Me desperté de golpe, totalmente desorientada. Estaba en una cama que me resultaba vagamente familiar, en una habitación oscura con un ambiente acogedor y relajado. Había un cuerpo echado junto a mí, y en ese instante se despertó.
—¿Ángel?
—Estoy despierta —le dije. Respiré aliviada al saber que Patch estaba a mi lado. No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente, pero me sentía a salvo en su casa, bajo su vigilancia—. Blakely se ha apoderado del cuerpo de Marcie. He dejado de percibir su presencia y me he acercado a él sin sospechar que era una trampa. He tratado de avisarte, pero Blakely me había aislado en una especie de burbuja: mis pensamientos no podían salir de mi cabeza.
Patch asintió, colocándome un mechón rebelde detrás de la oreja.
—Lo he visto salir del cuerpo de Marcie y echar a correr. Marcie está bien. Algo aturdida, pero bien.
—¿Por qué ha tenido que clavarme ese cuchillo? —pregunté con una mueca de dolor levantándome el jersey para examinarme la herida. Mi sangre Nefil debería habérmela curado, pero el corte seguía abierto y despedía una luz cerúlea.
—Sabía que si te hería, yo me quedaría a tu lado en lugar de perseguirle. Pero esta me la pagará —gruñó Patch apretando la mandíbula—. Cuando te he traído aquí, todo tu cuerpo estaba envuelto en un aura azulada, de la cabeza a los pies. Era como si estuvieras en coma. No podía hablar contigo, ni siquiera mentalmente. Me he asustado mucho.
Patch tiró de mí y me rodeó con sus brazos con actitud protectora, estrechándome con fuerza, y entonces me di cuenta de lo preocupado que había estado.
—¿Qué consecuencias tendrá esto para mí?
—No lo sé. No creo que sea muy bueno que tu cuerpo haya recibido ya dos dosis de hechicería diabólica.
—Dante se toma una a diario. —Si él estaba bien, yo también lo estaría, ¿no? Al menos eso quería creer.
Patch no dijo nada, pero yo tenía una idea bastante clara de hacia dónde iban sus pensamientos. Como yo, sabía que la ingestión de hechicería diabólica tenía efectos secundarios.
—¿Dónde está Marcie? —quise saber.
—He alterado su memoria para que no recordara que me había visto, y luego Dabria la ha acompañado a casa… No me mires así. Estaba desesperado, y tenía el número de teléfono de Dabria a mano.
—¡No es eso lo que me preocupa! —exclamé con una mueca de dolor: mi reacción airada me atravesó la herida con un pinchazo.
Patch se inclinó hacia mí y me besó en la frente.
—No me hagas repetirte de nuevo que entre Dabria y yo ya no hay nada.
—Ella todavía te quiere.
—Finge sentir algo por mí para hacerte la puñeta. ¡No se lo pongas tan fácil!
—Pues no la llames para pedirle favores como si formara parte del equipo —repliqué—. Trató de matarme y, si tú la dejases, te seduciría de nuevo en menos que canta un gallo. Me da igual que me lo hayas repetido mil veces. He visto cómo te mira.
Me pareció que Patch iba a replicar, pero se lo pensó dos veces y en lugar de eso bajó de un salto de la cama. Llevaba la camiseta negra arrugada y el pelo revuelto: estaba realmente atractivo.
—¿Quieres que te traiga algo de comer? ¿Un poco de agua? Me siento inútil, y si sigo así voy a volverme loco.
—Si no sabes qué hacer, vete a buscar a Blakely —me limité a decirle. ¿Qué hacía falta para que nos libráramos de Dabria de una vez por todas?
Una sonrisa tortuosa y siniestra se instaló en su rostro.
—No tenemos que ir a por él. Vendrá a buscarnos. Para escapar, se ha visto obligado a dejar atrás su cuchillo. Sabe que lo tenemos, y también sabe que es una prueba que puedo presentar a los arcángeles para demostrar que está empleando la hechicería diabólica.
Patch soltó una carcajada, pero su alegría tenía un lado sombrío.
—Aunque ya no confío en los arcángeles. Pepper Friberg no es la única manzana podrida. Si les entrego el cuchillo, nadie me garantiza que se hagan cargo del problema. Antes creía que eran incorruptibles, pero se han tomado muchas molestias para convencerme de lo contrario. Los he visto jugar con la muerte, mirar hacia otro lado ante violaciones graves de la ley, y castigarme por delitos que yo no había cometido. Me he equivocado muchas veces, y he pagado por mis errores, pero sospecho que no pararán hasta que me vean encerrado en el infierno. No les gusta que se les lleve la contraria, y eso es lo primero que les viene a la cabeza cuando piensan en mí. Esta vez me voy a encargar del asunto personalmente: Blakely volverá a buscar su cuchillo, y cuando lo haga, le estaré esperando.
—Quiero ayudarte —dije al punto. Deseaba bajarle los humos al Nefil que había cometido la idiotez de acuchillarme. Blakely trabajaba para el ejército Nefil, pero yo lo dirigía. A mi juicio, sus acciones habían sido extremadamente irrespetuosas, pero otros las tildarían de alta traición. Y yo sabía por experiencia propia que los Nefilim eran una raza que no veía a los traidores con buenos ojos.
Patch me miró fijamente y me estudió en silencio, como si estuviera valorando mi capacidad para enfrentarme a Blakely. Al rato, le vi asentir con la cabeza, satisfecha.
—Está bien, Ángel. Pero lo primero es lo primero. Hace dos horas que el partido ha terminado, y tu madre empezará a preguntarse dónde estás. Deberías volver a casa.
Las luces de la granja estaban apagadas, pero yo sabía que mi madre no podría conciliar el sueño hasta que yo hubiera vuelto a casa. Llamé suavemente a la puerta de su dormitorio, la abrí y susurré en la oscuridad:
—Ya estoy en casa.
—¿Te lo has pasado bien? —preguntó con un bostezo.
—El equipo ha jugado de maravilla —respondí evasivamente.
—Marcie ha vuelto hace unas horas. No me ha contado mucho… Se ha ido directamente a su habitación y ha cerrado la puerta. Parecía… tranquila. O tal vez molesta.
Había un atisbo de curiosidad en su voz.
—Seguramente tenía la regla. —Sin duda estaba haciendo todo lo que estaba en su mano para evitar tener un ataque de pánico en toda regla. Me habían poseído en una ocasión, y no había palabras para describir lo vulnerable que uno se sentía. Pero lo cierto era que Marcie no me daba mucha pena: si hubiera hecho lo que le había pedido, nada de eso habría sucedido.
Una vez en mi habitación, me quité la ropa y examiné la herida una vez más. El tono azulado se estaba desvaneciendo. Poco a poco, pero desaparecía. Tenía que ser una buena señal.
En cuanto me metí en la cama, alguien llamó a la puerta. Marcie la abrió y se quedó de pie en la entrada.
—Estoy flipando —susurró, y, a juzgar por su aspecto, lo decía de verdad.
La invité a entrar, y cerró la puerta tras de sí.
—¿Qué ha pasado en el estadio? —me preguntó con la voz rota. Las lágrimas le empañaban ojos—. ¿Cómo ha podido controlar así mi cuerpo?
—Blakely te ha poseído.
—¿Cómo puedes estar tan tranquila? —protestó con irritación sin levantar la voz—. Se ha metido dentro de mí como… ¡como si fuera una especie de parásito!
—Si hubieras dejado que yo atrapara a Blakely como habíamos acordado, nada de esto habría sucedido.
Enseguida me arrepentí de haber sido tan dura con ella. Marcie había cometido una estupidez, pero ¿quién era yo para juzgarla? En mi vida había tomado una buena cantidad de decisiones impulsivas. La situación la había pillado desprevenida, y había reaccionado sin pensar: quería saber quién había matado a su padre. ¿Quién podía culparla por eso? Yo seguro que no.
Suspiré.
—Perdona, no quería decir eso.
Pero ya era demasiado tarde. Me miró, visiblemente dolida, y se marchó.