En tanto que la chalupa descendía con la corriente, Kongre observaba atentamente las dos orillas de la bahía. ¿Dónde estaría el tercer torrero, que se había escapado de la muerte? Aunque no constituyese para él motivo de inquietud, era evidente que mejor hubiera sido desembarazarse de él.

—Nadie —dijo Carcante.

—Nadie —contestó Kongre.

A las tres estaban de regreso en la bahía.

Dos días después, el 16, Kongre y sus compañeros procedían a poner la Maule en condiciones de ser reparada. A las once sería la pleamar, y las disposiciones fueron tomadas en consecuencia.

Una amarra echada desde tierra permitiría remolcar la goleta, cuando el agua tuviese la altura suficiente.

En realidad, la operación no ofrecía ni dificultades ni riesgos, y era la marea la que se encargaba de verificarla.

A las tres, la Maule estaba completamente en seco, descansando sobre estribor.

Ya podían empezar el trabajo. Solamente que, como no había sido posible conducir la goleta hasta el pie del acantilado, el trabajo había de interrumpirle todos los días durante algunas horas, puesto que el barco flotaría al subir la marea. Pero, por otra parte, como a partir de aquel mismo día el mar iba perdiendo de su altura, la tarea podría proseguirse sin interrupción durante una quincena.

El carpintero Vargas se puso inmediatamente a la obra. Si no contaba con los pescadores de la bañada, al menos los otros, incluso Kongre y Carcante, le «echarían una mano», como vulgarmente se dice. La madera llevada de la caverna bastaría para la reparación, no habiendo necesidad de abatir un árbol del bosque de las hayas, ni de desbastarlo, lo que hubiera sido una obra de consideración.

Durante los quince siguientes días, Vargas y los otros trabajaron de firme.

La mayor dificultad fue levantar las piezas que habían de ser reemplazadas. Estaban muy bien ajustadas, y, decididamente, la Maule había salido de uno de los mejores astilleros de Valparaíso.

Dicho se está que durante los primeros días fue necesario suspender la tarea en el momento de pleamar. Luego, la marea fue tan débil que apenas alcanzaba los primeros declives de la playa. La quilla no estaba entonces en contacto con el agua, y podía trabajarse lo mismo en el interior que en el exterior.

Por prudencia, y sin llegar a levantar los remates de cobre, Kongre hizo que se reforzasen todas las Junturas por debajo de la línea de flotación.