Mi primera sensación fue estar clavada contra algo. No, clavada dentro de algo, encerrada en un ataúd, atrapada en una red. Indefensa y dominada por otro cuerpo. Un cuerpo que parecía el mío: las mismas manos, el mismo pelo, idéntico hasta en el más mínimo detalle, pero un cuerpo que yo no podía controlar. Un extraño cuerpo fantasmal que actuaba en contra de mi voluntad, que me arrastraba.
Lo segundo que pensé fue «Patch».
Patch me estaba besando. Me besaba de un modo aún más aterrador que el cuerpo fantasmal y que su control inquebrantable sobre mí. La boca de Patch en todas partes. La lluvia, tibia y dulce. Un trueno lejano. Y su cuerpo, ocupando todo el espacio, tan próximo al mío, irradiando calor.
«Patch».
Atónita y temblorosa, me aferré al recuerdo. Supliqué que me soltaran.
Solté un grito ahogado, como si hubiera estado a punto de asfixiarme bajo el agua y abrí los ojos.
—¿Qué ocurre? —preguntó Jev, y me rodeó los hombros al tiempo que me apoyaba en él.
Volvíamos a estar en su estudio de granito y las mismas velas iluminaban las paredes, y la familiaridad del lugar me llenó de alivio. Sentía terror de quedarme atrapada allí abajo, de estar prisionera en un cuerpo que no controlaba.
—Yo aparecía en tu recuerdo —dije—. Pero no había un doble. Estaba atrapada en el interior de mi cuerpo, pero no podía controlarlo ni moverlo. Era… aterrador.
—¿Qué viste? —preguntó, tan tenso como si su cuerpo fuera de piedra y un empujón pudiera romperlo en mil pedazos.
—Estábamos aquí encima, en la caseta. Cuando pronuncié tu nombre no dije Jev, dije Patch, y tú me estabas… besando. —Me sentía demasiado espantada como para ruborizarme.
Jev me quitó el cabello de la frente y me acarició la mejilla.
—No pasa nada —murmuró—. En aquel entonces me conocías como Patch. Ése era el nombre que usaba cuando nos conocimos. Dejé de usarlo cuando te perdí y, desde entonces opté por llamarme Jev.
Me sentía como una estúpida por llorar, pero no podía evitarlo. Jev era Patch. Mi antiguo novio. De repente todo cobraba sentido. Con razón nadie reconocía su nombre: lo cambió tras mi desaparición.
—Yo te devolvía el beso —dije, llorando—. En el recuerdo.
Su rostro se relajó.
—¿Tan espantoso fue?
Me pregunté si alguna vez lograría decirle el efecto del beso. Era tan placentero que me expulsó automáticamente de su recuerdo.
Para no contestarle, repuse:
—Antes me dijiste que en cierta ocasión intentaste traerme aquí a tu casa, pero que Hank lo impidió. Creo que ése fue el recuerdo que vi, pero no vi a Hank. No llegué hasta ahí e interrumpí la conexión. No soportaba estar dentro de mi cuerpo pero sin poder controlarlo. No estaba preparada para sentir cuán real sería la sensación.
—La chica que controlaba tu cuerpo eras tú —me recordó—. Tú en el pasado. Antes de perder la memoria.
Me puse de pie y caminé de un lado a otro.
—He de volver.
—Nora…
—He de enfrentarme a Hank. Y no podré hacerlo antes de enfrentarme a él allí dentro —dije, señalando las cicatrices de Jev con el dedo. «Y enfrentarte a ti misma —pensé—. Has de enfrentarte a la parte de ti misma que conoce la verdad. La parte que dejaste atrás».
Jev me lanzó una mirada inquisidora.
—¿Quieres que te saque?
—No. Esta vez llegaré hasta el fondo.
En cuanto regresé al interior del recuerdo de Jev fue como si alguien le diera a un interruptor y un instante después reviví la escena retrospectiva a través de los ojos de la chica que había sido antes de que me borraran la memoria. Su cuerpo tomó el control del mío y también sus pensamientos. Respiré profundamente para superar el pánico y me abrí a ella, a mí misma.
Fuera, la lluvia golpeaba contra el techo metálico de la caseta. Nos había empapado tanto a Patch como a mí y él lamió una gota de lluvia de mi labio. Lo cogí de la cinturilla de los tejanos y lo atraje hacia mí. Nuestras bocas se fundieron, haciéndonos olvidar el aire frío.
—Te quiero —dijo, besándome el cuello afectuosamente—. No recuerdo haber sentido jamás tanta felicidad.
Cuando me disponía a contestarle, una voz masculina e inexplicablemente familiar surgió del rincón más oscuro de la caseta.
—¡Muy conmovedor! Coged al ángel.
Un grupo de jóvenes de gran estatura, Nefilim sin lugar a dudas, emergieron de las sombras, rodearon a Patch y le sujetaron los brazos detrás de la espalda.
Antes de entender lo que ocurría oí la voz mental de Patch con la misma claridad que si me hubiera hablado al oído. «Cuando yo empiece a luchar, echa a correr. Coge el Jeep. No vayas a casa. Quédate en el Jeep y no te detengas hasta que yo te encuentre».
El hombre que permanecía en la parte posterior de la caseta dando órdenes dio un paso adelante, iluminado por la fantasmagórica luz del parque de atracciones que penetraba a través de las numerosas rendijas de la caseta. Parecía demasiado joven para su edad real, tenía ojos azules y una sonrisa cruel.
—Señor Millar —musité.
¿Cómo podía estar aquí? Después de todo por lo que había pasado esa noche, un atentado casi fatal contra mi vida y el descubrimiento de la sórdida verdad acerca de mi genealogía, sólo para estar con Patch. ¿Y ahora esto? No parecía real.
—Permite que me presente correctamente —dijo—. Soy la Mano Negra. Conocía muy bien a Harrison, tu padre. Me alegro de que no esté presente para ver como te rebajas con uno de la camada del diablo. —Hank sacudió la cabeza—. No eres la chica en la que creí que te convertirías, Nora. Confraternizando con el enemigo, burlándote de tu genealogía. Pero puedo perdonártelo.
Hizo una pausa elocuente.
—Dime, Nora. ¿Fuiste tú quien mató a Chauncey Langeais, mi querido amigo y socio?
Se me heló la sangre. Me debatía entre el impulso de mentir y la convicción de que sería inútil. Él sabía que yo había matado a Chauncey. Frunció el ceño y me miró con frialdad.
«¡Ahora! —gritó Patch, interrumpiendo mis pensamientos—. ¡Corre!»
Eché a correr hacia la puerta de la caseta, pero, tras un par de pasos, un Nefil me cogió de un brazo y con igual rapidez me aprisionó el otro detrás de la espalda. Intenté zafarme y desesperadamente traté de alcanzar la puerta.
A mis espaldas oí los pasos de Hank Millar.
—Esto se lo debo a Chauncey.
Ya no sentía frío a causa de la lluvia; hilillos de sudor se deslizaban por debajo de mi camisa.
—Compartíamos un proyecto y pensábamos llevarlo hasta el final —continuó Hank—. ¿Quién hubiera sospechado que precisamente tú serías quien casi lo haría fracasar?
Se me ocurrieron un montón de respuestas maliciosas, pero no osaba provocar a Hank. La única ventaja de la que disponía era el tiempo, y debía aprovecharla. El Nefil me hizo girar en el preciso instante en que Hank cogía un puñal largo y delgado de la cinturilla del pantalón.
«Tócame la espalda».
La voz de Patch se abrió paso a través del pánico que me invadía y lo miré de soslayo.
«Entra en mi recuerdo. Toca el sitio en el que mis alas se unen a mi espalda». Patch me instó a que lo hiciera asintiendo con la cabeza.
«Del dicho al hecho hay mucho trecho», pensé, aunque sabía que no podía oírme. Nos separaban un par de metros y los Nefilim nos mantenían prisioneros a ambos.
—Suéltame —le dije al Nefil que me cogía de los brazos—. Los dos sabemos que no iré a ninguna parte. No puedo correr más rápido que todos vosotros.
El Nefil miró a Hank y éste le indicó que me soltara con la cabeza. Después suspiró, parecía casi aburrido.
—Lo lamento, Nora, pero esto no puede quedar impune. Chauncey hubiese hecho lo mismo por mí.
Me froté los antebrazos, doloridos por la violencia con que el Nefil me había atrapado.
—¿Impune? ¿Y qué hay de la familia? Soy tu hija, soy de tu misma sangre. —«Y nada más».
—Eres una mancha en mi genealogía —exclamó—. Una renegada. Una humillación.
Le lancé una mirada furibunda, a pesar del temor que me atenazaba.
—¿Estás aquí para vengar a Chauncey o se trata de un intento de guardar las apariencias? ¿No puedes con la idea de que tu hija salga con un ángel caído y te abochorne ante todo tu pequeño ejército Nefilim? ¿Me acerco a la respuesta? —Y yo, que no quería provocarlo.
Hank frunció ligeramente el entrecejo.
«¿Podrás penetrar en mi recuerdo antes de que él te rompa el pescuezo?», siseó Patch mentalmente.
No lo miré, temía perder mi decisión si lo hacía. Ambos sabíamos que introducirme en sus recuerdos no serviría para escapar de ahí, se limitaría a trasladar mi mente a su pasado. Y supuse que eso era lo que Patch deseaba: que yo estuviera en otro lugar cuando Hank me matara. Patch sabía que esto era el final y quería ahorrarme el dolor de estar consciente durante mi propia ejecución. La ridícula imagen de un avestruz con la cabeza metida en la arena pasó por mi cabeza.
Si iba a morir dentro de unos instantes, no sería antes de pronunciar las palabras que esperaba que persiguieran a Hank durante toda la eternidad.
—Supongo que elegir a Marcie como hija tuya fue una buena idea —dije—. Es mona, popular, sale con los chicos adecuados y es demasiado estúpida para cuestionar lo que haces. Pero sé que los muertos pueden regresar. Antes, esta noche, vi a mi padre… al verdadero.
Hank frunció el ceño aún más.
—Si él puede visitarme, nada impide que yo visite a Marcie… o a tu mujer. Y las cosas no se detendrán ahí. Sé que vuelves a salir con mi madre a escondidas. Le diré la verdad sobre ti, viva o muerta. ¿Cuántas citas crees que obtendrás antes de que le diga que tú me mataste?
Eso fue todo lo que pude decir antes de que Patch le pegara un rodillazo en la tripa al Nefil que lo cogía del brazo derecho. Éste se desplomó y Patch le pegó un puñetazo en la nariz al Nefil que lo cogía del brazo izquierdo. Se oyó un crujido horrendo y después un aullido ahogado.
Corrí hacia Patch y me lancé sobre él.
—Date prisa —dijo, poniendo mi mano por debajo de su camisa.
La pasé a ciegas por su espalda, con la esperanza de entrar en contacto con el punto en que sus alas se unían a su piel. Las alas estaban hechas de una materia espiritual y no podía verlas ni tocarlas, pero era lógico que ocuparan buena parte de su espalda.
Alguien —Hank o uno de los Nefilim— me agarró de los hombros, pero sólo resbalé un poco; Patch me abrazaba y me presionaba contra su pecho. Sin tiempo que perder, volví a tocar la piel lisa y elástica de su espalda. «¿Dónde estaban sus alas?»
Patch me besó la frente y murmuró algo ininteligible. No hubo tiempo para nada más. Una luz blanca y cegadora estalló en mi mente. Un instante después flotaba en un universo oscuro moteado de lucecitas de colores. Sabía que debía acercarme a una de ellas —cada una era un recuerdo almacenado—, pero parecían muy lejanas.
Oí los gritos de Hank y comprendí que no había cruzado del todo. Puede que mi mano estuviera cerca de la base de las alas de Patch, pero no lo bastante cerca. No lograba reprimir las atroces imágenes de todas las maneras horrendas y dolorosas en las que Hank podía poner fin a mi vida y me abrí paso a través de la oscuridad, con la decisión de ver a Patch en sus recuerdos una última vez, antes de que todo acabara.
Las lágrimas me nublaban la vista. «El fin». No quería que éste fuese aquel momento, que se acercara sigilosamente y sin avisar. Había tantas cosas que quería decirle a Patch… ¿Sabía lo mucho que significaba para mí? Lo que compartíamos… apenas había empezado. Ahora no se podía ir todo a tomar viento.
Evoqué una imagen del rostro de Patch. La imagen que elegí era la de la primera vez que nos encontramos. El cabello largo se rizaba en torno a sus orejas y su mirada parecía percibir todos los secretos y anhelos de mi alma. Recuerdo su expresión sorprendida cuando entré en Bo’s Arcade, interrumpí su partida de billar y exigí que me ayudara a acabar nuestros deberes de biología. Recuerdo su sonrisa lobuna desafiándome a seguirle el juego cuando se disponía a besarme aquella primera vez en la cocina de mi casa…
Patch también gritaba. No ante mí en sus recuerdos sino mucho más abajo, en la caseta. Tres palabras se destacaron por encima de las demás, distorsionadas como si hubieran recorrido una gran distancia.
«Trato. Acuerdo mutuo».
Procuré oír más. ¿Qué estaba diciendo Patch? De repente temí que, fuera lo que fuese, no me iba a gustar.
«¡No! —grité; tenía que detener a Patch. Intenté regresar a la caseta, pero estaba flotando en el vacío—. ¡Patch! ¿Qué le estás diciendo?»
Sentí un curioso tirón en el cuerpo, como si algo me hubiera agarrado de la columna vertebral. Los gritos se desvanecieron y caí hacia una luz cegadora en el interior del recuerdo de Patch.
Una vez más.
Alcancé el interior del segundo recuerdo en un instante.
Volvía a estar en la húmeda y fría caseta con Hank, sus Nefilim y Jev, y sólo se me ocurrió que este segundo recuerdo estaba empezando precisamente donde acababa el otro. Sentí como si alguien volviera a darle al mismo interruptor, pero esta vez no estaba encerrada en una versión del pasado de mí misma. Mis ideas y mis actos pertenecían a mi yo actual. Ahora era una doble, una transeúnte invisible que observaba la versión de Jev de este momento, tal como él lo recordaba.
Sostenía una versión aletargada de mi cuerpo en sus brazos, a excepción de mi mano apoyada en su espalda. Tenía los ojos en blanco y me pregunté si recordaría ambos recuerdos cuando me recuperara del todo.
—Ah, sí. He oído hablar de ese truco —dijo Hank—. Supongo que es verdad. Ahora ella está dentro de tu recuerdo, ¿y sólo gracias a tocarte las alas?
Al contemplar a Hank me sentí indefensa. ¿Acababa de decir que él era mi padre? Sí. Sentí el impulso de pegarle puñetazos en el pecho hasta que lo negara, pero la verdad ardía como una llama en mi pecho. Podía aborrecerlo cuanto quisiera, pero eso no cambiaba el hecho de que su inmunda sangre circulaba por mis venas. Puede que Harrison Grey me diera todo el amor de un padre, pero Hank Millar me había dado la vida.
—Te propongo un trato —dijo Jev en tono brusco—. Algo que tú desees, a cambio de la vida de ella.
—¿Qué podrías tener tú que yo pudiese desear? —dijo Hank. Una sonrisa le agitaba los labios.
—Estás montando un ejército Nefilim con la esperanza de derrocar a los ángeles caídos en el mes de Jeshván. No te sorprendas. No soy el único ángel que sabe qué tramas. Hay grupos de ángeles caídos forjando alianzas y harán que sus vasallos Nefilim lamenten haber pensado que podían liberarse. No será un Jeshván agradable para ningún Nefil marcado por la fidelidad a la Mano Negra. Y eso sólo es la punta del iceberg con respecto a lo que les espera. Nunca lograrás tus propósitos sin un aliado.
Haciendo un gesto, Hank indicó a sus hombres que se largaran.
—Dejadme a solas con el ángel. Llevad fuera a la chica.
—Debes estar de broma si crees que estoy dispuesto a perderla de vista.
Divertido, Hank cedió soltando un bufido.
—Muy bien. Consérvala mientras puedas.
En cuanto los Nefilim se marcharon, Hank dijo:
—Continúa.
—Deja vivir a Nora y seré tu espía.
Hank arqueó sus cejas rubias.
—Vaya, vaya. Lo que sientes por ella es más profundo de lo que creía —dijo, contemplando mi cuerpo inconsciente—. Diría que ella no lo merece. Por desgracia, lo que tú y tus ángeles custodios amigos opinan de mis planes me es indiferente. Siento un interés mucho mayor por los ángeles caídos, por lo que están pensando, por las medidas que piensan tomar para contrarrestar mis intenciones. Ya no eres uno de ellos, así que ¿cómo piensas enterarte de sus planes?
—Eso es asunto mío.
Hank lo juzgó con la mirada.
—De acuerdo —dijo por fin—. Siento curiosidad. No soy yo quien lleva las de perder —añadió, encogiéndose de hombros—. ¿Supongo que querrás que preste un juramento?
—Desde luego —contestó Jev fríamente.
Hank volvió a sacar el puñal y se hizo un corte en la palma de la mano izquierda.
—Juro que dejaré a la chica con vida. Si rompo mi juramento, que muera y regrese al polvo del que fui creado.
Jev cogió el puñal, también se hizo un corte, cerró el puño y dejó caer unas gotas de un líquido similar a la sangre.
—Juro que te proporcionaré toda la información posible sobre los planes de los ángeles caídos. Si rompo mi juramento, me encadenaré en el infierno personalmente.
Ambos se estrecharon las manos, mezclando su sangre. Cuando las separaron, las heridas habían cicatrizado.
—Mantente en contacto —dijo Hank en tono irónico, y se quitó el polvo de la camisa, como si estar en la caseta lo hubiera ensuciado. Se llevó el móvil a la oreja y, al ver que Jev lo observaba, añadió—: Compruebo que mi coche está dispuesto. —Pero cuando habló, sus palabras adquirieron un tono de dureza—. Que acudan mis hombres, todos. Quiero que se lleven a la chica.
Jev se quedó inmóvil, y al tiempo que se oyeron pasos rápidos acercándose a la caseta, dijo:
—¿Qué significa esto?
—Juré que la dejaría con vida —contestó Hank—. Pero yo decidiré cuándo la soltaré, y eso también depende de ti. Te la entregaré cuando me hayas proporcionado la suficiente información para garantizar que lograré derrocar a los ángeles caídos en Jeshván. Considera a Nora como una póliza de seguros.
Jev echó un vistazo a la puerta de la caseta, pero Hank añadió:
—Ni lo pienses. Te superamos en un número de veinte a uno. A ambos nos disgustaría que Nora resultara innecesariamente herida en la pelea. No seas tonto y entrégamela.
Jev lo cogió de la manga y lo atrajo hacia sí.
—Si te la llevas, me encargaré de que tu cadáver abone el suelo que pisamos —le dijo en el tono más cargado de odio que yo jamás había oído.
La expresión de Hank no era de temor sino de suficiencia.
—¿Mi cadáver? ¿Me ha llegado el turno de reír?
Hank abrió la puerta de la caseta y sus Nefilim entraron en tromba.
Al igual que en un sueño, los recuerdos de Jev se interrumpieron casi antes de haber empezado. Hubo un instante de desorientación y después volví a ver el estudio de granito. La luz de las velas iluminaba su silueta y las llamas revelaron el brillo severo de sus ojos. Un auténtico ángel oscuro.
—Vale —susurré, aún presa del vértigo—. Vale… de acuerdo.
Jev sonrió, pero su expresión era dubitativa.
—¿Eso es todo: vale, de acuerdo?
Me volví hacia él. Ya no podía contemplarlo del mismo modo y las lágrimas se derramaban por mis mejillas sin darme cuenta de que había empezado a llorar.
—Hiciste un trato con Hank. Me salvaste la vida. ¿Por qué harías eso por mí?
—Ángel —murmuró Jev, se acercó y me cogió la cara con las manos—. Creo que no sabes de lo que soy capaz, con tal de conservarte a mi lado.
Se me hizo un nudo en la garganta, no sabía qué decir. Ahora resultaba que Hank Millar, el hombre que durante años había permanecido silenciosamente entre las sombras, me había dado la vida sólo para tratar de ponerle fin, y Jev era el motivo por el que seguía con vida. Hank Millar, que había estado en mi casa en numerosas ocasiones, como si le perteneciera. Que había sonreído y besado a mi madre, que me había dirigido palabras cariñosas y familiares…
—Él me raptó —dije, reconstruyendo lo sucedido. Antes lo había sospechado, pero los recuerdos de Jev llenaron los huecos con toda claridad—. Juró que no me mataría, pero me mantuvo como rehén para asegurarse de que espiaras para él. Durante tres meses. ¡Engañó a todo el mundo durante tres meses! Sólo para obtener información acerca de los ángeles caídos. Dejó que mamá creyera que yo había muerto.
Claro que sí. Había demostrado que no tenía reparos en ensuciarse las manos. Era un Nefil poderoso capaz de realizar toda clase de trucos mentales y, tras abandonarme en el cementerio, los utilizó para impedir que recuperara la memoria, porque a fin de cuentas no podía soltarme y dejar que yo difundiera sus diabólicos actos.
—Lo odio. No hay palabras para expresar la ira que siento. Quiero que pague, lo quiero muerto —dije con mucha firmeza.
—La marca que tienes en la muñeca no es de nacimiento —dijo Jev—. La he visto antes, en dos oportunidades. La llevaba Chauncey Langeais, mi antiguo vasallo Nefil. Hank Millar también la lleva, Nora. La marca indica que ambos compartís la misma sangre, como un indicio externo de un marcador genético o una secuencia de ADN. Hank es tu padre biológico.
—Lo sé —dije en tono amargo.
Entrelazó sus dedos con los míos y me besó los nudillos. La presión de sus labios era como una corriente eléctrica bajo la piel.
—¿Lo recuerdas?
—Me oí a mí misma decirlo cuando estaba en tu recuerdo, pero ya debo de haberlo sabido, porque no me sorprendí; me enfadé. No recuerdo cuándo lo supe por primera vez.
Presioné la marca que me atravesaba la cara interior de la muñeca.
—Pero lo noto. Hay una desconexión entre mi cabeza y mi corazón, pero percibo la verdad. Dicen que cuando alguien se queda ciego, su oído se vuelve más agudo. He perdido una parte de mi memoria, pero a lo mejor mi intuición es mayor.
Nos quedamos pensando en eso en silencio. Lo que Jev ignoraba es que mi verdadero parentesco no era la única información sobre la cual mi intuición emitía un juicio.
—No quiero hablar de Hank. No ahora. Quiero hablar de algo diferente que he visto. O más bien, de algo que he descubierto.
Él me miró, con curiosidad y cautela a la vez.
—Descubrí que o bien estaba locamente enamorada de ti o estaba haciendo la mejor interpretación de mi vida.
Su mirada permaneció neutral, pero me pareció ver un destello de esperanza.
—¿Qué te parece lo más probable?
«Sólo hay un modo de averiguarlo».
—Primero, necesito saber qué ocurrió entre tú y Marcie. Éste es uno de esos momentos donde lo que más te conviene es decirme la verdad —le advertí—. Marcie dijo que fuiste su aventura de verano. Scott me dijo que ella desempeñó un papel en nuestra separación. Lo único que falta es tu versión.
Jev se restregó la barbilla.
—¿Acaso parezco una aventura de verano?
Intenté imaginarme a Jev jugando con un Frisbee en la playa o untándose con protector solar. Traté de imaginarlo comprándole un helado a Marcie en el paseo marítimo y escuchando pacientemente su interminable cháchara, pero las imágenes sólo me provocaron una sonrisa.
—De acuerdo —dije—. Ahora escúpelo.
—Marcie era una misión. Aún no me había convertido en un renegado, todavía tenía mis alas, lo cual me convertía en un ángel custodio a las órdenes de los arcángeles, y ellos querían que la vigilara. Es la hija de Hank, lo que es igual a un peligro por asociación. La mantuve fuera de peligro, pero no fue una experiencia agradable. He hecho todo lo posible por olvidarlo.
—¿Así que no pasó nada?
—Estuve a punto de dispararle un par de veces, pero eso fue todo —dijo, sonriendo.
—Una oportunidad perdida.
Jev se encogió de hombros.
—Siempre hay una segunda vez. ¿Aún quieres hablar de Marcie?
Le sostuve la mirada y negué con la cabeza.
—No tengo ganas de hablar —confesé en voz baja.
Me puse de pie y lo obligué a imitarme, un tanto mareada por la audacia de lo que me proponía hacer. Los sentimientos se arremolinaban en mi interior y sólo logré identificar dos de ellos: la curiosidad y el deseo.
Jev permaneció inmóvil.
—Ángel —dijo en tono áspero, y me rozó la mejilla con el pulgar, pero yo me retiré un poco.
—No te apresures. Si aún albergo un recuerdo de ti, no puedo forzarlo. —Era media verdad. La otra mitad me la guardé. No había dejado de fantasear en secreto sobre este momento desde que lo conocí. Desde entonces, había creado cientos de variantes en mi cabeza, pero mis fantasías nunca me habían hecho sentir lo que ahora. Me sentía irresistiblemente atraída.
Sucediera lo que sucediera, no quería olvidar cómo era estar con Jev. Quería grabar su tacto, su sabor, incluso su aroma tan profundamente dentro de mí que nadie, nadie, pudiera quitármelos jamás.
Deslicé las manos por su torso, memorizando cada músculo. Aspiré las mismas fragancias de aquella primera noche en el Tahoe: cuero, especias, hierbabuena. Recorrí su rostro con los dedos explorando sus facciones marcadas, casi italianas. Jev no se movió, y mantuvo los ojos cerrados mientras yo lo tocaba.
—Ángel —repitió en el mismo tono tenso.
—Todavía no.
Deslicé los dedos entre sus cabellos, memoricé hasta el último detalle: el tono bronceado de su piel, su aspecto seguro, sus pestañas largas y seductoras. Su cuerpo no era de líneas puras y simétricas y por ello me resultaba aún más interesante.
«Basta de rodeos», me dije finalmente. Me incliné hacia él y cerré los ojos.
Sus labios se abrieron bajo los míos y un temblor recorrió su cuerpo férreamente controlado. Me rodeó con los brazos y me apretó contra su pecho. Sus besos aumentaron de intensidad y me sentí desconcertada.
Tenía las piernas temblorosas y pesadas. Me apoyé contra Jev y ambos nos deslizamos a lo largo de la pared hasta que quedé a horcajadas en su regazo. Una llama se encendió en mis entrañas y su calor lo consumió todo. Un mundo oculto se abrió entre ambos, tan aterrador como familiar. Sabía que era real, que ya había besado así antes, que había besado así a Patch. No recordaba llamarlo por otro nombre que no fuera Jev, pero de algún modo parecía… el idóneo. El recuerdo deliciosamente ardiente amenazó con devorarme.
Fui la primera en apartarme, y me lamí el labio inferior.
—¿Qué tal? —dijo Patch en voz baja.
—La práctica hace al maestro —contesté, inclinando la cabeza hacia él.