—Algo extraordinario ocurre; vamos, Felipe —dijo Vázquez.

Y los dos corrieron hacia donde Moriz les esperaba.

No tardaron diez minutos en franquear la distancia.

—¿Y el venado?… —interrogó Vázquez.

—Aquí está —contestó Moriz, mostrando a la bestia acostada a sus pies.

—¿Está muerto? —preguntó Felipe.

—Muerto —repuso Moriz.— De vejez seguramente.

—No, a consecuencia de una herida.

—¡Herido! ¿Herido de qué?

—¡De una bala en un costado!

—¡Una bala! —exclamó Vázquez.

—Nada más cierto. Después de haber sido herido se ha arrastrado hasta aquí, donde ha caído muerto.

—¿De modo que hay cazadores en la isla? —murmuró Vázquez. Inmóvil y pensativo echó una ojeada en torno a él.