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La situación no hacía más que empeorar. Mi vida no sólo era un desastre, sino que empezaba a parecer hasta ridícula. Sin comerlo ni beberlo, me encontraba con una niña en brazos y ni idea de qué hacer con ella. Pensé dejársela a Ana, la mujer de Chete, pero a mitad de camino me dije que bastantes problemas tenían ya, así que di la vuelta y me fui derecho a Nuestra Señora del Loreto, en la calle de Atocha, al hospicio para niñas huérfanas. Mejor huérfana que con esos padres, me dije, al menos de momento, y allí siempre la podré reclamar si encuentro otra solución. Además, las doncellas que se crían en el hospicio, en caso de tomar estado, son dotadas con 10.000 maravedíes y una cama de ropa, lo que tampoco está mal. No era como dejarla ciega, pero no se quedaría en la calle.

Toqué la campana un par de veces. El torno giró y quedó abierto hacia mi lado.

—Si quiere agua, ponga una frasca —dijo una voz con acento extremeño.

—No, si yo…

—Pues en no habiendo frasca, no hay agua. ¡Estamos buenos! Dos jarras me han robado esta semana. Ya está bien, vamos, me parece a mí. Ande a beber a las fuentes o espere a un aguador.

—Es que yo no quiero agua —dije tímidamente.

—Entonces, ¿por qué discute conmigo?

Para ahorrarme explicaciones metí a la niña en el torno, pero antes de girarlo pensé en alguna señal identificativa por si llegaba el caso de tener que reclamarla. Yo sabía que las monjas anotarían en su registro una descripción minuciosa de la niña y de los objetos que la acompañaban, así que me hurgué los bolsillos en busca de algo significativo. Sólo llevaba encima el mondadientes, dinero y el librito de Garcilaso. Dudé un momento. La voz de la monja sonaba áspera al otro lado, instándome a hablar de una vez o a irme en paz. Ojeé el libro y el maestro respondió por mí: «Cuando me paro a contemplar mi estado, /y a ver los pasos por do me ha traído, / hallo, según por do anduve perdido, / que a mayor mal pudiera haber llegado…».

No seguí leyendo. Arranqué la página con decisión, doblé el soneto y lo metí entre la ropita de la pequeña antes de girar el torno de cara a la hermana portera.