AL entrar en el salón de clases de Shakespeare Out Loud es como entrar en una escuela totalmente diferente a la que he asistido en los últimos cuatro meses. En lugar de una sala de conferencias gigantesca, que es donde se encuentran todos mis cursos de ciencias, o incluso un aula grande como el mandarín, es solo un pequeño salón íntimo, del tipo que teníamos en la escuela secundaria. Hay unos veinticinco pupitres colocados en un arco en forma de U, alrededor de un atril. Y los estudiantes que se sientan en ellos también parecen distintos. Piercings en los labios, cabellos teñidos de los colores más increíbles… Y hay un mar de manos con la manicura perfecta. Jóvenes dotados para el arte, supongo. Al entrar, busco un asiento y advierto que todos están ocupados; nadie me mira.
Me siento en el suelo, cerca de la puerta, para tener una vía de escape fácil. Puede que no pertenezca a Química, pero tampoco pertenezco a esto. Cuando el profesor Glenny entra cinco minutos tarde me fijo en que tiene el aspecto de estrella de rock: melena canosa, botas de cuero y hasta unos labios parecidos a los de Mick Jagger. Y entonces tropieza conmigo. Literalmente, porque me pisa la mano. Aunque mis otras clases eran malas de verdad, nadie me había pisado todavía. No es un buen comienzo, y estoy a punto de marcharme de clase en ese mismo momento, pero mi camino está bloqueado por un nutrido grupo de estudiantes.
—Que levanten la mano… —empieza el profesor Glenny después de dejar ingeniosamente su cartera de cuero encima del atril—… todos aquellos que hayan leído alguna vez una obra de Shakespeare por el puro placer de hacerlo. —Tiene acento británico, aunque no como el presentador de Obras maestras del teatro, ese programa pomposo de la tele.
Aproximadamente la mitad de las manos de la clase se disparan hacia arriba. Pienso en la posibilidad de levantar la mía, pero sería una mentira descarada, y no tengo que hacerle la pelota a nadie.
—Excelente. Pregunta aclaratoria: ¿cuántos se han dormido al intentar leer una obra de Shakespeare por su cuenta?
La clase queda en silencio. No hay manos alzadas. Entonces, el profesor Glenny me mira, y me pregunto cómo lo sabe, pero luego me doy cuenta de que no es a mí, sino al tipo de detrás de mí, que es la única persona que ha levantado la mano. Junto con todos los demás alumnos, me doy la vuelta y lo miro. Es uno de los dos estudiantes afroamericanos de la clase, aunque es el único que luce una enorme diadema afro cubierta de cuentas y brillo labial de color rosa. En cambio, va vestido como una mamá en el partido de fútbol de su hijito: sudadera y zapatillas deportivas. En un campo de rarezas cuidadosamente cultivadas, él es una flor silvestre, o tal vez una mala hierba.
—¿Qué obra le aburrió hasta hacer que se duerma? —le pregunta el profesor Glenny.
—Hamlet. Macbeth. Otelo. Elija. He dado cabezadas con las mejores.
La clase suelta risitas, como si quedarse dormido mientras estudias ya no estuviera de moda.
El profesor Glenny asiente.
—¿Por qué?, entonces, por favor… Disculpe, ¿su nom-bre…?
—D’Angelo Harrison, pero mis amigos me llaman Dee.
—Voy a ser presuntuoso y le llamaré Dee. Dee, ¿por qué asiste a esta clase? A menos que esté aquí para disfrutar de una buena siesta.
De nuevo, la clase se ríe.
—Según mis cálculos, este curso cuesta unos cinco mil dólares por semestre —dice Dee—. Podría dormir gratis en mi habitación.
Echo cuentas. ¿Eso es lo que cuesta un curso?
—Muy prudente —dice el profesor Glenny—. Así que, de nuevo, ¿por qué asiste a esta clase, dado el gasto y teniendo en cuenta los antecedentes soporíferos de Shakespeare?
—Bueno, aún no me he matriculado realmente en este curso. Estoy en lista de espera.
En este punto, no puedo decir quién va ganando el duelo dialéctico, pero de cualquier manera, estoy impresionada. Aquí todo el mundo parece dispuesto a dar la respuesta más aguda, y obviamente este chico trata de tomarle el pelo al profesor. En beneficio del profesor Glenny tengo que decir que parece más divertido que molesto.
—Mi pregunta es, Dee, ¿por qué intentarlo siquiera?
Se produce una larga pausa. Se puede oír el zumbido de las luces fluorescentes, el carraspeo de unos pocos estudiantes que claramente tienen una respuesta preparada. Y luego Dee dice:
—Porque la película de Romeo y Julieta me hace llorar más que cualquier otra cosa en el mundo. Cada maldita vez que la veo.
Una vez más, la clase se ríe. No es una risa amable. El profesor Glenny se vuelve hacia el atril y saca un papel y un bolígrafo de su maletín. Es una lista. La mira amenazadoramente y luego tacha un nombre, y me pregunto si el tal Dee no acaba de jugarse su oportunidad de seguir en la lista de espera. ¿En qué clase de curso me has apuntado, Gretchen Price? ¿En Shakespeare Gladiador?
El profesor Glenny se vuelve hacia una chica de extraños ricitos de color rosa que tiene la nariz metida en un volumen de las obras completas de Shakespeare, el tipo de chica que probablemente nunca se dignaría ver la versión de Leo y de Claire de Romeo y Julieta o que nunca se quedaría dormida durante la lectura de Macbeth. Él se cierne sobre ella por un momento. Ella lo mira y sonríe tímidamente, en plan «oh, me ha pillado leyendo mi libro». Él esboza a su vez una sonrisa de mil vatios. Y entonces le coge el libro de las manos y lo cierra de golpe. Es un libro grande. Hace un ruido muy fuerte.
El profesor Glenny vuelve al atril.
—Shakespeare es un personaje misterioso. Hay mucho escrito acerca de este hombre, del que en realidad sabemos muy poco. A veces pienso que solo sobre Jesucristo se ha derramado más tinta con un resultado menos fructífero. Así que me resisto a hacer cualquier caracterización del hombre. Pero voy a permitirme flotar en el limbo por un momento y decir lo siguiente: Shakespeare no escribió sus obras para que ustedes se sienten en un cubículo de la biblioteca y las lean en silencio. —Hace una pausa, deja que se asienten sus palabras antes de continuar—. Los dramaturgos no son novelistas. Porque crean obras que deben realizarse, interpretarse. Ser interpretadas a través de los siglos. El genio de Shakespeare nos dio tal gran material en bruto que puede sobrevivir a las épocas, resistir las innumerables reinterpretaciones que se hacen de él. Pero para apreciar verdaderamente a Shakespeare, para entender por qué ha perdurado, debe escucharse en voz alta, o mejor aún, verlo interpretado, ya sea en escena con trajes de época o con personajes desnudos, un dudoso placer que he tenido. Si bien, una buena producción cinematográfica puede conseguir hacer sus trucos, que nuestro amigo Dee ha demostrado tan acertadamente. Ah, por cierto, señor Harrison —dice mirando a Dee otra vez—. Gracias por su honestidad. Yo también me he quedado dormido mientras leía a Shakespeare. Mi libro de texto universitario todavía tiene algunas marcas de babas. Usted ya no está en la lista de espera, ya forma parte de esta clase.
El profesor Glenny camina de nuevo hacia la pizarra y garabatea en ella «Inglés 317-Shakespeare En Voz Alta».
—El nombre de este curso no es accidental. Es bastante literal. Porque en este curso, no leeremos a Shakespeare para nosotros mismos o en la privacidad de nuestras habitaciones o bibliotecas. Lo representaremos —añade, enfatizando esta última palabra—. Lo veremos realizado. Lo leeremos en voz alta en clase o con los compañeros. Todos y cada uno de nosotros seremos los protagonistas de esta clase, los intérpretes para los demás, frente a los demás. Para aquellos que no están preparados para esto o que prefieren un enfoque más convencional, esta excelente institución ofrece una amplia gama de cursos de estudios sobre Shakespeare, y les sugiero que opten por uno de ellos.
Hace una pausa, como si quisiera dar a la gente la ocasión de escapar. Esta sería mi oportunidad de irme, pero algo me tiene clavada al suelo.
—Si por algo es conocida esta clase es por coordinar las lecturas con las obras de Shakespeare que se realizan durante el curso, ya sea por grupos de la comunidad o por compañías de teatro profesionales. Espero que asistan a todas las obras, y que yo pueda conseguir excelentes tarifas de grupo. Como suele suceder, el invierno y la primavera llegan siempre con una deliciosa selección de obras.
Empieza a repartir el plan de estudios, y antes de que me llegue uno a mí, antes de que termine de escribir el orden de las obras en la pizarra, sé que estará entre ellas. A pesar de que Shakespeare escribió más de treinta obras de teatro, sé que esa obra estará en nuestra lista.
Está a mitad del plan de estudios, después de Enrique V y Cuento de invierno y antes de Como gustéis y Cimbelino y Medida por medida. Pero figura en la página, y atrae mi atención como una valla publicitaria. Noche de Reyes. Y el hecho de que quiera asistir a esta asignatura es irrelevante. No puedo quedarme aquí y leer esa obra. Es lo opuesto a la tábula rasa.
El profesor Glenny se alarga mucho hablando de las obras, señalando una a una con la mano, borrando la tiza en su entusiasmo.
—Lo que más me gusta, y de lejos, de este curso es que, en efecto, los temas nos elegirán porque dejaremos que las obras nos elijan. Al principio el decano era escéptico acerca de esta vía académica a través de la casualidad, pero siempre parece funcionar. Mirad esta lista. —Señala las obras de nuevo—. ¿Puede alguien adivinar el tema de este semestre basándose en estas obras en particular?
—¿Todas son comedias? —dice la chica de los ricitos.
—Buena suposición. Cuento de invierno, Medida por medida y Cimbelino; aunque todas tienen mucho humor, no se consideran comedias tanto como «obras problemáticas», una categoría que discutiremos más adelante. Y Enrique V, aunque tiene muchos pasajes divertidos, es una obra muy seria. ¿Alguien más quiere intentarlo?
Silencio.
—Les daré una pista. Es más evidente en Noche de reyes o en Como gustéis, que son comedias, lo cual no quiere decir que no sean también obras muy conmovedoras.
Más silencio.
—Vamos. Alguno de ustedes, estudiantes excelentes, tiene que haber visto una de estas. ¿Quién de ustedes ha visto Como gustéis o Noche de Reyes?
No me doy cuenta de que he levantado la mano hasta que es demasiado tarde. El profesor Glenny me ha visto y ahora asiente hacia mí con una expresión de curiosidad en los ojos. Quiero decirle que he cometido un error, que ha sido otra versión de Allyson la que solía levantar la mano en clase y que ha reaparecido temporalmente. Pero no puedo, así que dejo escapar que vi Noche de Reyes durante el verano.
El profesor Glenny se queda ahí, como esperando a que termine mi discurso. Pero eso fue todo, eso es todo lo que tengo que decir. Hay un silencio incómodo, como si acabara de anunciar que era alcohólica en una reunión de la Hijas de la Revolución Americana.
Pero el profesor Glenny no se rinde.
—Y ¿cuál es la principal fuente de tensión y de humor en esta obra en particular?
Por un segundo no estoy en esta aula sobrecalentada en una mañana de invierno. Es la calurosa noche inglesa, y estoy en la cuenca del canal en Stratford-upon-Avon. Y luego estoy en un parque en París. Y luego estoy aquí. En los tres lugares, la respuesta sigue siendo la misma:
—Nadie es quien pretende ser.
—Gracias. ¿Te llamas…?
—Allyson —respondo—. Allyson Healey.
—Allyson. Tal vez eso sea una generalización levemente excesiva, pero para nuestros propósitos has dado de lleno en el clavo. —Se vuelve hacia la pizarra y garabatea «Identidad alterada, Realidad alterada». Luego comprueba algo en su hoja de papel y continúa—: Ahora, antes de acabar, un último consejo de organización. No vamos a tener tiempo para leer cada una de las obras enteras en clase, aunque leeremos partes extensas. Creo que ya he dado mi opinión acerca de la lectura individual, así que me gustaría que lean las secciones restantes en voz alta con los compañeros. Esto no es opcional. Por favor, hagan ahora las parejas. Si están en la lista de espera, busquen pareja también en la lista de espera. Allyson, ya no estás en la lista de espera. Como puedes ver, por aquí recompensamos la participación en clase.
Se monta un poco de follón mientras se forman las parejas. Miro a mi alrededor. A mi lado hay una chica que trata de perecer normal y que lleva gafas de esas con forma de ojos de gato. Podría preguntarle.
O podría levantarme y salir de la clase. A pesar de que ya no estoy en la lista de espera, podría dejar la clase, dejarle mi lugar a otra persona.
Pero por alguna razón, no lo hago. Me alejo de la chica de las gafas y miro detrás de mí. Ese tipo, Dee, está sentado ahí, como el chico impopular y poco atlético que siempre dejan fuera del equipo durante los preparativos para los partidos de kickball en la escuela. Tiene una expresión de perplejidad exagerada, como si supiera que nadie se lo va a pedir y les estuviera evitando a todos el problema de hacerlo. Por eso, cuando le pregunto si quiere ser mi compañero, su expresión pícara desaparece y se muestra auténticamente sorprendido.
—Solo porque da la casualidad de que mi tarjeta de baile no está muy llena en este momento.
—¿Eso es un sí?
Asiente con la cabeza.
—Bien. Tengo una condición. Es más bien un favor. Dos favores, en realidad.
Frunce el ceño durante un instante, luego arquea una ceja tanto que casi se junta con la línea del cuero cabelludo.
—No quiero leer Noche de Reyes en voz alta. Tú puedes hacer todos los papeles, si quieres, y yo te escucharé, y luego leeré una de las otras obras. O podemos alquilar una versión de la película y tú lees tu parte del texto. Es solo que no quiero tener que leerla yo en voz alta. Ni una sola palabra.
—¿Y cómo vas a salirte con la tuya en clase?
—Aún he de pensarlo.
—¿Y qué tienes en contra de Noche de Reyes?
—Esa es la otra cosa. No quiero hablar de ello.
Suspira como si lo estuviera considerando.
—¿Eres un bicho raro o una diva? Con una diva puedo trabajar, pero no tengo tiempo para bichos raros.
—Creo que ninguna de las dos cosas. —Dee me mira, escéptico—. Solo será con esa obra, te lo juro. Estoy segura de que estará en DVD.
Me mira durante un largo minuto, como si tratara de ver mi verdadero yo por rayos equis. Entonces o bien decide que no soy un bicho raro o reconoce que no tiene otras opciones, porque entorna los ojos y suspira en voz alta.
—En realidad, hay varias versiones de Noche de Reyes. —De repente, su voz y su dicción han cambiado por completo. Incluso su expresión es casi como la de un profesor—. Hay una versión en película con Helena Bonham Carter, que es magnífica. Pero si vamos a hacer trampa, al menos tenemos que alquilar la versión teatral.
Lo miro durante un momento, completamente perpleja. Él me devuelve la mirada, luego su boca se abre levemente y me enseña la más pequeña de las sonrisas. Y me doy cuenta de que lo que he dicho antes era cierto: nadie es quien pretende ser.