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A pesar del tremendo varapalo que me supuso descubrir que no era hidalgo, salí a la calle animado. Eso no tiene explicación racional, a no ser que yo en el fondo supiera la verdad desde hacía tiempo, o la sospechara al menos.

Caminé errático por la calle intentando analizar mi situación. En el plano personal, acababa de comprometer la mayor parte de mi capital presente y futuro en un sueño que si llegaba a oídos de la justicia podía costarme la vida; y en el profesional, tenía la vaga sensación de haber avanzado algo, aunque no veía claro hacia dónde ni para qué. Lope no me había dicho nada, como era de esperar, pero se había dejado arrancar una promesa de ayuda a cambio de mis servicios. Tampoco es que me hiciera muchas ilusiones al respecto, lo más seguro era que a esas alturas ni siquiera recordara ya nuestra conversación.

De todas formas decidí buscar el modo de disculpar la traición de don Rodrigo Téllez Girón por si al final me servía de algo, y mientras le daba vueltas al asunto, recordé que me quedaba un sospechoso por investigar: el mercedario fray Gabriel Téllez, del que había hablado Medinilla. Lo malo era que estaba en Toledo. Tal vez tuviera que ir, después de todo, pero me dije que no estaba de más hacer antes una visita a Cervantes para preguntarle qué opinión tenía del fraile y de paso ver si me proporcionaba alguna otra pista que me sirviera de excusa para posponer el viaje.