Nota del Autor

Cuando el Papa Albino Luciani, Juan Pablo I, murió envenenado en septiembre de 1978, yo tenía veinte años de edad, y estaba enamorado: ni me enteré. Y me encontraba, sin embargo, escribiendo mi primer relato extenso, titulado: Ausentes. El relato trata de la visita que hizo a Colombia el Papa Pablo VI, antecesor de Luciani, en 1968. Cuando Pablo VI llegó a Bogotá, las autoridades escondieron en galpones y cárceles a todos los gamines, locos y locas y mendigos de la ciudad, para que el Papa no los viera a su paso. Con ese relato gané un premio nacional, y me vi publicado en forma de libro por primera vez. Treinta y cuatro años después volví a abordar el tema de un Papa, pero esta vez con una novela. El detonante fue la lectura que hice de la obra del escritor inglés David A. Yallop: En nombre de Dios, una investigación seria, que reflexiona con argumentos incontrovertibles acerca de la muerte de Albino Luciani, además de su vida y pensamiento, y cuestiona y denuncia el papel de la Iglesia católica, la Curia y la mafia italiana, ejecutoras del envenenamiento. Yallop es el cronista lúcido que menciono en mi obra. Para él mi principal agradecimiento.

Agradezco la información suministrada en la obra de los escritores Gordon Thomas y Max Morgan-Witts: Pontífice. Si bien no comparto sus conclusiones respecto a la muerte de Luciani, gracias a ellos pude pasear a mis anchas por la biblioteca del Vaticano, asomarme a sus archivos secretos, o contar el número de puertas que hay en la Santa Sede. Me hubiese resultado difícil acudir en persona al Vaticano, a rogar que me permitieran entrar y verificar la realidad de sus infinitas escaleras y aposentos.

Fueron innumerables las obras que consulté acerca del Papa Luciani —cuando me decidí a enfrentar la novela— la mayoría lamentables y soporíferas, todas con un propósito comercial: si no se desprendían de la investigación ya adelantada por Yallop, como vacuas refundiciones, eran simples engaños editoriales, algunas pobremente noveladas. Hubo una que no voy a mencionar porque no vale la pena, respaldada y financiada por el mismo Vaticano, acaso con la intención de quebrantar la denuncia veraz del escritor Yallop.

De toda esta aventura apareció esta Plegaria, mi torpe pero sincera admiración por Albino Luciani, el Papa Juan Pablo I, envenenado.