Febrero, Universidad
DURANTE las primeras semanas de clase, Dee y yo tratamos de reunirnos en la biblioteca, pero nos miraban mal, sobre todo cuando Dee empezaba a declamar los distintos papeles en voz alta. Y su registro de voces es enorme: un acento inglés solemne cuando leía a Enrique, un extraño acento irlandés (su idea de cómo imitar el acento galés, supongo) cuando leía a Fluellen, un exagerado acento francés al hacer los personajes franceses… Yo no me molesto en imitar los acentos. Ya tengo suficiente con conseguir leer correctamente.
Después de que en la biblioteca nos hicieran callar demasiadas veces, nos cambiamos a la Unión de Estudiantes, pero Dee no podía oírme por culpa del estruendo. Él modula la voz tan bien, que podría pensar que es un curtido actor de teatro. Pero creo que quiere hacer Historia o Ciencias Políticas. No es que me lo haya dicho, no hablamos mucho después de las lecturas. Pero he visto sus libros de texto, y todos son volúmenes sobre la historia del movimiento obrero o tratados sobre el gobierno.
Entonces, justo antes de empezar a leer la segunda obra, Cuento de invierno, le sugiero que vayamos a mi dormitorio, donde por lo general se está tranquilo por las tardes. Dee me echa una larga mirada y luego acepta. Le digo que venga a las cuatro.
Esa tarde, pongo un plato con las galletas que me sigue enviando la abuela, y hago té. No tengo ni idea de lo que espera Dee, pero esta es la primera vez que me he entretenido en hacer algo en mi habitación, aunque no estoy segura de si lo que estoy haciendo puede calificarse como entretenimiento o de si Dee puede llamarse «compañía».
Pero cuando ve las galletas, Dee sonríe divertido. Luego se quita la chaqueta y la cuelga en el armario, aunque yo lanzo la mía sobre una silla. Se quita las botas. Luego mira alrededor y pregunta:
—¿Tienes un reloj? Mi teléfono está muerto.
Me levanto y le muestro la caja de relojes de alarma, que ahora sigo guardando en el armario.
—Elige.
Tarda mucho en escoger uno, y se decide por fin por uno de caoba de 1940 de estilo art déco. Le enseño cómo se le da cuerda. Me pregunta cómo se ajusta la alarma. Se lo muestro. Luego lo pone a las cinco cincuenta, y me explica que tiene que estar en su puesto de trabajo en el comedor a las seis. La lectura no suele tardar más de media hora, así que no estoy segura de por qué pone la alarma. Pero no digo nada. Sobre eso. O acerca de su trabajo, a pesar de que tengo curiosidad sobre el tema.
Se sienta en la silla de mi escritorio. Me siento en mi cama. Coge de la estantería un tubo de ensayo con moscas de la fruta y lo examina con una expresión ligeramente divertida.
—Son Drosophila —explico—. Estoy criándolas para una clase.
Niega con la cabeza.
—Si se te acaban, puedes venir a la cocina de mi madre a por más.
Quiero preguntarle dónde está esa cocina. De dónde es él.
Pero su actitud es de cautela. O tal vez sea yo. Tal vez hacer amigos sea una habilidad específica, y yo me haya olvidado de cómo se hace.
—Bueno, hora de trabajar. Nos vemos más tarde, «dropsilas» mías —les dice a los bichos. No le corrijo.
Leemos una escena muy buena del principio de Cuento de invierno, cuando Leontes se asusta y piensa que Hermione le engaña. Cuando llegamos al punto final, Dee recoge su libro de texto de Shakespeare, y creo que va a irse, pero en vez de eso saca un libro escrito por alguien llamado Marcuse. Me echa una mirada rápida.
—Voy a hacer más té —le digo.
Estudiamos juntos en silencio. Es bonito. A las cinco cincuenta salta la alarma y Dee recoge sus cosas para irse a trabajar.
—¿El miércoles? —pregunta.
—Por supuesto.
Dos días más tarde, pasamos por la misma rutina, galletas, té, hola a las «dropsilas», Shakespeare en voz alta y estudiamos en silencio. No hablamos. Solo trabajamos. El viernes, Kali entra en la habitación. Es la primera vez que ve a Dee, que ve a nadie, en la habitación conmigo, y lo mira durante un buen rato. Los presento.
—Hola, Dee. Un placer conocerte —dice con una voz extrañamente coqueta.
—Oh, el placer es todo mío —dice Dee; su voz es exageradamente animada.
Kali lo mira y luego sonríe. Luego va a su armario y saca un abrigo beis y un par de botas de ante marrones.
—Dee, ¿puedo hacerte una pregunta? ¿Qué piensas de estas botas con esta chaqueta? ¿Demasiado conjuntadas?
Miro a Dee. Va vestido con un chándal azul celeste y una camiseta con letras brillantes estampadas que dicen YO CREO. No me queda nada claro cómo ese aspecto le indica a Kali que Dee es un experto en moda.
Pero Dee se desenvuelve bien:
—Oh, niña, esas botas están muy bien. Podría robártelas.
Lo miro, víctima de una especie de shock. Quiero decir que pensaba que Dee era gay, pero nunca antes lo había oído con tantísima pluma.
—Oh, no, no —responde Kali, con su extraña manera de hablar a golpes pero ahora mezclada con dejes de niña pija de California—. Me costaron, como cuatrocientos dólares. Puedo prestártelas.
—Oh, eres una muñeca. Pero tienes los pies de Cenicienta, y yo como una de las hermanastras feas.
Kali se ríe, y siguen así durante un rato, hablando de moda. Me siento un poco mal. No me había dado cuenta de que Dee estuviera tan metido en este tipo de cosas. Kali lo ha pillado enseguida. Es como si ella tuviera un radar que le dice cómo hacer las cosas con la gente, cómo hacer amigos. En realidad no me importa la moda, pero esta tarde, cuando se activa la alarma y Dee recoge para irse, le muestro la última falda que me ha enviado mi madre, y le pregunto si cree que es demasiado pija. Pero él apenas la mira de refilón.
—Está bien.
Después de eso, Kali empieza a aparecer con más frecuencia, y ella y Dee se ponen en plan Project Runway[2], y Dee siempre habla con pluma. Pienso que solo lo hace cuando habla de moda. Pero unos días después, cuando ya nos vamos, entra Kendra, y los presento. Kendra mide a Dee de arriba abajo, y como siempre hace con la gente pone sonrisa de azafata y le pregunta de dónde es.
—De Nueva York —dice. Tomo nota de ello. Lo conozco desde hace casi tres semanas, y ahora empiezo a descubrir lo básico.
—¿De Nueva York?
—De la ciudad de Nueva York.
—¿De dónde?
—Del Bronx.
La sonrisa de azafata ha desaparecido, reemplazada por una fina línea que parece pintada a lápiz.
—Oh, ¿del sur del Bronx? Bueno. Debes de estar muy contento de vivir aquí.
Ahora es Dee el que mira a Kendra de arriba abajo. Se miran el uno al otro como perros, y me pregunto si es porque los dos son negros. Luego, cambia a una voz diferente de la que usa con Kali o conmigo.
—¿Tu eres del sur del Bronx?
Kendra retrocede un poco.
—¡No! Soy de Washington.
—Ah ¿de allí donde no para de caer lluvia y mierda?
¿Lluvia y mierda?
—No, del estado, no. De Washington DC.
—Oh. Tengo unos primos en Washington DC. Abajo, en Anacostia. Vaya lugar asqueroso. Es incluso peor que de donde vengo yo. Hay un tiroteo en la escuela cada maldita semana.
Kendra lo mira horrorizada.
—Nunca he estado en Anacostia. Yo vivo en Georgetown. Y fui al instituto Sidwell Friends, donde van las hijas de Obama, vaya.
—Yo fui al instituto South Bronx High. El peor de Estados Unidos. ¿Has oído hablar de él?
—No, me temo que no. —Ella me mira de reojo—. Bueno, tengo que irme. He quedado con Jeb. —Jeb es su nuevo novio.
—Nos vemos más tarde, colega —le dice Dee a Kendra mientras esta se mete en su habitación. Cuando Dee coge su mochila para irse, está temblando de risa.
Para cambiar un poco, decido comer en el comedor universitario. Comer sola hace que los demás te vean como a una apestada, pero solo hay un número finito de burritos al microondas que una chica pueda soportar. Al llegar abajo, le pregunto si realmente fue al instituto South Bronx High.
Cuando habla de nuevo, suena como Dee. O como el Dee que conozco.
—No creo que ni siquiera exista un instituto llamado South Bronx High. Fui a una escuela concertada. Luego estudié en un instituto privado que es incluso más caro que el Sidwell Friends. ¿Qué dices a eso, señorita Thang?
—¿Por qué no le has dicho dónde fuiste?
Me mira y, luego, volviendo a la voz que había usado con Kendra dice:
—Si las colegas quieren verme como una basura del gueto… —Hace una pausa y cambia a su voz con pluma—. O como a una reinona… —Ahora cambia a su voz shakespeareana más profunda—. No voy a desengañarlas.
Al llegar al comedor, me siento como si tuviera que decir algo. Pero no estoy segura de qué. Al final, solo le pregunto si quiere chispas de chocolate o galletas de mantequilla la próxima vez. La abuela me ha enviado de las dos.
—Traeré cookies. Mi madre me ha mandado unas hechas con melaza y especias.
—Qué amable, tu madre.
—Nada de eso. Se ha ofendido. No iba a ser menos que la abuela de alguien.
Me río. Es un sonido extraño, como un coche viejo que arrancara después de mucho tiempo aparcado en el garaje.
—No se lo diré a mi abuela. Si acepta el reto y hornea sus propias cookies puede provocar una intoxicación alimentaria. Es la peor cocinera del mundo.
A partir de ese día se convierte en una rutina. Todos los lunes, miércoles y viernes: galletas, té, despertador, Shakespeare, estudio. Todavía no hablamos mucho sobre nosotros mismos, aunque a veces se nos escapa algún que otro detalle. Su madre trabaja en un hospital. No tiene hermanos, aunque sí tropecientos primos. Tiene una beca completa. Está colado por el profesor Glenny. Va a estudiar un doble grado en Historia y Literatura, y tal vez se especialice en Ciencias Políticas. Tararea cuando está aburrido, y cuando está muy metido en la lectura, caracolea un mechón de cabello con el dedo índice con tanta fuerza que este se le enrojece. Y como sospechaba desde el primer día en clase, es muy inteligente. No me lo ha dicho, claro, pero es obvio. Es el único de toda la clase que ha sacado un excelente en su primer trabajo sobre Enrique V en la clase del profesor Glenny. De hecho, Glenny lo elogia delante de todo el mundo, y lee fragmentos de su examen en clase para darnos un ejemplo de lo que los demás deberíamos llegar a hacer. Dee parece martirizado, y me siento un poco mal, pero las grupis de Glenny miran a Dee con tan evidente envidia que casi vale la pena. Yo, mientras tanto, saco un sólido notable en mi artículo sobre Perdita y el tema de la pérdida y el encuentro.
A Dee también le explico algunas cosas sobre mí, pero la mitad de las veces me doy cuenta de que censuro lo que quiero decirle. Me cae bien. De verdad. Pero trato de seguir mi promesa de hacer tábula rasa. Aun así, en cierto modo me gustaría poder pedirle su opinión sobre Melanie. Le envié la primera pieza que hice en clase de Cerámica, junto con una nota sobre cómo había puesto patas arriba mi programa de estudios. Se la envié por correo urgente, y pasó una semana y aún no sabía nada de ella. Así que la llamé para asegurarme de que le había llegado, aunque solo era un tazón de mierda, hecho a mano, pero tenía un hermoso esmalte de color turquesa, y se disculpó por no haberme respondido diciendo que estaba ocupada.
Le conté todo sobre mis nuevas clases, y sobre las artimañas que me he montado para que mis padres no se enteren: les envié los exámenes de Biología para que vieran que había mejorado mucho (Dee y mis largas sesiones de estudio están dando sus frutos), pero también les envié exámenes viejos de un compañero que asiste a Laboratorio de Química, con mi nombre en ellos. Imaginé que se reiría mucho con aquello, pero su respuesta fue plana, y me había advertido sobre los problemas que tendría si me pillaban, como si yo no lo supiera ya. Entonces cambié de tema, se lo expliqué todo sobre el profesor Glenny y Dee y las lecturas en voz alta y en cómo me mortificaba pensar que tendría que leer frente a toda la clase, pero que todo el mundo lo hace, y que en realidad no es algo tan malo. Esperaba que se emocionara por mí, pero su voz seguía inexpresiva, y entonces me enfadé. No hemos hablado ni nos hemos enviado correos electrónicos en un par de semanas, y estoy molesta y aliviada a la vez.
Quería hablarle a Dee sobre esto, pero no estoy segura de cómo hacerlo. Aparte de Melanie, nunca he tenido una amiga tan querida, y no sé muy bien cómo se hacen amigos. Es una tontería, lo sé. He visto a otras personas hacerlo. Y hacen que parezca tan fácil: se divierten, se abren a los otros, comparten historias. Pero ¿cómo se supone que voy a hacer eso cuando la historia que yo realmente quiero contar es la misma que tengo que quitarme de la cabeza? Y, además, la última vez que me abrí a alguien… bueno, precisamente por eso tengo que hacer tábula rasa. Parece más seguro mantener las cosas como están: amistosas, cordiales, agradables y simples.
A finales de febrero, mis padres vienen para pasar el Fin de Semana del Presidente. Es la primera vez que estoy con ellos desde el Fin de Semana de los Padres y, tras aprender la lección, mantendré la imagen que esperan de mí. Saco los relojes del armario. Subrayo las páginas de mi libro de Química sin usar y copio apuntes de los libros de mis antiguos compañeros de Laboratorio. Hago un montón de planes en Boston para mantenernos lejos de la universidad, lejos de las pruebas incriminatorias y del Trío Fantástico (que ahora se ha convertido en un Dúo Dinámico porque Kendra está siempre con su novio). Y le digo a Dee, con quien ahora a veces estudio los fines de semana, que no voy a estar por aquí y que no podemos reunirnos el viernes y el lunes.
—¿Me estás abandonando para irte con Drew? —Drew es el segundo mejor lector de Shakespeare de la clase.
—No. Por supuesto que no —le respondo con voz tensa y casi presa del pánico—. Es que el viernes voy a una de esas salidas con los compañeros de mi clase de Iniciación a la Cerámica. —Esto no es del todo mentira. Salgo de excursión con los de Cerámica de vez en cuando. Estamos experimentando con esmaltes, utilizando diferentes tipos de materiales orgánicos en el horno, y a veces incluso cocemos nuestras piezas de cerámica en hornos de barro que construimos al aire libre. Tengo unas cuantas excursiones por delante, solo que no en los próximos dos días.
—Y probablemente escribiré un trabajo este fin de semana. —Otra mentira, la única clase para la que hago trabajos es la de Shakespeare. Es increíble lo bien que miento ahora—. Te veré el miércoles, ¿de acuerdo? Yo traeré las galletas.
—Dile a tu abuela que te mande más de esos dulces que llevan semillas de amapola.
—Rugelach.
—No puedo pronunciarlos. Solo comérmelos.
—Se lo diré.
El fin de semana con mis padres marcha decentemente bien. Vamos al Museo de Bellas Artes, al Museo de la Ciencia. Vamos a patinar sobre hielo (no puedo mantener rectos mis patines). Vamos al cine. Nos hacemos un montón de fotos. Hay un momento incómodo o dos cuando mamá saca el programa del próximo curso y empieza a repasar los horarios de clase conmigo y luego empieza a preguntarme sobre mis planes para el verano, pero escucho sus sugerencias como siempre y no digo nada. Al final del fin de semana, estoy tan agotada como después de una de las maratonianas sesiones de lectura en voz alta de Shakespeare en las que trato de ser todas esas personas diferentes.
El domingo por la tarde volvemos a mi apartamento antes de la cena, y aparece Dee. Y aunque no le he dicho ni una sola palabra sobre mi familia, ni siquiera que iban a venir, y mucho menos lo que creen de mí, lo que esperan de mí, aparece vestido con un par de pantalones vaqueros y un jersey liso, ropa que nunca le había visto ponerse antes. Se ha recogido el cabello con una gorra y no lleva brillo labial. Casi no lo reconozco.
—Entonces, ¿cómo os conocisteis? —me pregunta nerviosa mamá después de que los presento.
Me quedo muda, presa del pánico.
—Somos compañeros de Laboratorio de Biología —interviene Dee—. Criamos Drosophilas juntos. —Es la primera vez que le he oído pronunciarlo correctamente. Señala el tubo de ensayo—. Aquí crecen todo tipo de anomalías genéticas.
Mi padre se ríe.
—También tuve que hacer este mismo experimento cuando estuve aquí. —Mira a Dee mientras coge el tubo de ensayo—. ¿También estás en el preparatorio de Medicina?
Dee enarca apenas las cejas en un gesto de sorpresa casi imperceptible.
—Sigo sin decidirme.
—Bueno, no hay prisa —dice mamá. Lo que casi me hace reír a carcajadas.
Papá vuelve a poner el tubo al lado del cilindro de cerámica que se me olvidó esconder.
—¿Qué es esto?
—Oh, lo he hecho yo —dice Dee, cogiendo la pieza. Y entonces empieza a explicar cómo es la asignatura de Iniciación a la Cerámica, y que en la clase de este año están experimentando con diferentes tipos de esmaltes y métodos de cocción, y que esa pieza precisamente la coció en un horno de barro alimentado por plastas de vaca.
—¿Plastas de vaca? —pregunta mamá—. ¿Con… heces?
Dee asiente.
—Sí, fuimos a una granja local y preguntamos si podíamos recoger el estiércol de vaca. En realidad no huele tan mal. Son vacas alimentadas con pasto.
Y entonces me doy cuenta de que Dee está usando otra voz, pero esta vez a quien interpreta es a mí. Yo le había contado todo sobre las plastas de vaca, el olor a tierra, cómo las habíamos ido a buscar a la granja… aunque cuando lo había hecho se había partido de risa al pensar en todos esos niños ricos pagando cuarenta mil dólares por año escolar para ir a una clase en la que se dedicaban a recoger cacas de vaca en una granja. Le he contado a Dee muchas cosas de mí sin darme cuenta. Y él escuchaba. Prestó atención, se empapó un poco de mí. Y ahora me está salvando el culo.
—Heces de vaca. Fascinante —dice mi madre.
Al día siguiente, mis padres se van, y el miércoles, en clase de Shakespeare, empezamos Noche de Reyes. Dee ha sacado de la biblioteca dos versiones diferentes para que podamos verlas. Cree que como penitencia por no haber hecho los deberes, al menos debemos ver varias versiones. Me entrega la versión teatral mientras enciendo mi portátil.
—Gracias por traerlas —le digo—. Tendría que haberlo hecho yo.
—Tenía que pasar por la biblioteca de todos modos.
—Bueno, gracias. Gracias también por la forma totalmente impresionante de comportarte con mis padres. —Hago una pausa durante un segundo, más que un poco avergonzada—. ¿Cómo sabías que iban a venir?
—Mi amiga Kali. Ella me lo dijo. Me lo dice todo, porque somos las mejores amigas. —Entorna los ojos—. ¿Ves? ¿Acaso no era necesario ocultar un poco a Miss Dee de la gente? Puedo ser muy amable.
—Oh, está bien. Lo siento por eso.
Dee me mira fijamente, esperando más.
—En serio. Es que mis padres… Son muy… bueno, es complicado.
—No es tan complicado. Me lo tomo bien. Está bien visitar el gueto con Dee, pero no hay que dejarlo solo con los cubiertos de plata.
—¡No! ¡Te equivocas! —exclamo—. No estoy marginándote. Me gustas mucho.
Cruza los brazos y me mira fijamente.
—¿Qué tal tu viaje campestre? —pregunta con acritud.
Quiero explicárselo, de verdad. Pero ¿cómo? ¿Cómo puedo hacerlo sin traicionarme a mí misma? Porque lo estoy intentando. Estoy tratando de ser una persona nueva, una persona diferente, una tábula rasa. Pero si le explico cosas de mis padres, de Melanie, de Willem, si muestro quién soy realmente, entonces ¿no estaré de vuelta donde empecé?
—Siento haberte mentido. Pero te juro que no es por ti. No puedo decirte lo mucho que aprecio lo que hiciste.
—No hice nada.
—No, lo digo en serio. Estuviste genial. Mis padres te adoraron. Y tú estabas tan tranquilo… No sospechan nada.
Se saca el brillo labial del bolsillo y, con una precisión meticulosa, se lo aplica primero en el labio superior y luego en el inferior. Luego les da golpecitos a los dos, ruidosamente, como una especie de reprimenda.
—¿Qué tenían que sospechar? Yo no sé nada de nadie. Solo ayudé.
Quiero hacer las cosas bien. Para que sepa que me preocupo por él. Que no me avergüenzo de él. Que conmigo está a salvo.
—Sabes —empiezo—, no tienes que hacer eso con las voces cuando estés conmigo. Puedes simplemente ser tú mismo.
Lo digo como un cumplido, para que sepa que me gusta cómo que es. Pero no se lo toma así. Frunce los labios y sacude la cabeza.
—Este soy yo, nena. Todos mis yoes. Soy dueño de todos y cada uno de ellos. Sé quién finjo ser y quién soy. —Me mira con una cierta tristeza—. Soy así.
Me había propuesto mantenerlo todo lejos de él, pero Dee —el inteligente y agudo Dee— lo pilló. Lo pilló todo. Sabe muy bien que no soy quien muestro ser. Y estoy tan avergonzada que no sé ni qué decir. Al poco, mete Noche de Reyes en mi ordenador. Vemos toda la obra en silencio, sin voces, sin comentarios. No hay risas, solo cuatro globos oculares mirando una pantalla. Y eso es lo que me dice que la he fastidiado con Dee.
Me entristece tanto esto que me olvido de estar enfadada con Willem.