Estaba sentada en el suelo del cuarto de baño, con la espalda apoyada en la puerta de la ducha. Tenía las piernas flexionadas y, a pesar de que había puesto el calentador, temblaba de frío. Junto a mí, tumbada en el suelo, yacía una botella vacía de hechicería diabólica. Era la última que me quedaba. Apenas recordaba habérmela bebido. Una botella entera, y no me había servido de nada. Ni siquiera podía inmunizarme contra la tristeza y la desesperación.
Confiaba en Patch. Le quería demasiado como para creerle capaz de hacerme tanto daño. Tenía que haber una razón, una explicación.
«Una explicación». La palabra resonaba en mi cabeza, como una burla.
Alguien llamó a la puerta.
—La idea era compartirlo, ¿recuerdas? Y tengo la vejiga del tamaño de una ardilla —protestó Marcie.
Me puse en pie lentamente. Y no se me ocurrió otra cosa que empezar a preguntarme si Dabria sabría besar mejor que yo, si Patch habría querido que me pareciera más a ella. Hábil, fría, sofisticada. ¿Exactamente en qué momento había vuelto con Dabria? Él sabía lo mucho que me afectaría nuestra ruptura y probablemente por eso había decidido seguir conmigo.
Por el momento.
Sentí el peso rotundo de la incerteza en mi interior.
Abrí la puerta y salí del baño como una exhalación camino de las escaleras. Cuando ya había bajado cinco escalones, noté la mirada de Marcie clavada en mi espalda.
—¿Estás bien? —me preguntó aún de pie junto a la puerta.
—No quiero hablar de ello.
—Eh, espera un momento, Nora. ¿Estás llorando?
Me pasé los dedos por debajo de los ojos y me quedé estupefacta… Había estado llorando. Tuve la sensación de que el tiempo se había detenido, de que todo ocurría en la distancia, muy lejos, como en un sueño.
Sin volverme, dije:
—Voy a salir. ¿Puedes cubrirme? Es posible que llegue más tarde de la hora límite.
Tuve que detenerme un momento de camino a casa de Patch. Hice girar el volante violentamente, acerqué el Volkswagen a la cuneta, salí del coche y me puse a caminar por el borde de la carretera. Era noche cerrada y hacía el frío suficiente como para lamentar no haberme puesto el abrigo. No sabía qué iba a decirle cuando lo viera. No quería echarme a llorar desconsoladamente, ni tampoco ponerme a pegar gritos.
Me había llevado las fotos y, finalmente, decidí que las emplearía como argumento. Se las entregaría y me limitaría a preguntarle: «¿Por qué?»
La sensación de desapego que había ido entumeciendo mi corazón desapareció en cuanto vi el Bugatti de Dabria aparcado delante de casa de Patch. Apreté los frenos a medio bloque de distancia y tragué saliva con fuerza. Se me había formado un nudo de rabia en la garganta y salí del coche como alma que lleva el diablo.
Metí la llave en la cerradura de la puerta y entré. Solo había encendida la lamparilla de una de las mesas auxiliares del salón. Dabria estaba en el balcón, paseándose de arriba abajo, pero se detuvo en seco en cuanto me vio.
—¿Qué estás haciendo aquí? —me preguntó, visiblemente sobresaltada.
Sacudí la cabeza sin poder ocultar la ira.
—No. Eso debería preguntarlo yo. Esta es la casa de mi novio, así que esa pregunta me corresponde a mí. ¿Dónde está Patch? —le espeté, recorriendo ya el pasillo que conducía a su dormitorio.
—No te molestes. No está aquí.
Giré sobre mis talones como un remolino y le clavé a Dabria una mirada incrédula, despectiva y amenazante, todo a partes iguales.
—Entonces, ¿qué… estás… haciendo… aquí? —repetí enfatizando cada palabra. Sentía que la rabia empezaba a bullir en mi interior y no tenía intención de acallarla.
Dabria lo vio venir.
—Tengo problemas, Nora. —Le temblaba el labio.
—Eso ya podía habértelo dicho yo —repuse arrojándole el sobre con las fotos. Fue a parar a sus pies—. ¿Cómo se siente una sabiendo que es una ladrona, que se dedica a robarles los novios a las demás? ¿Te hace eso sentir bien, Dabria? ¿Apoderarte de lo que no es tuyo? ¿O lo que te gusta en realidad es destruir las cosas buenas?
Dabria se inclinó para recoger el sobre, pero no apartó ni un momento la mirada de mis ojos. Arrugó las cejas con incertidumbre. No podía creer que tuviera la audacia de actuar como si no supiera nada.
—El pickup de Patch —bufé—. Tú y él, una noche de esta semana, juntos. ¡Le besaste!
Dejó de mirarme solo el tiempo necesario para comprobar el contenido del sobre. Se sentó en el sofá.
—Tú no lo entiendes…
—Oh, me parece que sí. No es tan difícil de imaginar. No tienes sentido del respeto ni tampoco de la dignidad, Dabria. Te apropias de todo lo que quieres, sin importarte los demás. Querías a Patch y parece que lo has conseguido.
Y entonces se me rasgó la voz y empezaron a escocerme los ojos. Traté de tragarme las lágrimas, pero se agolpaban demasiado deprisa detrás de mis párpados.
—Tengo problemas porque cometí un error mientras trataba de hacerle un favor a Patch —explicó Dabria con la voz cargada de preocupación, haciendo caso omiso de mis acusaciones—. Patch me dijo que Blakely está elaborando prototipos de hechicería diabólica para Dante y que era crucial destruir el laboratorio. Dijo que si me enteraba de algo que pudiera conducirlo hasta Blakely o hasta el laboratorio, se lo dijera inmediatamente.
»Hace un par de noches, muy tarde, un grupo de Nefilim vino a buscarme para que les dijera la buena fortuna. Enseguida me enteré de que trabajaban como escolta en el ejército de la Mano Negra. Hasta aquella noche, habían sido los guardaespaldas de un Nefil muy poderoso e importante llamado Blakely. Los escuché con atención. Me contaron que su trabajo era tedioso y aburrido, y que las horas se hacían interminables. Esa misma noche, habían acabado jugando al póquer para matar el tiempo, aun sabiendo que los juegos, como las distracciones de cualquier tipo, estaban prohibidos.
»Uno de los hombres abandonó un momento su puesto para ir a comprar una baraja de cartas. Solo llevaban unos minutos jugando cuando su comandante los descubrió: no dudó en expulsarlos del ejército con deshonor. El líder de los soldados expulsados, Hanoth, estaba desesperado por recuperar su trabajo. Tiene familia y le preocupaba cómo iba a mantenerla y a protegerla si lo castigaban o lo desterraban por los delitos que había cometido. Vino a mí con la esperanza de que le dijera si tenía aún alguna oportunidad de recuperar su trabajo.
»Le leí la fortuna a él primero. Sentía la extraña necesidad de decirle la verdad: que su antiguo comandante quería encerrarlo y torturarlo, y que él y su familia debían abandonar la ciudad de inmediato. Sin embargo, también sabía que, si lo hacía, perdería la oportunidad de encontrar a Blakely. Así que le mentí. Le mentí por Patch.
»Le dije a Hanoth que debía exponer sus preocupaciones directamente a Blakely. Le dije que le suplicase el perdón y le aseguré que se lo concedería. Sabía que, si Hanoth me creía, me conduciría hasta Blakely. Deseaba encontrarlo por Patch. Después de todo lo que él había hecho por mí, darme una segunda oportunidad cuando nadie lo habría hecho… —Sus ojos llorosos me dedicaron una mirada trémula—. Era lo mínimo que podía hacer. Lo quiero.
Lo afirmó sin más rodeos y se encontró con mi mirada implacable sin siquiera parpadear.
—Siempre lo he querido. Fue mi primer amor y nunca lo olvidaré. Pero ahora te quiere a ti. —Suspiró, abatida—. Tal vez algún día dejéis de ir tan en serio, y entonces yo lo estaré esperando.
—No cuentes con ello —le advertí—. Continúa. Y a ver si llegas ya a la parte en la que explicas lo de las fotos. —Le eché un vistazo al sobre que yacía en el sofá. Me pareció que ocupaba demasiado espacio en la habitación y, de pronto, me entraron ganas de romper las fotos y arrojar los pedazos a la chimenea.
—Al parecer, Hanoth me creyó. Se marchó con sus hombres y yo los seguí. Tomé todas las precauciones necesarias para que no me descubrieran. Me superaban en número y sabía que, si me pillaban, correría un grave peligro.
»Salieron de Coldwater en dirección noroeste. Los estuve siguiendo durante más de una hora y creí que debía de estar acercándome a Blakely. Los pueblos escaseaban: estábamos ya en pleno campo. Los Nefilim tomaron una carretera estrecha, y yo fui tras ellos.
»Enseguida me di cuenta de que algo iba mal. Aparcaron en medio de la carretera y cuatro de los cinco bajaron del coche. Percibí que se dividían, que se repartían en diferentes direcciones tejiendo en la oscuridad una red para atraparme. No sé cómo descubrieron que los estaba siguiendo. Conduje todo el camino con las luces apagadas y me mantuve a tanta distancia que estuve a punto de perderlos en más de una ocasión. Temí que ya fuera demasiado tarde, e hice lo único que se me pasó por la cabeza: salí del coche y corrí hacia el río.
»Llamé a Patch, se lo expliqué todo en un mensaje y me metí en el río con la esperanza de que las turbulencias del agua entorpecieran la persecución.
»Los tuve cerca en varias ocasiones. Salí del agua y corrí bosque a través. No sabía qué dirección había tomado. Sin embargo, aunque consiguiera llegar a algún pueblo, tampoco estaría a salvo. Si Hanoth y sus hombres me atrapaban y alguien era testigo del ataque, sin duda los Nefilim se encargarían de borrar sus recuerdos. Así que corrí tan deprisa como pude.
»Cuando por fin recibí la llamada de Patch, me había escondido en un aserradero abandonado. No sé cuánto tiempo habría podido seguir corriendo. No mucho. —Las lágrimas brillaron en sus ojos—. Patch vino a buscarme y me sacó de allí. Y yo ni siquiera había conseguido encontrar a Blakely.
Se pasó la mano por el pelo y se lo colocó detrás de la oreja.
—Me llevó hasta Portland y se aseguró de encontrarme un escondrijo donde estuviera a salvo —dijo sorbiendo por la nariz—. Antes de bajar de la pickup lo besé.
Me miró con los ojos brillantes, pero no supe determinar si su expresión era de desafío o de disculpa.
—Empecé yo, Nora, y él lo atajó en el acto. Ya sé lo que parece en las fotos, pero era un modo de darle las gracias. Se terminó antes de empezar. Patch se aseguró de que fuera así.
Dabria se sacudió, como si una mano invisible hubiera tirado de ella, y puso los ojos en blanco por un instante; su mirada, sin embargo, enseguida recuperó su habitual azul ártico.
—Si no me crees, pregúntaselo a él. Estará aquí en un par de minutos.