17

Diciembre, Cancún, México

PARA Melanie y para mí se ha convertido en una tradición: cuando llegamos a Cancún nos ponemos los trajes de baño tan pronto como entramos en el apartamento y corremos a la playa para darnos el chapuzón inaugural. Es como nuestro bautismo vacacional. Lo hemos hecho durante los últimos nueve años que hemos venido.

Pero este año, cuando Melanie hurga en su maleta en busca del biquini, me voy a la mesa que hay junto a la cocina, en la que normalmente no hay más que libros de cocina, y abro mis libros de texto. Todos los días, de cuatro a seis, estudio. Paso fuera el día de Año Nuevo, pero eso es todo. Estas son las condiciones de mi libertad condicional.

Evité comprobar mis notas durante todo el semestre, así que cuando recibí las calificaciones al final, fue una especie de sorpresa. Lo había intentado. Realmente lo había intentado. Después de que mis exámenes parciales fueran tan pobres, me esforcé, pero mis malas calificaciones no son el resultado de holgazanear. O de saltarme las clases. O de irme de fiesta.

Pero es que ni siquiera podía irme de fiesta, teniendo en cuenta lo cansada que estaba todo el tiempo. No importaba si dormía diez horas la noche anterior, una vez que ponía un pie en el aula y el profesor empezaba a disertar sobre el movimiento ondulatorio y escribía las ecuaciones en la pizarra, los números se ponían a bailar ante mis ojos y entonces los párpados empezaban a pesarme, y me despertaban otros estudiantes al tropezar con mis piernas mientras trataban de salir para irse a la siguiente clase.

Durante la Semana de Lectura, bebí tanto café expreso que no dormí en absoluto, como si estuviera agotando todos los créditos de las siestas que me echaba en clase. Me zambullí en el estudio tanto como pude, pero en ese momento ya me había quedado tan atrás que nada podía ayudarme.

Teniendo en cuenta todo eso, pensé que era un milagro haber terminado el semestre con un 2,7.

Ni que decir tiene que mis padres pensaron lo contrario.

Cuando mis notas llegaron la semana pasada, enloquecieron. Y cuando mis padres se enfadan, no gritan, sino que se quedan callados. Sin embargo, su decepción y su ira son ensordecedoras.

—¿Qué crees que deberíamos hacer al respecto, Allyson? —me preguntaron sentados los tres a la mesa del comedor, como si estuvieran realmente pidiendo mi opinión. Luego presentaron una lista de opciones. Podríamos cancelar el viaje, lo que sería terriblemente injusto para ellos dos, o podríamos ir, pero bajo ciertas condiciones.

Melanie me lanza una mirada de ánimo cuando desaparece para ponerse el biquini. Una parte de mí desea que boicotee el baño en la playa como gesto de solidaridad hacia mí. Sé que estoy siendo egoísta, pero me parece que es algo que la vieja Melanie habría hecho.

Pero esta es la nueva Melanie. O la doblemente nueva Melanie. Durante el mes que ha pasado desde Acción de Gracias parece totalmente diferente. Una vez más. Se ha cortado el pelo de un modo completamente asimétrico y se ha dejado algunos mechones largos, y lleva un aro en la nariz, por el que sus padres no pararon de echarle broncas hasta que les dijo que era o eso o un tatuaje. Ahora que se ha puesto el biquini, veo que se ha dejado crecer el vello de las axilas, aunque su pelo es tan fino y rubio que apenas se nota.

—Adiós —articula en voz muy baja mientras sale por la puerta principal con su madre, Susan, que lleva un tubo de protección solar factor cuarenta en las manos. Mi mamá está rebuscando en una maleta su lupa especial para comprobar que los colchones no tengan chinches. Cuando la encuentra, pasa por mi lado y finge mirar mi libro de Química con la lupa. Cierro el libro de golpe. Me echa una mirada de irritación.

—¿Crees que me gusta ser tu guardián? Y pensaba que ahora que estás en la universidad tendría tanto tiempo libre… Pero mantenerte en el buen camino parece un trabajo a tiempo completo.

Me pregunto quién le habrá pedido que me mantenga en el buen camino. Me enfurezco. Pero me muerdo los labios y abro el libro de texto de Química, y obedientemente leo los primeros capítulos, tal como mamá me ha dicho que haga para ponerme al día. Lo que leo tiene tan poco sentido para mí como la primera vez que lo hice.

Esa noche, los seis vamos a cenar al restaurante mexicano, uno de los ocho restaurantes que hay en el complejo. Vamos allí la primera noche, todos los años. Los camareros llevan sombreros gigantes, y hay unos mariachis, pero la comida sabe igual que en El Torito, allá en casa. Cuando el camarero nos pregunta qué queremos beber, Melanie pide una cerveza.

Sus padres la miran boquiabiertos.

—Aquí tenemos la edad legal para beber —dice.

Mamá mira a Susan.

—No creo que sea inteligente —comenta.

—¿Por qué? —la desafío.

—Si quieres mi opinión, tiene que ver menos con la edad que con la previsión. Llegar a la edad legal de veintiún años no es estar necesariamente preparado para beber —es la respuesta de la Susan terapeuta.

—Lo siento, pero ¿no fuiste a la universidad? —pregunto—. No puedo imaginar que haya cambiado tanto. ¿No te acuerdas de que lo único que se hace es beber?

Mis padres se miran el uno al otro, y luego a Susan y a Steve.

—¿Eso es lo que te pasa? ¿Has estado bebiendo demasiado en la universidad? —me pregunta papá.

Melanie se ríe tan fuerte que a mamá le sale pulverizada por la nariz el agua especialmente embotellada que se estaba bebiendo.

—Lo siento, Frank, pero ¿es que no conoces a Allyson? —Ellos vuelven a mirarse—. En el viaje del verano pasado todos bebieron. —Se produce un silencio atónito—. ¡Oh, vamos! ¡La edad legal para beber alcohol en Europa es de dieciocho años! De todos modos, todo el mundo bebía… menos Allyson. Ella fue absolutamente responsable y casta. ¿Y le preguntas si bebe en la universidad? Eso es ridículo.

Mi padre me mira fijamente, luego mira a Melanie y dice:

—Solo tratamos de entender qué le pasa, por qué ha sacado una media de dos con siete.

Ahora le toca curiosear a Melanie.

—¿Has sacado un dos con siete? —Se medio tapa la boca con la mano y murmura—: Lo siento. —La mirada que me echa es mitad de sorpresa, mitad de respeto.

—Melanie ha sacado un ocho con tres —se jacta mi madre.

—Sí, Melanie es una genio, y yo soy una idiota. Ya es oficial.

Melanie se siente herida.

—Voy a la Escuela Gallatin. Todo el mundo saca excelentes —dice en tono de disculpa.

—Y Melanie probablemente bebe —digo, sabiendo muy bien que lo hace.

Por un instante parece nerviosa.

—Por supuesto que sí. Pero no hasta perder el conocimiento. Es la universidad. Bebo. Todos beben.

—Yo no —digo—. Y Melanie tiene una media de excelente, y yo he suspendido, por lo que quizá debería emborracharme alguna vez a ver si así mejoran las cosas. Quizás esa sea una idea mucho mejor que estudiar aquí todos los días.

Me dejo llevar por la rabieta, aun cuando ni siquiera quiero beberme una cerveza. Una de las pocas cosas que me gustan de este restaurante es que los margaritas están hechos con fruta fresca.

Mamá se vuelve hacia mí, boquiabierta y azorada.

—Allyson, ¿tienes un problema con la bebida?

Me doy con la palma de la mano en la frente.

—Mamá, ¿tienes un problema de audición? Porque no sé si has oído una palabra de lo que acabo de decir.

—Creo que te está diciendo que puedes ser un poco más permisiva y dejar que se beban una cerveza con la cena —dice Susan.

—¡Gracias! —digo, mirándola.

Mamá mira a papá.

—Dejemos que las niñas se beban una cerveza —dice cordial mientras le hace señas al camarero, que se acerca, y le pide un par de Tecates.

Es una especie de victoria. Excepto que en realidad no bebo cerveza, así que al final finjo que le doy sorbos a la mía mientras aumenta el cerco de agua que se condensa en el vaso lleno, y encima no me he pedido el margarita que realmente quería.

Al día siguiente, Melanie y yo estamos sentadas junto a la piscina gigante. Es la primera vez que conseguimos estar a solas desde que llegamos aquí.

—Creo que deberíamos hacer algo diferente —dice.

—Yo también —digo—. Cada año venimos y hacemos las mismas cosas. Incluso vamos a las mismas malditas ruinas. Tulum es bonito, pero creo que podríamos ir más allá. Tenemos que decirles a nuestros padres que vayamos a un lugar nuevo.

—¿Como a nadar con los delfines? —pregunta Melanie.

—Nadar con delfines es diferente, pero no es lo que busco. Ayer estuve mirando un mapa de la península de Yucatán, y hay algunas ruinas tierra adentro poco conocidas. Tal vez podríamos visitar un poco más del México real. Pensaba que podríamos ir a Cobá o a Chichén-Itzá. Ruinas diferentes.

—Vaya, qué aventurera —se burla Melanie mientras bebe un sorbo de té helado—. De todos modos, yo hablaba de Nochevieja.

—Oh. ¿Quieres decir que no quieres bailar la Macarena con Johnny Máximo? —Johnny Máximo es una estrella fracasada del cine mexicano que ahora tiene un poco de trabajo en el complejo. Todas las madres lo adoran porque es guapo y macho y siempre finge que las confunde con nuestras hermanas.

—¡Cualquier cosa menos la Macarena! —Melanie deja su libro, uno de Rita Mae Brown que tiene pinta de ser para la universidad, pero que Melanie dice que no lo es—. Uno de los camareros me habló de una gran fiesta en la playa de Puerto Morelos. Es una cosa local, aunque dice que van muchos turistas, pero gente como nosotras. Gente joven. Tocará un grupo de reggae mexicano, que suena muy bizarro. En el buen sentido.

—Solo estás buscando a un tipo menor de sesenta años para salir con él en Nochevieja.

Melanie se encoge de hombros.

—Menor de sesenta, sí. ¿Un tipo? Puede que no —dice mirándome con picardía.

—¿Qué?

—Creo que he estado haciendo cositas con… chicas.

—¿Qué? —digo casi gritando—. ¿Desde cuándo?

—Desde justo después de Acción de Gracias. Conocí a una chica en clase de Teoría del Cine, nos hicimos amigas y una noche salimos y simplemente pasó.

Miro su nuevo corte de pelo, el aro de su nariz, las axilas peludas. Todo tiene sentido.

—Así que, ¿ahora eres lesbiana?

—Prefiero no etiquetarme —dice ella, con cierta mojigatería, lo que implica que tengo que etiquetarla. Ella es la que se etiqueta constantemente: Mel, Mel 2.0, bibliotecaria punki. Le pregunto el nombre de su novia. Me dice que no la definiría como su novia, pero que su nombre es Zanne.

—¿Con equis?

—Con zeta. Abreviatura de Suzanne.

¿Ya nadie utiliza un nombre real?

—No se lo digas a mis padres, ¿de acuerdo? Ya conoces a mi madre. Me obligaría a analizarlo todo con ella y a considerarlo como una fase de mi desarrollo. Quiero asegurarme de que esto es más que una aventura antes de que me someta al tercer grado.

—Por favor, no tienes que hablarme de exceso de análisis parental.

Lleva las gafas de sol en la punta de la nariz y se vuelve hacia mí.

—Sí, ¿y de qué va todo eso?

—¿Qué quieres decir? Ya conoces a mis padres. ¿Hay algún aspecto de mi vida en el que no se metan? Deben de estar volviéndose locos por no poder meter la nariz en todo lo que estoy haciendo.

—Lo sé. Y cuando me enteré de lo de estudiar aquí cada día, pensé que era eso. Pensé que tal vez habías sacado un suficiente bajo. Pero dos con siete… ¿En serio?

—No empieces conmigo.

—No hago nada. Solo estoy sorprendida. Siempre has sido una estudiante excelente. No lo entiendo. —Bebe un sorbo de su té; ya se ha derretido casi todo el hielo—. La terapeuta dice que estás deprimida.

—¿Tu mamá? ¿Te ha dicho eso?

—He oído que se lo decía a tu madre.

—¿Y qué ha dicho mi madre?

—Que no estabas deprimida. Que te quejabas y lloriqueabas porque no estabas acostumbrada a que te castiguen. A veces, de verdad, me gustaría darle una bofetada a tu madre.

—Tú y yo.

—De todos modos, luego mi madre me ha preguntado si yo pensaba que estabas deprimida.

—¿Y qué le has dicho?

—Que mucha gente pasa momentos difíciles durante el primer año de universidad. —Me lanza una mirada de complicidad desde detrás de sus gafas oscuras—. No podía decirle la verdad, ¿o sí puedo? Que pienso que aún suspiras por un tipo con el que tuviste una aventura de una noche en París.

Me quedo callada, escuchando el grito de un niño que salta a la piscina. Cuando Melanie y yo éramos pequeñas solíamos saltar juntas, cogidas de la mano, una y otra vez.

—Pero ¿y si no es él? ¿Y si no es Willem? —Me resulta raro pronunciar su nombre en voz alta. Aquí. Después de habérmelo callado durante tanto tiempo. Willem. Apenas si me permito pensar en su nombre.

—¡No me digas que te ha jodido otro tipo más!

—¡No! Hablo de mí.

—¿De ti?

—Es, no sé, la que fui ese día. De alguna manera, yo era diferente.

—¿Diferente? ¿Cómo?

—Yo era Lulu.

—Pero eso fue solo un nombre. Solo fingiste ser otra.

Tal vez hice eso. Pero aun así, todo ese día con Willem, siendo Lulu, me hizo darme cuenta de que toda mi vida he estado metida en una pequeña habitación cuadrada, sin puertas ni ventanas. Y que estaba bien. Incluso feliz. Pensaba. Entonces alguien vino y me mostró que había una puerta en la habitación. Una que no había visto antes. Y luego la abrió para mí. Me cogió de la mano mientras la cruzaba. Y durante un día perfecto estuve al otro lado. Estuve en otra parte. Y yo era otra. Y luego él se fue, y volví a mi pequeña habitación. Y ahora, no importa lo que haga, me parece que no puedo encontrar esa puerta.

—No sentía que estuviera fingiendo —le digo a Melanie.

Ahora la expresión de Melanie es de compasión.

—Oh, cariño. Eso es porque respirabas el aire de la pasión. Y estabas en París. Pero la gente no cambia en una noche. Sobre todo tú. Tú eres Allyson. Eres sólida. Es una de las cosas que me gustan de ti, que puedo fiarme de ti porque siempre eres la misma.

Quiero protestar. ¿Y qué hay de las transformaciones? ¿Qué pasa con eso de la reinvención con la que siempre se le llena la boca? ¿Es algo reservado solo para ella? ¿Conmigo tiene que ser una cosa diferente?

—¿Sabes lo que necesitas? Un poco de Ani DeFranco. —Se saca su iPhone y me pone los auriculares en las orejas, y mientras Ani empieza a encontrar su voz y a dejármela escuchar, me siento frustrada conmigo misma. Tanto que me gustaría abrirme la piel y salir de mí misma. Deslizo los pies sobre el suelo de cemento caliente y suspiro, deseando que hubiera alguien capaz de explicarme todo esto. Alguien capaz de entender lo que estoy sintiendo.

Y por un instante me imagino a la persona con quien pude hablar sobre la búsqueda de esa puerta, y cruzarla. Él lo entendería.

Pero esa es la única puerta que debe permanecer cerrada.