Y así, después de un año, lo encuentro como lo encontré por primera vez: en un parque, en la penumbra sofocante, pronunciando los versos de William Shakespeare.
Excepto que esta noche, después de este año, todo es diferente. No son los Guerrilla Will. Es una producción de verdad, con un escenario, con asientos, con luces, con una multitud. Una gran multitud. De tal manera que cuando llegamos, nos redirigen a un pequeño muro en el borde del pequeño anfiteatro.
Y este año ya no es un actor sustituto. Este año, él es una estrella. Es Orlando, como yo ya sabía. Es el primer actor en escena, y desde el primer segundo en el escenario, se adueña del personaje. Es fascinante. No solo para mí. Para todos. Un silencio cae sobre la multitud tan pronto como declama el primer monólogo y continúa durante el resto de la actuación. El cielo se oscurece, y las polillas y los mosquitos revolotean en torno a los focos, y el Vondelpark de Ámsterdam se transforma en el bosque de Arden, un lugar mágico donde encontrar lo perdido.
Mientras lo miro, es como si solo estuviéramos nosotros dos. Solo Willem y yo. Todo lo demás desaparece: el sonido de los timbres de las bicicletas y el de las campanillas de los tranvías desaparecen. Los insectos que zumban alrededor de la fuente del estanque desaparecen. El grupo de chicos ruidosos sentado a nuestro lado desaparece. Los otros actores desaparecen. El año pasado desaparece. Todas mis dudas desaparecen. La sensación de estar en el camino correcto llena cada poro de mi piel. Lo he encontrado. Aquí. En Orlando. Todo me ha llevado a esto.
Su Orlando es diferente de como lo representamos en clase o de como lo realizó el actor que hizo su papel en Boston. El suyo es sexy y vulnerable, el anhelo por Rosalinda se hace palpable, una especie de feromona que emana de él y se desplaza a través de la luz de los focos, hasta aterrizar sobre mi piel húmeda y acogedora. Siento que mi deseo, mi anhelo y, sí, mi amor, late en mí y flota hacia el escenario, donde me imagino que alimentan su corazón, como versos.
No puede saber que estoy aquí. Pero aunque parezca extraño, siento que lo sabe. Tengo la sensación de que me siente en las palabras que recita, de la misma manera que yo lo sentí la primera vez que recité en la clase del profesor Glenny.
Recuerdo muchos versos de Rosalinda, también de Orlando, que puedo recitar en voz baja mientras hablan los actores. Tengo la sensación de que es como un diálogo privado entre Willem y yo.
La poca fuerza que tengo, contigo la tendría.
Que tengas suerte: ¡ruega al cielo que me deje embaucar por ti!
Amadme, pues, Rosalinda.
¿Y tú me tienes?
¿No sois bueno?
Lo espero al menos.
Ahora dime cuánto tiempo estarías con ella después de haberla poseído.
Para siempre y un día más.
Para siempre y un día más.
Sostengo la mano de Wren en una de las mías y la de Wolfgang en la otra. Hacemos una cadena, nosotros tres. Allí de pie, hasta que la obra ha terminado. Hasta que todo el mundo tiene su final feliz: Rosalinda se casa con Orlando, y Celia se casa con Oliver, que se reconcilia con Orlando, y Phoebe se casa con Silvius, y el duque malo es redimido, y el duque exiliado vuelve a casa.
Después del monólogo final de Rosalinda, se acaba, y la gente se vuelve loca, grita, aplaude y silba, y yo lanzo los brazos alrededor de los hombros de Wren y de Wolfgang, y presiono mi mejilla contra la tela de su camisa de algodón, inhalando el olor a tabaco mezclado con néctar de flores y polvo. Y entonces alguien me abraza, los chicos ruidosos de al lado.
—¡Ese es mi mejor amigo! —grita uno de los chicos. Tiene unos traviesos ojos azules, y es un palmo más bajo que los otros, más Hobbit que holandés.
—¿Quién? —pregunta Wren. Los chicos ruidosos y, al parecer, borrachos, la abrazan a ella ahora.
—Orlando —responde el Hobbit.
—Oh —dice Wren con los ojos tan abiertos y pálidos que brillan como perlas—. Oh —me dice a mí.
—¿No serás Robert-Jan, por casualidad? —le pregunto.
El Hobbit se sorprende por un segundo. Entonces sonríe.
—Broodje para los amigos.
—Broodje —dice Wolfgang entre risas. Se vuelve hacia mí—. Es una especie de sándwich.
—Que a Broodje le encanta comer —dice uno de sus amigos acariciándose la barriga.
Broodje/Robert-Jan me tiende la mano.
—Tenéis que venir a la fiesta que damos esta noche. Será la madre de todas las fiestas. Él ha estado fantástico, ¿verdad?
Wren y yo asentimos. Broodje/Robert-Jan continúa hablando de lo fantástico que ha estado Willem y entonces su amigo le dice algo en holandés, algo, creo, sobre Willem.
—¿Qué le ha dicho? —le susurro a Wolfgang.
—Le ha dicho que no lo ha visto, a Orlando, creo, tan feliz, desde que… No lo he oído todo. Ha dicho algo sobre su padre.
Wolfgang saca un paquete de tabaco de una bolsa de cuero y empieza a liar un cigarrillo. Sin mirarme, dice con su voz grave:
—Creo que los actores salen por ahí. —Apunta a una puerta de metal en el lado más alejado del escenario.
Se enciende el cigarrillo. Le brillan los ojos. Señala la puerta de nuevo.
Siento como si mi cuerpo ya no estuviera hecho de materia sólida. Son solo partículas de polvo. Pura electricidad. Mi cuerpo tira de mí a través del teatro, hacia esa puerta. Hay una multitud de simpatizantes que espera a los actores. Personas que llevan ramos de flores, botellas de champán. La actriz que ha interpretado a Celia sale entre gritos y abrazos. Luego Jacques, después Rosalinda, que recibe un montón de ramos de flores. Mi corazón empieza a tronar. ¿Podría estar tan cerca de él solo para perderlo?
Pero entonces lo oigo. Es él, como siempre, riéndose de algo que ha dicho alguien. Y luego veo que lleva el pelo más corto que antes, sus ojos, oscuridad y luz a la vez, su cara, una pequeña cicatriz en su mejilla que lo hace aún más hermoso.
Se me hace un nudo en la garganta. Creía que en mi mente había idealizado su belleza, aumentado. Pero, en realidad, en todo caso, más bien era lo contrario. Había olvidado lo verdaderamente hermoso que es. Lo intrínsecamente bello que es Willem.
Willem. Su nombre se forma en mi garganta.
—¡Willem! —Su nombre suena en voz alta y clara.
Pero no es mi voz la que lo ha pronunciado.
Me toco la garganta con los dedos para asegurarme.
—¡Willem!
Oigo la voz de nuevo. Y luego veo un borrón de movimiento. Una chica sale corriendo de entre la muchedumbre. Las flores que lleva caen al suelo mientras ella se lanza a sus brazos. Y lo abraza. Él la levanta del suelo, y la mantiene en alto con fuerza. Le roza el pelo castaño con su mejilla, riéndose de lo que ella le está susurrando al oído. Dan vueltas en una maraña de felicidad. De amor.
Me quedo de pie, bloqueada, asistiendo a este espectáculo público y a la vez tan privado. Finalmente, alguien se acerca a Willem y le toca el hombro, y Willem desliza a la chica hasta el suelo. Ella coge el ramo de flores —girasoles, exactamente lo que yo habría elegido para él— y lo recompone. Willem le pasa un brazo por los hombros y le besa la mano. Ella le pasa el brazo por la cintura. Y entonces me doy cuenta de que no estaba equivocada sobre que emanara amor de él durante la actuación. Estaba equivocada sobre quién lo recibiría.
Echan a andar, y pasan tan cerca de mí que puedo sentir el aire que mueven a su paso. Estamos muy cerca, pero él la mira a ella, así que no me ve. Van de la mano, hacia una glorieta, lejos del bullicio. Yo me quedo aquí quieta.
Siento un suave golpecito en el hombro. Es Wolfgang. Me mira, inclina la cabeza hacia un lado.
—¿Ya está? —pregunta.
Miro a Willem y a la chica. Tal vez ella es la chica francesa. O una nueva. Están sentados uno frente a otro, con las rodillas tocándose, hablando, cogidos de la mano. Es como si el resto del mundo no existiera. Eso es lo que sentía yo cuando estaba con él el año pasado. Puede que si entonces también nos hubiera mirado alguien desde la distancia, habría visto exactamente lo mismo. Pero ahora yo soy la que los contempla. Los miro de nuevo. Incluso desde aquí puedo decir que ella es alguien especial para él. Alguien a quien ama.
Espero el golpe devastador, el colapso de un año de esperanza, el rugido de la tristeza. Y lo siento. El dolor de perderlo. O la idea de él. Pero junto al dolor hay algo más, algo tranquilo al principio, así que tengo que esforzarme por identificarlo. Y cuando lo hago, escucho el sonido de una puerta que se cierra apenas sin hacer ruido. Y sucede lo más sorprendente: la noche está tranquila, pero siento una ráfaga de viento, como si miles de otras puertas se abrieran simultáneamente de golpe.
Miro una última vez a Willem y a la chica. Entonces me dirijo a Wolfgang.
—Se acabó —le digo.
Pero sospecho que es todo lo contrario. Que, en realidad, solo estoy empezando.