Dabria se alejó levantando una nube de polvo tras de sí y yo me volví a casa a la carrera. Mi madre podía aparecer en cualquier momento y aún no sabía cómo explicarle que la fiesta hubiera tenido un final tan abrupto; además, también tenía que deshacerme del cuerpo de Baruch. Si realmente se había creído que le había clavado ese atizador en la cicatriz de las alas, su cuerpo seguiría sumido en un estado cercano al coma durante unas horas más, de modo que transportarlo resultaría considerablemente fácil. Por fin, un golpe de suerte.
Al entrar, me encontré a Patch en el salón, inclinado sobre el cuerpo de Baruch. Cuando lo vi, respiré, aliviada.
—¡Patch! —exclamé corriendo hacia él.
—Ángel. —Su rostro estaba grabado con la preocupación. Se puso en pie y yo me arrojé en sus brazos, dejando que me estrechara con fuerza.
Asentí con la cabeza para que no sufriera por mi bienestar, y me tragué la bola que se me había formado en la garganta.
—Estoy bien. No me han herido. Le he hecho un truco psicológico para que creyera que los Nefilim los atacaban y le clavaban un atizador en las cicatrices. —Dejé escapar un suspiro tembloroso—. ¿Cómo sabías que los ángeles caídos habían irrumpido en la fiesta?
—Tu madre me ha echado de vuestra casa, pero no estaba dispuesto a permitir que te quedaras sin protección. He hecho guardia calle abajo. He visto muchos coches dirigiéndose a la granja, pero he pensado que simplemente venían a la fiesta. Cuando la gente ha empezado a salir corriendo de la casa con cara de haber visto un fantasma, he venido tan deprisa como he podido. Había un ángel caído haciendo guardia en la puerta y ha creído que mi intención era aprovecharme de los despojos que quedaran. Por supuesto, he tenido que apuñalarlo en sus cicatrices, como también a unos pocos más. Espero que tu madre no se dé cuenta de que he arrancado algunas ramas del árbol del jardín delantero. Me han ido de maravilla para emplearlas a modo de estacas.
Sus labios se curvaron con picardía.
—Estará de vuelta en cualquier momento.
Patch asintió con la cabeza.
—Ya me encargo yo del cuerpo. ¿Puedes encender la llave de paso de la electricidad? La caja de fusibles está en el garaje. Asegúrate de que todos los interruptores estén conectados. Si han cortado los cables, la cosa no será tan sencilla.
—Ya voy. —Me encaminé hacia la salida y, tras dar un par de pasos, me detuve y le dije—: Por cierto, ha venido Dabria. Me ha contado no sé qué milonga de que le habías dicho que me sacara de aquí. ¿Crees que puede haber estado ayudándolos?
Para mi sorpresa, repuso:
—La he avisado yo. Estaba en el barrio. Yo me he dedicado a perseguir a los ángeles caídos y le he pedido que se encargase de ti y te sacase de la casa.
Me quedé sin habla, aturdida tanto por la irritación como por la conmoción. No sabía si estaba más enfadada porque Dabria me había dicho la verdad o porque había estado siguiendo a Patch. Al fin y al cabo, eso de que «estaba en el barrio» no se explicaba de otro modo: mi calle tenía más de kilómetro y medio de largo, la nuestra era la única casa que había y además iba a morir al bosque. Seguramente le había puesto a Patch un busca. Cuando él la había llamado, Dabria debía de estar en el coche, aparcada a unos pocos pasos por detrás de él, sosteniendo unos prismáticos.
No tenía ninguna duda de que Patch me era fiel, ni tampoco de que Dabria esperaba poder cambiar ese detalle.
Pensé que no era momento para empezar una discusión, así que me limité a decir:
—¿Qué le vamos a contar a mi madre?
—Ya… ya me encargo yo.
Patch y yo volvimos la cabeza hacia la vocecilla que procedía de la puerta. Marcie estaba allí de pie, estrujándose las manos. Como si de pronto se hubiera dado cuenta de lo débil que la hacía parecer ese gesto, dejó caer los brazos a ambos lados del cuerpo. Se echó el cabello hacia atrás, levantó la barbilla, y añadió con más aplomo:
—La fiesta ha sido idea mía, de modo que estoy metida en esto tanto como vosotros. Le diré a tu madre que un atajo de gamberros se han presentado a la fiesta y han empezado a romper todo lo que han encontrado a su paso. Y entonces hemos hecho lo que nos ha parecido más responsable: cancelar la fiesta.
Tuve la sensación de que Marcie estaba haciendo todo lo posible para no mirar el cuerpo de Baruch, que yacía boca abajo sobre la alfombra. Mientras no lo viera, podía pensar que no era real.
—Gracias, Marcie —le dije con toda sinceridad.
—No sé qué te sorprende tanto. Yo también estoy metida en esto, ya lo sabes. Como tú, tampoco soy… bueno… —Inspiró profundamente—. Que soy uno de vosotros.
Abrió la boca para decir algo más, pero la volvió a cerrar enseguida. No la culpaba. No era fácil aceptar que uno no era humano, y mucho menos decirlo en voz alta.
Alguien llamó al timbre y Marcie y yo dimos un respingo e intercambiamos una mirada de extrañeza.
—Actuad como si nunca hubiésemos estado aquí —nos instruyó Patch en cuanto se hubo cargado el cuerpo de Baruch a los hombros y, mientras se encaminaba hacia la puerta trasera, añadió mentalmente: «Y, Ángel, borra de la mente de Marcie el recuerdo de haberme visto aquí esta noche. Tenemos que mantener nuestro secreto a salvo».
«Descuida», le respondí.
Marcie y yo nos dirigimos a la puerta. En cuanto hice girar el pomo, Vee se coló dentro de casa cogida de la mano de Scott.
—Sentimos llegar tarde —se disculpó—. Nos hemos… ejem…
Compartió con Scott una mirada cómplice y ambos se echaron a reír.
—Distraído un poco —concluyó Scott, con una risita en los labios.
Vee se abanicó con la mano.
—¡Y que lo digas!
Cuando Marcie y yo nos los quedamos mirando con aire sombrío, Vee echó un vistazo al salón y cayó en la cuenta de que la casa estaba vacía y destrozada.
—Un momento. ¿Dónde está todo el mundo? ¿No me digas que la fiesta ya se ha terminado?
—Nos han asaltado —explicó Marcie.
—Llevaban máscaras de Halloween —añadí yo—. Puede haber sido cualquiera.
—Se han puesto a destrozarlo todo…
—Y hemos decidido mandar a casa a todo el mundo.
Vee examinó los daños, incapaz de articular palabra.
«¿Asaltado?», me preguntó Scott mentalmente; no cabía duda de que no se había creído mi actuación y presentía que le había ocultado parte de la historia.
«Ángeles caídos —respondí—. Uno de ellos ha hecho todo lo posible para obligarme a prestar el juramento de lealtad. Pero no te preocupes —me apresuré a añadir al ver que su rostro se retorcía de ansiedad—, no se ha salido con la suya. Necesito que te lleves a Vee de aquí. Si se queda rondando por casa, empezará a hacer preguntas que no podré responderle. Y necesito ponerlo todo en orden antes de que llegue mi madre».
«¿Cuándo se lo contarás?»
Me quedé paralizada: la pregunta directa de Scott me había pillado por sorpresa. «No se lo puedo contar. Quiero que esté a salvo, ¿entiendes? Y te pido que tú hagas lo mismo. Es mi mejor amiga, Scott. No quiero que le pase nada malo».
«Se merece que le cuentes la verdad».
«Se merece mucho más que eso, pero, de momento, lo que más me importa es su seguridad».
«¿Y qué crees que le importa más a ella? —preguntó Scott—. Se preocupa por ti y confía en ti. Muéstrale un poco más de respeto».
No tenía tiempo para discutir. «Por favor, Scott», le rogué.
Se me quedó mirando unos instantes con expresión reflexiva. Estaba claro que mi petición no lo complacía, pero al parecer iba a dejarme ganar esa batalla… por el momento.
—¿Sabes una cosa? —le dijo a Vee—. Te lo compensaré: vámonos al cine. Tú eliges la película, ¿vale? No es que pretenda influenciarte, pero acaban de estrenar una de un superhéroe. Las críticas son pésimas, así que probablemente la peli será genial.
—Deberíamos quedarnos a ayudar a Nora a limpiar este desastre —arguyó Vee—. Pienso averiguar quién ha sido el responsable y le voy a dar una lección de buenos modales. Puede que un par de pescados de unos cuantos días acaben encontrando el camino hasta sus taquillas. Y más les vale no apartar el ojo de sus neumáticos, porque tengo una navaja muy inquieta.
—Tómate la noche libre —le sugerí a Vee—. Marcie me ayudará a limpiarlo todo, ¿verdad, Marcie? —Le pasé el brazo por el hombro y traté de hablarle con dulzura, pero un punto de desdén tiñó mis palabras.
Vee tropezó con mi mirada y compartimos un momento de complicidad.
—Vaya, Marcie, es un detalle —le dijo Vee—. El recogedor está debajo del fregadero. Y las bolsas de basura, también.
Le dio a Marcie un palmadita en la espalda y añadió a modo de despedida:
—Bueno, divertíos, y que no te rompas muchas uñas, Marcie.
Tan pronto como hubieron desaparecido por la puerta, Marcie y yo dejamos resbalar la espalda por la pared hasta quedarnos sentadas en el suelo, y soltamos un suspiro de alivio al unísono.
Marcie fue la primera en sonreír.
—Qué mala suerte.
Me aclaré la garganta.
—Gracias por quedarte a ayudar esta noche —le dije de todo corazón. Por una vez en su vida, Marcie había sido…
«Útil», pensé con un sobresalto. Y yo iba a pagarle borrando sus recuerdos de su mente.
Se levantó del suelo y se desempolvó las manos.
—La noche aún no ha terminado. El recogedor está debajo del fregadero, ¿no?