Esa noche
Las fiestas no son lo mío. La música ensordecedora, los cuerpos dando vueltas y más vueltas, las sonrisas ebrias… Nada de eso va conmigo. Para mí, la mejor forma de pasar el sábado por la noche es quedarme en casa, acurrucada en el sofá, viendo una comedia romántica con Patch, mi novio. Un plan predecible, sencillo… normal. Me llamo Nora Grey y, aunque hace un tiempo era la típica adolescente americana que se compra la ropa en el outlet de moda y se gasta el dinero de los canguros en iTunes, últimamente la normalidad y yo nos hemos convertido en dos perfectas extrañas. Ahora mismo no la reconocería aunque me metiera el dedo en el ojo.
La normalidad y yo cuando Patch apareció en mi vida. Patch es un palmo más alto que yo, funciona con una lógica fría y rígida, se mueve con el sigilo del humo y vive solo en un estudio supersecreto y superpijo bajo el parque de atracciones Delphic. Tiene una voz grave y sexy que me derrite el corazón en menos de tres segundos. Y es un ángel caído: lo echaron del cielo por ser demasiado flexible a la hora de seguir las normas. Personalmente creo que tuvo más que ver su modo de ser, demasiado poco normal.
Tal vez en mi vida no haya normalidad, pero sí estabilidad. Es decir, materializada en Vee Sky, mi mejor amiga desde hace doce años. Ella y yo compartimos un vínculo inquebrantable que ni siquiera una lista interminable de diferencias puede romper. Dicen que los opuestos se atraen, y Vee y yo somos la prueba de ello. Yo soy delgada y larguirucha (según los estándares humanos), tengo una melena rizada que pone a prueba mi paciencia y una personalidad hiperactiva y algo irascible. Vee es aún más alta que yo, es rubia, tiene los ojos verdes y más curvas que una montaña rusa. Los deseos de Vee suelen imponerse a los míos. Y, al contrario que yo, Vee vive por salir de fiesta.
Esa noche las ganas de juerga de Vee nos llevaron al otro lado de la ciudad, a un almacén de obra vista de cuatro pisos agitado por el estruendo de la música, lleno de carnés falsos y atiborrado de cuerpos sudorosos cuyas emanaciones podían competir con el peor de los gases invernadero. Tenía la típica distribución interior: una pista de baile encajada entre un escenario y la barra de un bar. Corría el rumor de que detrás de la barra había una puerta secreta que conducía al sótano, y en el sótano había un hombre llamado Storky que dirigía un próspero negocio que pirateaba de todo. Los líderes de la comunidad religiosa seguían amenazando con cerrar ese criadero de adolescentes disolutos de Coldwater… también conocido como La Bolsa del Diablo.
—¡Vamos, muévete! —se desgañitaba Vee tratando de hacerse oír por encima del absurdo chunda chunda de la música.
Entrelazó sus dedos con los míos y ambas levantamos las manos por encima de la cabeza. Estábamos en el centro de la pista, y recibíamos empujones y achuchones por todos lados.
—Así es como hay que pasar la noche de los sábados: tú y yo juntas, divirtiéndonos, soltándonos el pelo, moviendo el esqueleto hasta caer rendidas.
Puse todo mi empeño en asentir con entusiasmo, pero el tío que tenía detrás no paraba de pisarme el talón de las manoletinas y la chica que bailaba a mi derecha levantaba peligrosamente los codos al ritmo de la música: si no me andaba con cuidado, seguro que acabaría con un ojo a la virulé.
—¿Y si pedimos algo de beber? —le grité a Vee—. Hace mucho calor.
—Esto es porque al llegar nosotras ha subido la temperatura de la fiesta. Fíjate en el tío del bar. No te quita los ojos de encima… Se ha quedado embobado con tus movimientos fogosos. —Se lamió el dedo y lo posó sobre mi hombro desnudo imitando el sonido del chisporroteo del fuego.
Seguí su mirada… y el corazón me dio un vuelco.
Dante Matterazzi me saludó levantando la barbilla. Su siguiente saludo fue algo más sutil.
«Nunca habría dicho que te gustara bailar», me dijo mentalmente.
«Fíjate, en cambio yo siempre había pensado que eras un acosador», le contesté.
Dante Matterazzi y yo pertenecíamos a la raza de los Nefilim, de ahí nuestra habilidad natural para hablar por telepatía, pero nuestras afinidades se acababan ahí. Dante era tremendamente persistente, y yo no sabía cuánto tiempo más podría seguir capeándolo. Lo había conocido esa misma mañana, cuando se había presentado en mi casa para anunciarme que ángeles caídos y Nefilim estaban al borde de la guerra y que yo era la encargada de liderar a los segundos; sin embargo, lo último que necesitaba en ese momento era pensar en esa guerra. Se trataba de una situación abrumadora. O tal vez era que yo me resistía a aceptarla. Fuera como fuera, lo único que quería era que Dante desapareciera.
«Te he dejado un mensaje en el móvil», me dijo.
«Vaya, se me debe de haber pasado». Más bien lo había borrado.
«Tenemos que hablar».
«Estoy un poco ocupada». Para dejárselo bien claro, moví las caderas y agité los brazos de un lado a otro, tratando de imitar a Vee, una adicta a los programas musicales. No cabía duda: mi amiga llevaba el hip-hop en el alma.
Dante esbozó una leve sonrisa. «Ya que estás, pídele a tu amiga que te dé un par de consejos: me parece que esto de bailar no es lo tuyo. Nos vemos fuera en un par de minutos».
«Ya te he dicho que estoy ocupada», repetí mirándolo fijamente.
«Esto no puede esperar», insistió y, tras arquear las cejas significativamente, desapareció entre la multitud.
—Él se lo pierde —opinó Vee—. Se ha amedrentado, eso es todo.
—Bueno, ¿qué querrás tomar? —le dije—. ¿Te traigo una Coca-Cola?
Vee no parecía dispuesta a abandonar la pista y, aunque no me apetecía nada hablar con Dante, pensé que lo mejor sería pasar el mal trago cuanto antes. La alternativa era tenerlo pegado a mis talones toda la noche.
—Coca-Cola con limón —respondió Vee.
Abandoné la pista de baile y, después de asegurarme de que Vee no estuviera mirando, me metí en un corredor lateral y salí por la puerta trasera. El callejón estaba bañado por la luz azulada de la luna. Justo enfrente de mí, había aparcado un Porsche Panamera rojo y Dante me esperaba apoyado en el capó con los brazos cruzados.
Dante mide más de dos metros y tiene el físico de un soldado recién salido del campamento militar. Un ejemplo claro: tiene más masa muscular en el cuello que yo en todo el cuerpo. Esa noche llevaba unos pantalones holgados de color caqui y una camisa de lino blanca medio abotonada que dejaba al descubierto una V de piel suave y sin un solo pelo.
—Bonito coche —le dije.
—Me lleva allí donde quiero.
—Mi Volkswagen también, y cuesta bastante menos.
—Un coche es algo más que solo cuatro ruedas.
¡Puaj!
—Bueno —dije moviendo con impaciencia la punta del pie—, ¿qué era eso tan urgente?
—¿Aún sales con ese ángel caído?
Era la tercera vez que me lo preguntaba en pocas horas: las dos primeras en un mensaje de texto y entonces cara a cara. Mi relación con Patch había pasado por muchos altibajos, pero la última tendencia era ascendente. En un mundo en el que los Nefilim y los ángeles caídos preferían morir antes que dedicarse una sonrisa, salir con un ángel caído estaba completamente prohibido.
Me enderecé todo lo que pude y dije:
—Ya lo sabes.
—¿Vais con cuidado?
—La discreción es nuestro lema.
Ni Patch ni yo necesitábamos que Dante nos advirtiera de que no era prudente aparecer juntos en público. Los Nefilim y los ángeles caídos nunca habían necesitado una excusa para pelearse, y las tensiones raciales entre ambos grupos empeoraban cada día que pasaba. Estábamos en otoño, en el mes de octubre, para ser exactos, y no faltaban más que unos pocos días para que empezara el mes judío del Jeshván.
Cada año, durante el Jeshván, los ángeles caídos ocupaban el cuerpo de montones de Nefilim. Los ángeles caídos tenían la libertad de actuar a su antojo y, como era la única época del año en que podían tener sensaciones físicas, daban rienda suelta a su imaginación. Estaban ansiosos por sentir placer, dolor, y toda la gama se sensaciones que había en medio y para ello se convertían en parásitos de los cuerpos de los Nefilim. Para los Nefilim, el mes de Jeshván era como una cárcel infernal.
Si la persona no indicada me sorprendía paseando cogida de la mano de Patch, ambos pagaríamos nuestro atrevimiento de un modo u otro.
—Hablemos de tu imagen —propuso Dante—. Tenemos que generar noticias positivas asociadas con tu nombre. Conseguir que los Nefilim confíen en ti.
Hice chasquear lo dedos teatralmente y dije:
—¡No soporto eso de no ser popular!
Dante frunció el ceño.
—Esto va en serio, Nora. El mes de Jeshván empezará dentro de setenta y dos horas, y eso significa la guerra. Los ángeles caídos en un bando y nosotros en el otro. Todo el peso de la responsabilidad recae sobre tus hombros: ahora eres el jefe del ejército Nefilim. Le hiciste un juramento de sangre a Hank y no creo que necesites que te recuerde que las consecuencias de romperlo son muy serias.
Sentí náuseas. La verdad era que no había solicitado el trabajo. Gracias a mi difunto padre biológico, un hombre retorcido llamado Hank Miller, me había visto obligada a heredar su posición. Después de someterme a una transfusión de sangre, me coaccionó para que abandonara mi condición de mera humana y me transformara en una Nefil de pura raza para que así pudiera encabezar a su ejército. Hice un juramento en el que me comprometía a ser el jefe de sus tropas, un juramento que entró en vigor con la muerte de mi padre, y, si me negaba a respetarlo, mi madre y yo moriríamos. Eran las condiciones del juramento. Nada más.
—Por muchas medidas que tome, no podemos hacer desaparecer tu pasado. Los Nefilim están removiendo cielo y tierra tratando de encontrar algo. Corren rumores de que sales con un ángel caído y de que tus lealtades están divididas.
—Es cierto: salgo con un ángel caído.
Dante miró al cielo, exasperado.
—¿Por qué no lo gritas a los cuatro vientos?
Me encogí de hombros y repuse mentalmente: «Si es eso lo que quieres…» Abrí la boca, pero Dante se plantó de un salto a mi lado y me la tapó con la mano.
—Ya sé que te cuesta, pero, por una vez, ¿podrías tratar de facilitarme un poco el trabajo? —me murmuró al oído escrutando la oscuridad con preocupación manifiesta. Yo, sin embargo, sabía que estábamos solos. No hacía más que veinticuatro horas que era una Nefil de pura raza, pero tenía confianza absoluta en la agudeza de mi nuevo sexto sentido. Si hubiera habido algún curioso agazapado en los alrededores, lo habría percibido.
—Mira, ya sé que esta mañana he cometido la imprudencia de decir a los Nefilim que tendrían que aceptar el hecho de que yo saliera con un ángel caído —dije cuando me retiró la mano de la boca—. No pensaba con claridad. Estaba enfadada. Me he pasado el día dándole vueltas y he hablado con Patch. Tenemos mucho cuidado, Dante. Mucho.
—Me alegro de saberlo. Pero, aun así, necesito que me hagas un favor.
—¿Cuál?
—Sal con un Nefil. Sal con Scott Parnell.
Scott era el primer Nefil con el que había hecho amistad, a la tierna edad de cinco años. Entonces no sabía cuál era su auténtica naturaleza, pero en los últimos meses se había convertido primero en mi hostigador, después en mi cómplice y finalmente en mi amigo. Entre nosotros no había secretos y, por tanto, tampoco ninguna atracción de tipo sexual.
—¡Esta sí que es buena! —exclamé echándome a reír.
—Solo sería una tapadera… Para guardar las apariencias —me explicó—. Hasta que te ganes la simpatía de nuestra especie. No hace más que un día que eres una Nefil. Nadie te conoce. La gente necesita que les des una razón para mirarte con buenos ojos. Tenemos que conseguir que se sientan cómodos confiando en ti. Saliendo con un Nefil darías un paso en la dirección correcta.
—¡No puedo salir con Scott! —exclamé—. Le gusta a Vee.
Decir que Vee no había tenido demasiada suerte en el amor era quedarse muy corto. En los últimos seis meses se había enamorado de un depredador narcisista y de un canalla de los que te apuñalan por la espalda. No es de extrañar que, después de estas dos relaciones, Vee hubiera empezado a dudar seriamente de sus instintos en el amor. Se pasó una buena temporada negándose incluso a sonreír a cualquier miembro del sexo opuesto… hasta que apareció Scott. La noche anterior, solo unas pocas horas antes de que mi padre me obligara a transformarme en una Nefil de pura sangre, Vee y yo habíamos ido a La Bolsa del Diablo a ver actuar a Serpentine, un nuevo grupo en el que Scott tocaba el bajo, y Vee no había parado de hablar de él desde entonces. Robarle a Scott, aunque solo fuera un embuste, sería para ella como recibir el golpe de gracia.
—Pero solo sería un montaje —insistió Dante, como si eso cambiara algo.
—¿Vee sabría la verdad?
—No exactamente. Tú y Scott tendríais que ser convincentes. Sería desastroso que se propagara la verdad, de modo que convendría que lo supiéramos solo tú y yo.
Lo que significaba que Scott sería también una víctima del engaño. Me planté las manos en las caderas y me mostré firme e inamovible.
—Entonces tendrás que buscar a otra persona.
No es que me gustara la idea de fingir que salía con un Nefil para ganar popularidad. De hecho, me parecía un desastre potencial, pero quería acabar con aquello cuanto antes. Si Dante creía que con un novio Nefil mi reputación y mi imagen mejorarían, pues que así fuera. No sería de verdad. Naturalmente, a Patch no le haría ninguna gracia, pero cada cosa a su tiempo, ¿no?
Dante frunció los labios y cerró los ojos un instante. Estaba haciendo acopio de paciencia. Era una expresión a la que me había ido acostumbrando a lo largo del día.
—Tendrá que ser alguien respetado por la comunidad Nefil —dijo al fin Dante con aire pensativo—. Alguien a quien los Nefilim admiren y aprueben.
—Vale —repuse con impaciencia—. Pues proponme alguien que no sea Scott.
—Yo.
Me quedé sin aliento.
—Perdona, ¿cómo has dicho? ¿Tú?
Estaba demasiado conmocionada como para echarme a reír.
—¿Por qué no? —repuso él.
—¿De veras quieres que te enumere las razones? Porque te tendré aquí toda la noche. Al menos debes de ser cinco años mayor que yo, me refiero a años humanos: ¡ideal para escandalizar a todo el mundo! No tienes sentido del humor y además… no nos soportamos.
—Todo encaja a la perfección… Soy tu teniente general…
—Porque Hank te dio ese rango. Yo no tuve nada que ver.
Pero Dante no me escuchaba y seguía dando rienda suelta a su versión fantasiosa de los acontecimientos.
—Nos conocimos y enseguida nos sentimos atraídos el uno por el otro. Yo te consolé por la muerte de tu padre. Es una historia creíble —opinó con una sonrisa—. Te dará muy buena prensa.
—Te juro que si vuelves a decir esa palabra, haré… algo radical —le aseguré. Como abofetearle. Y luego me abofetearía a mí por haber considerado la posibilidad de llevar a cabo su plan.
—Tú piénsalo —me aconsejó Dante—. Medítalo bien.
—¿Que lo medite? —repetí, y conté hasta tres empleando los dedos—. Ya está. Me parece una mala idea. Una idea nefasta, y mi respuesta es no.
—¿Se te ocurre algo mejor?
—Sí, pero necesitaré un tiempo para pulirla.
—Claro. No hay problema, Nora —repuso, y contó hasta tres con los dedos—. ¡Listo! Se acabó el tiempo. Necesitaba un nombre a primera hora de esta mañana. Por si no te habías dado cuenta, tu imagen está por los suelos. La noticia de la muerte de tu padre y tu nueva condición de líder está corriendo como la pólvora. La gente habla, y eso no es bueno. Necesitamos que los Nefilim crean en ti. Necesitamos convencerles de que para ti lo primero es preservar sus intereses, de que eres capaz de acabar la labor de tu padre y librarnos de la esclavitud a la que nos tienen sometidos los ángeles caídos. Necesitamos que todos los Nefilim te sigan sin titubear y vamos a darles un montón de buenas razones para que lo hagan. Empezando por un respetable novio Nefil.
—Eh, ¿va todo bien?
Dante y yo nos volvimos de golpe. Vee estaba plantada en el quicio de la puerta, observándonos con cautela y curiosidad.
—¡Eh! Sí, todo va bien —le respondí tal vez con demasiado entusiasmo.
—Como no volvías, he empezado a preocuparme —arguyó Vee.
Su mirada se apartó de mí para posarse en Dante, y el brillo que le iluminó los ojos me dijo que lo había reconocido como el chico del bar.
—¿Quién eres tú? —le preguntó.
—¿Él? —intervine yo—. Oh, bueno, no es más que un chico que…
Dante dio un paso hacia delante y extendió la mano.
—Dante Matterazzi. Soy un amigo de Nora. Nos hemos conocido hoy, cuando Scott Parnell, un amigo común, nos ha presentado.
El rostro de Vee resplandeció de entusiasmo.
—¿Conoces a Scott?
—En realidad somos muy amigos.
—Todos los amigos de Scott son amigos míos.
Me entraron ganas de estrangularla.
—¿Y qué estáis haciendo aquí fuera? —preguntó Vee.
—Dante acaba de recoger su coche nuevo —aduje apartándome ligeramente para que pudiera ver bien el Porsche—. No ha podido resistirse: tenía que exhibirlo. Pero no te fijes demasiado. Creo que le falta la matrícula. El pobre Dante no ha tenido otro remedio que robarlo, porque se había gastado todo su dinero en depilarse el pecho… ¡Fíjate cómo le brilla!
—Muy graciosa —dijo Dante. Creí que tal vez se apresuraría a abrocharse al menos un botón más de la camisa, pero no lo hizo.
—¡Si yo tuviera un coche como ese, también lo exhibiría! —exclamó Vee.
Y Dante dijo:
—He tratado de convencer a Nora de que diéramos juntos una vuelta, pero no se cansa de darme largas.
—Eso es porque tiene un novio muy duro. Seguramente lo educaron en casa, porque no aprendió esas lecciones tan valiosas que nos enseñaron en la escuela, como por ejemplo la importancia de compartir las cosas con los demás. Si se entera de que te has llevado a Nora a dar un paseo en coche, estampará este flamante Porsche tuyo en el primer árbol que encuentre.
—¡Vaya! —exclamé—. Fijaos la hora que es. ¿No te esperaban en alguna parte, Dante?
—Pues no, resulta que tengo la noche libre —repuso él con una sonrisa de oreja a oreja. No cabía duda de que estaba disfrutando entrometiéndose en mi vida privada. Esa mañana le había dejado bien claro que cualquier contacto entre nosotros debía hacerse en privado, y me estaba demostrando lo que pensaba de mis «reglas». En un intento de devolverle la jugada, le dediqué una de mis gélidas miradas de desprecio.
—Estás de suerte —dijo Vee—. Tengo el plan perfecto para ti. Esta noche vas a salir con las chicas más guais de todo Coldwater, señor Dante Matterazzi.
—Dante no sale nunca de fiesta —me apresuré a decir.
—Esta noche haré una excepción —replicó abriéndonos la puerta.
Vee se puso a saltar, emocionada, mientras batía palmas frenéticamente.
—¡Sabía que esta noche sería genial! —gritó acomodándose bajo el brazo de Dante.
—Después de ti —dijo él con la mano en mi espalda guiándome hacia el interior del local. Yo me lo quité de encima, pero, para mi irritación, se me acercó y me murmuró al oído—: Me alegro de que hayamos tenido esta charla.
«No hemos decidido nada —le dije sin despegar los labios—. Esta historia tuya de la parejita ideal no está decidida. No es más que una idea. Ah, y para que conste, se supone que mi mejor amiga no sabe que existes».
«Tu mejor amiga cree que debería darle a tu novio una buena lección», dijo sin poder ocultar que se estaba divirtiendo.
«Según ella cualquier bicho viviente podría sustituir a Patch. Ellos dos tienen cuestiones pendientes».
«Suena prometedor».
Me siguió por el corredor que conducía a la pista de baile y percibí su sonrisa arrogante e incisiva durante todo el camino…
El ruido monótono y ensordecedor de la música me golpeaba la cabeza como un martillo. Me presioné el entrecejo con los dedos tratando de ahuyentar una jaqueca monumental. Tenía apoyado el codo en la barra y usé la mano libre para llevarme a la frente el vaso de agua fría.
—¿Ya estás cansada? —preguntó Dante después de dejar a Vee bailando en la pista, y se sentó en el taburete que tenía a mi lado.
—¿Sabes si tiene para mucho más? —pregunté con voz cansina.
—Yo diría que está fresca como una rosa.
—La próxima vez que necesite a una amiga, recuérdame que huya de ese Conejo de Duracell. Es incansable…
—Tal vez deberías irte a casa.
Sacudí la cabeza.
—No… Estoy bien para conducir, pero no puedo dejar a Vee aquí. En serio, ¿cuánto más crees que puede aguantar?
Por supuesto, llevaba la última hora haciéndome la misma pregunta.
—Hagamos una cosa. Tú vete a casa y yo me quedaré con Vee. Cuando por fin se venga abajo de cansancio, la llevaré a casa.
—Creía que no tenías que mezclarte con mi vida personal —dije tratando de hablar con rudeza, pero estaba demasiado cansada y no le puse bastante empeño.
—Era tu norma, no la mía.
Me mordí el labio.
—Tal vez solo por esta ocasión. Al fin y al cabo, a Vee le caes bien. Y la verdad es que tienes la energía suficiente para seguir bailando con ella. Supongo que eso no tiene nada de malo, ¿no?
Me dio con el codo en la pierna y me dijo:
—Deja ya de racionalizarlo todo y vete de una vez.
Para mi sorpresa, dejé escapar un suspiro de alivio.
—Gracias, Dante. Te debo una.
—Puedes devolverme el favor mañana. Tenemos que terminar nuestra conversación.
Y todos mis sentimientos benévolos se desvanecieron de un plumazo. Dante volvía a ser una piedra en mi zapato, un pesado de marca mayor.
—Si le pasa algo a Vee, pienso hacerte responsable.
—Sabes perfectamente que estará bien.
Puede que Dante no me gustara, pero estaba convencida de que cumpliría su palabra. Al fin y al cabo, ahora tenía que rendirme cuentas: me había jurado lealtad. Quizás al final mi papel de líder de los Nefilim tendría sus compensaciones. Y, después de ese pensamiento, me marché.
El cielo estaba despejado y la luna era una mancha azul sobre la oscuridad de la noche. Cuando me dirigía a mi coche, la música de La Bolsa del Diablo se había convertido en un rumor distante. Respiré el aire frío de octubre y mi dolor de cabeza se apaciguó.
El teléfono móvil no-rastreable que Patch me había dado sonó en el interior de mi bolso.
—¿Cómo ha ido la noche de chicas? —preguntó Patch.
—De haber sido por Vee, nos habríamos pasado allí hasta mañana. —Me saqué los zapatos y los recogí con la mano—. Lo único que quiero es meterme en la cama.
—Pues compartimos el mismo deseo.
—¿Tú también quieres acostarte?
Al fin y al cabo, Patch me había dicho que prácticamente no dormía nunca.
—Estaba pensando en que te metieras en la cama conmigo.
Sentí una especie de hormigueo en el estómago. La noche anterior había estado en casa de Patch por primera vez y, aunque la atracción y la tentación habían sido intensas, nos las habíamos arreglado para dormir en habitaciones separadas. No estaba muy segura de hasta dónde quería llegar en nuestra relación, pero el instinto me decía que Patch no tenía tantas dudas.
—Mi madre me está esperando —le dije—. No es un buen momento.
Y, al hablar de malos momentos, me acordé sin querer de la conversación que acababa de mantener con Dante. Tenía que poner a Patch al día.
—¿No podemos vernos mañana? Tenemos que hablar.
—Eso no suena muy bien…
Le mandé un beso por teléfono y le dije:
—Te he echado de menos esta noche.
—La noche no se ha terminado. En cuanto acabe, puedo pasarme por tu casa. No eches el pestillo de la ventana.
—¿En qué estás trabajando?
—Vigilo.
Fruncí el ceño.
—Una respuesta algo vaga…
—Mi objetivo se ha puesto en marcha. Tengo que dejarte —dijo—. Estaré en tu casa tan pronto como pueda.
Y colgó.
Corrí calle abajo con los pies descalzos, preguntándome a quién estaría vigilando Patch y por qué (todo me parecía algo siniestro), y por fin vi mi coche aparcado junto a la acera: un Volkswagen Cabriolet del 1984. Arrojé mis zapatos en el asiento trasero y me senté al volante. Enseguida introduje la llave en el contacto, pero, al hacerla girar, el motor no se puso en marcha. Soltaba un sonido ahogado, ronco, y aproveché para dedicarle unas cuantas palabras ingeniosas a ese inútil montón de chatarra.
El coche había sido una donación de Scott y me había dado más horas de dolores de cabeza que de desplazamientos. Me bajé del Volkswagen, abrí el capó y examiné el laberinto grasiento de manguitos y tuercas con expectación. Ya había comprobado el alternador, el carburador y las bujías. ¿Qué otra cosa podía ser?
—¿Problemas con el coche? —dijo una voz nasal y masculina detrás de mí.
Me volví de golpe, sorprendida. No había oído acercarse a nadie. Y, lo que aún era más extraño, no había percibido su presencia.
—Eso parece —repuse.
—¿Necesitas ayuda?
—Lo que necesito es un coche nuevo.
Tenía una sonrisa sebosa e inquietante.
—¿Quieres que te lleve? Pareces una chica agradable. Podríamos charlar un rato por el camino.
Mantuve las distancias, mientras la mente me iba a toda velocidad tratando de identificarlo. El instinto me decía que no era humano. Ni Nefil.
Lo curioso era que tampoco me parecía que fuera un ángel caído. Tenía una cara redonda y angelical, coronada por una mata de cabello rubio, y las orejas de Dumbo. Parecía tan inofensivo que enseguida me resultó sospechoso. Estaba inquieta.
—Gracias por el ofrecimiento, pero volveré a casa con mi amiga.
Su sonrisa se desvaneció y se abalanzó hacia mí tratando de cogerme de la manga.
—No te vayas.
Su voz era ahora un sollozo de desesperación.
Di varios pasos hacia atrás, asustada.
—Bueno… Lo que quería decir… —Tragó saliva y endureció la mirada. Sus ojos eran dos cuentas brillantes—. Tengo que hablar con tu novio.
El corazón se me aceleró y un pensamiento me sobrecogió. ¿Y si se trataba de un Nefil y no podía detectarlo? ¿Y si sabía de mi relación con Patch? Tal vez me había buscado para transmitir un mensaje a través de mí: que los Nefilim y los ángeles caídos no se mezclan. Yo era una Nefil neófita y no le llegaría a la suela del zapato si llegábamos a una confrontación física.
—Yo no tengo novio —le espeté.
Traté de mantener la calma mientras desandaba el camino hacia La Bolsa del Diablo.
—¡Ponme en contacto con Patch! —gritó el hombre a mi espalda con la misma desesperación en la voz—. Me está evitando.
Apreté el paso.
—Dile que si no deja de esconderse, lo… lo… lo haré desaparecer. ¡Reduciré a cenizas todo el parque de atracciones Delphic, si hace falta!
Atisbé por encima del hombro con cautela. No sabía en qué andaba metido Patch, pero una sensación desagradable me removió el estómago. A pesar de que no tenía ni idea de quién era ese hombre, una cosa estaba clara: por muy angelicales que fueran sus facciones, no cabía duda de que iba en serio.
—¡No podrá evitarme para siempre!
Se alejó corriendo con sus piernas rechonchas hasta que desapareció entre las sombras silbando una tonadilla que me dio escalofríos.