Marzo, Universidad
EL invierno se alarga, no importa lo que diga la marmota. Dee deja de venir por las tardes, al parecer porque no estamos leyendo Noche de Reyes en voz alta, pero sé que esa no es la verdadera razón. Las cookies de mi abuela se acumulan. Llevo un resfriado encima que no hay manera de quitármelo, aunque tiene el beneficio adicional de evitarme la lectura de Noche de Reyes en clase. El profesor Glenny, que también está resfriado, me da un paquete de algo llamado Lemsips y me dice que es para ponerme en forma y que así pueda redoblar esfuerzos como Rosalinda en Como gustéis, una de sus obras favoritas.
Terminamos Noche de Reyes. Pensaba que me sentiría aliviada, como si hubiera esquivado una bala. Pero no. Con Dee fuera de mi vida, siento que la bala me ha dado de lleno, aunque no haya leído la obra. Hacer tábula rasa fue la decisión correcta. Asistir a estas clases fue el paso en falso. Ahora solo tengo que pasar por el aro. Y me estoy acostumbrando a ello.
Pasamos a Como gustéis. En su perorata introductoria, el profesor Glenny nos dice que esta es una de las obras más románticas de Shakespeare, la más sexy, y esto hace que todas las grupis de Glenny de la primera fila se desmayen. Tomo notas ausente mientras él describe la trama: Rosalinda, hija de un conde depuesto, y el caballero Orlando se encuentran y se enamoran a primera vista. Pero entonces el tío de Rosalinda la echa de su casa, y ella huye con su prima Celia al bosque de Arden. Allí, Rosalinda asume la identidad de un chico llamado Ganímedes. Orlando, que también ha huido a Arden, se reúne con Ganímedes, y entre los dos nace la amistad. Rosalinda en su papel de Ganímedes usa su disfraz y su amistad para comprobar el proclamado amor de Orlando por Rosalinda. Mientras tanto, todo tipo de gente asume identidades diferentes y se enamora. Como siempre, el profesor Glenny nos dice que debemos prestar atención a temas y pasajes específicos, específicamente en cómo Rosalinda se envalentona al convertirse en Ganímedes y cómo eso la altera a ella y a su noviazgo con Orlando. En cierto modo todo suena igual que una comedia de situación, y tengo que trabajar duro para tomármelo en serio.
Dee y yo volvemos a leer juntos otra vez, pero ahora estamos de nuevo en la Unión de Estudiantes, y recogemos tan pronto como terminamos. Ha dejado de hacer todas esas voces locas, detalle que hace que me dé cuenta de lo útiles que eran para la interpretación de las obras, porque ahora, ambos leyendo de manera monótona, las palabras flotan frente a mí como una lengua extranjera. Es casi tan aburrido como leer en silencio. Ahora, Dee solo utiliza sus voces cuando tiene que hablar conmigo. Le sale una voz diferente, o dos, o tres, cada día. El mensaje es claro: he sido degradada.
Quiero arreglarlo. Para hacer las cosas bien. Pero no tengo ni idea de cómo hacerlo. Parece que no sé cómo abrirle la puerta a la gente sin darle en las narices. Así que no hago nada.
—Hoy vamos a leer una de mis escenas favoritas en Como gustéis, el principio del cuarto acto —dice el profesor Glenny un día de marzo que hace un frío de esos que te llegan a los huesos y en los que parece que llega el invierno, no que se va—. Orlando y Ganímedes/Rosalinda se reúnen de nuevo en el bosque de Arden, y la química entre ellos alcanza su punto de ebullición. Que es una situación a la vez confusa y divertida, ya que Orlando cree estar hablando con Ganímedes, que es un chico. Pero es igualmente confuso para Rosalinda, que se encuentra en una especie de tormento delicioso, dividida entre dos identidades, hombre y mujer, y dos deseos, el deseo de protegerse y mantenerse a la misma altura que Orlando, y el deseo exquisito de rendirse y presentarse a sí misma. —En la primera fila del aula, las grupis parecen emitir a la vez un leve suspiro. Si Dee y yo siguiéramos siendo amigos, sería el tipo de cosa que haría que nos miráramos el uno al otro y entornáramos los ojos. Pero no lo somos, así que ni siquiera lo miro.
—Entonces, Orlando encuentra a Ganímedes en el bosque, y los dos realizan una suerte de escena de teatro kabuki, y al hacerlo se sienten más profundamente enamorados, aunque no saben exactamente de quién. —El profesor Glenny hace una pausa y continúa—: La línea entre el yo real y el fingido es borrosa. Creo que es más bien una útil metáfora sobre el acto de enamorarse. Así que, hoy es un buen día para leer. ¿A quién le toca? —Mira a los que están levantando las manos—. Drew, ¿por qué no lees a Orlando? —Se oye un amago de aplauso cuando Drew camina hacia la parte delantera de la sala. Es uno de los mejores lectores de la clase. Normalmente el profesor Glenny lo empareja con Nell o con Kaitlin, dos de las mejores chicas. Pero hoy no—. Allyson, creo que me debes una Rosalinda.
Avanzo hasta el frente del aula junto con los otros lectores que ha elegido. Nunca me han gustado estas cosas, pero al menos antes podía sentir a Dee animándome. Una vez reunidos, el profesor Glenny se convierte en el director, que al parecer es lo que solía hacer antes de convertirse en académico, y nos da algunos consejos.
—Drew, en estas escenas, Orlando es ardiente y firme, está completamente enamorado. Allyson, tu Ganímedes está rota, herida, pero también está jugando con Orlando, como un gato con un ratón. Lo que hace que esta escena sea tan fascinante para mí es que a medida que Ganímedes le pregunta a Orlando, lo reta a demostrar su amor, se puede sentir cómo cae el muro entre Rosalinda y Ganímedes. Me encanta ese momento en las obras de Shakespeare. Cuando la identidad real y la falsa se convierten en un laberinto de emociones. Ambos personajes sienten eso aquí. Es algo muy intenso. Vamos a ver cómo os sale.
La escena se abre con Rosalinda/Ganímedes/yo que le pregunta a Orlando/Drew dónde ha estado, por qué ha tardado tanto en venir a verme a mí, que estoy fingiendo ser Rosalinda. Ese es el truco. Rosalinda ha estado fingiendo ser Ganímedes, que ahora finge ser Rosalinda. Y trata de disuadir a Orlando de su amor por Rosalinda, a pesar de que en realidad es Rosalinda y aunque ella lo ama de verdad. Al tratar de no perder de vista todos estos dobles juegos la cabeza me da vueltas.
Drew/Orlando responde que ha llegado una hora después de lo prometido. Yo le digo que incluso solo una hora más tarde, cuando se ha hecho una promesa en nombre del amor, hace que me pregunte si está realmente enamorado. Él me pide perdón. Charlamos un poco más, y entonces yo, como Rosalinda haciendo de Ganímedes fingiendo a su vez ser Rosalinda, le pregunto:
—¿Qué me dirías ahora, si yo fuera tu mismísima Rosalinda?
Drew hace una pausa, y me doy cuenta de que realmente estoy esperando, conteniendo la respiración incluso, su respuesta.
Y él responde:
—Antes de hablar me gustaría besarte.
Los ojos de Drew son azules, no se parecen en nada a los de él, pero, por un segundo, veo los ojos oscuros de él. Eléctricos y emocionados, justo antes de que me besara.
Estoy un poco afectada cuando declamo mis siguientes líneas, aconsejando a Orlando que debería hablar antes de besar. Vamos hacia atrás y adelante, y cuando llegamos a la parte en que Orlando dice que quiere casarse conmigo/ella, no sé Rosalinda, pero yo me siento mareada. Por suerte, Rosalinda tiene más agallas que yo. Ella, como Ganímedes, dice:
—Entonces, como si fuera ella, te digo que yo no.
Luego Drew dice:
—Entonces, yo, como yo mismo, me muero.
Y en ese momento algo en mí se desmonta. No puedo encontrar la línea correcta, ni siquiera la página. Y me parece que he perdido algo más. La sujeción en mí misma, en este lugar. En el tiempo. No estoy segura de cuánto rato pasa mientras estoy aquí congelada. Oigo a Drew aclararse la garganta, esperando a que yo diga mi siguiente línea. Oigo al profesor Glenny moverse en su silla. Drew me susurra la línea, y yo la repito y me las arreglo para recuperar la orientación. Sigo cuestionando a Orlando. Sigo preguntándole para que demuestre su amor. Pero ya no estoy actuando, ya no finjo.
—Ahora dime cuánto tiempo estarías con ella después de haberla poseído —le pregunto como Rosalinda. Mi voz ya no suena como la mía. Es delicada y resuena con la emoción plena de las preguntas que debería haber hecho cuando tuve la oportunidad.
—Para siempre y un día más —responde.
Me quedo sin aliento. Esta es la respuesta que necesito. Incluso si no es cierta.
Trato de leer la siguiente línea, pero no puedo hablar. No puedo respirar. Oigo un ruido de viento en mis oídos y parpadeo intentando que las palabras dejen de bailar por toda la página. Un instante después, consigo decir la siguiente frase:
—Di «un día» sin «para siempre» —antes de que se rompa la voz.
Porque Rosalinda lo entiende. Di un día sin el para siempre. Que después de ese día llega el desamor. No me extraña que no le diga quién es ella realmente.
Siento que las lágrimas me arden en los ojos y a través de su velo miro la clase, en silencio, mirándome. Dejo caer mi libro al suelo y corro hacia la puerta. Corro por el pasillo, más allá de las aulas, y me meto en el lavabo de señoras. Me acurruco en el rincón, respiro hondo, trago y oigo el zumbido de las luces fluorescentes, tratando desesperadamente de hacer retroceder este vacío que amenaza con tragarme viva.
Tengo una vida plena. ¿Cómo puedo sentirme tan vacía? ¿Por culpa de un tipo? ¿Por culpa de un día? Pero a medida que contengo las lágrimas, recuerdo los días previos a Willem. Me veo con Melanie en la escuela, sintiéndome protegida pero siendo una engreída, chismorreando acerca de las chicas que nunca me molesté en conocer, o más tarde en el tour, fingiendo una amistad que se convirtió en humo. Me veo con mis padres, cenando en la mesa, mamá con su siempre presente calendario, programando mis clases de baile o la selectividad o alguna otra actividad enriquecedora, hojeando catálogos para comprarme un nuevo par de botas para la nieve, hablando la una o la otra, pero no entre nosotras. Me veo con Evan, cuando nos acostamos por primera vez y me dijo algo así como que aquello significaba que estábamos más cerca el uno del otro, y que había sido dulce que me lo dijera, pero que se sentía como si lo hubiera sacado de un libro. O tal vez fue que no había sentido nada porque había empezado a sospechar que solo estábamos juntos porque Melanie había empezado a salir con su mejor amigo. Cuando yo había empezado a llorar, Evan había confundido mis lágrimas de tristeza con lágrimas de alegría, lo cual lo había empeorado todo aún más. Y, sin embargo, me quedé con él.
He estado vacía durante mucho tiempo. Mucho antes de que Willem entrara y saliera de mi vida de manera tan abrupta.
No estoy segura de cuánto tiempo llevo aquí antes de escuchar el chirrido de la puerta. Entonces veo las botas de color rosa de Dee por debajo de la puerta.
—¿Estás aquí? —pregunta en voz baja.
—No.
—¿Puedo pasar?
Quito el cerrojo. Dee lleva todas mis cosas.
—Lo siento mucho —le digo.
—¿Cómo dices? Estuviste estupenda. Has recibido una ovación de todo el mundo, se han puesto de pie.
—Siento no haberte dicho que venían mis padres. Siento haberte mentido. Siento haberlo estropeado todo. No sé cómo ser una amiga. No sé cómo ser nada.
—Sabes cómo ser Rosalinda —dice.
—Eso es porque soy una farsante redomada. —Me seco una lágrima con la mano—. Soy tan buena fingiendo, que no sé ni cuándo lo estoy haciendo.
—Oh, cariño, ¿no has aprendido nada de estas obras? No hay diferencia entre fingir y ser. —Abre los brazos y me hundo entre ellos—. Yo también lo siento —añade—. Creo que he reaccionado un pelín exageradamente. Puedo ser muy dramático, suponiendo que no lo hayas notado ya.
Me río.
—¿En serio?
Dee me echa mi abrigo sobre los hombros.
—No me gusta que me mientan, pero me doy cuenta de lo que intentabas decirme. Las personas nunca han sabido qué pensar de mí, ni en mi barrio, ni en la escuela secundaria, ni aquí, de modo que siempre están tratando de averiguarlo y de decirme lo que soy.
—Sí, sé algo al respecto.
Nos miramos el uno al otro durante un largo minuto. Durante ese silencio nos decimos muchas cosas. Entonces Dee me pregunta:
—¿Quieres contarme lo que siempre has estado a punto de contarme?
Quiero. Tanto que se me agolpa todo en el pecho. Quería contarle todo de mí desde hace semanas. Asiento con la cabeza.
Dee me ofrece su brazo, me apoyo en él y salimos del lavabo justo cuando entran un par de chicas, que nos miran con extrañeza.
—Bueno, hubo un tipo… —empiezo.
Sacude la cabeza y chasquea suavemente la lengua como una abuela regañándome con dulzura.
—Siempre lo hay.
Llevo a Dee de vuelta a mi habitación. Le sirvo un montón de cookies. Y se lo cuento todo. Cuando termino, nos hemos comido una cantidad absurda de galletas blancas y negras y de mantequilla de cacahuete. Se limpia las migajas del regazo y me pregunta si alguna vez pensé en Romeo y Julieta.
—No todo vuelve a Shakespeare.
—Sí que lo hace. ¿Alguna vez pensaste lo que podría haber pasado si no hubieran sido tan impacientes? ¿Si tal vez Romeo se hubiera detenido un momento y llamado a un médico, o esperado a que Julieta se despertara? ¿No simplemente sacar una conclusión y suicidarse envenenándose pensando que estaba muerta, cuando ella simplemente estaba durmiendo?
—Puedo ver que tú sí lo has pensado. —Y realmente puedo, porque él está bastante alterado.
—He visto esa película muchas veces, y cada maldita vez es como si le gritara a la chica de una película de terror: «Detente. No bajes al sótano. El asesino está ahí abajo». Cuando veo Romeo y Julieta, grito: «No saquéis conclusiones». Pero esos tontos nunca me escuchan. —Desalentado, sacude la cabeza—. Siempre me imagino lo que podría haber pasado si hubiera esperado. Julieta habría despertado. Y ya estarían casados. Puede que se hubieran mudado lejos, muy lejos de los Montesco y de los Capuleto, puede que estuvieran en un hermoso castillo para ellos solos. Bien decorado. Tal vez habría sido como en el Cuento de invierno. Al pensar que Hermione estaba muerta, Leontes se da tiempo para dejar de actuar como un idiota y entonces siente la felicidad de saber que estaba viva. Tal vez los Montesco y los Capuleto se enteraran más tarde de que sus hijos amados no estaban muertos, y acabaran con su fea enemistad, y todo el mundo sería feliz. Puede que entonces toda la tragedia se hubiera convertido en una comedia.
—Cuento de invierno no es una comedia, es una obra problemática.
—¡Eh, chitón! Ya sabes adónde voy a parar.
Y lo hago. Y tal vez no lo había pensado al leer Romeo y Julieta, pero había pensado un poco en qué habría pasado conmigo y Willem. En el tren de vuelta a Inglaterra, y luego en el vuelo a casa, había pensado en ello. ¿Y si le había pasado algo? Pero en ambas ocasiones, había expresado mis dudas, primero a la señora Foley y luego a Melanie, y las dos veces había puesto los puntos sobre las íes. Willem no era Romeo. Era un Romeo de muchos posibles. Y yo no soy Julieta. Se lo digo a Dee. Enumero todos los ejemplos que indican que él estaba jugando, comenzando por el hecho de que eligió a una chica al azar en un tren y, una hora más tarde, la invitó a París a pasar el día.
—La gente normal no hace eso —digo.
—¿Quién ha dicho nada acerca de ser normal? Y tal vez no fue al azar. Tal vez tú también fueras algo para él.
—Pero ni siquiera me conocía. Yo era otra persona ese día. Yo era Lulu. Eso es lo que a él le gustaba. Y, además, si vamos a suponer que pasó algo, no me habría abandonado en la cuneta. Solo sé su nombre de pila. Y él ni siquiera sabe cómo me llamo yo. Y vive en otro continente. Lo perdí irremediablemente. ¿Cómo puedo encontrar a alguien así?
Dee me mira como si la respuesta fuera obvia.
—Ya lo verás.