LAS vacaciones de primavera terminan, y en la clase de Shakespeare empezamos a leer Cimbelino. Dee y yo estamos a media obra, en la parte más jugosa, donde Posthumus, esposo de Imogen, ve que Iachimo lleva el brazalete secreto que él le había dado a Imogen y piensa que es una prueba de que ella lo engaña, aunque, por supuesto, Iachimo ha robado el brazalete, precisamente para ganarle la apuesta a Posthumus, en la que se jugaban que él podría hacer que Imogen engañara a Posthumus.
—Otro que saca conclusiones antes de hora —dice Dee, mirándome intencionadamente.
—Bueno, él tenía una buena razón para sospechar —le digo—. Iachimo sabía cosas de ella, cómo era su dormitorio, que tenía un lunar en la teta.
—Porque la espiaba cuando ella estaba durmiendo —dice Dee—. Había una explicación.
—Lo sé. Lo sé. Y también crees que podría haber una buena explicación para la desaparición de Willem. Pero, sabes, algunas veces tenemos que aceptar que lo que parece es lo que es. En un solo día vi a Willem coquetear, vi que lo desnudaban con la mirada y que le daban sus números de teléfono un mínimo de tres chicas, sin contarme a mí. Estaba jugando. Y yo me la jugué a mi vez.
—Pues para estar jugando, el chico hablaba mucho de enamorarse.
—De enamorarse, no de estar enamorado —le corrijo—. Y de Céline. —Aunque cuando habló de sus padres, de mancharse, recuerdo la expresión de anhelo de su rostro, sin máscara alguna. Y luego siento el calor en mi muñeca, como si su saliva todavía estuviera ahí, húmeda.
—Céline —dice Dee, chasqueando los dedos—. El bomboncito francés.
—No estaba tan buena.
Dee entorna los ojos.
—¿Por qué no se nos ha ocurrido antes? ¿Cuál es el nombre del club donde trabajaba? Donde dejaste tu maleta.
—No tengo ni idea.
—Vale. ¿Dónde estaba?
—Cerca de la estación de tren.
—¿Qué estación del tren?
Me encojo de hombros. Es como si lo hubiera borrado todo.
Dee coge mi portátil.
—Ahora estás siendo intratable. —Empieza a teclear—. Si veníais de Londres, llegasteis a la estación Gare du Nord. —Él lo pronuncia Gary du Nord.
—¿No eres tan listo?
Abre el Google Maps y a continuación teclea algo en el buscador y aparece un grupo de banderas rojas.
—Ahí.
—¿Qué?
—Esos son los clubes nocturnos cerca de la Gare du Nord. Llama. Presumiblemente, Céline trabaja en uno de ellos. Búscala a ella, encuéntralo a él.
—Sí, tal vez en la misma cama.
—Allyson, acabas de decir que tenías que tener los ojos bien abiertos.
—Y lo hago. Pero no quiero volver a ver a Céline otra vez.
—¿Tan malo es lo que crees que vas a descubrir? —pregunta Dee.
—No lo sé. Supongo que, más que nada, quiero saber lo que pasó.
—Razón de más para llamar a Céline.
—¿Así que tengo que llamar a todos estos clubes y preguntar por ella? Te olvidas de que no hablo francés.
—¿Tan difícil puede ser? —Hace una pausa y su rostro adopta una expresión muy particular, como si estuviera a punto de ponerse a hacer pucheros—. Bon Lacroix monsoir oui, tres, chic chic croissant French Ho-bag. —Sonríe—. ¿Lo ves? Más fácil, imposible.
—¿Eso también es francés?
—No, latín. Y puedes también preguntar por el otro chico, el africano.
El Gigante. Con él no me importaría hablar, pero claro, ni siquiera sé su nombre.
—Hazlo tú. Eres mucho mejor que yo para todo esto.
—¿De qué hablas? Yo estudié español.
—Solo quiero decir que eres mejor en eso de poner voces, fingiendo.
—Te he visto hacer de Rosalinda. Y pasaste un día interpretando a Lulu, y delante de tus padres vas disfrazada de estudiante del preparatorio de Medicina.
Me miro las uñas.
—Eso solo me convierte en una mentirosa.
—No, no es así. Interpretas identidades diferentes, como todo el mundo en los dramas de Shakespeare. Y las personas por las que nos hacemos pasar, ya están en nosotros. Por eso las fingimos en primer lugar.
Kali está asistiendo a su primer año de francés, así que le pido con toda la naturalidad de la que soy capaz qué tengo que decir para preguntar por Céline o por un camarero senegalés cuyo hermano vive en Rochester. Al principio, me mira sorprendida. Probablemente, desde que nos conocemos, sea la primera vez que le pregunto algo más complicado que «¿estos calcetines son tuyos?».
—Bueno, eso depende de muchos factores —dice—. ¿Quiénes son esas personas? ¿Cuál es tu relación con ellas? El francés es un idioma lleno de matices.
—Vaya, ¿simplemente no pueden ser personas con las que quiero hablar por teléfono?
Kali entrecierra los ojos y vuelve a su trabajo.
—Busca un programa de traducción en Internet.
Respiro hondo, suspiro.
—Está bien. Ellos son, respectivamente, una zorra guapísima y un tipo muy agradable que conocí una vez. Ambos trabajan en un club nocturno parisino, y siento como que podrían ser la clave para mi… felicidad. ¿Eso te ayudará con los matices?
Kali cierra su libro de texto y se vuelve hacia mí.
—Sí. Y no. —Coge un pedazo de papel y lo golpea contra su barbilla—. ¿Por casualidad sabes el nombre del hermano de Rochester?
Niego con la cabeza.
—Solo me lo dijo una vez, y muy rápido. ¿Por qué?
Se encoge de hombros.
—Sencillamente porque si lo supieras, podrían seguirle la pista en Rochester y luego encontrar a su hermano.
—Oh, Dios mío, ni siquiera se me había ocurrido. Tal vez consiga recordarlo y probar eso también. Gracias.
—Suceden cosas asombrosas cuando pides ayuda. —Me lanza una mirada mordaz.
—¿Quieres saber toda la historia?
Su ceja enarcada dice: «¿A los cerdos les gusta el barro?».
Así que le explico a ella, Kali, la más improbable de todos los confidentes del mundo, una versión breve de la saga.
—Oh. Dios. Mío. Así que eso lo explica todo.
—¿Explica el qué?
—¿Por qué eres una solitaria, siempre diciéndonos que no a todo? Pensábamos que nos odiabas.
—¿Qué? ¡No! Yo no os odio. Solo sentía rechazo, y también me sentía mal porque os habíais atascado conmigo.
Kali entorna los ojos.
—Rompí con mi novio justo antes de llegar aquí, y Jenn se separó de su novia. ¿Por qué crees que tengo tantas fotos de Buster? Todo el mundo se siente triste y nostálgico. Por eso vamos a tantas fiestas.
Sacudo la cabeza. No lo sabía. No me preocupé por saberlo. Y entonces me río.
—He tenido la misma mejor amiga desde que tenía siete años. Ella es la única novia con la que he salido realmente, por eso me perdí todos los años en los que se aprende a cómo ser amigo de la gente.
—No te has perdido nada. A menos que también te perdieras el jardín de infancia.
La miro con impotencia. Por supuesto que fui al jardín de infancia.
—Si fuiste al jardín de infancia, aprendiste a hacer amigos. Es lo primero que te enseñan. —Me mira—. Para hacer un amigo… —empieza.
—Tienes que ser amigo —termino, recordando el dicho que me enseñaron en la clase de la señorita Finn. O tal vez era en la de Barney.
Ella sonríe mientras coge un bolígrafo.
—Creo que será más fácil si les preguntas a esa tal Céline y al camarero de Senegal. Olvídate del hermano, porque ¿cuántos camareros senegaleses habrá en Rochester? Entonces, si encuentras a un camarero senegalés, le preguntas si tiene un hermano en Rochester.
—Roche Estair —la corrijo—. Así es como lo decía él.
—Puedo ver por qué. Suena mucho más elegante de esa manera. Mira esto. —Me entrega una hoja de papel. «Je voudrais parler à Céline ou au barman qui vient du Senegal, s’il vous plaît.». Lo ha escrito tanto en francés como en su traducción fonética—. Así es como tienes que preguntar por ellos en francés. Si deseas ayuda para hacer las llamadas, házmelo saber. Las amigas hacen esa clase de cosas.
Je voudrais parler à Céline ou au barman qui vient du Senegal, s’il vous plaît. Una semana más tarde, he pronunciado esa frase tantas veces (primero practicando, luego en una serie de llamadas telefónicas cada vez más deprimentes) que juro que puedo decirla hasta en sueños. Hago veintitrés llamadas telefónicas. Je voudrais parler à Céline ou au barman qui vient du Senegal, s’il vous plait… Eso es lo que digo. Y entonces pasa una de las tres cosas siguientes: una, me cuelgan. Dos, oigo distintas formas de decirme que no y entonces cuelgan. Son los que tacho de la lista como un «no» definitivo. Pero la tercera es cuando el que responde habla en francés con el turbo puesto, a lo que soy incapaz de responder. ¿Céline? ¿Barman? ¿Senegal?, repito en el teléfono mientras mis palabras se hunden como balsas salvavidas defectuosas. No tengo ni idea de lo que me dicen esas personas. Tal vez me dicen que Céline y el gigante están almorzando pero volverán pronto. O tal vez me dicen que Céline está allí, pero que está abajo manteniendo relaciones sexuales con un hombre alto holandés.
Acepto la oferta de Kali de ayudarme, y a veces descifra que allí no hay ninguna Céline, ni ningún camarero senegalés, pero más a menudo no; ella está tan desconcertada como yo. Mientras tanto, ella y Dee empiezan a buscar en Google todos los posibles nombres senegaleses en Rochester. Hacemos unas cuantas llamadas embarazosas, pero acabamos con las manos vacías.
Después de la vigesimocuarta llamada telefónica, se acaban los clubes nocturnos en cualquier lugar de las proximidades de la estación Gare du Nord. Entonces recuerdo el nombre del grupo de las camisetas que Céline nos dio en el club a Willem y a mí. Tecleo en Google Sous ou Sur y busco todas las fechas de sus conciertos. Pero si alguna vez tocaron en el club nocturno de Céline, fue hace mucho tiempo, porque ahora son muy populares y tocan en grandes recintos, teatros enormes y no en clubes.
A estas alturas han pasado más de tres semanas desde que le envié mi carta, así que por ese lado también estoy perdiendo la esperanza. Las posibilidades de encontrarlo, que nunca fueron muchas, se desdibujan aún más. Pero lo más curioso es que la sensación de estar bien conmigo misma no lo hace. En todo caso crece más, brilla más.
—¿Cómo va tu búsqueda de Sebastian? —me pregunta el profesor Glenny después de clase un día mientras estamos haciendo cola para que nos devuelva nuestros trabajos sobre Cimbelino. Todas las grupis me miran con envidia. Desde que le hablé de Guerrilla Will, parece que siente un mayor respeto por mí. Y, por supuesto, siempre ha adorado a Dee.
—Estoy en dique seco —le digo—. Ya no tengo más pistas.
Sonríe.
—Siempre hay más pistas. ¿Qué es lo que siempre dicen los detectives en las películas? «Tengo que pensar» —dice con un terrible acento de Nueva York. Me entrega mi trabajo—. Muy bueno.
Miro mi trabajo, hay un «Excelente» escrito en rojo, y siento una enorme oleada de orgullo. Mientras Dee y yo caminamos hacia nuestras próximas clases, sigo mirándolo, para asegurarme de que no cambia de forma y se convierte en un aprobado pelado, aunque sé que no lo hará. Todavía no puedo dejar de mirarlo. Y de sonreír. Dee me mira y se ríe.
—Para algunos de nosotros, un excelente es algo nuevo —le digo.
—Oh, vas a hacer que me eche a llorar, cielo —dice burlándose de mí—. ¿Nos vemos a las cuatro?
—Contaré los minutos.
Cuando Dee llega a las cuatro, se está subiendo por las paredes.
—La mente nunca piensa de forma original. —Me enseña dos DVDs que ha sacado de la biblioteca. El título de uno de ellos es La caja de Pandora, y hay una foto de una mujer hermosa de ojos tristes y oscuros y un elegante pelo negro. Inmediatamente sé quién es.
—¿Cómo nos va a ayudar esto?
—No lo sé. Pero cuando abres la caja de Pandora, nunca sabes lo que va a salir volando de dentro. Podemos verla esta noche. Después de que yo salga del trabajo.
Asiento con la cabeza.
—Haré palomitas de maíz.
—Traeré las pastas que sobren del comedor.
—Sabemos cómo divertirnos un viernes por la noche, ¿eh?
Más tarde, cuando lo estoy preparando todo para cuando llegue Dee, veo a Kali en el salón. Mira las palomitas de maíz.
—¿Tienes un ataque de hambre?
—Dee y yo vamos a ver algunas películas. —Nunca he invitado a Kali a nada. Y los fines de semana, ella casi siempre sale por las noches. Pero pienso en la ayuda que me ofreció, y en lo que dijo acerca de ser una amiga, así que la invitamos a unirse a nosotros—. Es una especie de película/misión para identificar las pruebas. Podríamos necesitar tu ayuda. Fuiste tan lista con tu idea de tratar de encontrar al hermano en Rochester…
Se le abren los ojos.
—Me encantaría ayudar. Estoy tan harta de las fiestas cerveceras… Jenn, ¿quieres ver una peli con Allyson y Dee?
—Antes de que digas que sí, te lo advierto, son películas mudas.
—Genial —dice Jenn—. Nunca he visto una.
Yo tampoco, y resulta ser un poco como ver un Shakespeare. Tienes que adaptarte a ella, entrar en su ritmo. No hay palabras, pero tampoco es como una película extranjera, en la que todos los diálogos están subtitulados. Solo las partes principales de los diálogos se muestran con palabras. El resto tienes que entenderlos a partir de las expresiones de los actores, del contexto, de la intensidad de la música orquestal. Tienes que esforzarte un poco.
Vemos La caja de Pandora, que trata sobre una hermosa chica de compañía llamada Lulu, que pasa de un hombre a otro. Primero se casa con su amante, luego le dispara en la víspera de su boda. Y la meten en la cárcel por asesinato, pero se escapa, y se va al exilio con el hijo de su marido asesinado. Luego la venden a un proxeneta que la prostituye. Y la peli acaba con ella muriendo el día de Nochebuena a manos de Jack el Destripador, nada menos. Todos la vemos como si estuviéramos contemplando un choque de trenes a cámara lenta.
Cuando acaba, Dee saca la siguiente, Diario de una chica perdida.
—Esta es una comedia —bromea.
No es tan mala. Lulu, aunque no se llama así en esta, no muere al final. Pero es seducida, tiene un hijo fuera del matrimonio, le quitan el bebé, la meten en un reformatorio horrible. Y también hace sus pinitos en la prostitución.
Son casi las dos de la mañana cuando encendemos las luces. Nos miramos unos a otros con los ojos turbios.
—¿Y? —pregunta Jenn.
—Me han gustado sus modelitos —dice Kali.
—El vestuario era realmente extraordinario, pero no exactamente revelador. —Dee se vuelve hacia mí—. ¿Alguna pista?
Miro a mi alrededor.
—Ni una. —Y es verdad, ni una sola. Todo este tiempo he estado pensando en que yo era como Lulu. Pero no me parezco en nada a la chica de esas películas. Y no me gustaría parecerme.
Jenn bosteza, abre su ordenador portátil y busca una página de Louise Brooks, que aparentemente tenía una vida tan agitada como Lulu: de ser una estrella de cine pasó a ser dependienta en Saks, luego mujer mantenida, y finalmente reclusa.
—Pero aquí dice que siempre fue una rebelde. Que siempre hizo las cosas a su manera. ¡Y que tuvo un romance con Greta Garbo! —Jenn sonríe mientras lee.
Kali le coge el portátil y también se pone a leer.
—Además, fue pionera en llevar ese corte de pelo, media melena a la altura de las mejillas y flequillo.
—Yo llevaba el pelo así cuando nos conocimos. Probablemente debería haber mencionado eso.
Kali deja el ordenador, se deshace la cola de caballo y se dobla la melena hasta la barbilla.
—Hum. Con el pelo así, te pareces a ella.
—Sí, eso es lo que dijo él. Que me parecía a ella.
—Si te vio de esta manera —dice Jenn—, significa que pensó que eras muy guapa.
—Sí. Quizás. O tal vez todo esto era un juego para él. O llamarme Lulu era una manera de alejarme, para no tener que saber nada de mí. —Pero mientras trato de ahuyentar aquellos escenarios románticos (y los menos románticos, seamos honestos), no siento la habitual punzada de vergüenza y humillación. Con estos chicos a mi lado, nada es tan tenso.
Kendra dormirá en la litera de encima de Jeb, por lo que Kali le ofrece su cama a Dee, y ella dormirá en la cama de Kendra. Cuando ya estamos todos debajo de las mantas, nos damos las buenas noches, como si estuviéramos en un campamento de verano o algo así, y experimento esa sensación de estar haciendo lo correcto más fuerte que nunca.
Dee comienza a roncar de inmediato, pero yo tardo mucho en quedarme dormida, porque todavía estoy pensando en Lulu. Tal vez solo fue un nombre. Tal vez solo fue una pantomima. Pero en algún momento dejé de fingir. Porque aquel día realmente me convertí en Lulu. Quizá no sea la Lulu de la película o la verdadera Louise Brooks, pero era mi idea de lo que representaba Lulu. Libertad. Atrevimiento. Aventura. Decir sí.
Me doy cuenta de que no solo estoy buscando a Willem, también busco a Lulu.