ANA Lucía Aureliano. Así se llama. La novia de Willem. Y asite a algún colegio universitario vinculado a la Universidad de Utrecht.
En todo el tiempo que he pasado buscándolo, nunca soñé con llegar hasta aquí. Así que no me permito imaginar que lo he encontrado. Y aunque me he imaginado que tiene un montón de chicas, no había pensado que tuviera una sola. Lo cual, mirando hacia atrás, parece terriblemente estúpido.
No es que esté aquí para volver a estar juntos. No es como si viniera para recuperar a mi pareja. Pero si he llegado tan cerca solo para volverme ahora, creo que lo lamentaría el resto de mi vida.
Irónicamente, es lo que dijo Céline lo que finalmente me convenció para ir a buscar a la novia de Willem: «Tendrás que ser valiente».
El campus del colegio universitario es pequeño y autónomo, a diferencia de la Universidad de Utrecht, que se extiende por todo el centro de la ciudad, me explicó Saskia. Está en las afueras, y mientras me paseo por allí en una bicicleta de color rosa que Saskia insistió en prestarme, pienso lo que voy a decirle si la encuentro. O si lo encuentro a él.
La escuela cuenta con muy pocos alumnos, y todos viven en el campus, y también hay una escuela internacional que atrae a estudiantes de todo el mundo, y todas las clases se imparten en inglés. Lo que significa que solo necesito preguntar a dos personas por Ana Lucía antes de que me den la dirección de su apartamento en la residencia de estudiantes. Y son unos apartamentos que se parecen menos a una residencia universitaria que a un escaparate de Ikea. Me asomo a la puerta de corredera de cristal, todo es de madera, el mobiliario es moderno y elegante, a un millón de kilómetros de distancia del soso estilo industrial de la habitación que compartía con Kali. Las luces están apagadas, y cuando llamo, nadie responde. Justo fuera de una de las cristaleras de la puerta hay un rellano de hormigón con algunos cojines bordados, así que me siento y espero.
Debo de haberme dormido, porque me despierto cayendo hacia atrás. Alguien ha abierto la puerta detrás de mí. Levanto la vista. La chica —Ana Lucía, supongo—, es guapa, con el cabello ondulado, largo y castaño, y labios de fresa, que se acentúa con un lápiz labial rojo. Entre ella y Céline, debería sentirme halagada de estar en tal compañía, pero eso no es lo que siento en este momento.
—¿Puedo ayudarte? —pregunta inclinada sobre mí, mirándome como se mira a un vagabundo que duerme en tu porche.
El sol ha salido de detrás de las nubes y se refleja en la ventana de cristal, creando un resplandor. Me protejo los ojos con las manos y me levanto.
—Lo siento. Debo de haberme dormido. Estoy buscando a Ana Lucía Aureliano.
—Yo soy Ana Lucía —dice, haciendo hincapié en la pronunciación correcta con la fuerza de su ceceo español. Entrecierra los ojos, me estudia—. ¿Nos hemos visto antes?
—Oh, no. Soy Allyson Healey. Yo… lo siento. Esto es muy raro. Soy de Estados Unidos, y trato de encontrar a alguien.
—¿Es tu primer semestre aquí? Hay un directorio de estudiantes online.
—¿Qué? Oh, no. No estudio aquí. Voy a la facultad en Boston.
—¿Y a quién buscas?
Casi que no quiero decir su nombre. Podría decirlo y entonces ella se haría la lista. Y no tendría que escucharla preguntarme con ese acento adorable por qué quiero saber dónde está su novio. Pero tendría que irme a casa de vuelta, y después de haber llegado hasta aquí, no perdonaría no hacerlo. Así que se lo digo.
—Willem de Ruiter.
Me mira largamente y por fin arruga su cara bonita, hace un puchero con sus labios perfectos. Y después, de esos labios perfectos sale un chorro de palabras que supongo que son imprecaciones. No puedo estar segura. Está hablando en español. Pero agita los brazos y habla a mil por hora, y se le ha puesto la cara roja como un tomate. «¡Vete! ¡Lárgate, puta!». Y entonces me coge por los hombros y me empuja fuera de la escalinata, como un gorila echando a un borracho de un bar. Y me arroja la mochila a los pies, y su contenido se derrama en el suelo. Luego cierra la puerta de golpe, tanto como se puede cerrar de golpe una puerta de corredera de cristal. Echa el cerrojo. Y desaparece en las sombras.
Me quedo boquiabierta por un momento. Luego, como en un sueño, meto las cosas en mi bolsa. Me examino el codo, que tiene un rasguño donde me he golpeado al aterrizar, y mis brazos, que llevan las medias lunas de las marcas de sus uñas.
—¿Estás bien? —Levanto la vista y veo a una chica bonita con rastas que se agacha a mi lado y me da mis gafas de sol.
Asiento con la cabeza.
—¿No necesitas hielo o algo? Tengo un poco en mi habitación. —Empieza a caminar de regreso a su porche.
Me toco la cabeza. También tengo un chichón, pero nada serio.
—Creo que estoy bien. Gracias.
Me mira y sacude la cabeza.
—¿Estabas, por casualidad, preguntando por Willem?
—¿Lo conoces? —pregunto—. ¿Conoces a Willem? —La sigo a su habitación. Hay un ordenador portátil y un libro de texto. Es un libro de Física. Lo ha dejado abierto por un capítulo que habla de entrelazamientos cuánticos.
—Lo he visto por aquí. Solo llevo aquí dos años, así que no lo conocía cuando llegó. Pero solo una persona pone así de loca a Ana Lucía.
—Espera. ¿Aquí? ¿Iba a la universidad? ¿Aquí? —Trato de conciliar al Willem que conocí, el actor itinerante, con un estudiante de un colegio universitario, y me golpea de nuevo lo poco que lo conozco.
—Durante un año. Antes de que yo llegara. Estudió Economía, creo.
—Entonces, ¿qué pasó? —Me refiero a la Universidad, pero ella comienza a hablarme de Ana Lucía. De cómo ella y Willem volvieron a reunirse el año pasado, pero que entonces ella se enteró de que él había estado engañándola con una chica francesa todo el tiempo. Lo dice como si nada de eso fuera sorprendente.
Pero a mí, la cabeza me da vueltas. Willem estuvo aquí. Estudió Economía. Así que tardo un minuto en digerir la última parte. La parte de que engañó a Ana Lucía con una chica francesa.
—¿Una chica francesa? —repito.
—Sí. Al parecer, Willem iba a reunirse con ella en secreto, en España, creo. Ana Lucía le vio comprar los billetes por Internet, en su ordenador, y pensó que quería darle una sorpresa porque ella tiene parientes allí. Así que canceló sus vacaciones en Suiza, y luego le contó a su familia todo sobre él, y planearon una gran fiesta, solo para descubrir que los billetes no eran para ella sino para la francesa. Ella se puso como loca, le montó una escena delante de todo el mundo, en medio del campus. Desde entonces no ha vuelto por aquí, obviamente. ¿Seguro que no necesitas un poco de hielo para tu cabeza?
¿Se referirá a Céline? Pero dijo que no lo había visto desde el año pasado. Pero también dijo un montón de cosas. Incluyendo que ambas éramos dos de sus muchas otras chicas, porque seguro que tenía una en cada puerto. Tal vez éramos un montón. Una chica francesa. O dos, o tres. Una española. Una estadounidense. Unas Naciones Unidas enteras de chicas saludando desde sus puertos. Pienso en las palabras de despedida de Céline, y ahora parecen de mal agüero.
Siempre supe que Willem era un jugador y que yo era una de muchas. Pero ahora también sé que ese día no me abandonó. Me escribió una nota. Intentó, aunque sin mucho entusiasmo, encontrarme.
Pienso en lo que dijo mi madre. Lo de agradecer lo que tienes en lugar de anhelar lo que crees que quieres. De pie aquí, en el campus por donde una vez caminó Willem, creo que por fin entiendo de qué hablaba mi madre. Creo que por fin entiendo lo que realmente significa abandonar mientras llevas ventaja.