Capítulo

31

Justo cuando Patch y yo entrábamos en su casa, Scott me llamó al móvil. Ya era domingo, las tres de la madrugada pasadas. Patch cerró la puerta tras de sí y yo conecté el altavoz.

—Puede que tengamos un problema —anunció Scott—. He recibido un montón de mensajes de texto que dicen que esta noche, en cuanto el Delphic haya cerrado, Dante hará allí una declaración pública a todos los Nefilim. ¿No os parece raro después de lo que ha ocurrido en el cementerio?

Patch soltó un taco.

Yo traté de mantener la calma, pero los márgenes de mi visión empezaron a oscurecerse.

—Todo el mundo especula y las teorías son rocambolescas —prosiguió Scott—. ¿Tenéis idea de lo que puede tratarse? El muy cabrón fingía ser tu novio y luego, ¡bam!, nos la clava por la espalda. Y encima esto.

Planté la mano en la pared para no perder el equilibrio. Había empezado a darme vueltas la cabeza y las rodillas no me sostenían. Patch cogió el teléfono y le dijo a Scott:

—Enseguida te llama. Infórmanos si te enteras de algo más.

Me dejé caer como un peso muerto en el sofá de Patch, encajé la cabeza entre las rodillas y tomé aire varias veces.

—Va a acusarme de traición públicamente. Esta misma noche.

—Sí —coincidió Patch sin alterarse.

—Me encerrarán en la cárcel. Y tratarán de torturarme para conseguir una confesión.

Patch se arrodilló delante de mí y me cogió de las caderas con actitud protectora.

—Mírame, Ángel.

Mi cabeza se puso inmediatamente en acción.

—Tenemos que contactar con Pepper. Necesitamos esa daga urgentemente. Hay que matar a Dante antes de que haga la declaración. —Un sollozo entrecortado se escapó de mi pecho—. ¿Y si no conseguimos la daga a tiempo?

Patch me acercó la cabeza a su pecho y empezó a masajearme delicadamente los músculos de las cervicales: los tenía tan agarrotados que creí que iban a partirse en dos.

—¿De verdad crees que voy a permitir que te pongan la mano encima? —dijo con la misma delicadeza.

—¡Oh, Patch! —Me lancé a sus brazos, mientras sentía la calidez de las lágrimas en mis mejillas—. ¿Qué vamos a hacer?

Me cogió el rostro y me secó las lágrimas con los pulgares, mirándome al fondo de los ojos.

—Pepper vendrá, me entregará la daga, y yo mataré a Dante —me aseguró—. Y tú vas a conseguir las plumas y a cumplir con el juramento. Y entonces nos iremos lejos, a algún lugar en el que no se haya oído hablar nunca ni del Jeshván ni tampoco de la guerra. —Seguro que quería creérselo, pero su voz vaciló al pronunciar esas palabras.

—Pepper nos ha prometido que tendría las plumas y la daga para el lunes a media noche. Pero ¿qué vamos a hacer con la declaración de Dante? ¿Será esta noche? No podemos detenerlo. Pepper tendría que traernos esa daga antes. Hay que encontrar el modo de contactar con él. Tendremos que arriesgarnos.

Patch se quedó en silencio, pasándose la mano por la boca en actitud pensativa. Al cabo, dijo:

—Pepper no puede resolver el problema de esta noche: tendremos que hacerlo nosotros. —Su mirada, impasible y resuelta, fue a encontrarse con la mía—. Vas a convocar una reunión urgente con los altos cargos Nefilim; prográmala para esta noche y písale la primicia a Dante. Todos están esperando que lances una ofensiva, que catapultes a nuestras razas a una guerra, así que creerán que se trata de esto: tu primer movimiento militar. Tu declaración eclipsará la de Dante. Los Nefilim acudirán y también él, picado por la curiosidad.

»Dejarás claro delante de todo el mundo que sabes que algunas facciones están a favor de concederle a Dante el poder. Luego les dirás que disiparás sus dudas de una vez por todas. Convéncelos de que quieres ser su líder y de que puedes hacerlo mejor que Dante. Y desafíalo a enfrentaros a un duelo para conseguir el poder.

Miré a Patch, confundida e indecisa.

—¿Un duelo? ¿Con Dante? No puedo luchar con él… Ganará.

—Si conseguimos que se aplace hasta que Pepper esté de vuelta, ese duelo no será más que un ardid para frenar a Dante y conseguir más tiempo.

—¿Y si quieren que se celebre antes?

Patch me miró con expresión tajante, pero no me contestó.

—Tenemos que actuar rápido. Si Dante descubre que también vas a hacer una declaración, suspenderá sus planes hasta averiguar qué te traes entre manos. No tiene nada que perder. Sabe que si lo denuncias públicamente, solo le bastará con señalarte con el dedo. Confía en mí: cuando sepa que lo has retado, echará las campanas al vuelo. Es muy engreído, Nora. Y egoísta. Ni se le pasará por la cabeza que puedas ganar. Aceptará el duelo encantado, convencido de que se lo has puesto en bandeja: ¿acusarte públicamente de traición y aguantar un juicio interminable… o quedarse con tu puesto a cambio de un simple disparo? Se tirará de los pelos por no haberlo pensado antes.

Se me aflojaron las articulaciones, como si estuviesen hechas de goma.

—¿Sería un duelo… con pistola?

—O con espada. Como prefieras, pero yo te recomendaría la pistola. Te resultará más fácil aprender a disparar que a manejar una espada —opinó Patch tranquilamente, sin percibir la angustia que rezumaba mi voz.

Me entraron ganas de devolver.

—Dante aceptará el duelo porque sabe que puede vencerme. Es más fuerte que yo, Patch. Y vete tú a saber cuántas dosis de hechicería diabólica se habrá tomado. No será una lucha de igual a igual.

Patch me cogió de las manos y posó delicadamente los labios en mis nudillos temblorosos.

—Hace cientos de años que los duelos dejaron de estar de moda en la cultura humana, pero para los Nefilim aún siguen siendo socialmente aceptables. A su modo de ver, son la forma más rápida y eficaz de resolver un desacuerdo. Dante quiere ser el jefe del ejército de la Mano Negra y tú vas a hacerle creer (a él y a todos los Nefilim) que deseas ese puesto tanto o más que él.

—¿Y por qué no me limito a comunicar a los altos cargos Nefilim el plan de las plumas? —propuse con un atisbo de esperanza—. Todo lo demás dejará de importarles cuando descubran que tengo un modo infalible de ganar la guerra y restaurar la paz.

—Si Pepper no lo consigue, interpretarán que el fracaso ha sido tuyo. No les bastará con que lo hayas intentado. O te aclaman como salvadora por haberte hecho con las plumas o te crucifican por tu fracaso. Hasta que no sepamos con toda seguridad que Pepper lo ha logrado, no podemos mencionarles ese plan.

Hundí los dedos en mis cabellos.

—No puedo hacerlo.

—Si Dante trabaja para los ángeles caídos y se hace con el poder, la raza Nefil estará más esclavizada que nunca —dijo Patch—. Me preocupa que los ángeles caídos vayan a emplear la hechicería diabólica para seguir teniendo a los Nefilim esclavizados incluso después del mes de Jeshván.

Sacudí la cabeza, abatida.

—Me temo que hay mucho más en juego. ¿Y si fracaso?

E, indudablemente, fracasaría.

—Aún hay otra cosa, Nora. El juramento que le hiciste a Hank.

El miedo formó pedazos de hielo en la boca de mi estómago. Una vez más, recordé todas y cada una de las palabras que le había dicho a Hank Millar la noche que me había presionado para que tomara las riendas de su condenada rebelión. «Lideraré tu ejército. Si rompo esta promesa, entiendo que mi madre y yo moriremos». Así que no me quedaban muchas opciones, ¿no? Si quería quedarme en la Tierra con Patch y salvarle la vida a mi madre, tenía que conservar mi título de jefe del ejército Nefil. No podía permitir que Dante me lo arrebatara.

—Un duelo es un espectáculo fuera de lo común, y aún más entre dos Nefilim prominentes como tú y Dante, así que será un acontecimiento que nadie querrá perderse —dijo Patch—. Espero que Pepper no nos falle y podamos evitar el duelo, pero creo que deberíamos prepararnos para lo peor. Puede que ese duelo sea tu única salida.

—¿De cuánto público estamos hablando?

Me miró con expresión fría, pero, por un instante, adiviné un brillo compasivo detrás de sus ojos.

—Cientos de personas.

Tragué saliva.

—No puedo hacerlo —repetí.

—Te entrenaré, Ángel. Estaré a tu lado durante todo el proceso. Eres mucho más fuerte que hace dos semanas, y eso que solo has hecho unas pocas horas de entreno, y encima con alguien que se limitaba a cumplir con la papeleta para ganarse tu confianza. Quería que creyeras que te estaba entrenando, pero dudo de que hiciera algo más que someter tus músculos a la mínima resistencia. Me temo que no te das cuenta de lo poderosa que eres. Con un entreno de verdad, podrías vencerlo.

Patch me cogió de la nuca y acercó su rostro al mío. Me miró con tanta fe y confianza que casi me rompió el corazón. «Puedes hacerlo. No es algo agradable, y te admiro aunque solo sea por planteártelo», me dijo mentalmente.

—¿No hay otra posibilidad?

Pero llevaba ya un buen rato analizando frenéticamente las circunstancias desde todos los ángulos posibles. Si tenía en cuenta el éxito dudoso de Pepper, el juramento que le había hecho a Hank y la situación precaria de toda la raza Nefil, no me quedaba más remedio que aceptar que no había otra opción. Tenía que pasar por el duelo.

—Patch, estoy asustada —susurré.

Me rodeó con sus brazos y, después de besarme los cabellos, me los acarició. No hacía falta que lo verbalizara: sabía que él también lo estaba.

—No dejaré que pierdas este duelo, Ángel. No permitiré que te enfrentes a Dante hasta que no sepa que puedes vencerlo. Parecerá un duelo justo, pero no lo será. Dante ha dictado su destino en el momento en que te ha atacado. No permitiré que se salga con la suya. —El tono de su voz se endureció—. No saldrá de esta con vida.

—¿Puedes amañar un duelo?

La venganza que ardía en sus ojos me dijo todo lo que necesitaba saber.

—Si alguien lo descubriera… —empecé a decir.

Patch me besó, intensamente, y descubrí un brillo travieso en su mirada.

—Si me pillaran, ya no podría seguir besándote. ¿Crees que correría ese riesgo?

Y, con una expresión más grave, añadió:

—Ya sé que no puedo sentir tu tacto, pero siento tu amor, Nora. En mi interior. Y para mí eso lo es todo. Aunque me encantaría poder sentirte tal como tú me sientes a mí, tengo tu amor, y no hay nada más importante que eso. Hay gente que se pasa toda la vida sin sentir lo que tú me has dado. No tengo nada de lo que lamentarme.

—Me da miedo perderte —le susurré con la barbilla temblorosa—. Me asusta fracasar y también lo que pueda ocurrirnos. No quiero pasar por esto —protesté, aun sabiendo que no había ninguna trampilla mágica por la que escapar.

No podía huir; no podía esconderme. El juramento que le había hecho a Hank me encontraría allí donde fuera: no valía la pena esforzarme en desaparecer. La única solución era conservar el poder y, mientras el ejército existiera, conseguir la victoria. Estreché las manos de Patch.

—Prométeme que no te alejarás de mi lado. Prométeme que no me harás pasar por esto sola.

Patch me cogió de la barbilla y me aseguró:

—Si pudiera hacer que todo esto pasara, lo haría. Si pudiera ocupar tu lugar, no lo dudaría. Pero mi única opción es estar a tu lado hasta el final. No desfalleceré, Ángel, te lo prometo. —Me pasó las manos por los brazos, sin saber que la promesa que acababa de hacerme ya me había hecho entrar en calor. Estuve a punto de ponerme a llorar—. Empezaré filtrando la noticia de que has convocado una reunión urgente para esta noche. Primero llamaré a Scott y le pediré que haga correr la voz. La noticia no tardará en estar en boca de todos, y seguro que en menos de una hora ya habrá llegado a oídos de Dante.

El estómago me dio un vuelco y enseguida me asaltaron las náuseas. Me apresuré a morderme el interior de la mejilla para controlarlas y me obligué a asentir con la cabeza. Tenía que aceptar lo inevitable. Cuanto antes me enfrentara a lo que me esperaba, antes podría trazar un plan para dominar mis miedos.

—¿Qué puedo hacer para ayudar? —pregunté.

Patch me estudió, frunciendo ligeramente el ceño. Me pasó el pulgar por los labios, y luego por la mejilla.

—Estás helada, Ángel. —Inclinó la cabeza hacia el pasillo que se adentraba en la casa—. Será mejor que te metas en la cama. Encenderé la chimenea. Lo que necesitas ahora mismo es entrar en calor y descansar. Te prepararé un baño caliente.

Era cierto: los escalofríos me agitaban de arriba abajo. Era como si todo el calor de mi cuerpo se hubiera desvanecido en un instante. Supuse que debía de ser la conmoción. Me castañeaban los dientes y las puntas de los dedos me vibraban con un temblor extraño e involuntario.

Patch me cogió en brazos y se me llevó al dormitorio. Empujó la puerta con el codo, retiró el cubrecama y me depositó delicadamente en la cama.

—¿Quieres tomar algo? —me preguntó—. ¿Una infusión? ¿Un caldo?

Al ver la expresión angustiada de su cara, el sentimiento de culpa se arremolinó en mi interior. Sabía que Patch haría lo que fuera por mí. Su promesa de quedarse a mi lado tenía para él tanto valor como un juramento. Patch era parte de mí, y yo, de él. Haría cualquier cosa, lo que fuera, para no perderme.

Me obligué a despegar los labios, pero enseguida me acobardé.

—Tengo que confesarte algo —le dije con la voz quebrada. No quería llorar, pero las lágrimas me nublaron la vista. La vergüenza me abrumaba.

—Dime, Ángel —repuso Patch, con interés.

Había dado el primer paso, pero no podía dar el siguiente. Una voz se filtró entre mis pensamientos, repitiéndome incansablemente que no tenía derecho a obligar a Patch a llevar esa carga. Al menos no en su estado de debilidad. Si realmente lo quería, mantendría la boca cerrada. Su recuperación era más importante que sacarme de encima un puñado de mentiras inocentes. Volví a sentir esas manos heladas deslizándose hacia mi cuello.

—No… no es nada —rectifiqué—. Solo necesito dormir un poco. Y tú tienes que llamar a Scott.

Me di la vuelta y enterré el rostro en la almohada para que no me viera llorar. Las manos de hielo seguían allí, listas para cerrarse alrededor de mi cuello si decía una palabra de más, si contaba mi secreto.

—Tengo que llamarle, es cierto, pero antes necesito que me cuentes qué ocurre —dijo Patch, y al oír la preocupación que teñía su voz lo supe: había llegado demasiado lejos como para poder salir de esa con una simple excusa.

Esos dedos helados me estrecharon el cuello. Estaba demasiado asustada para hablar. Demasiado asustada de esas manos y del daño que podían hacerme.

Patch encendió la lamparilla de la mesita de noche y me cogió suavemente del hombro con la intención de verme la cara, pero yo la hundí más en la almohada.

—Te quiero —balbuceé. La vergüenza me golpeó en el estómago. ¿Cómo podía dedicarle esas palabras y al mismo tiempo mentirle?

—Lo sé, del mismo modo que sé que me estás ocultando algo. Este no es momento para secretos. Hemos llegado demasiado lejos como para dar media vuelta —me recordó Patch.

Asentí, con el rostro pegado a las sábanas humedecidas por las lágrimas. Tenía razón. Era consciente de ello, pero eso no hacía que me resultara más fácil sincerarme. Y no sabía si lo haría. Esos dedos gélidos que se hundían en mi garganta, esa voz…

Patch se metió en la cama conmigo y se me acercó. Sentí su respiración en la nuca, el calor de su piel junto a la mía. Sus rodillas encajaban perfectamente en mis piernas. Me besó en el hombro y sus cabellos oscuros me acariciaron la oreja.

«Te… he… mentido», le confesé mentalmente; me pareció que cada palabra había tenido que atravesar una pared de ladrillos. Se me tensaron todos los músculos, a la espera de que la mano helada me estrujara el cuello, pero, sorprendentemente, los dedos se aflojaron con mi confesión. Su tacto gélido se deslizó espalda abajo. Animada por este primer paso, proseguí: «He mentido a la única persona cuya confianza significa para mí más que cualquier otra cosa. Te he mentido, Patch, y no sé si podré perdonarme por ello».

En lugar de pedirme una explicación, Patch continuó cosiéndome el brazo a besos, uno tras otro. Y hasta que no hubo depositado el último en la parte interior de mi muñeca, no abrió la boca.

—Gracias por contármelo —dijo con calma.

Yo me volví hacia él, desconcertada.

—¿No quieres saber en qué te he mentido?

—Lo que quiero saber es cómo puedo ayudarte a sentirte mejor —repuso acariciándome los hombros con ternura.

Pero el único modo de sentirme mejor era sincerarme del todo. No era responsabilidad de Patch quitarme ese peso de encima, sino mía, y cada pinchazo de remordimiento me atravesaba el estómago como un lanza.

—He estado tomando… hechicería diabólica. —Creía que ya no podía estar más avergonzada, pero la sensación de vergüenza era como un globo que no paraba de crecer—. La he estado tomando durante todo este tiempo. Nunca llegué a beberme el antídoto que te entregó Blakely. Me lo guardé para más adelante, cuando hubiera pasado el mes de Jeshván, cuando ya no necesitara ser superhumana, pero la verdad es que todo eso solo eran excusas. En realidad no tenía ninguna intención de tomármelo. He estado confiando en la hechicería diabólica durante todo este tiempo y tengo miedo de no ser lo bastante fuerte sin ella. Sé que debo dejar de tomarla, sé que está mal, pero me permite hacer cosas que no puedo conseguir sola. Te sometí a un truco psicológico para que creyeras que me había bebido el antídoto y… ¡lo siento mucho, más que nada en el mundo!

Bajé la mirada, incapaz de contemplar la decepción y la tristeza en los ojos de Patch. La verdad ya era bastante penosa, pero oírme a mí misma confesándola en voz alta era más de lo que podía soportar. ¿En quién me había convertido? No me reconocía a mí misma, y era el peor sentimiento que había experimentado jamás. Me había perdido por el camino. Y, aunque resultaba muy fácil echarle la culpa a la hechicería diabólica, lo cierto era que la decisión de robarle a Dante esa primera botella la había tomado yo.

Al cabo, Patch habló. Su tono de voz era tan calmado, estaba tan cargado de admiración, que llegué a pensar que conocía mi secreto desde hacía tiempo.

—¿Sabes?, la primera vez que te vi, pensé: «Nunca había visto algo tan hermoso y cautivador».

—¿Por qué me cuentas esto? —dije, abatida.

—Te vi, y enseguida quise estar cerca de ti. Quería que me dejaras entrar en tu vida. Quería conocerte como nadie te había conocido nunca. Te quería a ti, todo lo que tú eres. Y ese deseo casi me volvió loco. —Patch hizo una pausa e inhaló lenta, intensamente, como si quisiera respirarme—. Y ahora que te tengo, lo único que me asusta es que la vida me obligue a volver a revivir aquello: desearte sabiendo que mi deseo no puede cumplirse. Eres mía, Ángel. Toda tú. Y no pienso permitir que nada lo cambie.

Me apoyé en ambos codos y me lo quedé mirando fijamente.

—No te merezco, Patch. Tú dirás lo que quieras, pero esta es la verdad.

—Es cierto, no me mereces —coincidió—. Te mereces algo mejor. Pero ahora estás atada a mí, tendrás que aceptarlo. —Con solo un movimiento, Patch me acostó y se colocó encima de mí, mirándome desafiante con sus ojos negros—. No tengo intención de dejarte marchar, date por avisada. Me da igual que sea otro hombre, tu madre o los poderes del infierno los que traten de separarnos: no pienso dejarte.

Parpadeé, atónita, con las pestañas humedecidas por las lágrimas.

—No voy a permitir que nada se interponga entre nosotros. Y menos la hechicería diabólica. Llevo el antídoto en el bolso. Me lo tomaré ahora mismo. ¿Patch? —Y añadí, sinceramente—: Gracias… por todo. No sé lo que haría sin ti.

—Mejor —murmuró—. Porque no voy a permitir que te me escapes.

Me dejé caer en su cama, contenta de complacerle.