—Te he dado la oportunidad de resolver esto por las buenas, pero se me está acabando la paciencia —me advirtió Pepper. Se metió la pistola en el bolsillo de los pantalones y se secó la frente con ambas manos—. Si no puedo encontrar a Patch, conseguiré que me encuentre él a mí.
Enseguida vi adónde quería llegar.
—¿Acaso piensas secuestrarme? Oh, no, por supuesto que no eres un vulgar delincuente, Pepper: solo un criminal, un sociópata y un corrupto.
Se desabrochó el cuello de la camisa e hizo una mueca.
—Necesito que Patch me haga un favor. Un pequeño favor. Eso es todo. Es algo inofensivo, te lo aseguro.
Tenía la sensación de que su idea de «favor» significaba lo siguiente: Patch lo seguía hasta el infierno y, una vez allí, Pepper lo dejaba encerrado a traición. Un método eficaz de quitar de en medio a un chantajista.
—Yo soy uno de los buenos —aseguró Pepper—. Un arcángel. Puede confiar en mí. Deberías haberle dicho que confiara en mí.
—Secuestrarme será el mejor modo de perder su confianza. Piénsalo bien, Pepper. Así no vas a conseguir que Patch coopere contigo.
Tiró con fuerza del cuello de la camisa. Se le había puesto la cara tan roja que parecía un cerdo sudoroso.
—La cosa es mucho más complicada de lo que parece. Se me acaban las opciones, ¿entiendes?
—Eres un arcángel, Pepper. Y, sin embargo, aquí estás: rondando por la Tierra con un arma en el bolsillo y amenazando a la gente. No creo que seas inofensivo, del mismo modo que no creo que no quieras hacerle daño a Patch. Los arcángeles no se quedan en la Tierra durante largos períodos de tiempo, y tampoco secuestran a la gente. ¿Sabes lo que pienso? Que te has vuelto malo.
—Estoy aquí cumpliendo una misión. No soy malo, pero tengo que tomarme algunas… libertades.
—Dios mío, casi me convences.
—Tengo un trabajo para tu novio que solo puede hacer él. No quiero secuestrarte, pero me has puesto contra las cuerdas. Necesito que Patch me ayude, y lo necesito ya. Camina hacia la lancha, poco a poco. Un movimiento brusco y disparo.
Pepper hizo un gesto con la mano y la lancha avanzó obedientemente por el agua, hacia el amarradero más cercano. Patch no me había dicho que los arcángeles podían controlar los objetos. La sorpresa no me gustó nada, y me pregunté hasta qué punto podía complicar mis intentos de fuga.
—¿No te has enterado? Patch ya no es mi novio —le dije—. Ahora salgo con Dante Matterazzi. Seguro que has oído hablar de él. Todo el mundo lo conoce. Patch ya forma parte de mi pasado.
—Supongo que pronto lo sabremos, ¿verdad? Si tengo que volver a repetirte que eches a andar, te meteré una de estas balas en el pie.
Levanté las manos al nivel de los hombros y avancé por el amarradero. Deseé haberme puesto la chaqueta tejana en la que Patch había ocultado el busca. Si supiera dónde me encontraba, seguro que iría a buscarme. Tal vez había cosido otro busca en el chaleco que llevaba, pero no podía contar con ello. Y, como no tenía ni idea de dónde se había metido, ni siquiera si estaba bien, tampoco podía contar con él.
—Sube a la lancha —me ordenó Pepper—. Coge la cuerda que hay en el asiento y átate las manos a la barandilla.
—Ya veo que vas en serio —le dije para ganar tiempo. Miré los árboles que bordeaban el río. Si lograba llegar hasta ellos, tal vez podría esconderme. Era más probable que las balas de Pepper les dieran a los árboles que a mí.
—Te tengo reservada una bonita y espaciosa habitación en un almacén a cincuenta kilómetros de aquí. En cuanto lleguemos, llamaré a tu novio.
Cerró el puño, extendió su pulgar rechoncho y rosado, y se llevó la mano al oído, como si fuera un teléfono.
—Ya veremos entonces si llegamos a un acuerdo. Si hace el juramento de encargarse de un asunto personal para mí, tal vez puedas volver a verle, a él y a tus amigos y familiares.
—¿Y cómo piensas llamarle? Su móvil lo tienes tú.
Pepper frunció el ceño. No se le había ocurrido. Tal vez su desorganización jugase a mi favor.
—Entonces tendremos que esperar que nos llame él. Espero por tu bien que se dé prisa.
Subí a la lancha de mala gana. Cogí la cuerda y empecé a atarla en un nudo. No podía creer que Pepper fuera tan estúpido. ¿De veras creía que una cuerda normal y corriente podía retenerme?
Pepper contestó a mi pregunta.
—En caso de que estés pensando en escaparte, que sepas que esta cuerda está encantada. Parece inofensiva, pero es más resistente que el acero. Ah, y en cuanto te hayas atado las manos, la hechizaré de nuevo. Si tiras aunque solo sea un poco de ella para liberarte, soltará una descarga de doscientos voltios.
Traté de mantener la compostura.
—¿Uno de los truquitos de los arcángeles?
—Digamos que soy más poderoso de lo que crees.
Pepper levantó una de sus piernecillas y la plantó en el suelo de la lancha, delante del asiento del piloto. Antes de que pudiera meter dentro su otra pierna, me dejé caer contra el lateral de la lancha, que se alejó inevitablemente del amarradero. Pepper trataba de mantener el equilibrio, con un pie dentro y un pie fuera, mientras la distancia que los separaba iba aumentando.
Pero reaccionó al instante. Se levantó en el aire, más de un metro por encima de la lancha, volando. En la fracción de segundo en que había decidido hacerlo caer, me había olvidado de un detalle: Pepper tenía alas. Y lo que había conseguido era sacarlo de quicio.
Salté al agua, y nadé tan rápido como pude hacia el centro del río mientras las balas de su pistola se sumergían a mi alrededor.
Oí un chapoteo y supe que Pepper se había lanzado al agua tras de mí. Me atraparía en cuestión de segundos y cumpliría su promesa de meterme una bala en el pie, o algo peor. Yo no tenía la fortaleza de un arcángel, pero era una Nefil, y me había entrenado con Dante… dos veces. Así que decidí hacer algo o muy estúpido o muy valiente.
Planté los pies firmemente en el fondo arenoso del río e, impulsándome con todas mis fuerzas, salí disparada fuera del agua. Para mi sorpresa, recorrí varios metros verticalmente, elevándome por encima de las copas de los árboles que se apiñaban en la orilla. Mi vista alcanzaba kilómetros a la redonda, más allá de las fábricas y los campos de cultivo, hasta la autopista punteada de pequeños coches y camiones. Y algo más lejos vi todo Coldwater, con sus grupitos de casas, sus tiendas y sus parques cubiertos de césped.
Enseguida empecé a perder velocidad. El estómago se me volvió del revés y el aire azotó mi cuerpo al bajar. El río ascendía rápidamente hacia mis pies. Sentí la necesidad de agitar frenéticamente los brazos, pero era como si mi cuerpo no estuviera hecho para eso. Ya no era ágil ni eficaz: se había convertido en un auténtico misil. Mis pies se estrellaron contra el amarradero, rompiendo las tablas de madera y hundiéndose de nuevo en el agua.
Más balas silbaron a mi alrededor. Aparté frenéticamente los escombros con las manos, subí a trompicones hacia la ribera y eché a correr hacia los árboles. Dos mañanas de surcar a la carrera la oscuridad me habían proporcionado cierta preparación, pero no explicaban que, de pronto, fuese tan rápida como Dante. Los árboles pasaban junto a mí como manchas borrosas, y mis pies saltaban y brincaban con agilidad, como si pudieran anticipar los movimientos medio segundo antes que mi mente.
Corrí hacia el camino asfaltado sin apenas tocar el suelo, me metí dentro del coche, y salí derrapando del aparcamiento. Para mi sorpresa, ni siquiera me faltaba el aliento.
¿Adrenalina? Tal vez. Pero no lo creía.
Conduje hasta la farmacia Allen y aparqué el coche entre dos camiones que me resguardaban de las miradas de cualquiera que pasara por la calle. Y entonces me hundí en el asiento tratando de hacerme invisible. Estaba bastante segura de que Pepper me había perdido la pista en el río, pero ninguna precaución estaba de más. No podía volver al instituto. Lo que necesitaba era encontrar a Patch, pero no sabía por dónde empezar.
El timbre del móvil me sacó de mis pensamientos.
—Eh, Grey —dijo Scott—. Vee y yo vamos a comer al Taco Hut, pero la gran pregunta del día es: ¿dónde estás? Ahora que a) sabes conducir, y b) dispones de cuatro ruedas (ejem, gracias a mí), no tienes por qué quedarte en la cafetería del instituto. Para que lo sepas…
Ignoré su tono guasón.
—Necesito el número de Dante. Mándamelo en un mensaje, y que sea deprisa —le insté. Tenía su número grabado en mi antiguo móvil, pero no en ese.
—¿Y qué tal «por favor»?
—Pero, bueno, ¿qué es esto? ¿El martes de la doble moral?
—¿Cómo es que necesitas su número? Creía que Dante era tu nov…
Colgué y traté de pensar las cosas con calma. ¿Qué sabía a ciencia cierta? Que un arcángel que llevaba una doble vida quería secuestrarme y usarme de cebo para conseguir que Patch le hiciera un favor. O dejara de chantajearle. O ambas cosas. También sabía que Patch no era el chantajista.
¿Qué información me faltaba? El paradero de Patch. Si estaba a salvo. ¿Se pondría en contacto conmigo? ¿Necesitaba mi ayuda?
«¿Dónde estás, Patch?», le grité al universo.
Sonó el móvil.
AQUÍ TIENES EL NÚMERO DE DANTE. Y HE OÍDO QUE EL CHOCOLATE VA BIEN PARA EL SÍNDROME PREMENSTRUAL, escribió Scott.
—Muy gracioso —dije en voz alta marcando el número. Dante respondió después del tercer tono—. Tenemos que vernos —le espeté.
—Oye, si es por lo de esta mañana…
—¡Por supuesto que es por lo de esta mañana! ¿Qué me has dado? Después de ingerir ese líquido extraño, puedo correr tan deprisa como tú y elevarme quince metros en el aire. Ah, y estoy bastante segura de que mi visión es más que perfecta.
—Todo eso desaparecerá. Para mantener ese ritmo, tendrías que tomar ese líquido azul a diario.
—¿Esa cosa azul tiene nombre?
—Por teléfono no.
—Vale. Pues veámonos.
—En el Rollerland dentro de treinta minutos.
Me quedé sin habla.
—¿Quieres que nos encontremos en la pista de patinaje?
—Son las doce de la mañana de un día laborable. No habrá más que mamás y niños de menos de tres años. Así es más fácil localizar a los posibles espías.
No estaba segura de quién pensaba él que podía estar espiándonos, pero tenía la extraña sensación de que, fuera lo que fuera ese líquido azul, Dante no era el único que lo ambicionaba. Mi mejor hipótesis era que se trataba de algún tipo de droga. Había experimentado sus efectos de primera mano. Proporcionaba poderes fuera de lo normal. Había sido como si no tuviera límites, como si mis capacidades físicas pudieran llegar tan lejos como quisiera. La sensación era excitante… y sobrenatural. Y esto último era precisamente lo que más me preocupaba.
Cuando aún estaba con vida, Hank había experimentado con la hechicería diabólica convocando los poderes del infierno para su propio beneficio. Los objetos que hechizaba siempre desprendían un inquietante halo azul. Hasta entonces había creído que la hechicería diabólica había muerto con Hank, pero empezaba a tener mis dudas. Tal vez fuera una coincidencia que la misteriosa bebida de Dante tuviera también un tono azulado, pero el instinto me decía lo contrario.
Salí del coche y me encaminé hacia el Rollerland mirando a cada instante a mis espaldas para comprobar que nadie me seguía. No vi a ningún sospechoso con abrigo oscuro y gafas de sol. Ni tampoco a gente exageradamente alta, un rasgo que delataba la presencia de los Nefilim.
Entré en Rollerland, alquilé un par de patines del número 38 y me senté en un banco junto a la pista. La iluminación era tenue y una bola de discoteca proyectaba intensos rayos de luz sobre el suelo de madera pulido de la pista. Por los altavoces se oía cantar a Britney Spears. Tal como Dante había predicho, los únicos patinadores de la pista eran niños muy pequeños acompañados de sus madres.
De pronto, el ambiente se cargó de electricidad y supe que Dante había llegado. Se sentó en el banco junto a mí; llevaba unos tejanos oscuros y un polo azul marino ajustado. No se había molestado en quitarse las gafas, y me resultaba imposible verle los ojos. Pensé que tal vez estaba arrepentido de haberme dado ese brebaje y se encontraba en una especie de dilema moral. Así lo esperaba.
—¿Vas a patinar? —me preguntó apuntando hacia mis pies con la barbilla.
Me di cuenta de que él no llevaba patines.
—El cartel de la entrada dice que para entrar tienes que alquilar unos patines.
—Podrías haber engañado al dependiente con un truco psicológico.
Se me ensombreció el ánimo.
—No es mi estilo.
Dante se encogió de hombros.
—Entonces te estás perdiendo muchos de los privilegios de ser Nefil.
—Háblame de la bebida azul.
—Tiene la propiedad de mejorar tus cualidades.
—Eso he notado. ¿Y con qué las mejora?
Dante inclinó la cabeza hacia mí y me dijo en un susurro:
—Hechicería diabólica. No es tan mala como parece —me tranquilizó.
Un escalofrío me recorrió la espalda hasta erizarme el vello de la nuca. No, no, no. Se suponía que la hechicería diabólica se había erradicado de la faz de la Tierra. Había desaparecido con Hank.
—Ya sé lo que es la hechicería diabólica. Y creía que había sido destruida.
Dante frunció las cejas.
—¿Cómo sabes tú lo que es la hechicería diabólica?
—Hank la usaba. Y también lo hacía su cómplice, Chauncey Langeais. Pero cuando Hank murió… —Me detuve. Dante no sabía que yo había matado a Hank, y desvelar mi secreto no iba precisamente a ayudarme a mejorar mi relación con los Nefilim, Dante incluido—. Patch había hecho de espía para Hank.
Asintió con la cabeza.
—Lo sé. Tenían un trato. Patch nos proporcionaba información sobre los ángeles caídos.
No sabía si Dante se había callado intencionadamente que Patch había accedido a ser espía de Hank a condición de que mi padre biológico me perdonara la vida o si Hank había mantenido ese detalle en secreto.
—Hank le habló a Patch de la hechicería diabólica —mentí para cubrirme las espaldas—. Pero Patch me dijo que cuando Hank murió, la hechicería había desaparecido con él. Patch tenía la sensación de que Hank era el único que sabía cómo manipularla.
Dante negó con la cabeza.
—Hank le encargó a Blakely, su mano derecha, que desarrollara los prototipos de la hechicería diabólica. Blakely sabe más de lo que nunca llegó a saber Hank: se ha pasado los últimos meses encerrado en el laboratorio, aplicándola en cuchillos, látigos y anillos de pinchos para transformarlos en armas letales. Lo último que ha hecho es elaborar una bebida que incrementa los poderes de los Nefilim. Les hemos igualado, Nora —dijo con un brillo de excitación en los ojos—. Antes se necesitaban diez Nefilim para vencer a un solo ángel caído. Ahora ya no. He estado probando la bebida para Blakely y, cuando me la tomo, en la cancha siempre salgo ganando. Puedo enfrentarme a un ángel caído yo solo sin miedo a que sea más fuerte que yo.
Mis pensamientos se aceleraron. ¿Acaso la hechicería diabólica estaba proliferando en la Tierra? ¿Disponían los Nefilim de un arma secreta que habían fabricado en un laboratorio secreto? Tenía que decírselo a Patch.
—¿Y la bebida que me has dado es la misma que has estado probando para Blakely?
—Sí —me dijo con una sonrisa taimada—. Ahora ya entiendes a lo que me refiero.
Si lo que buscaba eran elogios, yo no pensaba dárselos.
—¿Cuántos Nefilim conocen la existencia de esta bebida o la han tomado?
Dante apoyó la espalda en el respaldo del banco y soltó un suspiro.
—¿Eres tú quien quiere saberlo…? —Hizo una pausa significativa—. ¿O quieres compartir nuestro secreto con Patch?
Titubeé y la expresión de Dante se entristeció.
—Tienes que elegir, Nora. No puedes ser leal a nuestro pueblo y al mismo tiempo también a Patch. Hasta ahora lo has intentado, pero la lealtad pasa por tomar partido. O estás con los Nefilim o estás contra nosotros.
Lo peor de todo era que Dante tenía razón. En el fondo, lo sabía muy bien. Patch y yo habíamos acordado que nuestro objetivo en esa guerra era salir los dos ilesos, pero si ese seguía siendo mi único empeño, ¿qué iba a ser entonces de los Nefilim? Se suponía que era su líder y, en cambio, les pedía que confiaran en mi ayuda cuando en realidad no pensaba prestarles ninguna.
—Si le cuentas a Patch lo de la hechicería diabólica, no se guardará la información para él —me advirtió Dante—. Buscará a Blakely y tratará de destruir el laboratorio. No porque tenga un elevado sentido del deber moral, sino para tratar de protegerse. Esto ya no tiene que ver con el mes de Jeshván —me explicó—. Mi objetivo no es mantener a los ángeles caídos a raya para que dejen de poseernos. Mi objetivo es aniquilar a toda la raza de los ángeles caídos con la ayuda de la hechicería diabólica. Y, si aún no se han enterado, pronto lo harán.
—¿Qué? —resoplé.
—Hank tenía un plan. Era este. La extinción de esa raza. Blakely cree que, con un poco más de tiempo, podrá desarrollar un prototipo de arma lo bastante potente como para matar a un ángel caído, algo que nunca se había considerado posible. Hasta ahora.
Me levanté de un salto y empecé a andar arriba y abajo.
—¿Por qué me cuentas todo esto?
—Ha llegado la hora de que elijas. ¿Estás con nosotros o no?
—El problema no es Patch. Él no trabaja con los ángeles caídos. Él no es partidario de la guerra.
El único objetivo de Patch era asegurarse de que yo siguiera en el poder, de que cumpliera con mi juramento y saliera de todo aquello con vida. Pero si le hablaba de la hechicería diabólica, Patch haría exactamente lo que Dante había dicho: tratar de destruirla.
—Si le revelas la existencia de la hechicería diabólica, será nuestro fin —dijo Dante.
Me estaba pidiendo que o bien le traicionara a él, a Scott y a miles de Nefilim inocentes… o bien traicionara a Patch. Sentí el peso de una bola de plomo en el estómago. El dolor era tan agudo que casi no podía incorporarme.
—Tómate esta tarde para pensarlo —me ofreció Dante poniéndose en pie—. A menos que me digas lo contrario, espero que mañana estés lista para entrenar.
Me miró unos instantes, fijamente, pero vi la sombra de la duda en sus ojos pardos.
—Me gustaría pensar que aún estamos del mismo lado, Nora —me dijo pausadamente, y desapareció por la puerta.
Me quedé allí unos minutos, sentada en la oscuridad, rodeada por las risas y los gritos extrañamente alegres de los niños que trataban de hacer maravillas sobre los patines. Incliné la cabeza y enterré el rostro en mis manos. Se suponía que las cosas no tenían que haber ido así. La idea era que yo iba a detener la guerra, ordenar el cese del fuego y alejarme de todo con Patch.
En lugar de eso, Dante y Blakely habían proseguido con lo que Hank había dejado a medias y habían elevado las apuestas a todo o nada. Estúpido, estúpido, estúpido.
En circunstancias normales, no habría creído que Dante y Blakely —y, en realidad, todos los Nefilim— tuvieran posibilidades de aniquilar a los ángeles caídos, pero sospechaba que la hechicería diabólica lo cambiaba todo. ¿Y qué repercusiones tenía eso para mi otra parte del trato? Si los Nefilim emprendían una guerra sin mí, ¿me seguirían considerando responsable los arcángeles?
Sí. Sí lo harían.
Blakely debía de estar recluido en su guarida secreta, sin duda protegido por su propio equipo de seguridad Nefil, experimentando con prototipos cada vez más poderosos y peligrosos. Él era la raíz del problema.
Así que encontrarlos a él y a su laboratorio se convertía en una de mis primeras prioridades.
Justo después de localizar a Patch. Mi estómago se revolvía de preocupación y recé en silencio otra plegaria por él.