Era lo que me faltaba. No podía moverme de allí hasta que viera a Santiago, así que decidí aprovechar para ponerme al día con mis escritos. No estaban las cosas como para descuidar ninguna de mis fuentes de ingresos. Ya no sólo necesitaba dinero para vivir, sino que debía juntar una buena cantidad para sobornar a un sacristán y otra para contentar a una joven despechada. Lo mío con el oro es una historia de desencuentros. Gracias a Dios el destino no me ha puesto al mando del galeón de Indias, porque mi sola presencia bastaría para echarlo a pique con todas sus riquezas.
Aquella mañana la indignación nubló mi habitual sentido de la prudencia y escribí más o menos lo siguiente:
26 de agosto de 1614
Madrid es un muladar abierto a las sorpresas. Marché unos días de viaje a Toledo y a la vuelta encontré mi casa saqueada por mis propios vecinos. Uno ya no sabe de quién se puede fiar. Ya le hablé en una ocasión de tipos que quiebran brazos y piernas de los niños para despertar compasión, y ahora descubro que otros hay que ciegan a sus propios hijos para sacar ventaja de su falta. Veremos si está en mi mano remediar tanto mal. Encontraron muerta a la marquesa de Hornacho, ya se puede imaginar las versiones que corren del suceso, pero yo creo que ella no fue ajena a su destino. La enterraron con todos los honores y pompas en el cementerio de la Encarnación, donde tiene tumba su familia. El duque de Sessa ha vuelto a Madrid de su destierro y parece que llega con hambre atrasada. Acosa a los covachuelistas en las losas de palacio, a Lerma pide mercedes y a Lope de Vega, versos. Aún no se ha dado cuenta de que ya poco pinta en la Corte. El otro día coincidí con el marqués de Barcarrota y fui testigo de una de sus calaveradas. A punto estuvo de capar a un enano para pasar el rato. Digo yo que mejor servicio al rey haría embarcándose en la flota de Malta, que el suyo es temple para levantes. Don Alonso de Contreras está a punto de partir a liberar la Mamora de su asedio. He conocido a don Juan de Tassis, conde de Villamediana, que al parecer hace campaña para el conde de Lemos. Dice que el asunto de Milán está en malas manos, que Hinojosa carece de carácter para frenar las aspiraciones del de Saboya. El tiempo lo dirá. Cervantes está mejor. Pronto saldrá el Viaje al Parnaso, su último libro. Don Luis de Góngora está en Madrid. Ha venido a solicitar un puesto en la Corte, aspira a capellán del rey. Muy alto apunta. Como es amigo de don Rodrigo Calderón, marqués de Sieteiglesias, cree que todo está solucionado, pero me parece a mí que el camino se le va a hacer trocha.
Pasé el resto de la mañana atizando ira. Intenté distraerme pensando en la cita de por la tarde, saqué brillo a las hebillas, di humo a las botas y al cinturón, pero a medida que pasaba el tiempo el recuerdo de los niños ciegos empezó a obsesionarme. Comí los restos de la cena, un poco de queso y la punta del mendrugo de pan, sin moverme de la ventana. Casilda no había dicho que fuera a cegar al bebé de forma inminente, pero yo sentía que así era y que no me podía despistar. Monté la persiana de rafia sobre la barandilla del balcón y me instalé bajo su sombra con vistas a la calle y las obras de Garcilaso en mi regazo. A mediodía el calor era insoportable, sudaba copiosamente y en un par de ocasiones me quedé medio dormido. Al fin, pasadas las cuatro, vi a Santiago doblar la esquina.