John Davis dijo entonces a Vázquez:

—He pensado detenidamente en lo que nos conviene hacer. Es preciso no echar a pique la goleta, pues si así fuera, todos esos canallas podrían ganar la orilla, y tal vez no pudiéramos escapar. Lo esencial es que la goleta se vea precisada a volver a su fondeadero, y permanecer en él algún tiempo para reponer sus averías.

—Estamos conformes —dijo Vázquez—; pero la avería que produzca la bala del cañón puede quedar reparada en una mañana.

—No —contestó John Davis—, porque se verán obligados a desembarcar la carga. Estimo que invertirán lo menos cuarenta y ocho horas, y estamos a veintiocho.

—Y como el «aviso» puede no llegar en una semana —objetó Vázquez—, ¿no sería preferible tirar sobre la arboladura, mejor que sobre el casco?

—Evidentemente, Vázquez; una vez desamparada de su mástil de mesana o de su palo mayor —y no veo medio que pudieran reemplazarlos—, la goleta quedaría retenida por largo tiempo. Pero atinar a su mástil es más difícil que dar en el casco, y es necesario que nuestros proyectiles den en el blanco.

—Sí, es verdad —contestó Vázquez—; tanto más que, si estos miserables no salen hasta la marea de la tarde, que es lo más probable, habrá ya poca claridad. Haga usted, pues, lo que mejor le parezca, Davis.

Vázquez y su compañero no tenían más que esperar, y se apostaron cerca de la pieza, dispuestos a hacer fuego en cuanto la goleta pasara frente a ellos.

Ya se sabe cuál fue el resultado del ataque y en qué condiciones tuvo la Carcante que volver a su fondeadero. John Davis y Vázquez no dejaron su puesto hasta ver que la goleta estaba de nuevo en el fondo de la bahía.