Enero, Universidad
MEDIO metro de nieve ha caído en Boston mientras estoy en México, y la temperatura nunca sube por encima de cero, por lo que cuando regreso dos semanas más tarde, el campus parece una deprimente tundra gris. Llego unos días antes de empezar las clases, con la excusa de prepararme para el nuevo semestre, pero la verdad es que no podía soportar estar más en casa, bajo la atenta mirada de la directora, un día más. Había sido bastante malo en Cancún, pero en casa, sin Melanie que me distrajera (se había marchado a Nueva York el día después de regresar, antes de que tuviéramos la oportunidad de resolver la extrañeza que se había instalado entre nosotras) era insoportable.
Los miembros del Trío Fantástico han regresado de las vacaciones llenas de historias y chistes privados. Pasaron el Año Nuevo juntas en el apartamento de la familia de Kendra en Virginia Beach y fueron a nadar bajo la nieve, y ahora llevan camisetas con osos polares estampados. Son bastante amables, me preguntan por mi viaje, pero tanta afabilidad me agobia, por lo que me enfundo en mi suéter y en mi parka y camino penosamente hasta la Librería Universitaria para recoger un nuevo libro de chino mandarín.
Estoy en la sección de lenguas extranjeras cuando me suena el teléfono. Ni siquiera necesito ver el identificador de llamada. Mamá me ha estado llamando por lo menos dos veces al día desde que llegué.
—Hola, mamá.
—Allyson Healey. —La voz al otro extremo es alta y encantadora, lo contrario que la de mamá.
—Sí, soy Allyson.
—Ah, hola, Allyson. Soy Gretchen Price, de la oficina de orientación.
Hago una pausa, respiro hondo, una sensación enfermiza me invade el estómago.
—¿Sí?
—Me pregunto si te gustaría pasar por mi oficina. Para saludar.
Ahora siento que voy a vomitar justo en la pila de Buongiorno Italiano.
—¿Te ha llamado mi madre?
—¿Tu madre? No lo creo. —Oigo el sonido de algo golpeando—. Maldita sea. Espera. —Hay más ruidos y luego vuelve al teléfono—. Mira, me disculpo por avisarte en el último momento, pero estos días parece ser mi modus operandi. Me encantaría que vinieras antes de que comience el semestre.
—Hum, comienza pasado mañana.
—Sí. ¿Qué tal hoy, entonces?
Lo he echado todo a perder en un solo semestre. Saben que no soy una Estudiante Universitaria Feliz. No pertenezco a este lugar.
—¿Me he metido en algún tipo de problema?
Esa risa tintineante de nuevo.
—No conmigo. ¿Por qué no vienes a verme? ¿Qué tal a las cuatro?
—¿Estás segura de que mi madre no ha llamado?
—Sí, Allyson, estoy bastante segura. ¿Así que a las cuatro?
—¿De qué se trata?
—Oh, solo tengo que darte una información. Nos vemos a las cuatro.
La oficina de Gretchen Price está en una esquina concurrida del edificio de la administración cubierto de hiedra. Pilas de libros y papeles y revistas se encuentran dispersos por todas partes, en la mesa redonda y en las sillas junto a la ventana, en el diván, en su escritorio desordenado.
Está hablando por teléfono cuando me hace pasar, así que me quedo de pie en la puerta. Hace un gesto para que entre.
—Tú debes de ser Allyson. Quita esos papeles de la silla y siéntate. Estaré contigo en un segundo.
Quito una muñeca Repollo con una de las trenzas cortadas y una pila de carpetas de una de las sillas. Algunas de las carpetas tienen notas adhesivas pegadas: «Sí. No. Quizá». Unos papeles caen de una de ellas. Es una copia impresa de la solicitud de la universidad, como la que envié yo hace un año. La meto de nuevo en la carpeta y la pongo en la silla de al lado.
Gretchen cuelga el teléfono.
—Así que, Allyson, ¿cómo te va?
—Muy bien. —Echo un vistazo a las solicitudes, todos los recién llegados que desean un lugar como el mío—. Fantástico en realidad.
—¿En serio? —Coge un archivo, y tengo la impresión de que he perdido toda esperanza.
—Sí —le digo con toda la alegría de la que soy capaz.
—Mira, la cosa es que he estado mirando tus notas del primer semestre.
Siento que se me llenan los ojos de lágrimas. Me ha atraído hasta aquí engañada. Me ha dicho que no tenía problemas, que era solo una sesión informativa. Y no he suspendido. ¡He sacado un aprobado!
Ella mira mi cara afligida y me hace movimientos con sus manos para que me calme.
—Relájate, Allyson —dice con voz suave—. No estoy aquí para echarte una reprimenda. Solo quiero saber si necesitas alguna ayuda, y ofrecértela si es el caso.
—Es mi primer semestre. Estoy adaptándome. —He usado esta excusa tanto que casi he llegado a creérmela.
Ella se echa hacia atrás en su silla.
—Ya sabes, la gente tiende a pensar que la admisión en la universidad es inherentemente injusta. Que no puedes juzgar a la gente por un papel. Pero lo cierto es que en realidad un papel te puede decir muchas cosas. —Toma un sorbo de una de esas tazas de café que pintan los niños. La suya está cubierta de huellas dactilares borrosas en tonos pastel—. Nunca nos habíamos visto antes, pero a juzgar solo por lo que estoy viendo en el papel, sospecho que tienes dificultades.
No me está preguntando si tengo dificultades. No me está preguntando por qué tengo dificultades. Ella lo sabe. Las lágrimas afloran, y se lo permito. El alivio es más poderoso que la vergüenza.
—Déjame hablarte con claridad. —Gretchen me pasa una caja de pañuelos de papel—. No estoy preocupada por tu promedio de calificaciones. En el primer semestre es tan común rendir poco como engordarse. Oh, mira, tendrías que haber visto mi media de notas del primer semestre. —Sacude la cabeza y se ríe—. En general, los estudiantes con dificultades aquí se dividen en dos categorías: aquellos que se acostumbran a la libertad, a ir a demasiadas fiestas, y no pasan suficiente tiempo en la biblioteca. Por lo general, se enderezan después de uno o dos semestres. —Me mira—. ¿Demasiados chupitos de Jägermeister, Allyson?
Niego con la cabeza, aunque por el tono de su pregunta, parece que ya sabe la respuesta.
Asiente.
—El otro tipo es un poco más traicionero. Pero en realidad suele predecir la deserción estudiantil. Y por eso quería verte.
—¿Crees que voy a abandonar?
Me mira fijamente.
—No. Pero después de ver tus notas de la escuela secundaria y de tu primer semestre, es una situación que se ajusta a un patrón. —Agita una carpeta, que obviamente contiene mi historial académico—. Los estudiantes como tú, chicas jóvenes en particular, lo hacen extraordinariamente bien en la escuela secundaria. Mira tus notas. En general, son excelentes. Tanto en las asignaturas de ciencias como en las de humanidades sacaste todo excelentes. Unas notas extremadamente altas. Luego llegas a la universidad, que se supone que es por lo que has estado trabajando tanto, ¿no?
Asiento.
—Bueno, llegas hasta aquí, y te arrugas. Te sorprenderías de la cantidad de estudiantes con excelentes en secundaria que terminan abandonando la universidad. —Niega con la cabeza, desalentada—. Odio cuando sucede eso. Ayudo a elegir a los que se quedan aquí. Habla mal de mí si se estrellan y se queman.
—Como cuando un médico pierde a un paciente.
—Gran analogía. ¿Ves como eres muy inteligente?
Esbozo una sonrisa triste.
—La cosa es que, Allyson, la universidad se supone que es…
—¿Los mejores años de mi vida?
—Iba a decir estimulante. Una aventura. Una exploración. Pero te miro y no pareces muy estimulada. Y veo tus asignaturas…, —mira la pantalla del ordenador—. Biología. Química. Física. Chino mandarín. Laboratorio. Es muy ambicioso para un primer año.
—Estoy en el curso preparatorio de ingreso en Medicina —digo—. Tengo que ir a esas clases.
No dice nada. Bebe otro sorbo de café. Después me dice:
—¿Esas son las clases a las que quieres ir?
Hago una pausa. Nadie me ha preguntado eso antes. Cuando nos llegó por correo el catálogo de cursos, simplemente se dio por hecho que yo haría las asignaturas del curso de preparación de Medicina. Mamá sabía exactamente lo que tenía que hacer yo. Había visto algunas asignaturas optativas, había mencionado que pensaba que Cerámica sonaba bien, pero también podría haber dicho que estaba pensando en especializarme en hacer calceta debajo del agua.
—No sé lo que quiero hacer.
—¿Por qué no echas un vistazo al catálogo y cambias un poco las cosas? La matrícula aún puede cambiarse, y yo podría mover algunos hilos. —Hace una pausa y empuja hacia mí el catálogo por encima del escritorio—. Incluso si terminas el preparatorio de Medicina, tienes cuatro años para hacer estas asignaturas, y también hay un montón de asignaturas para entrar en Humanidades. No tienes que hacerlas todas juntas de una vez. Esto aún no es la facultad de Medicina.
—¿Y qué pasa con mis padres?
—¿Qué pasa con tus padres?
—No puedo defraudarlos.
—¿Aunque eso signifique tener que abandonar? Dudo que quieran que te pase eso.
Las lágrimas afloran de nuevo. Me da otro pañuelo de papel.
—Entiendo tu deseo de complacer a tus padres, para que se sientan orgullosos. Es un impulso noble, y te felicito por ello. Pero, al fin y al cabo, es tu educación, Allyson. Y tienes que decidirla tú. Y tienes que disfrutarla. —Hace una pausa, sorbe un poco más de café—. Y de alguna manera me imagino que tus padres van a ser más felices si ven que subes la media.
En eso tiene razón. Asiento con la cabeza. Ella vuelve a la pantalla del ordenador.
—Así que, finjamos que cambiamos algunas clases. ¿Alguna idea de lo que te gustaría?
Niego con la cabeza.
Coge el catálogo de cursos y lo hojea.
—Vamos. Es como un bufet intelectual. Arqueología. Bailar salsa. Desarrollo infantil. Pintura. Introducción a las finanzas. Periodismo. Antropología. Cerámica.
—¿Es algo así como la alfarería? —la interrumpo.
—Así es. —Ahora mira con más atención la pantalla—. Iniciación a la Cerámica, martes a las once. Está abierta. Oh, pero entra en conflicto con tu Laboratorio de Física. ¿Vamos a posponer Laboratorio, y tal vez Física, para otro semestre?
—Bórralas. —Decirlo me sienta maravillosamente bien; como soltar un montón de globos de helio y verlos desaparecer en el cielo.
—¿Ves? Ya le estás cogiendo el truco —dice Gretchen—. ¿Qué tal alguna de Humanidades, para equilibrar? De todos modos las necesitarás como parte del plan de estudios para graduarte. ¿Te interesa más la historia antigua o la historia moderna? Hay una asignatura sobre historia europea maravillosa. Y un gran seminario sobre la Revolución rusa. O una asignatura fascinante sobre la pre-revolución americana para la que va de perlas que estemos tan cerca de Boston. O bien, podrías asistir a algunas de las clases de literatura. Vamos a ver. En las pruebas de admisión que hiciste superaste con creces las exigencias básicas de escritura. Ya sabes, podríamos ser un poco traviesas y colarte en los seminarios más interesantes. —Pasa las páginas en la pantalla—. Poesía Beat. Literatura del Holocausto. Prosa Política. Poesía Medieval. Shakespeare En Voz Alta.
Siento que algo sacude mi columna vertebral. Un viejo interruptor olvidado hace tiempo ha sido conectado y suelta chispas en la oscuridad.
Gretchen tiene que haber visto mi expresión, porque empieza a hablarme de que no es una clase cualquiera sobre Shakespeare, que el profesor Glenny tiene opiniones muy interesantes de cómo se debe enseñar Shakespeare y que por eso es un profesor de culto en el campus.
No puedo dejar de pensar en él. Y entonces pienso en la tábula rasa. La decisión que tomé en Año Nuevo. El hecho de que estoy en preparatorio de Medicina.
—No me parece que deba ir a esa clase.
Eso le arranca una sonrisa.
—A veces la mejor manera de saber lo que tienes que hacer es hacer lo que no debes hacer. —Se pone a teclear—. Está llena, como siempre, por lo que tendrías que apuntarte a la lista de espera. ¿Por qué no le das una oportunidad? Déjaselo al destino.
El destino. Creo que es otra manera de llamar a los accidentes.
En los que ya no creo.
Pero dejo que me registre en la asignatura de todos modos.