenía que estar receptiva. Me sentía un tanto escéptica y a la vez esperanzada. Y no me oponía en absoluto. Tras la noche que acababa de pasar, lo único que me haría sentir mejor era que Patch me abrazara. Aunque fuera en sueños.

Tumbada en la cama, recordé los acontecimientos del día y dejé que mi subconsciente transformara los recuerdos en fantasmagorías. Recordé fragmentos de diálogos, chispazos de colores. De pronto me encontré en el probador de Silk Garden con Patch. Sólo que en esta versión sus dedos aferraban la cinturilla de mis tejanos y los míos le revolvían el cabello. Unos pocos centímetros separaban sus labios de los míos y yo podía notar la calidez de su aliento.

Me había sumergido en el sueño casi por completo cuando noté que me quitaban las mantas.

Me incorporé y vi a Patch inclinado sobre mi cama. Llevaba los mismos tejanos y la misma camiseta blanca de antes; enrolló las mantas y las arrojó a un lado.

—¿Dulces sueños? —preguntó, sonriendo.

Miré en torno. La habitación tenía un aspecto normal: la puerta estaba cerrada, la lámpara estaba encendida, mi ropa colgaba encima de la mecedora donde la había dejado y el vestido de Jessica Rabbit aún pendía de la puerta del armario. Pero pese a ello, algo parecía… extraño.

—¿Es real o es un sueño? —le pregunté a Patch.

—Un sueño.

—Guau. Estaba convencida de que era real.

—La mayoría de los sueños parecen reales. Sólo notas los fallos del guion cuando despiertas.

—Explícamelo.

—Formo parte del paisaje de tu sueño. Imagina que tu subconsciente y el mío atravesaron una puerta mental creada por ti. Estamos juntos en la habitación, pero no es un lugar físico. La habitación es imaginaria, pero no tus pensamientos. Tú elegiste el escenario y la ropa que llevas, y tú decides qué dirás. Pero a diferencia de una versión de mí mismo soñada por ti, estoy realmente en el sueño contigo y las cosas que digo y hago no son producto de tu imaginación. Yo las controlo.

Estaba segura de haber comprendido lo suficiente.

—¿Estamos a salvo aquí?

—Si lo que preguntas es si Hank nos espiará, no, lo más probable es que no.

—Pero si tú puedes hacerlo, ¿qué impide que lo haga él? Sé que es un Nefilim y, a menos que esté muy equivocada, los ángeles caídos y los Nefilim tienen poderes semejantes.

—Hasta que intenté meterme en tus sueños hace unos meses, no sabía casi nada sobre cómo funciona esto. He descubierto que requiere un vínculo estrecho entre ambos sujetos y también que quien sueña debe estar profundamente dormido; no resulta fácil elegir el momento adecuado: si te apresuras, el que sueña despertará. Si dos ángeles, o dos Nefilim, o cualquier combinación de éstos, invaden un sueño al mismo tiempo tratando de imponerse, es probable que el soñador despierte. Te guste o no, el vínculo entre tú y Hank es muy estrecho, pero si todavía no ha intentado invadir tus sueños, no creo que lo haga a estas alturas del partido.

—¿Cómo descubriste todo esto?

—Por ensayo y error. —Patch vaciló, como si avanzara con pies de plomo—. Hace poco también recibí ayuda de un ángel caído. A diferencia de mí, antes de su caída era una experta en leyes angelicales. No me sorprendería que hubiera memorizado el Libro de Enoc, un tratado sobre la historia de los ángeles. Sabía que si alguien poseía las respuestas era ella. Tuve que insistir, pero al final me lo dijo —comentó con expresión indiferente—. Con «ella» me refiero a Dabria.

El corazón me dio un vuelco. No quería sentir celos de la ex de Patch, ya que comprendía que debían de haber compartido una historia romántica. Pero sentí una enorme aversión por Dabria, tal vez combinada con un resto de odio, puesto que había intentado matarme. O quizás el instinto me decía que no dudaría en volver a traicionarnos.

—¿Así que después de todo te encontraste con ella? —pregunté en tono acusador.

—Nos encontramos hoy, por casualidad y, ya puestos, decidí obtener respuestas a una serie de preguntas que me rondaban por la cabeza. He procurado encontrar el modo de comunicarme contigo en secreto y no quería desaprovechar la oportunidad de que ella me lo dijera.

Casi no presté atención a sus palabras.

—¿Por qué te estaba buscando?

—No me lo dijo y no tiene importancia. Obtuvimos lo que queríamos y eso es lo que me importa: ahora disponemos de un modo de comunicación privado.

—¿Aún tiene michelines?

Patch puso los ojos en blanco.

Yo tenía muy presente que él había esquivado mi pregunta.

—¿Ha estado en tu estudio?

—Esto empieza a parecer un programa de preguntas y respuestas de la tele, Ángel.

—En otras palabras, ha estado allí.

—No —repuso Patch en tono paciente—. ¿Podemos dejar de hablar de Dabria?

—¿Cuándo me la presentarás? —«Le diré que se mantenga a distancia de ti».

Patch se rascó la mejilla, pero me pareció ver que sonreía.

—Quizá no sea buena idea.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Acaso crees que no sabré comportarme? ¡Gracias por confiar en mí! —exclamé, furiosa con él y con mi estúpida inseguridad.

—Creo que Dabria es una narcisista y una ególatra. Mejor mantenerse a distancia.

—¡A lo mejor deberías seguir tu propio consejo!

Me volví, pero Patch me cogió del brazo y me puso delante de él. Apoyó su frente contra la mía. Traté de zafarme pero entrelazó los dedos con los míos.

—¿Qué debo hacer para convencerte de que estoy utilizando a Dabria con un único fin: acabar con Hank, trozo a trozo si no queda más remedio, y hacerle pagar por todo el mal que le ha hecho a la chica que amo?

—No me fío de Dabria —dije, aferrada a mi indignación.

Patch cerró los ojos y suspiró levemente.

—Por fin hay algo sobre lo cual estamos de acuerdo.

—No creo que debamos usarla, incluso si puede acceder al círculo íntimo de Hank con mayor rapidez que tú o que yo.

—Si dispusiéramos de más tiempo o si existiera otra posibilidad, no vacilaría. Pero de momento ella es nuestra única oportunidad. No me traicionará, es demasiado lista. Cogerá el dinero que le ofrezco y se marchará aunque le duela su orgullo.

—No me gusta. —Me acurruqué entre sus brazos e incluso en el sueño, el calor de su cuerpo me relajó—. Pero confío en ti.

Patch me besó, un beso prolongado y tranquilizador.

—Esta noche ocurrió algo extraño —dije—. Alguien robó mi bolso del probador del Silk Garden.

Inmediatamente, Patch frunció el ceño.

—¿Sucedió después de que me marchara?

—O justo antes de que llegaras.

—¿Viste quién lo cogió?

—No, pero la vendedora dijo que era un hombre que podría haber sido mi padre, por la edad. Ella no le impidió que se marchara, pero creo que el hombre le hizo un truco mental. ¿Crees que puede ser una coincidencia que un inmortal me robe el bolso?

—Creo que nada es una coincidencia. ¿Qué fue lo que vio Marcie?

—Nada, al parecer, aunque la tienda estaba casi vacía. —Observé su mirada fría y calculadora—. Crees que Marcie tuvo algo que ver, ¿no?

—Resulta difícil de creer que no haya visto nada. Empiezo a pensar que toda la historia fue una trampa. Cuando entraste en el probador, ella podría haber hecho una llamada y avisarle al ladrón de que no había moros en la costa. Quizás haya visto tu bolso por debajo de la cortina y se lo haya comunicado.

—¿Para qué querría mi bolso? A menos que… —me interrumpí—… creyera que contenía el collar del que Hank quiere apoderarse. La ha involucrado y ella es su cómplice.

Patch apretó los labios.

—Es capaz de poner en peligro a su hija. Lo demostró contigo.

—¿Aún crees que Marcie no sabe lo que Hank es en realidad?

—No, no lo sabe. Hank debe de haberle mentido acerca del motivo por el que quiere el collar; quizá le haya dicho que le pertenece. Y ella no habrá hecho preguntas. Si tiene un objetivo, Marcie se convierte en un pit-bull.

Un pit-bull. Y que lo digas.

—Hay algo más. Antes de que el ladrón se largara, vi el coche que conducía. Era un Audi A6.

A juzgar por su expresión, comprendí que el dato significaba algo para él.

—El brazo derecho de Hank, un Nefil llamado Blakely, conduce un Audi.

Me estremecí.

—Empiezo a flipar. Evidentemente, él cree que el collar le servirá para obligar al arcángel a hablar. ¿Qué es lo que quiere averiguar? ¿Qué sabe el arcángel como para que Hank se arriesgue a la represalia de los arcángeles?

—Y justo antes del Jeshván —murmuró Patch, con aire preocupado.

—Podríamos tratar de liberar al arcángel —sugerí—. Así, aunque Hank se apodere del collar, no dispondrá de un arcángel.

—Ya lo he pensado, pero nos enfrentamos a dos grandes problemas. Primero: el arcángel desconfía aún más de mí que de Hank, y si me acerco a su jaula armará un escándalo. Segundo: en el almacén de Hank hay muchos de sus hombres. Necesitaría mi propio ejército de ángeles caídos para enfrentarme a ellos, y convencerlos de que me ayuden a rescatar a un arcángel sería bastante complicado.

Ahí pareció acabar la conversación y ambos contemplamos nuestras escasas posibilidades en silencio.

—¿Qué pasó con el otro vestido? —preguntó Patch por último, mirando el vestido de Jessica Rabbit.

—Marcie creyó que el rojo me sentaría mejor —dije, suspirando.

—¿Y tú qué opinas?

—Que Marcie y Dabria se harían amigas de inmediato.

Patch rio en voz baja, y su risa me acarició tan seductoramente como un beso.

—¿Quieres mi opinión?

—Sí, puesto que todos los demás ya han manifestado la suya.

Se sentó en la cama y se apoyó en los codos.

—Pruébatelo.

—Puede que me quede un poco estrecho —dije; de pronto me sentí un tanto incómoda—. Marcie tiende a comprar las tallas más pequeñas.

Patch se limitó a sonreír.

—Tiene una raja hasta el muslo.

La sonrisa de Patch se volvió más amplia.

Me encerré en el armario y me puse el vestido, que se deslizó por encima de mis curvas como un líquido; la raja descubría mis muslos. Salí del armario, me recogí el cabello y le dije:

—¿Me subes la cremallera?

Patch me escrutó con sus ojos oscuros y brillantes.

—No me gusta nada que acudas al baile con Scott enfundada en ese vestido. Te lo advierto: si cuando regreses a casa el vestido está arrugado, aunque sólo sea un poco, buscaré a Scott allí donde esté y pobre de él cuando lo encuentre.

—Le daré tu mensaje.

—Si me dices dónde se esconde, se lo daré yo mismo.

Tuve que esforzarme para no sonreír.

—Algo me dice que tu mensaje sería bastante más directo.

—Digamos que él lo comprendería.

Patch me cogió de la muñeca y me atrajo hacia sí para besarme, pero algo iba mal. Su rostro se volvió borroso y se confundió con el fondo. Casi no percibí el roce de sus labios y, lo que es peor, noté que me separaba de él como un trozo de cinta adhesiva que se despega de un cristal.

Patch también lo notó y maldijo en voz baja.

—¿Qué está ocurriendo? —pregunté.

—Es el mestizo —gruñó.

—¿Scott?

—Está llamando a la ventana de tu habitación. Te despertarás en cualquier momento. ¿Es la primera vez que merodea por aquí de noche?

Consideré que sería mejor no responder. Patch estaba en mi sueño y no podía hacer nada precipitado, pero eso no significaba que avivar la competencia entre ambos fuera una buena idea.

—¡Acabaremos esta conversación mañana! —fue lo único que me dio tiempo a decir antes de que el sueño y Patch se desvanecieran.

Desperté y comprobé que, efectivamente, Scott entraba en mi habitación y cerraba la ventana a sus espaldas.

—Vamos, arriba —dijo.

Solté un gemido.

—Has de dejar de hacer esto, Scott. Mañana tengo clase. Además, estaba soñando algo muy agradable —refunfuñé.

—¿Soñabas conmigo? —preguntó con una sonrisa chulesca.

—Será mejor que tengas una buena excusa —me limité a contestar.

—Mejor que buena. Me han contratado para tocar la guitarra en un grupo llamado Serpentine. Debutamos en el Devil’s Handbag el fin de semana que viene. Los del grupo tienen dos entradas gratuitas y tú eres una de las afortunadas —dijo y, con un gesto teatral, depositó dos entradas en mi cama.

Cada vez estaba más despierta.

—¿Te has vuelto loco? ¡No puedes tocar en un grupo! Se supone que te ocultas de Hank. Una cosa es que asistas al baile conmigo, pero esto es ir demasiado lejos.

Scott dejó de sonreír y adoptó una expresión agria.

—Creí que te alegrarías por mí, Grey. He estado oculto durante dos meses. Vivo en una caverna y tengo que ingeniármelas para comer, y todo se está volviendo cada vez más difícil con la llegada del invierno. Me veo obligado a meterme en el mar tres veces por semana para bañarme y el resto del día lo paso tiritando junto al fuego. No tengo tele ni móvil, estoy completamente desconectado. ¿Quieres que te diga la verdad? Estoy harto de esconderme: vivir huyendo no es vida, más vale estar muerto —dijo, rozando el anillo de la Mano Negra que aún llevaba—. Me alegro de que me convencieras de que volviera a llevarlo. Hace meses que no me sentía tan vivo. Si Hank intenta algo, le espera una gran sorpresa. Mis poderes han aumentado.

Me quité las mantas de encima y me enfrenté a él.

—Hank sabe que estás en la ciudad, Scott. Sus hombres están buscándote. Has de permanecer oculto hasta… al menos hasta el Jeshván —dije, convencida de que el interés de Hank por Scott se reduciría en cuanto sus planes se pusieran en marcha.

—No dejo de decírmelo, pero ¿y si no es así? ¿Y si se ha olvidado de mí y todo esto es a santo de nada?

—Sé que te está buscando.

—¿Acaso él te lo dijo? —preguntó, pillándome en un farol.

Dado su estado de ánimo actual, fui incapaz de decirle quién me lo había dicho. Scott no se tomaría el consejo de Patch en serio y entonces tendría que explicarle por qué estaba liada con él.

—Me lo dijo una fuente confiable.

Scott agitó la cabeza.

—Intentas asustarme. Aprecio el gesto —dijo con cinismo—, pero he tomado una decisión: después de reflexionar, he decidido que, pase lo que pase, puedo enfrentarme a él. Unos meses de libertad son mejores que toda una vida en la cárcel.

—No puedes dejar que Hank te encuentre —insistí—, porque de lo contrario te encerrará en una de sus prisiones de hormigón. Te torturará. Tienes que aguantar un poco más. Por favor —supliqué—. Sólo unas semanas más.

—A la mierda con eso. Me largo. Tocaré en el Devil’s Handbag, vengas o no vengas.

La repentina actitud despreocupada de Scott me resultaba incomprensible. Hasta este momento, había evitado cuidadosamente acercarse a Hank, ¿y ahora se jugaba la vida por algo tan trivial como un baile del instituto… y un concierto de rock?

De repente se me ocurrió una idea horripilante.

—Dijiste que el anillo de la Mano Negra te conecta con él. ¿Puede haberte acercado a él de algún modo? Quizás el anillo no sólo aumenta tus poderes, a lo mejor es una especie de… baliza.

—La Mano Negra no me atrapará —bufó Scott.

—Te equivocas. Y si sigues así te atrapará antes de lo que te imaginas —dije en tono suave pero con dureza.

Traté de cogerlo del brazo, pero se apartó, salió por la ventana y la cerró tras de sí de un golpe.