Capítulo

29

Pero no era Scott quien me había agredido.

Mientras jadeaba y boqueaba tratando de llenarme los pulmones de aire, vi a Dante preparándose para un nuevo ataque: giró inmediatamente sobre sí mismo y me descargó una patada en el estómago. Yo salí disparada y aterricé en el suelo, totalmente desconcertada.

Su mirada se endureció. Y la mía también. Me arrojé contra él y, cuando lo tuve en el suelo, me puse a horcajadas sobre su pecho y le golpeé la cabeza repetidas veces contra el suelo, despiadadamente. No bastó para dejarlo KO; mi intención era aturdirlo, pero sin que llegara a perder la conciencia. Tenía un montón de preguntas que hacerle y quería que me las contestase enseguida.

«Tráeme el látigo», le ordené al perro, introduciendo en su mente una imagen del arma para que pudiera entender mi orden.

El animal se me acercó obedientemente con el látigo entre los dientes, al parecer inmune a los efectos de la hechicería diabólica. ¿Acaso ese prototipo no le causaba ningún daño? Fuera como fuera, estaba maravillada: era capaz de someter a los animales a trucos psicológicos. O al menos a ese.

Puse a Dante de cara al suelo y usé el látigo para esposarlo. Me quemé los dedos, pero estaba demasiado enfadada para que me importara. Soltó un gruñido de protesta, y no dudé en plantarme de pie junto a él y clavarle una patada en las costillas.

—Será mejor que lo primero que salga de esa boca tuya sea una explicación —lo insté.

Tenía una de las mejillas aplastadas en la grava, pero consiguió que sus labios dibujaran una sonrisa intimidatoria.

—Es que no sabía que eras tú —me dijo con una vocecilla inocente tomándome el pelo.

Me acuclillé junto a él y le miré directamente a los ojos.

—Si no quieres hablar conmigo, te dejaré en manos de Patch. Y ambos sabemos que esa opción sería mucho menos agradable.

—Patch —murmuró echándose a reír—. Llámalo. Adelante. A ver si te contesta.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

—¿Qué quieres decir?

—Desátame; puede que entonces te cuente lo que le he hecho con todo lujo de detalles.

Le crucé la cara con tanta furia que me lastimé la mano.

—¿Dónde está Patch? —le volví a preguntar, tratando de tragarme el miedo. Sabía que verme asustada lo divertiría.

—¿Quieres saber qué he hecho con Patch…? ¿O con Patch y Scott?

Tuve la sensación de que el suelo se tambaleaba. Nos había tendido una emboscada. Dante había dejado a Patch y a Scott fuera de combate, y luego había ido a por mí. Pero ¿por qué?

Traté de hacer encajar todas las piezas.

—Estás chantajeando a Pepper Friberg. Por eso estás aquí, en el cementerio, ¿verdad? No te molestes en contestar. Es la única explicación que tiene sentido.

Había estado convencida de que la chantajista era Dabria. Si no me hubiera empecinado tanto, tal vez habría visto lo que ocurría realmente, quizás habría estado abierta a considerar otras posibilidades, habría sabido interpretar las señales…

Dante dejó escapar un suspiro largo y evasivo.

—Hablaré en cuanto me desates, no al revés.

El odio y la rabia me consumían, y me sorprendió sentir el escozor de las lágrimas en los ojos. Había confiado en Dante. Había dejado que me entrenase y me aconsejase. Creía que teníamos una relación… Y ya hacía un tiempo que lo veía como a uno de mis aliados en el mundo Nefil. Sin su ayuda, no habría llegado tan lejos.

—¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué has chantajeado a Pepper? ¿Por qué? —le grité mientras él se limitaba a mirarme en silencio, pagado de sí mismo.

No era capaz de asestarle otra patada. Apenas podía sostenerme en pie: el dolor de la traición me había dejado aturdida. Me apoyé en el muro e inspiré profundamente para mantener la cabeza en alto. Me temblaban las rodillas y sentía el fondo de la garganta agarrotado y resbaloso.

—Desátame, Nora. No quería hacerte daño… De verdad que no. Solo pretendía calmarte un poco, eso es todo. Mi intención era explicarte lo que estoy haciendo y por qué —dijo con convicción, pero no iba a dejar que me convenciera.

—¿Están heridos Patch y Scott? —le pregunté. Patch no podía sentir dolor físico, pero tal vez Dante había empleado con él un nuevo prototipo de hechicería diabólica para perjudicarlo.

—No. Los he inmovilizado, como tú has hecho conmigo. Estaban más rabiosos que nunca, pero por el momento ninguno de los dos corre peligro. Aunque la hechicería no les conviene, tardarán aún un buen rato en notar los efectos secundarios.

—Entonces te voy a dar exactamente tres minutos para contestar a mis preguntas. Luego me iré a buscarlos. Si en ese tiempo no me has respondido como yo deseo, llamaré a los coyotes. Son un auténtico problema en estos barrios: se comen a los gatos y los perros pequeños de las casas, especialmente ahora que se acerca el invierno y la comida escasea. Pero estoy segura de que habrás visto las noticias.

Dante resopló.

—¿De qué estás hablando?

—Puedo controlar la mente de los animales, Dante. Por eso ese perro te ha atacado justo cuando yo lo necesitaba. Seguro que a los coyotes no les importará tomarse un aperitivo. No puedo matarte, pero sí conseguir que te arrepientas de haberme conocido. Primera pregunta: ¿por qué chantajeas a Pepper Friberg? Los Nefilim no se relacionan con los arcángeles.

Dante trató inútilmente de ponerse boca arriba, e hizo una mueca de dolor.

—¿No podrías desatarme para que pudiéramos hablar como personas civilizadas?

—Has dejado de comportarte como una persona civilizada en el momento en que has tratado de estrangularme.

—Necesito mucho más de tres minutos para explicarte lo que está ocurriendo —insistió sin que mi amenaza pareciera preocuparle lo más mínimo. Decidí que había llegado el momento de demostrarle que iba en serio.

«Comida», le dije al perro negro, que se había quedado por allí contemplando la escena con interés. A juzgar por lo flaco que estaba, debía de estar hambriento, y su caminar ansioso y el modo en que se lamía los labios me lo acabaron de confirmar. Para dejarle más clara mi orden, inserté en sus pensamientos una imagen de la carne de Dante y luego retrocedí unos pasos para dejarle vía libre. El perro se acercó a su víctima de un salto y le hundió los dientes en la parte posterior de uno de los brazos.

Dante renegó y trató de alejarse reptando por el suelo.

—No podía consentir que Pepper desbaratara mis planes —confesó por fin—. ¡Llama a este perro!

—¿Qué planes?

Dante se retorció y levantó espasmódicamente el hombro tratando de sacarse al perro de encima.

—Los arcángeles mandaron a Pepper a la Tierra para que nos investigara a mí y a Blakely.

Reconstruí esa posible situación en mi cabeza y asentí.

—Porque sospechaban que la hechicería diabólica no había desaparecido con Hank y que vosotros seguíais usándola, pero querían confirmar sus sospechas antes de actuar. Tiene sentido. Sigue hablando.

—Así que necesitaba un modo de distraer a Pepper, ¿entiendes? ¡Quítame este perro de encima!

—Aún no me has dicho por qué lo chantajeabas.

Dante se retorció de nuevo para esquivar el mordisco de mi nuevo perro favorito.

—¡Dame un respiro!

—Cuanto más deprisa hables, antes le daré a mi nuevo amigo otra cosa que roer.

—Los ángeles caídos necesitaban que Pepper encantara algunos objetos empleando los poderes de cielo. Sabían que aún existía la hechicería diabólica, y también que Blakely y yo la controlábamos, así que necesitaban recurrir a los poderes del cielo: querían asegurarse de que los Nefilim no tenían ninguna oportunidad de ganar la guerra. Eran ellos los que chantajeaban a Pepper.

Vale. Eso también parecía plausible. Solo había una cosa que aún no tenía sentido.

—¿Cómo te mezclaste tú en todo esto?

—Trabajo para los ángeles caídos. —Lo dijo en voz tan baja que creí haberle oído mal.

Me acerqué un poco más.

—¿Podrías repetirme eso?

—Soy un traidor, ¿vale? Los Nefilim no van a ganar esta guerra —añadió a la defensiva—. Lo mires como lo mires, cuando todo haya acabado, los ángeles caídos habrán salido vencedores. Y no solo porque hayan utilizado los poderes del cielo. Los arcángeles siempre les han sido favorables. Los viejos vínculos tienen mucho peso. En cambio, la situación con los Nefilim es muy distinta. Los arcángeles consideran que nuestra raza es una abominación, siempre ha sido así. Quieren que desaparezcamos, y si para ello tienen que ponerse del lado de los ángeles caídos, lo harán. Los únicos Nefilim que tendrán una oportunidad de sobrevivir serán los que se hayan aliado desde un principio con los ángeles caídos.

Me quedé mirando a Dante con los ojos como platos, incapaz de digerir sus palabras. Dante Matterazzi, en la cama con el enemigo. El mismo Dante que había estado al servicio de la Mano Nagra. El mismo Dante que me había entrenado tan lealmente. No lo entendía.

—¿Y qué pasa con el ejército de los Nefilim? —le espeté, empujada por una ira creciente.

—Está condenado. En el fondo, lo sabías perfectamente. No falta mucho para que los ángeles caídos den el paso y nos empujen a la guerra. He accedido a proporcionarles hechicería diabólica. Ahora disponen de los poderes del cielo y los del infierno… además del apoyo de los arcángeles. Todo se decidirá en menos de un día. Si me entregas a Pepper para que encante los objetos, responderé por ti. Me aseguraré de que algunos de los ángeles caídos más influyentes sepan que has prestado tu ayuda y que eres leal a la causa.

Retrocedí un paso y observé a Dante con nuevos ojos. Ni siquiera sabía quién era. En ese momento tenía ante mí a un completo extraño.

—No… Entonces toda esta revolución… ¿Todo mentiras? —conseguí articular al cabo.

—En defensa propia —dijo—. Lo he hecho para salvarme.

—¿Y el resto de la raza Nefil? —resoplé.

Su silencio me dijo exactamente lo poco que le preocupaba su bienestar. Encogiéndose de hombros con indiferencia no lo hubiera expresado más claro. Dante estaba metido en ese tinglado por su propio interés; fin de la historia.

—Pero creen en ti —repliqué sintiendo un pinchazo en el corazón—. Cuentan contigo.

—No, cuentan contigo.

Trastabillé. Fue como si todo el peso de la responsabilidad me hubiera caído encima de los hombros en ese preciso momento. Era su líder. Era el rostro en aquella campaña. Y de pronto el consejero en quien más confiaba me fallaba. Si hasta entonces el ejército se había apoyado sobre piernas temblorosas, una de esas piernas acababa de partirse.

—No puedes hacerme esto —dije con tono amenazador—. Te voy a delatar. Pienso contarle a todo el mundo lo que te traes entre manos. No conozco a fondo las leyes de los Nefilim, pero estoy bastante segura de que tienen su modo de tratar a los traidores, y me temo que no debe de ser muy reglamentario.

—¿Y quién te creerá? —se limitó a reponer Dante—. Si yo contraataco diciendo que la auténtica traidora eres tú, ¿a quién crees que van a creer?

Tenía razón. ¿A quién iban a creer los Nefilim? ¿A la joven e inexperta impostora que había llegado al poder de la mano de su difunto padre, o al hombre fuerte, capaz y carismático que tenía tanto el aspecto como las capacidades de un dios de la mitología romana?

—Tengo fotos —añadió Dante—. De ti y de Patch. De ti con Pepper. Incluso tengo algunas en las que apareces con Dabria en actitud amigable. Te acusaré de traición, Nora. Apoyas la causa de los ángeles caídos. Así es como lo presentaré. Y te destruirán.

—¡No puedes hacerlo! —le grité mientras la ira crepitaba en mi pecho.

—Vas a tomar un camino sin salida. Esta es tu última oportunidad de retroceder. Vente conmigo. Eres más fuerte de lo que crees. Haríamos un equipo imbatible. Ya te veo…

Solté una carcajada.

—Oh, no, ¡ya estoy harta de que me utilices!

Cogí una roca del muro con la intención de arrojársela a la cabeza, dejarlo inconsciente e ir en busca de Patch para que me ayudara a decidir qué hacíamos con él, y entonces una risa burlona y cruel transformó las facciones de Dante y le dio un aspecto más parecido al diablo y menos a un dios de la mitología romana.

—¡Cuánto talento desperdiciado! —murmuró en tono de reproche. Su expresión era altiva, demasiado si tenía en cuenta que estaba prisionero… Y entonces una sospecha empezó a tomar forma en mi cabeza. El látigo que le sujetaba las muñecas no le levantaba la piel como me la había levantado a mí. De hecho, aparte de tener el rostro pegado a la gravilla del suelo, parecía del todo indiferente.

El látigo liberó sus manos y, en un abrir y cerrar de ojos, Dante se puso en pie.

—¿De verdad creías que habría permitido que Blakely creara un arma que pudiese usarse contra mí? —se burló; su labio superior se levantó y dejó al descubierto sus dientes. Cogió el látigo y lo hizo restallar contra mí.

Un calor abrasador me atravesó el cuerpo, levantándome del suelo. Aterricé violentamente, sin aliento. Mareada por el impacto, trastabillé un buen rato, tratando de concentrarme en Dante.

—Supongo que te gustará saber que tengo intención de arrebatarte el puesto de jefe del ejército de los Nefilim —me comunicó con un tono burlón—. Cuento con el apoyo de toda la raza de los ángeles caídos. Pienso conducir el ejército Nefil, sí, y lo pondré directamente en manos de los ángeles caídos. Cuando descubran lo que he hecho ya será demasiado tarde.

La única razón por la que Dante debía de contarme aquello era que me creía incapaz de detenerlo. Pero aún no estaba dispuesta a arrojar la toalla, o tal vez no lo estaría nunca.

—Le juraste a Hank que me ayudarías a que su ejército consiguiera la libertad, idiota arrogante. Si tratas de arrebatarme el puesto, los dos tendremos que afrontar la consecuencia de haber roto un juramento: la muerte, Dante. No es una minucia sin importancia —le recordé con cinismo.

Dante se rio con sorna.

—El juramento… Era mentira. Pensé que me ayudaría a ganarme tu confianza. Aunque no es que fuera necesario: los prototipos de hechicería que te di te obligaron a confiar en mí.

No tuve tiempo de digerir su engaño: el látigo volvió a abrasarme la piel. Tenía que hacer algo para salvar la vida, y deprisa, así que, aprovechando un momento en que el perro la emprendió de nuevo con Dante, me encaramé al muro y salté al otro lado. La inclinación de la colina era pronunciada y la tierra estaba cubierta de rocío, de modo que al aterrizar resbalé pendiente abajo hasta llegar a las tumbas de más abajo.