Los bandidos se aferraron a las manivelas en un esfuerzo desesperado. La barra del timón se movió, indicando que se desprendía de la arena.
—¡Hurra! ¡Hurra! —gritaron todos, sintiendo que la Maule estaba a flote. El viraje del cabestrante se aceleró, y pocos instantes después la goleta flotaba fuera del banco.
Media hora más tarde, después de haber sorteado las rocas a lo largo de la playa, la goleta fondeaba en la caleta de los Pingouins, a dos millas del cabo San Bartolomé.