Capítulo

39

Decidí irme a dormir. El único lugar donde podía encontrar a Patch era en mis sueños. Aferrarme a su recuerdo era mejor que vivir sin él. Hecha un ovillo, en su cama, envuelta en su olor inconfundible, convoqué su recuerdo para que acudiera a mí.

Nunca tendría que haber confiado en que Pepper nos entregaría las plumas. Debería haber imaginado que lo echaría todo a perder. No tendría que haber subestimado a Dante. Sabía que Patch habría insistido en que no debía culparme, pero yo me sentía responsable por lo que le había ocurrido. Si hubiera llegado a su estudio solo diez minutos antes, si hubiera podido impedir que Marcie encendiera esa cerilla…

—Despierta, Nora.

Vee estaba inclinada sobre mí, y me hablaba con impaciencia.

—Tienes que prepararte para el duelo. Scott me lo ha contado todo. Uno de los mensajeros de Lisa Martin ha venido mientras dormías y ha dicho que se celebrará al alba, en el cementerio. Tienes que darle a Dante una buena patada en el culo y mandarlo directo a Júpiter. Te ha arrebatado a Patch y ahora va a por ti. Pero ¿sabes lo que pienso? Que no lo conseguirá, al menos mientras dependa de nosotros.

¿Duelo? La idea me parecía casi irrisoria. Dante no necesitaba blandir la espada contra mí para arrebatarme el puesto; tenía munición de sobra para arruinar mi reputación y echar por tierra mi credibilidad: todos los ángeles caídos estaban encadenados en el infierno y los Nefilim habían ganado la guerra. Dante y Marcie se atribuirían todo el mérito, explicarían que habían obligado a un arcángel a entregarles las plumas de los ángeles caídos y que saborearon cada momento cuando las vieron arder.

La idea de que Patch estaba encerrado en el infierno me atravesó como un sablazo. Dudaba de poder controlar las emociones cuando los Nefilim celebraran su triunfo con aplausos y vítores. Nunca llegarían a saber que Dante había estado ayudando a los ángeles caídos hasta el último momento, y le entregarían el poder. Aún no tenía claro qué iba a significar eso para mí. Si el ejército quedaba abolido, ¿importaría que hubiera perdido el liderazgo? Visto en retrospectiva, mi juramento me parecía muy vago. No había planeado que las cosas salieran así.

Fuera como fuera, Dante debía de tener planes reservados para mí. Como yo, sabía que en cuanto dejara de ser el jefe del ejército, mi vida se habría acabado. Sin embargo, para cubrirse las espaldas, probablemente me arrestaría por el asesinato de la Mano Negra. De modo que, antes de que terminara el día, o sería ejecutada por traición o, en el mejor de los casos, sería encarcelada.

Y yo apostaba por la primera opción.

—Pronto va a salir el sol. Levanta —insistió Vee—. No me digas que permitirás que Dante se salga con la suya.

Me abracé a la almohada de Patch e inspiré con fuerza: quería volver a sentir su olor antes de que se desvaneciera para siempre. Memoricé el contorno de su lecho y me acurruqué en la huella que había dejado su cuerpo. Cerré los ojos e imaginé que estaba allí. A mi lado. Tocándome. Recordé cómo se suavizaba su mirada negra cuando me acariciaba la mejilla con sus manos cálidas, robustas, reales.

—Nora —me advirtió Vee.

Yo la ignoré: prefería estar con Patch. El colchón se hundió ligeramente cuando él se acercó más a mí. Me sonrió y, tras deslizar las manos debajo de mi cuerpo, me colocó justo encima de él.

«Estás helada, Ángel. Deja que te ayude a entrar en calor».

«Creía que te había perdido, Patch».

«Estoy aquí contigo. Te prometí que estaríamos juntos, ¿verdad?»

«Pero tu pluma…»

«Chist —me hizo callar sellándome los labios con el dedo—. Quiero estar contigo, Ángel. Quédate aquí. Olvídate de Dante y del duelo. No permitiré que te haga daño. Conmigo estarás a salvo».

Las lágrimas me escocían los ojos.

«Llévame lejos. Como prometiste. Llévame lejos, solos tú y yo».

—Patch no querría verte así —me reprendió Vee, tratando de apelar a mi conciencia.

Tiré de la manta y formé un escondrijo secreto para Patch y para mí; luego le susurré al oído, entre risas: «No sabe que estás aquí».

«Es nuestro secreto», dijo él.

«No te dejaré, Patch».

«Ni yo a ti. —Con un solo movimiento, Patch intercambió posiciones, atrapándome entre el colchón y su cuerpo—. Trata de escapar ahora».

Fruncí el ceño; había intuido un leve brillo azulado que parecía acechar por debajo de la superficie de sus ojos. Parpadeé para aguzar la mirada y, cuando volví a abrir los ojos, no tuve ninguna duda: un brillo azul y crepitante le rodeaba el iris.

Tragué saliva y le dije: «Voy a beber un poco de agua».

«Ya te la voy a buscar yo —insistió Patch—. No te muevas. Quédate en la cama».

«Solo será un momento», argüí, contoneándome para liberarme del peso de su cuerpo.

Patch me cogió de las muñecas. «Has dicho que no me dejarías».

«Solo voy a por un poco de agua», objeté.

«No dejaré que te vayas, Nora». Sus palabras sonaron como un gruñido y sus facciones se retorcieron, desfigurándose y metamorfoseándose, hasta que adiviné los rasgos de otro hombre. La piel de oliva de Dante, su barbilla partida, y esos ojos que un día me parecieron atractivos se materializaron delante de mí. Me hice a un lado, pero no lo bastante deprisa. Los dedos de Dante se hundieron dolorosamente en mis hombros y me devolvieron justo debajo de él. Sentía su aliento cálido en la mejilla.

«Se acabó. Déjalo. He ganado».

—Apártate de mí —siseé.

Su tacto se debilitó y su rostro revoloteó unos instantes por encima del mío, como una neblina azulada, hasta que se desvaneció.

Un chorro de agua fría aterrizó en mi cara y me incorporé de un salto boqueando. El sueño se hizo añicos; Vee estaba de pie delante de mí, con una jarra vacía en la mano.

—Es hora de irnos —me espetó, meneando la jarra como si se preparase para usarla como arma de defensa si hacía falta.

—No quiero —croé, sintiéndome demasiado mal como para enfadarme por lo del agua. Se me tensó la garganta y tuve miedo de echarme a llorar. Solo quería una cosa, y se había ido. Patch ya no iba a volver. Nada de lo que hiciera podría cambiar eso. Las cosas por las que creía que valía la pena luchar, las cosas en las que ponía el corazón, incluso vencer a Dante y destruir la hechicería diabólica, habían perdido el sentido sin él.

—¿Y Patch? —me preguntó Vee—. Ya veo que has decidido abandonarte a ti misma, pero ¿vas a abandonarle a él también?

—Patch se ha ido. —Me presioné los párpados con los dedos hasta que dominé la necesidad de echarme a llorar.

—Se ha ido, pero no ha muerto.

—No puedo hacer esto sin Patch —dije casi sin poder respirar.

—Entonces encuentra el modo de que vuelva.

—Está en el infierno.

—Mejor en el infierno que bajo tierra.

Levanté las rodillas y las presioné contra la cabeza.

—Maté a Hank Millar, Vee. Lo hicimos Patch y yo juntos. Dante lo sabe y va a arrestarme en el duelo. Me ejecutará por traición.

Mi mente construyó una imagen bastante real de lo que ocurriría. Dante trataría de que mi humillación fuera lo más pública posible. Cuando sus guardias se me llevaran detenida del duelo, yo sería objeto de todo tipo de insultos y vituperios. En cuanto a la ejecución, qué método usaría para quitarme la vida…

Emplearía su espada. La que Blakely había preparado con hechicería diabólica para matarme.

—Por eso no puedo ir al duelo —concluí.

Vee se quedó en silencio unos instantes.

—Es la palabra de Dante contra la tuya —dijo al fin.

—Eso es lo que me asusta.

—Aún eres la líder de los Nefilim. Aún tienes cierta imagen. Si trata de arrestarte, desafíalo —propuso con convicción—. Lucha contra él hasta el final. Puedes ponérselo fácil o puedes plantarte y obligarlo a que se lo trabaje.

Me sorbí los mocos pasándome la mano por debajo de la nariz.

—Estoy asustada, Vee. Muy asustada.

—Lo sé. Pero también sé que si alguien puede hacerlo, eres tú. Soy consciente de que no te lo he dicho muy a menudo, tal vez nunca, pero quiero que sepas que cuando sea mayor quiero ser como tú. Y ahora, por última vez: sal de la cama antes de que te empape de nuevo. Ahora mismo vas a ir a ese cementerio y vas a enseñarle a Dante cómo se pelea.

Las quemaduras más graves se habían curado, pero me sentía débil y cansada. Aún no llevaba siendo Nefil tiempo suficiente como para conocer la mecánica del proceso de curación rápida; sin embargo, tenía la sensación de que exigía mucha energía. No me había mirado en el espejo antes de salir de casa de Patch, pero podía hacerme una idea bastante aproximada del aspecto consumido que tenía. Con solo verme, Dante ya podría cantar victoria.

Cuando Vee y yo entramos en el parking que dominaba todo el cementerio, volví a repasar el plan. Después de anunciar que había mandado a los arcángeles al infierno y había ganado la guerra, Dante probablemente me acusaría del asesinato de Hank y se proclamaría como mi sustituto. Vee tenía razón: lucharía. Aunque todo estaba en mi contra, iba a luchar. Dante sería el líder de los Nefilim por encima de mi cadáver… literalmente.

Mi amiga me estrechó la mano.

—Adelante, defiende tu título. Ya nos ocuparemos luego de todo lo demás.

Ahogué una risa irónica. ¿Luego? No me importaba lo que pasara después. Tenía una sensación de absoluto desapego con mi futuro. No quería pensar lo que ocurriría al cabo de una hora. No quería pensar en el mañana. Con cada momento que pasaba, mi vida se desviaba más del camino que Patch y yo habíamos planeado recorrer juntos. No quería tirar adelante. Quería volver atrás. Donde pudiera estar con Patch de nuevo.

—Scott y yo estaremos allí, entre la multitud —aseguró Vee—. Oye, ten cuidado, Nora.

Las lágrimas me nublaron la vista: esas habían sido las palabras de Patch. Necesitaba que estuviera allí conmigo, que me dijera que podía hacerlo.

El cielo aún estaba oscuro y la luna proyectaba una luz blanca sobre el paisaje fantasmal. La escarcha que cubría la hierba crujía bajo mis pies mientras descendía colina abajo tras los pasos de Vee, camino del cementerio. Cruces pálidas y estilizados obeliscos parecían flotar sobre la niebla, y un ángel con las alas maltrechas extendía dos brazos rotos hacia mí. Al verlo, un gemido irregular me atenazó la garganta con fuerza. Cerré los ojos y pensé en las facciones hermosas y regias de Patch. Era doloroso recordar su imagen cuando sabía que no volvería a verlo nunca más. «No te atrevas a llorar ahora», me advertí. Miré al frente, y pensé que no podría conseguirlo si permitía que mi corazón sintiera algo más que pura determinación.

Cientos de Nefilim se habían reunido en el cementerio que me esperaba al pie de la colina. Al ver a la multitud, aminoré el paso. Como los Nefilim dejaban de envejecer el día en que juraban lealtad, la mayoría eran jóvenes, a lo sumo diez años mayores que yo, pero también vi a un puñado de hombres y mujeres mayores. Sus rostros estaban llenos de expectación. Los niños corrían en círculo entre las piernas de sus padres, jugando al pillapilla, hasta que algún mayor los cogía de los hombros y los obligaba a estarse quietos. ¡Niños! Como si el duelo de esa mañana fuera un acontecimiento familiar: el circo o un partido de fútbol.

Cuando ya estuve más cerca, me fijé en un grupo de doce Nefilim vestidos con túnicas negras y encapuchados. Debían de ser los mismos que había conocido la mañana después de la muerte de Hank. Como líder de los Nefilim, debería haber sabido lo que significaban aquellas túnicas. Lisa Martin y sus seguidores deberían habérmelo dicho, pero nunca me dieron la bienvenida a su círculo. Para empezar, nunca me habían querido allí. Estaba convencida de que las túnicas significaban posición y poder, pero había tenido que imaginármelo yo solita.

Uno de los Nefil se quitó la capucha. Era la propia Lisa Martin. Su expresión era solemne y en sus ojos había una mirada tensa, de expectación. Me entregó una túnica negra, como si fuera más un deber que una señal de aceptación. La túnica pesaba más de lo que esperaba: estaba hecha de un terciopelo muy grueso que me resbalaba entre los dedos.

—¿Has visto a Dante? —me preguntó en voz baja.

Me puse la túnica, pero no contesté.

Mi mirada tropezó con Scott y Vee, y mis músculos se relajaron. Inspiré profundamente por primera vez desde que había salido de casa de Patch. Y entonces me fijé en que estaban cogidos de la mano y me invadió una extraña sensación de soledad. La brisa silbó al pasar entre mis dedos solitarios. Mi mano vacía. Cerré el puño para evitar que temblara. Patch no iba a venir. Nunca volvería a entrelazar los dedos con los suyos; un gemido sutil se escapó de mi garganta al pensarlo.

Amanecía.

Una banda dorada iluminaba el horizonte gris. Al cabo de solo unos minutos, los rayos del sol se filtrarían entre los árboles y ahuyentarían la niebla. Dante llegaría y los Nefilim se enterarían de su victoria. El miedo al juramento de lealtad y el pavor a los días del Jeshván pasarían a ser relatos que configurarían la historia. Todos se alegrarían, lo celebrarían a lo loco y aclamarían a Dante como su salvador. Querrían llevarlo en hombros y cantar su nombre. Y entonces, cuando tuviera la aprobación unánime, me llamaría y me expondría ante la multitud…

Lisa avanzó unos pasos hasta situarse en el centro de la reunión e, impostando la voz, dijo:

—Estoy segura de que Dante no tardará en llegar. Sabe que el duelo tenía que empezar al amanecer. No es propio de él llegar tarde, pero, en cualquier caso, tendremos que retrasarnos unos…

Un estruendo que parecía ondear debajo de la tierra interrumpió sus palabras. Vibraba bajo las suelas de mis zapatos cada vez con mayor intensidad. Un instante de desasosiego me agarró el estómago como un puño. Alguien se acercaba. Y no era uno solo, sino muchos.

—Ángeles caídos —susurró una Nefil, con la voz rota por el miedo.

Tenía razón. Su poder perceptible, aun en la distancia, me puso todos los nervios de punta. Los cabellos se me erizaron. Me pareció que debían de ser cientos. Pero ¿cómo era posible? Marcie había quemado sus plumas… Yo lo había visto.

—¿Cómo nos han encontrado? —oí que preguntaba otra Nefil, aterrada. Su voz me resultaba familiar y volví la cabeza al instante: era Susanna Millar, con los labios fruncidos y los ojos desconcertados bajo los pliegues de su capucha.

—Así que al final han venido —siseó Lisa, con una mirada sedienta de sangre—. ¡Deprisa! Esconded a los niños y coged las armas. Iremos contra ellos con o sin Dante. La batalla final acabará aquí.

Su mandato corrió por la multitud seguido de llamadas al orden. Los Nefilim se apresuraron a formar filas entre carreras desorganizadas y empujones. Algunos tenían navajas, pero los que no recogieron rocas, botellas rotas y cualquier despojo que pudiera servirles de arma. Corrí hacia Vee y Scott, y me dirigí directamente a Scott para no perder ni un segundo.

—Llévatela de aquí, a algún lugar seguro. Os encontraré cuando esto haya terminado.

—Estás loca si crees que nos vamos a ir sin ti —dijo Vee, convencida.

—Díselo, Scott. Cógela y llévatela a rastras, si es preciso.

—¿Cómo es posible que los ángeles caídos estén aquí? —me preguntó Scott escrutándome el rostro a la espera de una explicación—. Vimos cómo se quemaban todas las plumas.

—No lo sé. Pero pienso descubrirlo.

—Crees que Patch está ahí fuera, ¿verdad? —dijo Vee escrutando la colina por donde se acercaba el fragor que hacía retumbar la tierra bajo nuestros pies.

La miré a los ojos.

—Scott y yo vimos cómo se consumían las plumas. O nos engañaron o alguien ha abierto las puertas del infierno. Y el instinto me dice que es más probable que sea lo segundo. Si los ángeles caídos se están escapando del infierno, tengo que asegurarme de que Patch esté entre los que salgan. Y luego debo cerrar las puertas antes de que sea demasiado tarde. Si no acabo con esto ahora, no tendré otra oportunidad. Es el último día que los ángeles caídos pueden ocupar nuestros cuerpos, pero me temo que muy pronto esto no significará nada para ellos. —Pensé en la hechicería diabólica. En su poder—. Creo que tienen el modo de esclavizarnos para siempre… eso si no deciden matarnos antes.

Vee asintió lentamente, tratando de digerir todo el peso de mis palabras.

—Entonces te ayudaremos. Estamos en esto juntos. Esta guerra es tan tuya como de Scott y mía.

—Vee… —empecé a advertirle.

—Si realmente esta es la lucha de mi vida, sabes perfectamente que no me la perderé. Por mucho que digas. He salido sin tomarme un solo donut para estar aquí a tiempo, así que ahora no voy a dar media vuelta y largarme —me dijo Vee, pero había ternura en el modo en que lo dijo. Le había salido del corazón. Estábamos en eso juntos.

La emoción no me dejaba hablar.

—Está bien —conseguí articular al cabo—. Vamos a cerrar las puertas del infierno de una vez por todas.