Cuando ya estaba a punto de llegar al coche, vi una sombra oscura sentada al volante. Me detuve en seco, y lo primero que pensé fue que Sombrero de Cowboy había vuelto a la carga. Contuve el aliento y me pegunté si lo más inteligente no sería huir. Al sopesar racionalmente los pros y los contras, mi imaginación hiperactiva se fue serenando y la sombra oscura acabó adoptando su auténtica forma. Patch me indicó que me metiera en el coche y yo le ofrecí una sonrisa de oreja a oreja: toda mi desazón se había desvanecido de pronto.
—¿Faltando a clase para patinar un rato? —me preguntó en cuanto me senté a su lado.
—Ya me conoces. Las ruedas púrpura son mi debilidad.
Patch sonrió.
—No he visto tu coche en el instituto. Te he estado buscando. ¿Tienes un par de minutos?
Le entregué las llaves del coche.
—Llévalo tú.
Patch condujo hasta un fantástico complejo de casas de lujo emplazado encima de la Bahía de Casco. El encanto histórico de los edificios —construidos con ladrillo rojo y piedra de una cantera local— desvelaba que el complejo tenía más de cien años, pero había sido completamente rehabilitado: ventanas nuevas, columnas de mármol negro y portero. Patch aparcó el coche en una plaza para un solo vehículo y cerró la puerta. De pronto quedamos sumidos en la oscuridad.
—¿Casa nueva?
—Pepper ha contratado a unos cuantos Nefilim que han redecorado mi estudio del Delphic. Necesitaba un lugar seguro y no disponía de tiempo para buscar demasiado.
Salimos del coche, subimos un tramo corto de escaleras y, después de cruzar una puerta, entramos en la nueva cocina de Patch. Una batería de ventanas ofrecía unas vistas espectaculares de la bahía: los veleros punteaban el agua de blanco con sus velas, y una pintoresca niebla azulada envolvía los acantilados que se levantaban perfilando la ensenada. Los tonos otoñales teñían de rojo y naranja los bosques de alrededor, como si el agua estuviera envuelta en llamas. El muelle que había a los pies de las casas parecía el lugar de acceso del servicio.
—Muy chic —le dije.
Me entregó una taza de chocolate caliente desde detrás y me besó en la nuca.
—Pero está más expuesto de lo que querría.
Apoyé la espalda en su pecho mientras le daba un sorbo a mi taza de chocolate caliente.
—Anoche Pepper me sorprendió a la salida de La Bolsa del Diablo. Así que no tuve oportunidad de charlar con nuestro amigo Nefil, Sombrero de Cowboy. De todos modos, hice algunas llamadas y me dediqué a recabar información; entre otras cosas, registré la cabaña a la que te llevaron. El tío no es muy listo. Es la cabaña de sus padres. Su nombre auténtico es Shaun Corbridge y tiene dos años, según la edad Nefil. Juró lealtad hace dos Navidades, y se alistó en el ejército de la Mano Negra. Tiene muy mal genio y un largo historial de consumo de drogas. Al parecer, trata de encontrar el modo de hacerse un nombre y está convencido de que tú eres el camino ideal para conseguirlo. Su tendencia a la estupidez salta a la vista. —Patch volvió a besarme en la nuca, pero esta vez sus labios se entretuvieron allí un buen rato—. Yo también te he echado de menos. ¿Alguna novedad?
Hum… No sabía por dónde empezar.
—Podría contarte que esta misma mañana Pepper ha tratado de secuestrarme y utilizarme como rehén, pero quizá te interesará más saber que Dante me ha dado a beber una especie de poción elaborada con hechicería diabólica. Al parecer, Blakely, la mano derecha de Hank, lleva meses trabajando con la hechicería y ha desarrollado una droga de alto rendimiento para los Nefilim.
—¿Que ha hecho qué? —rugió. Nunca hasta entonces le había visto tan exaltado—. ¿Te ha hecho daño ese miserable de Pepper? ¡Dante se va a enterar! ¡Le voy a hacer pedazos!
Negué efusivamente con la cabeza, y de pronto sentí que las lágrimas se agolpaban en mis ojos. Comprendía las razones por las que Dante me había dado ese brebaje —necesitaba que tuviera la suficiente fortaleza física como para llevar a los Nefilim a la victoria—, pero no aprobaba sus métodos. Me había mentido. Me había engatusado para que ingiriera una droga que no solo estaba prohibida en la Tierra, sino que era potencialmente peligrosa. Sabía que la hechicería diabólica tenía efectos secundarios, no era tan ingenua. Tal vez los poderes hubieran desaparecido, pero esa pócima había depositado una semilla dañina en mi interior.
—Dante me ha dicho que los efectos de esa bebida no duran más que un día. Esa es la buena noticia. La mala es que está planeando distribuirla a un buen número de Nefilim. Les proporcionaría… superpoderes. Es el único modo en que puedo describirlo. Después de tomármela, he corrido y saltado como nunca, y ese brebaje ha agudizado todos mis sentidos. Dante me ha dicho que en una pelea cuerpo a cuerpo, un Nefil podría vencer a un ángel caído. Y le creo, Patch. He conseguido escapar de Pepper. Un arcángel. De no haberme tomado esa droga, ahora mismo me tendría encerrada bajo llave.
Una furia helada encendió los ojos de Patch.
—¿Dónde puedo encontrar a Dante? —se limitó a decirme.
No esperaba que Patch se enfureciera tanto, un descuido imperdonable por mi parte, ahora que lo veía en retrospectiva. Le hervía la sangre. El problema era que, si dejaba que fuera a ver a Dante, este sabría que le había revelado a Patch la existencia de la hechicería diabólica. Tenía que jugar muy bien mis cartas.
—Lo que ha hecho ha estado mal, pero solo pensaba en mis intereses —probé.
Soltó una sonora carcajada.
—¿De veras te lo crees?
—Lo que creo es que está desesperado. No encuentra otra salida.
—Entonces es que no la ha buscado bastante.
—También me ha dado un ultimátum. O estoy de su lado y el de los Nefilim, o estoy del tuyo —le confesé levantando las manos y dejándolas caer—. No podía ocultarte esta información. Somos un equipo. Pero tenemos que pensar qué pasos vamos a dar.
—Lo voy a matar.
Dejé escapar un largo suspiro mientras me sujetaba las sienes con los dedos.
—Estás dejando que te ciegue el desprecio que sientes por Dante… y la rabia.
—¿La rabia? —repuso Patch con una risita, pero su tono era claramente amenazador—. Oh, Ángel, «rabia» es una palabra muy suave para describir lo que estoy sintiendo. Acabo de enterarme de que un Nefil se las ha arreglado para meterte hechicería diabólica en el cuerpo. No me importan sus razones, ni tampoco que esté desesperado. Es un error que no volverá a cometer jamás. Y, antes de que empieces a sentir lástima por él, debes saber una cosa: se lo advertí. Le dije que si te hacías el menor rasguño mientras estabas bajo su vigilancia, lo haría responsable a él.
—¿Bajo su vigilancia? —repetí lentamente tratando de atar cabos.
—Sé que te estás entrenando con él —me confesó Patch sin rodeos.
—¿Lo sabes?
—Ya eres mayorcita, y puedes tomar tus propias decisiones. Seguro que debías de tener tus razones para querer que Dante te enseñara a defenderte, y no pensaba impedírtelo. Confiaba en ti; quien me preocupaba era él, y parece que no iba desencaminado. Te lo preguntaré una vez más. ¿Dónde se esconde? —repitió en un gruñido mirándome con expresión sombría.
—¿Qué te hace pensar que se está escondiendo? —le pregunté abatida; me irritaba sentirme de nuevo atrapada entre Patch y Dante. Entre los ángeles caídos y los Nefilim. Mi intención inicial no había sido ocultarle a Patch nuestras sesiones de entrenamiento; simplemente había querido evitar echar más leña a la rivalidad que había entre los dos.
Un escalofrío me recorrió la espalda cuando oí la risa gélida de Patch.
—Si es listo, se habrá escondido.
—Yo también estoy enfadada, Patch. Créeme: si pudiera, daría marcha atrás en el tiempo para que esta mañana nunca hubiera ocurrido. Primero tú me pones un busca en la ropa y luego amenazas a Dante a mis espaldas. Vas a la tuya, Patch, y me gustaría sentir que trabajamos juntos.
El nuevo móvil de Patch sonó y enseguida le echó un vistazo a la pantalla. Era un comportamiento poco habitual en él. Normalmente dejaba que saltara el contestador de voz y luego decidía tranquilamente qué llamadas responder.
—¿Esperas una llamada importante? —le pregunté.
—Sí, y tengo que atenderla. Estoy de tu lado, Ángel. Siempre lo he estado. Me duele que pienses que voy en contra de tus deseos. Es lo último que quiero, créeme.
Sus labios se acercaron a los míos, pero el beso fue precipitado: Patch se dispuso al instante a encaminarse hacia las escaleras que conducían al garaje.
—Necesito que me hagas un favor —me dijo mientras se alejaba—. Trata de conseguir más información sobre Blakely. Si llama a casa, los lugares que ha visitado últimamente, cuántos guardaespaldas Nefilim lo protegen, qué prototipos nuevos ha desarrollado y cuándo piensa distribuir su superbrebaje a gran escala. Tienes razón: creo que de momento los únicos que saben de la existencia de la hechicería diabólica son Dante y Blakely. De lo contrario, los arcángeles ya se habrían apoderado de ella. Estamos en contacto, Ángel.
—Entonces… ¿terminaremos esta conversación en otro momento? —le grité, asombrada por su repentina marcha.
Se detuvo al llegar a las escaleras.
—Dante te ha dado un ultimátum, pero, con o sin él, este momento tenía que llegar. No puedo decidir por ti, pero si quieres hablar de ello, házmelo saber. Estaré encantado de ayudar. Conecta la alarma antes de marcharte, ¿vale? Ah, te he dejado una llave en la encimera. Ya sabes que puedes venir siempre que quieras. Estamos en contacto.
—¿Y qué hay de Jeshván? —repuse. Aún tenía un montón de cosas de las que quería hablarle, y él desaparecía a la carrera—. Empieza esta noche, en cuanto aparezca la luna.
Patch asintió con brusquedad.
—Tengo una mala sensación. Estaré pendiente de ti, pero, aún así, quiero que vayas con sumo cuidado. Métete en casa tan pronto como puedas, ¡y antes de que anochezca!
No tenía sentido volver al instituto sin una autorización firmada y, si me marchaba entonces, con suerte solo llegaría a tiempo de asistir a la última clase, así que decidí quedarme en casa de Patch para pensar y hacer un poco de introspección personal.
Abordé la nevera en busca de algún tentempié, pero estaba vacía. Era evidente que Patch acababa de mudarse y que los muebles venían con el piso. Las habitaciones estaban impecables, pero faltaban los toques personales. Electrodomésticos de acero inoxidable, paredes pintadas de gris y suelo de madera de nogal. Muebles de líneas puras. Televisión de pantalla plana y butacas de piel perfectamente dispuestas. Masculino, con estilo y falto de calidez.
Repasé mentalmente la conversación que acababa de mantener con Patch y decidí que no se había mostrado nada comprensivo con la situación de conflicto en que me había puesto el ultimátum de Dante. ¿Y qué conclusión podía sacar de eso? ¿Que Patch creía que podía resolver las cosas solita? ¿Que elegir entre los Nefilim y los ángeles caídos era pan comido? Porque no lo era. La elección resultaba más difícil con cada día que pasaba.
Reflexioné acerca de lo que sabía a ciencia cierta. Es decir, que Patch quería que descubriera qué estaba tramando Blakely. Probablemente Patch pensaba que Dante era mi mejor contacto, una especie de intermediario que podía conducirme hasta la antigua mano derecha de Hank. Y, para que las líneas de comunicación entre nosotros siguieran abiertas, lo mejor sería que Dante continuara pensando que yo estaba de su lado, que estaba de acuerdo con los Nefilim.
Y lo estaba. En muchos aspectos. Tenían toda mi comprensión, porque el objetivo de su lucha no era el poder o cualquier otra ambición indigna: luchaban por su libertad. Y eso era algo que yo entendía y admiraba. Habría hecho cualquier cosa para ayudarlos. Pero no quería que Blakely o Dante pusieran en peligro a la población de los ángeles caídos. Si los ángeles caídos desaparecían de la faz de la Tierra, Patch desaparecería con ellos. No estaba dispuesta a perder a Patch e iba a hacer lo que estuviera en mi mano para que su especie sobreviviera.
En otras palabras: seguía sin respuestas. Estaba como al principio, jugando en ambos bandos. De pronto me di cuenta de lo irónica que era la vida: en el fondo, yo era como Pepper Friberg. Lo único que nos diferenciaba era que yo deseaba definirme. Eso de actuar siempre a escondidas, mintiendo y fingiendo ser leal a dos bandos opuestos me estaba quitando el sueño. Mi mente empezaba a estar exhausta de tanto fabricar mentiras que me salvaran de quedar atrapada en la tela de araña que yo misma había tejido.
Suspiré con ganas y le di otra oportunidad a la nevera de Patch. Nada: no había aparecido ningún tarro de helado desde la última vez que la había abierto.