WILLEM de Ruiter.
Su nombre es Willem de Ruiter. Voy corriendo a un cibercafé y empiezo a buscarlo en Google. Pero Willem de Ruiter resulta ser un nombre muy popular en Holanda. Hay un cineasta holandés con ese nombre. Hay un diplomático con ese nombre. Y cientos de personas, cada una de las cuales tiene sus razones para estar en Internet. Miro cientos de páginas, en inglés, en holandés, y no encuentro un solo enlace que me conduzca a él, ni una sola prueba de que existe. Busco los nombres de sus padres, Bram de Ruiter. Yael de Ruiter. Naturópata. Actor. Cualquier cosa que pueda imaginarse. Y todas sus combinaciones. Me emociono levemente cuando doy con un enlace a algo relacionado con el teatro, pero cuando hago clic la página web ya no existe.
¿Cómo puede ser tan difícil encontrar a alguien? Se me ocurre que quizá Céline me ha dado un nombre equivocado intencionadamente.
Luego me busco a mí misma en Google, «Allyson Healey», y tampoco aparezco. Tengo que añadir el nombre de mi universidad antes de llegar a mi página de Facebook.
Entonces me doy cuenta de que no basta con conocer el nombre de alguien.
Tienes que saber quién es.