—¿Qué vienen a hacer? —se preguntó Vázquez. ¿Estarán buscándome? Estos miserables conocen ya la bahía y no es la primera vez que ponen el pie en la isla. No es para visitar la costa para lo que vienen hacia aquí. ¿Qué objeto se proponen, si no es apoderarse de mí?

Vázquez observó a aquellos hombres. A su juicio, el que gobernaba el bote, el de más edad de los cuatro, debía ser el jefe, el capitán de la goleta. No hubiera podido asegurar cuál era su nacionalidad; pero, a Juzgar, por su tipo, le pareció que pertenecía a la raza española del sur América.

En este momento, el bote se encontraba casi a la entrada de la bahía, a cien pasos de la anfractuosidad en que se ocultaba Vázquez, que no le perdía de vista.

El jefe hizo un signo, y los recios se detuvieron, al mismo tiempo que un diestro golpe de barra hizo abordar el bote a la costa.

Enseguida desembarcaron los cuatro hombres, y uno de ellos introdujo el rezón en la arena.

Y entonces he aquí la conversación que llegó al oído de Vázquez: —¿Es aquí?— Sí, ahí está la caverna; veinte pasos antes de dar la vuelta a la punta.

—Es una suerte que esta gente del faro no la haya descubierto.

—Ni ninguno de los que han trabajado durante quince meses en la construcción del faro.

—Estaban muy ocupados, para andar en pesquisas.

—Y luego que la abertura está tan disimulada, que hubiera sido muy difícil dar con ella.

—Vamos —dijo el Jefe. Dos de los compañeros y él remontaron oblicuamente, a través de la playa, hasta el pie del acantilado.

Desde su escondrijo, Vázquez seguía todos sus movimientos, aguzando el oído para no perder palabra. Bajo sus pies crujía la arena de la playa; pero bien pronto cesó el ruido de los pasos y Vázquez no vio más que un hombre yendo y viniendo cerca del bote.

—De modo que hay por aquí alguna caverna —se dijo Vázquez.

Ya no tenía duda que la goleta llevaba a bordo una banda de piratas, establecidos en la Isla de los Estados antes de los trabados.

¿Era allí donde tenían ocultas sus rapiñas? ¿Irán a transportarlas a bordo de la goleta?

De pronto le asaltó el pensamiento de que hubiese allí en reserva provisiones, de las que pudiera aprovecharse. Esto fue como un rayo de esperanza. En cuanto el bote regresara a la caleta, saldría de su escondite y buscaría la entrada de la caverna, donde tal vez encontrase víveres bastantes para subsistir hasta que llegase el «aviso».

Y lo que él desearía entonces, si se aseguraba la existencia por algunas semanas, es que los miserables no pudiesen abandonar la isla.

Sí, que estuviesen allí todavía cuando regresara el Santa Fe, y que el comandante Lafayate vengara el crimen.

¿Pero se realizarían estos deseos? Bien pensado, Vázquez se decía que la goleta no debía haber hecho allí escala más que para dos o tres días, el tiempo necesario para embarcar todo lo encerrado en la caverna. Luego abandonarían la Isla de los Estados, sin volver allí Jamás.

Después de pasar una hora próximamente en el interior de la caverna, los tres hombres reaparecieron y se pasearon por la playa. Vázquez pudo continuar oyendo la conversación, que mantenían en alta voz, y de la que muy pronto había de sacar provecho.

—Vamos, esa buena gente no nos ha desvalijado durante nuestra ausencia.

—Y cuando la Maule se haga a la mar tendrá todo su cargamento.

—Y las provisiones necesarias para la travesía.

—Efectivamente; lo que es con las de la goleta no hubiéramos podido asegurar la comida y la bebida hasta las islas del Pacífico.

—Los imbéciles no han sabido descubrir en quince meses nuestro escondrijo.

—Debemos estarles agradecidos. No hubiera valido la pena de atraer los barcos hacia los arrecifes de la isla para luego perder todo el beneficio.

Al oír esta conversación, que más de una vez había provocado las risotadas de aquellos miserables, Vázquez, con el corazón lleno de cólera, estuvo tentado más de una vez arrojarse sobre ellos, con el revólver en la mano, para meterles una bala en la cabeza; pero se contuvo. Más valía no perder una silaba de esta conversación. Ya sabía el abominable cometido que estos malhechores habían desempeñado en aquella parte de la isla, y no pudo sorprenderle que añadieran:

—Ahora que los capitanes vengan a buscar el famoso faro del Fin del mundo… ¡Ya pueden abrir bien los ojos para verlo!…