Capítulo

23

La mañana siguiente llegó enseguida. Me desperté al oír unos golpecitos en la ventana de mi habitación y, al volverme en la cama, vi a Dante detrás del cristal, encaramado a una rama, haciéndome señas para que me reuniera con él fuera. Levanté la mano bien abierta dándole a entender que estaría abajo en cinco minutos.

Técnicamente, estaba castigada, pero me temía que esgrimir esa excusa no iba a servir de mucho tratándose de Dante.

Fuera, el aire oscuro de la madrugada tenía el sabor frío del otoño, y me froté las manos con brío para que entraran en calor. Una luna delgada aún seguía suspendida sobre nuestras cabezas. Se oyó el ulular lastimero de una lechuza a lo lejos.

—Esta mañana, un coche particular equipado con radar ha pasado varias veces por delante de tu casa —me dijo Dante echándose el aliento en las manos—. Estoy convencido de que se trataba de un policía. Cabello oscuro y unos pocos años mayor que yo, por lo que me ha parecido. ¿Te suena de algo?

El detective Basso. ¿Qué había hecho yo esta vez?

—No —repuse; pensé que no era el momento para desvelar mi sórdido pasado con las fuerzas de la ley local—. Debía de quedarle poco para terminar el turno y no habrá querido complicarse la vida. Seguro que por aquí no se encuentra a nadie que se pase del límite de velocidad.

Dante sonrió con ironía.

—Puede que coches no, pero corredores… ¿Estás lista?

—No. ¿Sirve de algo mi negativa?

Se inclinó hacia delante, y me ató bien los cordones de una de las zapatillas. Al parecer, no me había hecho bien el lazo.

—Vamos a calentar. Ya sabes cómo va.

Lo sabía, sí. Pero lo que él ignoraba era que durante el calentamiento yo aprovechaba para fantasear: imaginaba que le iba arrojando cuchillos, dardos y todo tipo de objetos punzantes a la espalda mientras corríamos a toda velocidad por la espesura del bosque hasta que llegábamos a la remota y aislada zona de entrenamiento. Lo que fuera para que no decayera el ánimo, ¿no?

Cuando ya estaba completamente empapada en sudor, Dante me sometió a una serie de estiramientos para mejorar mi flexibilidad. Había visto a Marcie haciendo algunos de esos ejercicios en su dormitorio. Ya no estaba en el grupo de animadoras, pero, por lo que parecía, conservar su capacidad para hacer el spagat era algo crucial para ella.

—¿Cuál es el plan para hoy? —quise saber sentándome en el suelo con las piernas extendidas en forma de V. Me doblé por la cintura y, al apoyar la cabeza en la rótula, sentí que todos los ligamentos estaban en tensión.

—Posesión.

—¿Posesión? —repetí, desconcertada.

—Si los ángeles caídos pueden poseernos, es justo que nosotros aprendamos a poseerlos a ellos. ¿Qué mejor arma que la que permite controlar la mente y el cuerpo del enemigo? —prosiguió Dante.

—No sabía que poseer a los ángeles caídos fuese siquiera una opción.

—Ahora sí lo es: desde que tenemos la hechicería diabólica. Antes no éramos lo bastante fuertes. Llevo unos cuantos meses entrenando a unos pocos Nefilim muy bien elegidos (entre ellos yo mismo) en el proceso de la posesión. El dominio de esta habilidad será lo que decidirá esta guerra, Nora. Si logramos controlar esta técnica, tendremos una oportunidad.

—¿Te has estado entrenando? ¿Cómo? —La posesión solo era posible en el mes de Jeshván. ¿Cómo podía llevar meses practicándola?

—Hemos estado entrenándonos con ángeles caídos. —Una risa perversa brilló en su mirada—. Ya te lo dije: somos más fuertes que nunca. Un ángel caído que vaya solo no puede hacer nada contra un grupo de Nefilim bien entrenados. Los hemos estado capturando en la calle, de noche, y luego nos los hemos llevado al área de entrenamiento que acondicionó Hank.

—¿Hank ya estaba metido en esto? —Era como si sus secretos no se terminaran nunca.

—Hemos ido seleccionando a los más solitarios, a los introvertidos, a los que probablemente nadie echará en falta. Les hacemos ingerir un prototipo especial de hechicería diabólica que permite la posesión durante períodos de tiempo cortos, incluso fuera del mes de Jeshván. Y entonces los utilizamos para practicar con ellos.

—¿Y dónde están ahora?

—Reclusos en el área de entrenamiento. Cuando no estamos practicando con ellos, les hundimos una vara de mental encantada con hechicería diabólica en las cicatrices de las alas. Así se quedan totalmente inmovilizados. Como ratas de laboratorio a nuestra disposición.

Estaba segura de que Patch no sabía nada de eso. Lo habría mencionado.

—¿Cuántos ángeles caídos tenéis ahí encerrados? ¿Y dónde está esa área de entrenamiento?

—No puedo decirte su ubicación. Cuando la construimos, Hank, Blakely y yo decidimos que sería más seguro mantenerla en secreto. Ahora que Hank ha muerto, Blakely y yo somos los únicos Nefilim que sabemos dónde se encuentra. Es mejor así. Cuando se relajan las reglas, empiezan a aparecer los traidores. Hay gente capaz de hacer cualquier cosa para su provecho personal, incluso traicionar a su propia raza. Los Nefilim son así por naturaleza, como también los humanos. Es mejor eliminar la tentación.

—¿Vas a llevarme al área de entreno para practicar? —Estaba segura de que también debía de haber un protocolo para eso. O me taparía los ojos o borraría luego de mi memoria el recuerdo del recorrido. Pero tal vez podría encontrar un modo de evitarlo. Quizá Patch y yo podríamos reconstruir juntos el camino hasta el área de entrenamiento…

—No será necesario. Me he traído a una de las ratas de laboratorio conmigo.

Miré rápidamente alrededor.

—¿Dónde?

—No te preocupes… La hechicería diabólica y la vara que lleva clavada en las cicatrices la mantienen tranquila.

Dante desapareció detrás de una roca enorme y volvió con una hembra de ángel caído que no parecía tener más de trece años humanos. Sus piernas, dos palillos que sobresalían de unos pantalones de gimnasia blancos, debían de ser tan delgadas como mis brazos.

Dante la arrojó al suelo, y su cuerpo débil aterrizó como un saco de basura. Me volví de espadas cuando vi esa vara de hierro sobresaliendo de las cicatrices que tenía en la espalda. Sabía que no podía sentir nada, pero la imagen me puso los pelos de punta.

Tuve que recordarme a mí misma que era el enemigo. Ahora tenía un interés personal en la guerra: me había negado a jurar lealtad a un ángel caído. Eran peligrosos. Había que pararles los pies a todos, desde el primero al último.

—En cuanto le retire la vara de la cicatriz, solo dispondrás de un par de segundos para actuar. Transcurrido este tiempo se pondrá violenta. Este prototipo de hechicería diabólica tiene una vida muy corta y no permanece en el cuerpo. En otras palabras, no bajes la guardia.

—¿Sabrá que la estoy poseyendo?

—Sí, por supuesto. Ha hecho este ejercicio montones de veces. Quiero que ocupes su cuerpo y le ordenes que ejecute algunas acciones durante unos pocos minutos, para que te acostumbres a la sensación de manipular un cuerpo ajeno. Avísame cuando estés lista para salir del cuerpo. Tendré la vara preparada.

—Pero ¿cómo me meto dentro? —pregunté, con la carne de gallina. Estaba helada, pero el responsable no era solo el aire frío de octubre: no quería poseer a un ángel caído. Sin embargo, necesitaba darle a Patch tanta información como fuera posible acerca del funcionamiento del proceso. No podíamos resolver un problema que no entendíamos.

—La hechicería diabólica la ha debilitado y eso te ayudará. Además, estamos en el mes de Jeshván, lo cual significa que los conductos de la posesión están completamente abiertos. Lo único que tienes que hacer es someterla a un truco psicológico. Hacerte con el control de sus pensamientos. Convéncela de que desea que la poseas. En cuanto baje la guardia, será pan comido. Flotarás hacia ella naturalmente. Y serás absorbida por su cuerpo tan deprisa que casi ni notarás la transición. Y entonces ya tendrás el control.

—Es que es tan joven…

—No te dejes engañar por eso. Es joven, pero también tan astuta y peligrosa como los demás ángeles caídos. Toma… Te he traído una dosis especial de hechicería diabólica para facilitarte un poco la tarea la primera vez.

No cogí el frasco enseguida. Mis dedos temblaron de deseo, pero mantuve los brazos pegados al cuerpo. Ya había tomado muchas dosis. Me había prometido a mí misma que dejaría de consumirla y que me sinceraría con Patch. Pero, por el momento, no había hecho ni una cosa ni la otra.

Le eché un vistazo al frasco de líquido azul, y unas ansias irrefrenables empezaron a contraer mi estómago. No quería ingerir más hechicería diabólica y, al mismo tiempo, la necesitaba desesperadamente. Empezó a darme vueltas la cabeza, a dominarme la sensación de mareo. Tomar un par de sorbitos tampoco podía hacerme daño. Antes de que pudiera retenerme, alargué el brazo y acepté el frasco. Se me había hecho la boca agua.

—¿Debería bebérmela toda?

—Sí.

Me llevé el frasco a los labios, y el líquido descendió por mi garganta corrosivo como el veneno. Tosí y boqueé, deseando que Blakely encontrase el modo de darle un sabor mejor. También sería de ayuda que minimizara los efectos secundarios. Justo después de haberme tomado esa dosis, un intenso dolor de cabeza empezó a taladrarme el cráneo. La experiencia me decía que a medida que transcurriera el día no haría más que empeorar.

—¿Lista? —preguntó Dante.

Me tomé mi tiempo antes de asentir con la cabeza. Decir que no me apetecía demasiado ocupar el cuerpo de esa muchacha era quedarse muy corto. Ya había pasado por la experiencia de que ocuparan el mío (lo hizo Patch, en un intento desesperado de evitar que Chauncey Langeais, un pariente que no me quería demasiado, me asesinara). A pesar de que me alegraba de que Patch hubiera tratado de protegerme, la sensación de violación que sentí mientras él ocupaba mi cuerpo era algo por lo que no querría volver a pasar jamás. Ni tampoco hacérselo pasar a nadie.

Posé mis ojos en la muchacha. Había sufrido esa experiencia centenares de veces. Y allí estaba yo, a punto de someterla de nuevo a ese calvario.

—Lista —repuse al fin.

Dante retiró la vara de la cicatriz que le habían dejado las alas, tratando de no tocar con la mano el extremo azul y brillante que había estado enterrado en la carne.

—Date prisa —me advirtió en un murmullo—. Prepárate. Sus pensamientos soltarán descargas magnéticas; en cuanto percibas actividad mental, métete en su cabeza. No pierdas el tiempo tratando de convencerla de que desea que la poseas.

Un silencio tenso y espeso se impuso en el bosque. Me acerqué un paso a la muchacha, tratando de captar cualquier señal de actividad mental. Dante tenía las rodillas flexionadas, a punto de entrar en acción en cualquier momento. El graznido cortante de un cuervo atravesó la bóveda oscura que se extendía sobre nuestras cabezas. Mi radar captó una débil señal, y eso fue el único aviso que recibí antes de que la muchacha se me arrojara encima, enseñándome los dientes y arañándome con las uñas como un animal salvaje.

Las dos caímos al suelo. Mis reflejos eran más rápidos que los suyos, y conseguí colocarme encima de ella. Me abalancé sobre su cuerpo tratando de agarrarla de las muñecas con la esperanza de sujetárselas por encima de la cabeza, pero se zafó de mí de un solo salto y acabé rodando por el suelo. La oí aterrizar ágilmente, unos pasos más allá, y levanté la cabeza justo a tiempo de verla brincar y volar hacia mí.

Me hice en un ovillo y rodé a un lado para quedar fuera de su alcance.

—¡Ahora! —me gritó Dante. Con el rabillo del ojo, lo vi sosteniendo la vara en lo alto, preparándose para atacar a la muchacha si yo fracasaba.

Cerré los ojos y me concentré para colarme en sus pensamientos. Los sentía moviéndose de un lado a otro, como insectos enloquecidos. Y entonces me sumergí en su cabeza desmenuzando todo lo que me encontraba a mi paso. Hice una pelota gigante con todos sus pensamientos y susurré un hipnótico «Déjame entrar, déjame entrar».

Y, más deprisa de lo que creía, las defensas de la muchacha se vinieron abajo. Tal como Dante había dicho, me sentí planeando hacia ella, como si mi cuerpo hubiera entrado en un poderoso campo de fuerza. No ofreció resistencia. Era una sensación irreal: vertiginosa, resbaladiza y con los márgenes borrosos. No podría determinar en qué momento se produjo el cambio; simplemente parpadeé y me encontré viendo el mundo desde otro ángulo.

Estaba dentro de ella, dentro de su cuerpo, de su alma, de su mente: la había poseído.

—¿Nora? —me preguntó Dante mirándome con escepticismo.

—Estoy dentro. —Mi voz me sobresaltó; yo había ordenado la respuesta, pero se había articulado a través de su voz. Más aguda y más dulce de lo que habría esperado de un ángel caído. Claro, era tan joven…

—¿Percibes su resistencia? ¿Tiene alguna reacción violenta? —preguntó Dante.

Esta vez me limité a negar con la cabeza. No estaba preparada para volver a oírme hablar con su voz. A pesar de que Dante quería que practicara el control de su cuerpo, yo tenía prisa por salir.

Me apresuré a cumplir con una breve lista de instrucciones: le ordené al cuerpo del ángel caído que corriera una distancia corta, que esquivara la rama de un árbol y que se atase y desatase los cordones de los zapatos. Dante tenía razón: el control era absoluto. Y, en el fondo del alma, sabía que la estaba obligando a actuar en contra de su voluntad. Podría haberle mandado que se apuñalara las cicatrices y no habría tenido más remedio que obedecer.

«Listo —le dije a Dante—. Voy a salir».

—Quédate un poco más —replicó—. Necesitas practicar más. Quiero que la sientas como una segunda piel. Repite las instrucciones de nuevo.

Haciendo oídos sordos, le ordené al ángel caído que me expulsase de su cuerpo y, nuevamente, la transición fue tan fácil como abrupta.

Renegando entre dientes, Dante volvió a clavar la vara en las cicatrices del ángel caído. Su cuerpo se desmoronó como si estuviera muerta, y las piernas y los brazos quedaron desparramados por el suelo en ángulos inverosímiles. Quise apartar la mirada, pero no pude. No podía dejar de preguntarme cómo debía de haber sido su vida en la Tierra en el pasado. Si alguien la echaba de menos. Si llegaría el día en que recuperaría la libertad. Y qué triste debía de ser su visión del mundo.

—No has estado tiempo suficiente —me reprendió Dante, visiblemente enfadado—. ¿Acaso no me has oído? Te he dicho que repitieras las instrucciones de nuevo. Ya sé que al principio es algo desagradable…

—¿Cómo funciona? —lo interrumpí—. Dos objetos no pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo. ¿Cómo funciona la posesión?

—Todo se reduce al reino de los cuanta, la función de las ondas y la dualidad entre las ondas y las partículas.

—Aún no hemos dado la teoría cuántica —le dije con un repunte de despecho—. Trata de plantearlo en términos que pueda entender.

—Lo único que puedo decirte es que todo pasa a un nivel subatómico, donde es posible que dos objetos existan en el mismo lugar y al mismo tiempo. No sé si alguien entiende realmente cómo funciona. Simplemente es así.

—¿Eso es todo lo que puedes decirme?

—Ten un poco de fe, Grey.

—Está bien. Tendré fe. Pero quiero que me concedas algo a cambio —le advertí, con una mirada astuta—. Se te da bien eso de vigilar, ¿verdad?

—No encontrarás a nadie mejor.

—Por la ciudad ronda un arcángel indeseable llamado Pepper Friberg. Dice que un ángel caído lo está chantajeando y pondría la mano en el fuego a que sé de quién se trata. Me gustaría que me proporcionaras las pruebas para poder pillarla.

—¿Pillarla? ¿Una mujer?

—Las mujeres también pueden ser astutas.

—¿Qué tiene eso que ver con liderar a los Nefilim?

—Es personal.

—Vale —repuso Dante con parsimonia—. Dime todo lo que necesito saber.

—Patch me dijo que hay varios ángeles caídos que podrían estar chantajeando a Pepper Friberg por un montón de cosas (páginas del Libro de Enoch, visiones de futuro, perdón absoluto por un delito del pasado, información considerada secreta y sagrada, o incluso ser elevados al estatus de ángel guardián); la lista de lo que un arcángel puede conseguir es interminable.

—¿Qué más te dijo Patch?

—No mucho. Él también quiere encontrar al chantajista. Sé que ha ido detrás de pistas y que ha seguido al menos a un sospechoso. Pero estoy bastante segura de que está buscando en los lugares equivocados. La otra noche vi a su ex hablando con Pepper en el callejón trasero de La Bolsa del Diablo. No pude oír lo que decían, pero ella parecía muy segura de sí misma. Y Pepper estaba que se subía por las paredes. Se llama Dabria.

Me sorprendió ver que una sombra oscurecía la expresión de Dante: había reconocido el nombre.

—¿Dabria? —repitió cruzándose de brazos.

—No me digas que tú también la conoces —gruñí—. Esa mujer está en todas partes. Si me dices que te parece atractiva te arrojo por ese barranco y te mando esa roca detrás.

—No es eso. —Dante sacudió la cabeza y una expresión de compasión se fue imponiendo en su semblante—. No me gustaría ser la persona que te lo dice.

—¿Decirme qué?

—Conozco a Dabria. No personalmente, pero… —La expresión de lástima se intensificó. Me miró como si estuviera a punto de darme muy malas noticias.

Me había sentado en un tronco cortado para hablar con él, pero me levanté de un salto y le apremié.

—Dímelo de una vez, Dante.

—Tengo espías que trabajan para mí. Gente a la que contrato para que vigilen a los ángeles caídos más influyentes —confesó Dante, como si se sintiera culpable—. No es un secreto que Patch es muy respetado en la comunidad de los ángeles caídos. Es listo, inteligente y tiene recursos. Es un buen líder. En sus años de mercenario ha acumulado más experiencia en combate que la mayoría de mis hombres juntos.

—Has estado espiando a Patch —concluí—. ¿Por qué no me lo habías dicho?

—No es falta de confianza, Nora, pero no puedo obviar la posibilidad de que él ejerza cierta influencia en ti.

—¿Influencia? Patch nunca ha tomado decisiones por mí… Soy capaz de hacerlo yo solita. La que está al mando de esta operación soy yo. Si quisiera que lo espiaran, lo habría hecho yo misma —dije, claramente irritada.

—Entendido.

Me alejé unos pasos hasta el árbol más cercano y le di a Dante la espalda.

—¿Vas a decirme por qué me estás contando todo esto?

Soltó un suspiro reacio.

—Mientras espiábamos a Patch, Dabria ha aparecido en más de una ocasión.

Cerré los ojos, con el deseo de decirle que se detuviera ahí. No quería oír nada más. Dabria seguía a Patch a todas partes: eso ya lo sabía. Pero el tono de voz de Dante sugería que la noticia no era que Patch tuviera una acechadora que resultaba ser su atractiva ex. La cosa era más grave.

—Hace un par de noches, estuvieron juntos. Tengo pruebas. Un montón de fotos.

Apreté los dientes y me volví.

—Quiero verlas.

—Nora…

—Puedo soportarlo —le aseguré fuera de mí—. Quiero ver esas supuestas pruebas que tus hombres, o, mejor, mis hombres, han recabado. —Patch con Dabria. Revolví rápidamente en mis recuerdos tratando de identificar qué noche podría haber sido. Estaba angustiada, y celosa, e indecisa. Patch no podía haber hecho algo así. Seguro que había alguna explicación. Tenía que concederle el beneficio de la duda. Se había sacrificado mucho por mí como para precipitarme a sacar conclusiones a la primera de cambio.

Tenía que mantener la calma. Sería un error hacer un juicio tan pronto. ¿Dante tenía fotos? Bien. Las analizaría yo misma.

Dante apretó los labios y asintió.

—Te las haré llegar a tu casa hoy mismo.