Entonces se le ocurrió a Vázquez una idea que pudiera ser salvadora. Tenía a su disposición trozos de madera, y si encendía con ellos una hoguera en la punta del cabo, tal vez sirviera de indicación al barco para que se separara de la costa.

Vázquez puso manos a la obra amontonando varios pedazos de tabla. Cuando todo estuvo dispuesto trató de encenderlo.

Era ya tarde.

En medio de la oscuridad se destacó una masa enorme. Levantada por olas monstruosas, precipitóse en la costa con espantosa impetuosidad. Antes que Vázquez hubiera podido hacer un gesto, llegó como una tromba a la barrera de los arrecifes.

Produjese un espantoso estrépito y algunos gritos de angustia que bien pronto ahogaron los mugidos cíe la tempestad.

Después no se oyeron más que los silbidos del viento y el incesante bramar de las olas que se estrellaban contra la costa.