—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté ajustándome bien la toalla que me cubría el cuerpo—. ¿Cómo has encontrado este sitio?
Un arma. Necesitaba un arma. Mis ojos escanearon la sobria habitación de Patch. Tal vez en ese instante Blakely pareciera apocado, pero había estado meses manipulando hechicería diabólica. No me fiaba de que no llevara algo puntiagudo (y azulado) escondido bajo el abrigo.
—Necesito tu ayuda —me dijo con las manos en alto mientras se arrastraba para ponerse en pie.
—¡No te muevas! —le espeté—. De rodillas. Y pon las manos donde pueda verlas.
—Dante ha tratado de matarme.
—Eres inmortal, Blakely. Y también eres su socio.
—Ya no. Ahora que ya he desarrollado suficientes prototipos de hechicería diabólica me quiere fuera. Su intención es ser el único que la controle. Cogió la espada que me había encargado que hechizara especialmente para matarte y trató de emplearla contra mí. Aún no sé cómo he podido escapar.
—¿Dante te ordenó que fabricaras una espada para matarme?
—Para el duelo.
Aún no sabía lo que quería Blakely, pero no me extrañó que Dante estuviese dispuesto a recurrir a métodos prohibidos (y letales) para ganar el duelo.
—¿Es tan eficaz como dices? ¿Me mataría?
Blakely me miró directamente a los ojos.
—Sí.
Traté de procesar toda la información con calma. Necesitaba un modo de descalificar a Dante por utilizar esa espada. Pero lo primero era lo primero.
—¿Qué más?
—Tengo la sospecha de que Dante trabaja para los ángeles caídos.
Ni siquiera parpadeé.
—¿Qué te hace pensar tal cosa?
—Todos estos meses investigando y nunca me ha dejado fabricar un arma que pudiera acabar con la vida de un ángel caído. En cambio, he desarrollado un montón de prototipos para asesinarte. Y si pueden matarte a ti, también pueden matar a cualquier Nefil. Si los ángeles caídos son el enemigo, ¿por qué he estado fabricando armas para destruir a los Nefilim?
Recordé la conversación que había mantenido con Dante en la pista de patinaje hacía aproximadamente una semana.
—Dante me contó que pronto podrías desarrollar un prototipo lo bastante potente como para matar a un ángel caído.
—¡No sabría cómo! ¡Nunca me ha dado la oportunidad!
Decidí arriesgarme y sincerarme con Blakely: aún no confiaba en él, pero si yo le ofrecía algo, tal vez él haría lo mismo conmigo. Además, en aquel momento, necesitaba tener toda la información.
—Sí, Dante trabaja para los ángeles caídos. Lo sé de primera mano.
Cerró los ojos unos instantes, tratando de digerir la verdad.
—Nunca me fie de él, ni siquiera al principio. Fue idea de tu padre incluirlo en el equipo. Entonces no fui capaz de disuadir a Hank, pero tal vez ahora pueda vengar su nombre. Si Dante es un traidor, te juro por tu padre que lo destruiré.
Otra cosa no, pero había que reconocer que Hank sabía inspirar lealtad.
—Háblame de la superbebida —le insté—. Si Dante trabaja para los ángeles caídos, ¿por qué te pidió que desarrollaras un prototipo que beneficia a nuestra raza?
—A pesar de lo que dijo al principio, nunca llegó a distribuir la bebida a otros Nefilim. Solo lo está fortaleciendo a él. Y ahora tiene todos los prototipos en su poder. Y también el antídoto. —Blakely se llevó los dedos al entrecejo—. Me ha robado todo por lo que tanto he trabajado…
Tanto sus palabras como el frío me pusieron la piel de gallina. Tenía el pelo empapado y gotas de agua helada se deslizaban por mi espalda.
—Patch llegará en cualquier momento. Ya que te has molestado en encontrar su casa, doy por supuesto que lo buscabas a él.
—Quiero acabar con Dante. —Su voz vibraba con convicción.
—Quieres decir que pretendes que Patch acabe con él por ti. —¿Por qué todos los criminales se empeñaban en convertir a mi novio en un mercenario? Vale, había sido su trabajo en su vida pasada, pero tanta insistencia empezaba a ser ridícula… e irritante. ¿Por qué la gente no se encargaba de sus propios problemas?—. ¿Qué te hace pensar que accederá a ayudarte?
—Quiero que Dante se pase el resto de su vida deseando morir. Aislado del mundo, torturado hasta el límite. Patch es el único que tiene posibilidades de conseguirlo. El precio no me importa.
—Patch no necesita dinero… —Me detuve en seco y lo pensé mejor. Se me acababa de ocurrir una idea, una idea retorcida y manipuladora. No quería aprovecharme de Blakely, pero tampoco podía decir que hubiera sido precisamente amable conmigo en el pasado. Me recordé a mí misma que, cuando las cosas se le complicaron, me clavó un cuchillo cargado de hechicería diabólica para convertirme en una adicta—. Patch no necesita tu dinero, pero sí tu testimonio. Si accedes a confesar los delitos de Dante en el duelo de mañana, delante de Lisa Martin y otros Nefilim influyentes, Patch lo matará por ti.
Que Patch ya le hubiera prometido lo mismo a Pepper no significaba que no pudiéramos aprovecharnos de las circunstancias para conseguir también algo de Blakely. Al fin y al cabo, la expresión «dos pájaros de un tiro» ya estaba inventada.
—No es posible matar a Dante. Se lo puede encerrar eternamente, pero no matarlo. Ninguno de los prototipos funciona con él. Es inmune porque su cuerpo…
—Patch podrá hacerlo —atajé—. Si quieres ver a Dante muerto, estate tranquilo. Tú tienes tus contactos, y Patch, los suyos.
Blakely me estudió con una mirada contemplativa, escrutadora.
—¿Conoce a un arcángel? —conjeturó, al cabo.
—No lo has sabido por mí. Otra cosa más, Blakely. Esto es muy importante. ¿Crees que puedes conseguir que Lisa Martin y los demás Nefilim más influyentes se pongan en contra de Dante? Porque si no es así, los dos acabaremos mal mañana.
Lo meditó solo durante un minuto.
—Dante se ganó a tu padre, a Lisa Martin y a otros Nefilim desde el principio, pero no comparte con ellos una historia, un vínculo, como yo. Si lo tildo de traidor, me escucharán. —Blakely rebuscó en su bolsillo y me entregó una tarjeta—. Necesito retirar cosas importantes de mi casa antes de instalarme en un lugar seguro. Aquí tienes mi nueva dirección. Dame un poco de margen de tiempo y luego ven con Patch. Ultimaremos los detalles esta noche.
Patch llegó pocos minutos después de que Blakely se hubiera marchado. Las primeras palabras que salieron de mi boca fueron:
—No vas a creerte quién ha venido.
Después de esta frase intrigante, le expuse toda la historia reproduciendo palabra por palabra la conversación que había mantenido con Blakely.
—¿Qué opinas tú de todo esto? —quiso saber Patch en cuanto terminé.
—Creo que Blakely es nuestra última esperanza.
—¿Confías en él?
—No. Pero el enemigo de tu enemigo…
—¿Le has hecho jurar que testificaría mañana?
Me dio un vuelco el corazón. ¡No lo había pensado! Aunque no había sido más que un despiste, me hizo plantearme si realmente tenía capacidad para ser una buena líder. Sabía que Patch no esperaba que fuera perfecta, pero quería impresionarlo de todos modos. Una voz cretina se coló insidiosamente entre mis pensamientos y me preguntó si Dabria habría cometido el mismo error. Lo dudaba.
—Es lo primero que haré esta noche, cuando nos encontremos con él.
—Tiene sentido que Dante quisiera controlar la hechicería diabólica en exclusiva —caviló Patch—. Y si sospechaba que Blakely se olía su traición, habrá querido matarlo para mantener a salvo su secreto.
—¿Crees que ese día, en la pista de patinaje, Dante me habló de la hechicería diabólica porque sabía que te lo contaría y que luego tú irías detrás de Blakely? —le dije—. Siempre me he preguntado por qué me había puesto al corriente. Ahora que me lo planteo, parece como si hubiera tenido una estrategia: tú te encargabas de coger a Blakely y apartarlo de la luz del día, y dejabas a Dante como único rey y señor de la hechicería diabólica.
—Y eso es exactamente lo que tenía planeado —confirmó Patch—. Hasta que Marcie desbarató nuestros planes.
—Dante ha estado poniéndome palos en las ruedas desde el principio —comprendí.
—Pero eso se acabó: tenemos el testimonio de Blakely.
—¿Significa eso que vamos a reunirnos con él?
No hacía ni cinco minutos que Patch había dejado las llaves de la moto en la encimera de la cocina, y las cogió de nuevo.
—No hay tiempo para aburrirse, Ángel.
La dirección que nos había dado Blakely nos condujo a una casa de ladrillo de una sola planta, en un barrio viejo. Dos ventanas con persianas flanqueaban la puerta principal. La casa era tan pequeña que casi desaparecía en la gran extensión de terreno que la rodeaba.
Patch dio un par de vueltas a la manzana, aguzando la mirada, y al cabo aparcó al final de la calle, fuera del alcance de las luces de las farolas. Acercó la mano a la puerta y llamó tres veces. Una luz se apagó tras la ventana del salón, pero esa fue la única señal de que hubiera alguien en casa.
—Quédate aquí —me dijo Patch—. Voy a echar un vistazo detrás.
Esperé en la entrada, volviéndome de vez en cuando para vigilar la calle. Hacía demasiado frío para que los vecinos salieran a pasear al perro y no vi pasar ni un solo coche.
Al rato, oí girar el cerrojo y Patch apareció ante mí.
—La puerta trasera estaba abierta de par en par. He tenido un mal presentimiento —dijo.
Entré y cerré la puerta tras de mí.
—¿Blakely? —dije sin gritar. La casa era lo bastante pequeña como para que no fuera necesario levantar demasiado la voz.
—No está en esta planta —aseguró Patch—. Pero esas escaleras conducen al sótano.
Bajamos los escalones y entramos en una sala iluminada. Solté un grito ahogado al ver el rastro rojo que manchaba la alfombra. Huellas rojas estampaban la pared y conducían hacia la misma dirección: la habitación oscura que teníamos delante. Entre las sombras, solo conseguí distinguir el perfil de una cama… y el cuerpo de Blakely hecho un ovillo, al lado.
El brazo de Patch me barró el paso de inmediato.
—Sube arriba —me ordenó.
Sin pensar, pasé por debajo de la barrera improvisada y me planté junto a Blakely.
—¡Está herido!
El blanco del ojo de Blakely despedía un azul etéreo y un hilo de sangre se escapaba entre sus labios. Barbotaba, tratando inútilmente de decir algo.
—¿Ha sido Dante? —le preguntó Patch, justo detrás de mí.
Me agaché y comprobé sus constantes vitales. Los latidos de su corazón eran débiles y erráticos. Las lágrimas empañaron mis ojos. No sabía muy bien si lloraba por Blakely o por lo que representaba su muerte para mí, pero algo me decía que se trataba de lo segundo.
Blakely tosió casi ahogado por la sangre y, en un hilo de voz, dijo:
—Dante sabe… plumas ángeles caídos.
Le estreché a Patch la mano, aturdida. «¿Cómo puede saber lo de las plumas? Pepper no se lo habría contado nunca. Y, aparte de él, nosotros somos los únicos que lo sabemos».
«Si Dante lo sabe, intentará interceptar a Pepper en su viaje de vuelta a la Tierra —respondió Patch en tensión—. No podemos dejar que se apodere de las plumas».
—Lisa Martin… Aquí… Enseguida. —Blakely suspiró poniendo todo su empeño en cada palabra.
—¿Dónde está el laboratorio? —le pregunté—. ¿Cómo podemos destruir la provisión de hechicería diabólica de Dante?
Sacudió la cabeza con violencia, como si le hubiera formulado la pregunta equivocada.
—Su espada… él… no lo sabe. Mentí. También lo mata a él —dijo con voz ronca, mientras la sangre le bajaba a borbotones por los labios. El rojo intenso había dejado paso a un azul llameante.
—De acuerdo, lo he entendido —dije dándole una palmadita en el hombro para consolarlo—. La espada que va a emplear mañana en el duelo también lo matará, pero él no lo sabe. Eso está muy bien, Blakely. Y ahora dime dónde está el laboratorio.
—He… intentado… decírtelo —graznó.
Lo cogí de los hombros y lo sacudí.
—No me lo has dicho. ¿Dónde está el laboratorio?
No pensaba que destruir el laboratorio fuera a cambiar el resultado del duelo (Dante tendría hechicería diabólica de sobra en el cuerpo cuando empezase el enfrentamiento), pero si Patch conseguía destruir esas instalaciones, también acabaría con la hechicería diabólica de una vez por todas. Me sentía personalmente responsable de haber devuelto los poderes del infierno a… bueno, al infierno.
«Tenemos que irnos, Ángel —me dijo Patch en pensamientos—. Lisa no debe encontrarnos aquí. No pinta nada bien».
—¿Dónde está el laboratorio? —le insistí a Blakely alzando más la voz.
Sus puños se relajaron y vi que sus ojos, escarchados con esa sombra azul, miraban distraídamente hacia mí.
—No podemos perder más tiempo aquí —me apremió Patch—. Seguro que Dante irá tras Pepper y las plumas.
Me sequé las lágrimas con la palma de la mano.
—¿Vamos a dejar a Blakely aquí?
Un coche aparcó delante de la casa.
—Es Lisa —dijo Patch. Abrió la ventana del dormitorio, me cogió en brazos y, después de depositarme fuera, saltó junto a mí.
—Si quieres decir unas últimas palabras, tendrás que hacerlo ahora.
Le dediqué a Blakely una mirada de pesar y me limité a decir:
—Buena suerte en tu siguiente vida.
Tenía la sensación de que iba a necesitarla.
Patch y yo nos alejamos en su moto, adentrándonos en callejuelas secundarias que recorrían los bosques. La luna nueva de Jeshván había aparecido hacía casi dos semanas, y ahora colgaba sobre nuestras cabezas como un orbe fantasmal, un ojo enorme y vigilante del que no podíamos escapar. Me acurruqué contra Patch, temblorosa por el frío. La moto tomaba las curvas a tanta velocidad que las ramas de los árboles se desfiguraban hasta parecer dedos huesudos que trataban de alcanzarme.
Como hablar a gritos contra el rugido del viento era poco práctico, decidí recurrir al lenguaje mental.
«¿Quién puede haberle contado a Dante lo de las plumas?», le pregunté a Patch.
«Pepper no se habría arriesgado».
«Ni nosotros».
«Si Dante lo sabe, podemos dar por sentado que los ángeles caídos, también. Harán todo lo que puedan para impedir que nos hagamos con esas plumas, Ángel. No van a descartar nada».
El mensaje de Patch estaba muy claro: corríamos peligro.
«Tenemos que prevenir a Pepper», le dije.
«Si tratamos de ponernos en contacto con él y los arcángeles interceptan nuestra llamada, nunca conseguiremos las plumas».
Consulté la hora en la pantalla de mi móvil. Eran las once.
«El plazo expiraba a medianoche. Casi no le queda tiempo».
«Si no nos llama pronto, Ángel, tendremos que empezar a pensar que ha ocurrido lo peor e idear un nuevo plan».
Patch me estrechó el muslo con la mano. Sabía que compartíamos el mismo pensamiento: habíamos agotado todos los planes. Se había acabado el tiempo. O conseguíamos las plumas…
O la raza Nefil iba a perder algo más que una guerra. Vivirían como esclavos de los ángeles caídos para toda la eternidad.