Capítulo

33

Como sabía que Patch estaría ocupado hasta que el último de los Nefilim abandonara la antigua residencia de los Millar, me fui a casa de Vee. Llevaba la chaqueta tejana con el busca, de modo que Patch podría encontrarme si me necesitaba. Mientras, yo tenía que hacer una confesión.

No podía seguir actuando sola. Había intentado proteger a Vee, pero necesitaba a mi mejor amiga.

Tenía que contárselo todo.

Sabía que la puerta principal no era el mejor camino para llegar a Vee a esas horas de la noche, así que atravesé el jardín con sigilo, salté la verja y golpeé con los nudillos la ventana de su dormitorio.

Al cabo de unos instantes, vi que se corrían las cortinas y su rostro apareció al otro lado del cristal. A pesar de que era casi medianoche, aún no se había puesto el pijama. Levantó la ventana unos centímetros.

—¡Vaya! No has venido en muy buen momento. Creía que estabas con Scott. Ahora viene hacia aquí.

—Necesito hablar contigo —le dije con una voz ronca y temblorosa.

Vee no lo dudó ni un instante.

—Llamaré a Scott y le diré que no venga —afirmó abriendo la ventana del todo para dejarme entrar—. Desembucha.

Vee no gritó, ni sollozó histéricamente, ni tampoco salió a la carrera de la habitación cuando le hube confesado todos esos secretos fantásticos que llevaba meses ocultándole. Me pareció que dio un respingo al oír que los Nefilim eran la progenie de los humanos y los ángeles caídos, pero, aparte de eso, no vi en su expresión ninguna señal de horror ni incredulidad. Me escuchó atentamente mientras le describía las dos razas inmortales enfrentadas, el papel que había desempeñado Hank Millar en todo eso y cómo había descargado en mis hombros todo el peso de la responsabilidad. Incluso se las arregló para sonreír cuando le desvelé la auténtica identidad de Patch y Scott.

Cuando hube terminado, simplemente enderezó la cabeza y me escrutó con la mirada durante unos instantes. Al cabo, me dijo:

—Vaya, eso explica muchas cosas.

Entonces fui yo la que dio un respingo.

—¿Perdona? ¿Eso es todo lo que tienes que decirme? ¿No estás… no sé… asombrada? ¿Confundida? ¿Desconcertada? ¿Histérica?

Vee hizo tamborilear los dedos contra la barbilla.

—Ya sabía que Patch era demasiado perfecto para ser humano.

Empezaba a creer que no me había oído cuando le había dicho que yo tampoco lo era.

—¿Y qué me dices de mí? ¿Te quedas tan tranquila sabiendo que no solo soy una Nefil, sino que se supone que debo dirigir a todos los Nefilim que hay ahí fuera en una guerra contra los ángeles caídos? —le pregunté señalando la ventana con el dedo—. Ángeles caídos, Vee. Como en la Biblia. Criminales expulsados del cielo.

—En realidad, me parece bastante increíble.

Me rasqué una ceja.

—No puedo creer que te lo tomes con tanta calma. Había esperado que reaccionaras de algún modo. No sé, que tuvieras un arrebato o algo así. Conociéndote como te conozco, creía que agitarías los brazos y soltarías una buena retahíla de palabrotas, como mínimo. Aunque tal vez le haya contado todo esto a una pared.

—Vaya, hablas de mí como si fuera una diva.

No pude evitar sonreír.

—Lo has dicho tú, no yo.

—Es solo que me parece extraño eso de que la altura sea el modo más sencillo de identificar a un Nefil, cuando tú, en cambio, eres más bien normalita —arguyó Vee—. Tómame a mí, por ejemplo. Yo sí soy alta.

—Soy de altura media porque Hank…

—Sí, sí. Ya me has contado esa parte en la que dejas de ser humana y te conviertes en Nefil después de hacer un juramento, y que por eso tienes una complexión física normal, pero es una lata, ¿no? Quiero decir, ¿y si el Juramento del Cambio te hubiera hecho alta? ¿Y si te hubiera hecho tan alta como yo?

No acababa de ver adónde quería ir a parar, pero estaba claro que se le escapaba lo esencial. No se trataba de la altura, sino de abrir la mente a un mundo inmortal cuya existencia se desconocía: ¡y yo acababa de reventar la burbuja de seguridad en la que Vee había estado viviendo hasta entonces!

—¿Se cura tu cuerpo más deprisa ahora que eres Nefil? —prosiguió Vee—. Porque si no tienes ese privilegio, te han dado gato por liebre.

Me enderecé.

—Vee, no te he hablado de nuestras capacidades para curarnos rápidamente.

—Eh… No, creo que no lo has hecho.

—Entonces, ¿cómo lo sabías? —Me la quedé mirando mientras repasaba nuestra conversación. No, no se lo había contado. Tenía la sensación de que los engranajes de mi cerebro giraban a cámara lenta. Y entonces lo comprendí de golpe, sin tiempo para digerirlo. Me llevé la mano a la boca—. ¿Eres…?

Vee me sonrió con picardía.

—Ya te dije que te había ocultado algunos secretos.

—Pero… No puede ser… No es…

—¿Posible? Sí, eso es lo que pensé yo al principio. Creí que estaba pasando por una especie de segunda menstruación. Estas últimas semanas me he sentido más cansada de lo habitual, y como dolorida, y enfadada con el mundo. Luego, la semana pasada, me corté mientras pelaba una manzana. La herida se me curó tan deprisa que incluso llegué a pensar que en realidad no me había hecho nada. Y, después de eso, aún me pasaron cosas más raras. En Educación Física, lancé la pelota con tanta fuerza que fue a parar al muro del otro lado del campo. En la sala de musculación, podía levantar el mismo peso que los chicos más fuertes de la clase. Por supuesto, lo mantuve en secreto, porque no quería llamar la atención hasta saber exactamente qué le estaba ocurriendo a mi cuerpo. Hazme caso, Nora. Soy cien por cien Nefil. Scott se dio cuenta enseguida. Me ha estado poniendo al día de todo lo que supone y me ha ayudado a asimilar el hecho de que, hace diecisiete años, mi madre se hubiera acostado con un ángel caído. Me ha venido muy bien saber que Scott experimentó los mismos cambios físicos y descubrió lo mismo acerca de sus padres. ¡No nos podíamos creer que tardases tanto en darte cuenta! —Vee me dio cariñosamente con el puño en el hombro.

Me quedé con la boca abierta como una estúpida.

—Eres… eres realmente Nefil.

¿Cómo no lo había notado? Debería haberlo detectado al instante… Me había ocurrido con los otros Nefilim o incluso con ángeles caídos. Tal vez al ser Vee mi mejor amiga, y haberlo sido durante tantos años, me resultaba imposible verla de otro modo.

—¿Qué te ha contado Scott de la guerra? —le pregunté al cabo.

—Esa era una de las razones por las que tenía que venir esta noche, para informarme. Al parecer eres toda una personalidad, señora Abeja Reina. ¿Jefe del ejército de la Mano Negra? —Vee soltó un silbido de admiración—. Caray, yo que tú lo pondría en el currículum.