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DE alguna manera, usando el mismo argumento de «somos adultas y deberíais tratarnos como a tales» sobre la cerveza de la cena de la otra noche, además de la promesa de contratar un taxi del hotel durante toda la noche, Melanie y yo nos las hemos arreglado para conseguir permiso de nuestros padres para ir a esa fiesta de Fin de Año. La han montado en una playa estrecha y en forma de media luna, toda iluminada con antorchas, y a las diez en punto ya está a tope. Hay un escenario bajo donde tocará el grupo de reggae mexicano, aunque en estos momentos un dj está poniendo techno.

Hay varios montones gigantes de zapatos. Melanie se sacude de los pies sus chanclas de color naranja brillante. Dudo antes de quitarme mis sandalias negras de cuero, pero por fin las dejo ahí con la esperanza de encontrarlas después, porque si pierdo algo estoy segura de que tendré quien me lo recuerde continuamente.

—¡Está bien la bacanal! —dice Melanie en tono de aprobación, asintiendo con la cabeza hacia los chicos en bañador con botellas de tequila en las manos y las chicas con pareos y con el pelo lleno de trenzas africanas. Incluso hay mexicanos de verdad, chicos elegantemente vestidos con camisas blancas transparentes y el pelo repeinado hacia atrás, y chicas con elegantes vestidos cortos de fiesta, con las piernas largas y bronceadas.

—¿Bailamos primero o bebemos?

No quiero bailar. Por eso elijo beber. Nos colamos en la barra atestada. Detrás de nosotros hay un grupo de personas que habla en francés, y no puedo evitar volverme y mirarlas. No veo a ninguno de los norteamericanos de nuestro hotel, pero, por supuesto, hay gente de todo el mundo que ha venido a México.

—Toma. —Melanie me pone en la mano media piña vaciada con alguna clase de bebida dentro. La huelo. Parece loción bronceadora. Es dulce y caliente y quema un poco cuando me baja por la garganta—. Buena chica.

Pienso en la señora Foley.

—No me llames así.

—Mala chica.

—Tampoco soy eso.

Parece molesta.

—Chica nada.

Bebemos en silencio, disfrutando de la fiesta, que ahora va en aumento.

—Vamos a bailar —dice Melanie, tirando de mí hacia el círculo de arena que han marcado como pista de baile.

Niego con la cabeza.

—Tal vez más tarde.

Y entonces suelta uno de sus suspiros.

—¿Vas a estar así toda la noche?

—¿Así, cómo? —Pienso en lo que me dijo en el viaje, que yo tenía aversión a la aventura, y lo que dijo junto a la piscina—. ¿Así como yo? Pensé que eso es lo que adorabas de mí.

—¿Cuál es tu problema? ¡Has llevado un palo metido en el culo todo el viaje! ¡Yo no tengo la culpa de que tu madre te obligue a estudiar cada día como si estuvieras en un campo de concentración!

—No, pero es culpa tuya que me hagas sentir como una mierda porque no quiero bailar. No me gusta el techno. Siempre he odiado el techno, así que deberías saberlo, ya que estás tan segura de que siempre soy la misma.

—Está bien. Pues sigue siendo la misma y quédate aquí sentada mientras yo bailo.

—Genial.

Me deja en el perímetro del círculo y se pone a bailar con gente al azar. Primero baila con un tipo con rastas y luego se da la vuelta y baila con una chica con el pelo supercorto. Parece que se lo está pasando bien, girando y girando, y se me ocurre que si no la conociera, sería alguien a quien no debería tardar en conocer.

La observo durante al menos veinte minutos. Entre las monótonas canciones techno, habla con otras personas, se ríe. Después de media hora, me está entrando dolor de cabeza. Trato de llamar su atención, pero finalmente me rindo y me voy de allí.

La fiesta se extiende por toda la orilla del agua y dentro de ella, donde un grupo de personas nadan desnudas en el mar iluminado por la luna. Un poco más allá se está más tranquilo, hay una hoguera y gente alrededor tocando la guitarra. Me planto a unos metros de distancia de la hoguera, lo suficientemente cerca para sentir su calor y oír el crujido de la leña. Me gusta meter los pies en la arena, la capa superior está fría, pero más adentro sigue notándose el cálido sol del día.

En la playa, el techno se detiene, y el grupo de reggae sube al escenario. El suave bump bump bump es agradable. En el agua, una chica empieza a bailar a hombros de un hombre, se quita la parte de arriba del bikini y se queda allí, medio desnuda, como una sirena a la luz de la luna, antes de lanzarse al agua con suavidad. Detrás de mí, los chicos con las guitarras empiezan con Stairway to Heaven, que se mezcla extrañamente bien con el reggae.

Me tumbo en la arena y miro el cielo. Desde esta perspectiva, es como si tuviera la playa entera para mí sola. El grupo termina una canción y el cantante anuncia que falta una media hora para el Año Nuevo. «Año Nuevo. Año Nuevo. Tábula rasa. Tiempo para hacer borrón y cuenta nueva», canta, ahora en español. «Una oportunidad para borrar la pizarra».

¿Realmente se puede hacer eso? ¿Borrar la pizarra? Y ¿quiero hacerlo? ¿Borraría todo el año pasado si pudiera?

«Tábula rasa», repite el cantante. «Una nueva oportunidad para empezar desde cero. Empezar fresco, nena. Hacer las paces. Hacer ca-ca-cambios. Para ser quien quieres ser. Ven a acariciar la medianoche, antes de besar a tu amor, que guarda un beso para ti. Cierra los ojos, piensa en el próximo año. Esta es tu oportunidad. Hoy puede ser el día en que todo cambie».

¿En serio? Es una buena idea, pero ¿por qué el primero de enero? Es lo mismo que decir que el 19 de abril es el día en que todo cambia. Un día es un día. No significa nada.

«Al filo de la medianoche, cumple tu voluntad. ¿Cuál es tu deseo? Para ti. Para el mundo».

Es Año Nuevo. No es un pastel de cumpleaños. Y ya no tengo ocho años. No creo que los deseos se hagan realidad. Pero si fuera así, ¿qué desearía yo? ¿Deshacer ese día? ¿Verlo a él de nuevo?

Normalmente tengo bastante fuerza de voluntad. Igual que alguien a dieta se resiste ante una galleta, no me dejo arrastrar. Pero por un breve segundo, lo hago. Me lo imagino aquí, caminando por la playa, las llamas reflejadas en el cabello, los ojos oscuros y brillantes y llenos de incitación, y de tantas otras cosas. Y por un momento casi lo veo.

Mientras me dejo invadir por la fantasía, espero la llegada del dolor que la acompaña. Pero no llega. En cambio mi respiración se ralentiza y noto algo cálido dentro de mí. Abandono toda precaución y sentido común y dejo que los pensamientos sobre él me envuelvan. Me abrazo, como si fuera él quien me abraza. Por un breve instante, todo está bien.

—¡Pensé que no te encontraría!

Miro a un lado. Melanie camina hacia mí.

—Estaba aquí.

—¡Llevo buscándote media hora! Arriba y abajo de la playa. No tenía ni idea de dónde estabas.

—Estaba aquí —repito.

—Te he buscado por todos lados. La fiesta está totalmente fuera de control, como si le hubieran echado pastillas al ponche. Una chica ha vomitado a solo un palmo de mis pies, y unos chicos han tratado de toquetearme de la peor manera posible. Me han pellizcado el culo más veces de las que puedo contar, y un chico encantador me preguntó si quería un bocado de su sándwich, y no estaba hablando de comida. —Sacude la cabeza, como tratando de librarse de la imagen—. ¡Se supone que debemos vigilarnos las espaldas la una a la otra!

—Lo siento. Te estabas divirtiendo, y creo que he perdido la noción del tiempo.

—¿Has perdido la noción del tiempo?

—Supongo que sí. Lo siento de veras si te has preocupado. Pero estoy bien. ¿Quieres volver a la fiesta?

—¡No! Ya estoy harta. Vámonos de aquí.

—No tenemos que hacerlo si no quieres. —Miro hacia la hoguera. Las llamas bailan contra el cielo, es difícil dejar de mirarlas—. No me importa si nos quedamos aquí. —Por primera vez en mucho tiempo me lo estoy pasando bien, estoy bien donde estoy.

—Mira, me he pasado la última media hora con un ataque de pánico, y ahora estoy sobria, y esto es un rollo.

—Entonces vámonos.

Volvemos a los montones de zapatos, donde tarda una eternidad en encontrar sus chanclas y después nos metemos en el taxi que nos espera. Cuando miro el reloj del salpicadero del coche son la doce y veinte de la noche. No me creo lo que el cantante dijo acerca de los deseos de medianoche, pero ahora que he perdido la oportunidad de formular el mío, me siento como que al menos debería haberlo intentado.

Vamos a casa en silencio, salvo por el conductor del taxi, que canta suavemente al compás de la radio. Cuando nos deja frente a la puerta Melanie le da unos billetes, y en ese instante tengo una idea.

—Melanie. ¿Y si contratamos a un tipo durante un día o dos y nos vamos a alguna parte, lejos de los turistas?

—¿Y por qué querríamos hacer eso?

—No lo sé. Pero ¿qué pasa si probamos algo diferente? Disculpe, señor, ¿cuánto nos cobraría por contratarlo durante todo un día?

—Lo siento. No hablo inglés —dice en español.

Melanie entorna los ojos.

—Creo que ya deberías estar satisfecha con tu gran aventura.

Al principio creo que se refiere a la fiesta, pero luego me doy cuenta de que está hablando de las ruinas. Porque me las he arreglado para que fuéramos con nuestras familias a unas ruinas diferentes. Fuimos a Cobá en lugar de Tulum. Y tal como esperaba, nos detuvimos en un pequeño pueblo por el camino, y por un momento me sentí emocionada, pensé que me había escapado y llegado al verdadero México. Bueno, mi familia fue a remolque, pero era un pueblo maya. Solo que entonces Susan y mamá se pusieron a comprar bisutería a lo loco, y los habitantes del pueblo salieron y tocaron los tambores para nosotros, y nos invitaron a bailar en un círculo y luego incluso celebraron un rito tradicional de limpieza espiritual. Pero todo el mundo lo estaba grabando en vídeo todo, y después de su purificación, papá «donó» diez dólares a un señor que nos puso visiblemente su sombrero delante de nosotros, y me di cuenta de que todo aquello no era muy diferente del tour.

El apartamento está tranquilo. Nuestros padres están en la cama, pero tan pronto como cierro la puerta mamá sale de su dormitorio.

—Llegáis temprano —dice ella.

—Estaba cansada —miente Melanie—. Buenas noches. Feliz Año Nuevo. —Camina hacia nuestra habitación, y mamá me da su beso de Año Nuevo y se mete en la suya.

No estoy nada cansada, así que me siento en el balcón y escucho los sonidos de la fiesta del hotel, que se está acabando. En el horizonte se está gestando una tormenta. Meto la mano en mi bolso y saco el teléfono y, por primera vez en meses, abro el álbum de fotos.

Su rostro es tan hermoso que se me hace un nudo en el estómago. Pero parece irreal, no alguien a quien haya conocido. Pero entonces me miro a mí, mi yo en la foto, y también me cuesta reconocerme, y no solo porque el pelo es diferente, sino porque ella parece diferente. Esa no soy yo. Esa es Lulu. Y ella, como él, también se ha ido.

Tábula rasa. Eso es lo que dijo el cantante de reggae. Tal vez no pueda cumplir mi deseo, pero puedo tratar de borrarlo todo, tratar de superarlo.

Me permito mirar la foto de Willem y Lulu en París durante un largo minuto.

—Feliz Año Nuevo —les digo.

Y luego la borro.